marzo 14, 2012

LA OBSESIÓN DE MARX / ISELLA CARRERA LAMADRID

La Obsesión de Marx / Isella Carrera Lamadrid

Creo en Marx, y en las obsesiones que no se debilitan a medida del tiempo, sino que se convierten en resolutas realidades. Este 14 de marzo, se cumplen 129 años de la muerte de Karl Marx, y me placería escarbar en sus grandes aportes políticos, sociales y económicos, pero resulta menos ecuánime, y por demás delatador, hablar sobre uno de los aspectos de su vida, menos trastocados: su esposa, Jenny von Westphalen.
Los intelectos acorazados y nebulosos, suelen resultar decepcionantes, cuando se trata de hacer comparaciones ligeras, porque se abre una brecha larga e inalcanzable, pero en Marx podemos encontrar una genialidad menos utópica y más humana. Con él, no se siente esa brecha, y no sólo debido a que su ideología pudiera ser la más aterrizada de nuestra época sino también porque nunca se apegó a la comunión inútil y sofisticada de elegir qué sentir y colocarlo por encima de todo.
Nadie podría haber predicho la relación amorosa que Karl Marx y Jenny von Westphalen sostendrían. Ella, perteneciente a la aristocracia prusiana y él, un ferviente activista, cuya obsesión aun no estaba perfilada, hasta que se evocara de manera súbita el día que la conoció.
Podría considerarse fatuo pensar, que la mayor obsesión de Marx no haya partido de la gran crisis del capitalismo, sino muchos años atrás, en su infancia, cuando conociera a Jenny; antes de darse cuenta que  la magnificente fascinación mutua que sentirían el uno por el otro, trastocaría sus vidas. Claramente un tipo muy distinto de obsesión, que bien podría llamarse amor, pero se desvirtuaría sutilmente.

Y es que mientras ese sentimiento relucía, se acrecentaba (si pudiera más), él, podía escribir las más poderosas obras de todos los tiempos. Cómo no llamar obsesión, al sentimiento de pertenencia que subsiste toda una vida, que lo soporta todo, porque ni el destierro más largo, ni el hambre más apremiante, flagelos por los que pasaron durante su vida, pudo separar dos mundos distintos, enteramente impresionables.
Existió, después de todo, un cambio revolucionario para Marx, a nivel personal, menos mediático, más intrínseco, que claramente se convirtió en su más sublime y poderosa obsesión.
(Extracto- Carta de Karl Marx a Jenny von Westphalen)
21 de junio de 1856
Querida mía:
De nuevo te escribo porque me encuentro solo y porque me apena siempre tener que charlar contigo sin que lo sepas ni me oigas, ni puedas contestarme. Por más malo que sea tu retrato, me sirve perfectamente, y, ahora, comprendo por qué perfectamente, y por qué hasta las “lóbregas madonnas”, las más imperfectas imágenes de la Madre de Dios, podían encontrar celosos y hasta más numerosos admiradores que las imágenes buenas. En todo caso, ninguna de esas oscuras imágenes de madonna ha sido tan besada, ninguna ha sido mirada con tanta veneración y enternecimiento, ni adorada tanto como esta foto tuya, que si bien no es lóbrega, sí es sombría, y en modo alguno representa tu hermoso, encantador y “dulce” rostro que parece haber sido creado para los besos. Yo perfecciono lo que estamparon mal los rayos del sol y llego a la conclusión de que mi vista, por muy descuidada que esté por la luz del quinqué y el humo del tabaco, es capaz de representar imágenes no sólo en sueños, sino también en la realidad.
Es que esa variedad que nos impone la enseñanza y la conducta moderna y esa expectatividad que nos hace poner en duda todas las sensaciones objetivas y subjetivas, sólo sirve y existe para hacernos ruines, débiles, burgueses e indecisos. No obstante, no es el amor de Feuerbach, ni el amor al proletariado, sino el amor a la amante, a ti, el que hace al hombre de nuevo hombre, en el completo sentido de la palabra. […] Te sonreirás, querida mía, y te preguntarás por qué estoy tan retórico. Pero si yo pudiera apretar tu tierno y limpio corazón al mío, me callaría y no pronunciaría ni una palabra
Tu, Carlos.