febrero 24, 2011

GADDAFI Y LOS CAMELLOS / ARMANDO ARTEAGA





GADDAFI Y LOS CAMELLOS*

Por Armando Arteaga





Las imágenes de los noticieros de la televisión, vía satélite, suelen traer muchas sorpresas todos los días. El planeta Tierra pasa rápidamente en racontos algunas de sus quiméricas y rocambolescas experiencias que hacen noticia o, mejor, escándalo. Allí la humanidad se contradice en penurias y excesos en pleno tráfago a la destrucción y el tedio.

Unas ráfagas de estas imágenes me han enfadado de veras. Es evidente que muchos personajes tienen una desenfrenada pasión por el protagonismo. Resulta que desde la tradición aristotélica el hombre era zoo politikón, un animal político. Y como todos sabemos, históricamente hablando, los políticos han movido, hacia sus intenciones y propuestas a los hombres (masa) y también a los pobres animales. A propósito de la Cumbre de los No Alineados realizada en Belgrado hemos visto arribar a la cita internacional de los países pobres una delegación de camellos acompañada por un político. El camello ha pasado a ser “zoo politikón” y el hombre un cruel animal, un “zoo desnudo”.

Benditos sean los camellos o los elefantes o los rinocerontes o las jirafas o los hipopótamos si éstos hacen que un controvertido político, un jubilado abandonado, un niño tímido y traumatizado, se sienta un poco menos mal. Pero de allí a que estos animales sean usados para motivar excentricidades, nos parece un gesto grotesco. Y eso que personajes como Idi Amin, Pinochet, Noriega, para citar sólo algunos de esa rara fauna, a mí siempre me han parecido que le ponen una dosis de macabro humor al tiempo.

El turno para incrementar esta dosis de macabro humor le ha tocado en estos días a Muammar Gaddafi. Gaddafi ha tenido una manera muy especial de identificación con su mundo desértico: en las afueras de Belgrado se instaló con su carpa de campaña y su caravana de camellos, dando la impresión para presumir de cierto primitivismo bárbaro que sin lugar a dudas siempre fascinará a los ojos de las cámaras periodísticas.

Gaddafi, líder de la revolución libia, puede ser un loco más loco que los otros, la civilización occidental le puede interesar un bledo, puede sentirse el centro del universo, pero la capacidad de los camellos para hacer política es muy relativa, la de Gaddafi no; tiene un inmenso poder político, hasta para ser y sentirse exótico.



*Publicado en Expreso (30-09-1989).


febrero 21, 2011

REFLEXIONES SOBRE LA VOCACIÓN DE LA POESÍA/ RENÉ MENARD

Crepúsculos: Fotos Armand.

René Menard

Reflexiones sobre la vocación de la poesía



Una mosca es un avión.

1



Todo lo que se relaciona con la Poesía nunca es sino entrevisto. Toda proposición que le concierna no es también sino un testimonio cuya validez depende menos de la experiencia y de la sinceridad del testigo que del juicio propio de quien lo escucha. De tal manera, cuando la Poesía está en cuestión, la libertad más general deviene una condición natural del debate.

De allí que estas reflexiones no estén presentadas siguiendo un orden lineal de exposición que, implícitamente, daría una idea falsa de su naturaleza. No miran, por ello, sino ciertos destellos de una prodigiosa galaxia que brilla en el cielo del hombre. No tienen, en suma, otro objeto que el de inspirar a tomar parte en una búsqueda que, estando todos los demás caminos en la actualidad oscurecidos o interrumpidos por abismos, bien parece ser la grande y quizás última posibilidad de una salvación.

Para el Poeta, la Poesía es a la vez una soledad y un intercambio.

Tanto, que habla de ella en términos de revelación, pero también en el tono familiar de la experiencia. Permanecer sincero lo obliga no obstante a subordinar ésta a la iluminación fortuita. No hay jamás nada adquirido en Poesía, ni previsible. Cada poema es a la vez el primero y el último. Esta inseguridad permanente, este riesgo siempre asumido, inclinan a

la vez a esa espera sagrada y a esa instintiva prudencia, particulares en los hombres cuya vocación es la de atravesar constantemente la Naturaleza. Porque la Naturaleza –la que está en nosotros, la que está fuera de nosotros- es la materia inicial de la Poesía. Ella suministra los términos iniciales de sus relaciones específicas con el espíritu humano, que a la Poesía corresponde mantener justos. Pero la Naturaleza está presente desde las piedras con las que el pie tropieza y busca su camino hasta la fascinación de los astros que brillan para todos por encima de todos. La aproximación a la Poesía no puede ser tentada sino a través de esta diversidad.

