VALDELOMAR EN PIURA
Armando Arteaga
Pocos piuranos saben que la
ciudad de Piura fue visitada siempre por viajeros y personajes ilustres que han
ido dejando huellas, escritos, testimonios en periódicos y revistas, de épocas
y estilos de vidas cuando la fotografía no estaba a la mano de los sucesos
cotidianos, y era el apunte dibujado que perennizaba el tiempo efímero de
entonces. Todavía la experiencia
literaria no era tan valorada, salvo el periodismo que ha guardado recuerdos,
vivencias, anécdotas, en las crónicas de sus autores. Mucho después vino el
libro a consolidar ciertas verdades. Dos autores, en especial han seguido el
itinerario de Abraham Valdelomar en Piura: César Ángeles Caballero y Javier E. Chesman.
El fidelísimo seguimiento que
Javier E. Chesman hace del itinerario de Abraham Valdelomar en su libro
“Valdelomar en Piura”, desde que tomara el tren en la Estación de Paita, en la
ambientación con lugares entrañables, el autor de “Tristitia” recorre las calles del centro histórico de la
ciudad de Piura: “el Municipio, con las grandes
arquerías de sus portales y, al lado, la Cárcel, mirando de frente a la estatua de la libertad. Hacia la izquierda la Iglesia Matriz -hoy
Catedral- y el edificio de la Duncan Fox”.
Existen fotografías, de 1920, aproximadamente, de la ciudad de Piura, que recuperé en formato pequeño, y que estaban en posesión de un viejo fotógrafo
del barrio de Castilla cuya tienda estaba frente al cine: Don Arnaldo Pulache,
tenía los negativos en sepia grabados en láminas de vidrios, tesoros que no
quiso vender en aquel entonces, y ojalá algún coleccionista pueda aun
conservarlos.
Valdelomar en su estadía en
Piura, se hospedó en el Hotel Colón, y vivió la “causerie” literaria,
imponiendo la moda de la camisa “sport”, los lentes quevedos con cintillo, el clavel
encarnado en el ojal del saco, el pañuelo blanco en el bolsillo del pecho, y cubría la cabeza con un sombrero de fieltro
ligeramente ladeado que tajo de Lima, aunque en algunas fotografías aparece también
con el famoso sombrero de paja toquilla de Catacaos o de Loja.
Valdelomar vivió en Piura una
temporada agitada con un grupo de piuranos que cultivaban el quehacer
literario, animando las costumbres
tradicionales de la ciudad. En “Estampas Piuranas” y en
“Anecdotario Norteño”, de José
Vicente Razuri, se pueden hallar los únicos y más completos perfiles de
aquellos personajes de la bohemia piurana que acompañaron a Valdelomar.
Fueron frecuentes los paseos por
los distintos barrios de Piura donde se podía admirar el tipismo de las viejas calles, angostas y polvorientas, con sus casas
de paredes convexas, semidestruidas por el terremoto de 1912.
En los periódicos de la época, dan noticias del escándalo literario de
Valdelomar en Piura. Entonces, Piura, ya era, también, una ciudad cosmopolita.
Los paseos por Piura en busca de
temas literarios realizados por Valdelomar, según los recuerdos de José Vicente
Razuri, siguieron casi ininterrumpidamente. Solía salir a pasear por la Plaza
de Armas, se sentaba en algunas de esas bancas que están frente a la Iglesia
Matriz, debajo de dos grandes ficus y un centenario algarrobo. A su vista
estaban los veinticuatro tamarindos que,
en la época de Balta, sembrara el Alcalde Reusche. La plaza estaba siendo
embellecida con claveles, mastuerzos, malva olorosa, floripondios, rosas
blancas y campanillas.
La gira cultural norteña de
Valdelomar, por las ciudades de Trujillo, Cajamarca, Chiclayo y Piura, lo animan y lo confirman para un mayor
interés político y literario. Valdelomar
ya tenía contactos con escritores de la literatura ecuatoriana, su poema “La
ciudad de los tísicos” publicado en la revista “Mundo Limeño” se lo dedica a
Medardo Ángel Silva, poeta de “La Generación Decapitada”. Dos poemas, que
firmó, escritos en Piura, son de gran
importancia: “La Danza de las Horas” y “Angustia” (dedicado a Aurelio Román
G.). Existen afiches, fotografías, documentos, y otras publicaciones, de la presencia en Piura
de Valdelomar.
Valdelomar les da -con este
contacto- hacia los escritores piuranos de la época un mayor prestigio, que son
“los modernistas piuranos”: Ricardo I. Mendoza (1860-1922), que escribió: “Un
manojo de poesías, recopilados por sus hijos” (Piura, 1917); y Ricardo César Espinoza (1869-1926) que
fundó “La Unión Piurana”, y otros, todos
ellos: azules y profanos, adoradores de la “tristissima nox”, poetas que se atormentaban en la musicalidad
de las palabras y el confidencialísimo de algunos paraísos artificiales. Y,
Piura no vivía entonces lejos del mundanal ruido, o del escándalo frívolo de la poesía que tanto
le gustaba a Valdelomar.