julio 01, 2021

VALDELOMAR EN PIURA

VALDELOMAR EN PIURA

Armando Arteaga

 


Pocos piuranos saben que la ciudad de Piura fue visitada siempre por viajeros y personajes ilustres que han ido dejando huellas, escritos, testimonios en periódicos y revistas,  de épocas  y estilos de vidas cuando la fotografía no estaba a la mano de los sucesos cotidianos, y era el apunte dibujado que perennizaba el tiempo efímero de entonces.  Todavía la experiencia literaria no era tan valorada, salvo el periodismo que ha guardado recuerdos, vivencias, anécdotas, en las crónicas de sus autores. Mucho después vino el libro a consolidar ciertas verdades. Dos autores, en especial han seguido el itinerario de Abraham Valdelomar en Piura: César Ángeles Caballero  y Javier E. Chesman.

El fidelísimo seguimiento que Javier E. Chesman hace del itinerario de Abraham Valdelomar en su libro “Valdelomar en Piura”, desde que tomara el tren en la Estación de Paita, en la ambientación con lugares entrañables, el autor de “Tristitia”  recorre las calles del centro histórico de la ciudad de Piura: “el Municipio, con las grandes arquerías de sus portales y, al lado, la Cárcel, mirando de frente a  la estatua de la libertad.  Hacia la izquierda la Iglesia Matriz -hoy Catedral- y el edificio de la Duncan Fox”.

Existen fotografías, de 1920,  aproximadamente, de  la ciudad de Piura,  que recuperé en formato pequeño, y  que estaban en posesión de un viejo fotógrafo del barrio de Castilla cuya tienda estaba frente al cine: Don Arnaldo Pulache, tenía los negativos en sepia grabados en láminas de vidrios, tesoros que no quiso vender en aquel entonces, y ojalá algún coleccionista pueda aun conservarlos.

Valdelomar en su estadía en Piura, se hospedó en el Hotel Colón, y vivió la “causerie” literaria, imponiendo la moda de la camisa “sport”, los lentes quevedos con cintillo, el clavel encarnado en el ojal del saco, el  pañuelo blanco en el bolsillo del pecho,  y cubría la cabeza con un sombrero de fieltro ligeramente ladeado que tajo de Lima, aunque en algunas fotografías aparece también con el famoso sombrero de paja toquilla de Catacaos o de Loja.

Valdelomar vivió en Piura una temporada agitada con un grupo de piuranos que cultivaban el quehacer literario, animando  las costumbres tradicionales de la ciudad. En “Estampas Piuranas”  y en  “Anecdotario Norteño”,  de José Vicente Razuri, se pueden hallar los únicos y más completos perfiles de aquellos personajes de la bohemia piurana que acompañaron a Valdelomar.   

Fueron frecuentes los paseos por los distintos barrios de Piura donde se podía admirar el tipismo de las viejas  calles, angostas y polvorientas, con sus casas de paredes convexas, semidestruidas por el terremoto de   1912. En los periódicos de la época, dan noticias del escándalo literario de Valdelomar en Piura. Entonces, Piura, ya era, también, una ciudad cosmopolita.

Los paseos por Piura en busca de temas literarios realizados por Valdelomar, según los recuerdos de José Vicente Razuri, siguieron casi ininterrumpidamente. Solía salir a pasear por la Plaza de Armas, se sentaba en algunas de esas bancas que están frente a la Iglesia Matriz, debajo de dos grandes ficus y un centenario algarrobo. A su vista estaban los veinticuatro  tamarindos que, en la época de Balta, sembrara el Alcalde Reusche. La plaza estaba siendo embellecida con claveles, mastuerzos, malva olorosa, floripondios, rosas blancas y campanillas.

La gira cultural norteña de Valdelomar, por las ciudades de Trujillo, Cajamarca, Chiclayo y Piura,  lo animan y lo confirman para un mayor interés político y literario.  Valdelomar ya tenía contactos con escritores de la literatura ecuatoriana, su poema “La ciudad de los tísicos” publicado en la revista “Mundo Limeño” se lo dedica a Medardo Ángel  Silva, poeta de   “La Generación Decapitada”. Dos poemas, que firmó,  escritos en Piura, son de gran importancia: “La Danza de las Horas” y “Angustia” (dedicado a Aurelio Román G.). Existen afiches, fotografías, documentos, y  otras publicaciones, de la presencia en Piura de Valdelomar.

Valdelomar les da -con este contacto- hacia los escritores piuranos de la época un mayor prestigio, que son “los modernistas piuranos”: Ricardo I. Mendoza (1860-1922), que escribió: “Un manojo de poesías, recopilados por sus hijos” (Piura, 1917);  y Ricardo César Espinoza (1869-1926) que fundó “La  Unión Piurana”, y otros, todos ellos: azules y profanos, adoradores de la “tristissima nox”,  poetas que se atormentaban en la musicalidad de las palabras y el confidencialísimo de algunos paraísos artificiales. Y, Piura no vivía entonces lejos del mundanal ruido, o  del escándalo frívolo de la poesía que tanto le gustaba a Valdelomar.