2

Nada de lo que surge de la Naturaleza da lugar verdaderamente al sentimiento de la fealdad. Por el contrario, la Naturaleza es casi siempre conmovedora. Por lo menos: indiscutible. Una brizna de hierba, un guijarro, serenan el espíritu tanto como el bosque o el mar. La alegría elemental es reconocer nuestro parentesco con ellos. Contemplar la Naturaleza responde a la casi totalidad de nuestro ser.

Pero la menor inquietud, el menor movimiento del espíritu demuestra nuestra singularidad, nos califica. Y experimentamos la necesidad de la obra de arte. El Arte es aquello que nos es preciso incluir en la Naturaleza para conocer completamente nuestra naturaleza. Toda obra que no se incluya en nosotros mismos no es bella para nosotros. De allí nuestro sentido invariable, pero siempre inmediato, de la belleza. Somos la medida de su valor.

Igualmente, la expresión natural de los sentimientos es casi siempre justa. El amor o la disputa de los hombres usan muy a menudo un lenguaje fuerte y convincente. No es de ningún modo que en la proximidad de los utensilios de la humanidad se degrade el lenguaje. Pero el lenguaje natural no responde tampoco por todo nuestro ser.

Entonces interviene la Poesía, que no es jamás gratuita, sino siempre creada e incluida en el lenguaje natural. El lenguaje poético supone la existencia previa de una franquicia, lenguaje bruscamente calificado en la belleza por un aumento de existencia que nos da la fuerza de ser fugazmente el instrumento de la evolución mental de la especie.

Se trata de tornar explícito un cierto movimiento del alma y de darle la expresión transmisible más justa por el sólo empleo de las palabras.

Una búsqueda tal requiere el alerta de todos los poderes del espíritu. Intervienen entonces medios que son quizá propios de cada poeta. Los más generales son: el silencio, la benevolencia del cuerpo, una extrema atención a dejar renacer la atmósfera material y las disposiciones interiores que han estado en el origen de la emoción generatriz del poema.

Si esta resurrección es permitida, la transposición verbal de estas circunstancias se cumple naturalmente. La realidad recobrada se expresa a sí misma y se verifica inmediatamente la colusión esencial de las palabras (tanto por su sentido usual como por su sonoridad) con las

representaciones a las cuales se relacionan. El vigor del curso mental y la exactitud del tono dan entonces cuenta de la autenticidad del poema y de su valor estético. Toda Arte poética es personal, e intrínseca a la elaboración del poema. Una regla formal exteriormente planteada no parece tener sentido sino cuando ella es considerada como una necesidad previa al funcionamiento mismo del espíritu. Y no hay razón válida para dificultar la libertad del poeta con otras imposiciones que la de respetar el genio de la lengua que emplea.

El lenguaje natural es simple y conciso. El lenguaje poético debe participar de estas cualidades, so pena de alejarse de nuestro entendimiento inmediato. Hay bellos versos que no tienen que ser comprendidos. Tienen que tener lugar en nosotros mismos. Esta incorporación puede obligar a nuestro ser a una cierta gimnasia. El reproche por nuestros desfallecimientos y nuestra lasitud no puede hacerse jamás a la Poesía. Es ella, justamente, la que los disipa. No somos nosotros quienes conquistamos la Poesía sino la Poesía la que nos conquista.

Esa sobriedad necesaria al lenguaje poético responde por otra parte a las necesidades mentales de los hombres de este tiempo. El gobierno de la Tierra y de nuestra presencia en la vida se torna tan complejo y tan matizado, que nos vemos obligados a la economía de los signos de expresión, sometidos como estamos a la necesidad del reposo y a la brevedad

de la vida. El tiempo aparece cada vez más como la única dimensión que representara un obstáculo. Es preciso vivirlo, lo más posible, en su acuidad. El verbo poético es justamente el tiempo mental vivido en su más grande acuidad.

La economía y la perfecta propiedad de los vocablos conferirán a la poesía moderna el poder ser retenida por la memoria sin el concurso de una prosodia. La fuerza y la exactitud de la expresión poética, generadoras de una emoción verdadera, deben bastar a esta inscripción. La intensidad de nuestra civilización afina y hace más sensibles los espíritus.

Ya no hay más conscriptos a los que sea preciso deletrear: “¡Paja, heno!” La Poesía no tiene otra regla que la de existir. En el siglo XVII, ella desdeña a Boileau:



Le silence éternel

De ces espaces infinis

M’effraie...



Le soleil ni la mort



Ne se peuvent regarder fixement *



Una seria dificultad para los poetas modernos consiste en que la mayor parte del vocabulario que nombra las acciones y las cosas de este tiempo no ha obtenido todavía su naturalización en el lenguaje de la Poesía.

Si el poeta puede escribir “arado” o “molino”, vacila en cambio en emplear “tractor” o “turbina”. Las únicas palabras con las cuales se siente compatible son aquellas que designan objetos o expresan ideas y sentimientos de antiguo parentesco con el hombre. Palabras que dan por finalizado al hombre en relación con su conducta natural. Pero la proscripción de los vocablos surgidos de la expansión técnica moderna aparta a la Poesía de los dominios que nuestra civilización ensancha cada día, restringe los soportes concretos que el poeta puede encontrar en su contemplación del mundo. Tentado por la expresión abstracta de los sentimientos, de las pasiones y de los sueños, el poeta se agota. Y esto tanto más cuanto que una larga y gloriosa literatura poética precede a la nuestra, y los temas y las imágenes extraídos de la naturaleza en su desnudez, o de los utensilios primeros del hombre, han sido utilizados en la casi totalidad de sus posibilidades. Si bien asistimos a tentativas desesperadas, pero nefastas, de renovación, fundadas sobre la desintegración o la deformación del lenguaje, o aun sobre el solo empleo de sus vocales.

Nada más contrario a la Poesía que tales evasiones, las cuales proceden antes de la imaginación intelectual que de una necesidad real de expresión, la cual, muy a menudo, no existe.

Un poeta sincero no puedo menos que adoptar las más grandes precauciones cuando se trata de modificar el lenguaje. Mejor que nadie, él sabe que toda expresión del pensamiento no recibe sus credenciales de verdad si no respeta la fundamental solidaridad humana. Sin embargo, el lenguaje es la manifestación más general, más activa de esta solidaridad. Si es necesario a veces que el poeta se arriesgue a la incomprensión y aun al aislamiento, no puede hacer esto sino con pleno conocimiento de causa y en el límite de los recursos comunes. La expresión de la Poesía no admite ni la regla, ni la licencia, y un poema jamás es libre si no lo es en la libertad de la Poesía.

Su constante coloquio con el lenguaje da al poeta el sentido de la permanencia y de la diversidad de la condición humana. La búsqueda de los vocablos llamados a expresar la Poesía le hace apreciar sus contornos y sus apetencias reales. Para él, la Poesía jamás hace milagros. Ella lo pone a prueba despiadadamente. ¡Cuántas acomodaciones posibles con todo el resto de la vida, en comparación con este rigor infranqueable!. De ahí que tantos poetas renuncien a la poesía no bien la existencia en sociedad se les vuelve insoportable. Me cuesta más imaginar un poeta sin angustia que un corredor sin pulmones. Pero la calidad del dolor es algo que hay que considerar. Hay pequeñas miserias que asfixian. Las grandes permiten al poeta la alegría, el amor, la ociosidad. Basta con que ellas se vinculen a la condición humana. A diferencia de la mayoría de los hombres, quienes parecen vivir como si fueran inmortales o poseedores de una verdad, los poetas son a menudo en sí mismos semejantes a monjes que trataran de hacer hablar a ese cráneo que es el único mueble de su celda. En los días de su más grande posibilidad, el orgasmo mental que les ilumina, los deja todavía destrozados. Su paz y su reposo, siempre fugitivos, no se originan sino a partir de una mirada amiga, sobre todo de una mirada joven. Mejor que nadie, el poeta sabe que la felicidad no le es dada al hombre sino por los otros hombres. Pero él sabe también negarles el derecho de perturbarle considerablemente. De ahí su reputación de indiferencia, y aun de egoísmo. En realidad, él tiene buenamente otra cosa que hacer que servir de alfombra a los zarpazos o las deyecciones de sus contemporáneos.

Los más grandes poetas tienen sus orillas de silencio y se dejan abordar por ellas.

Cada poeta vive su vida sobre un solo poema cuyas quince o veinte versiones más próximas le serán tenidas en cuenta.



3



El más solitario esfuerzo de creación no conseguirá sino una modificación infinitesimal de la aleación mental de la humanidad, la que será, por eso mismo, justificada. No es preciso referirse solamente a esos grandes lingotes todavía en fusión: Heráclito, Aristóteles, Platón, San Pablo, San Agustín, Santo Tomás, Descartes... para no citar más que a algunos de nuestra Historia reciente.

La energía poética, surgida de algunos, no se transmite más que a un pequeño número, Este la traduce a expresiones de un uso más corriente, que trazan las líneas de fuerza de la prosa. Esta prosa, después de degradaciones sucesivas, enriquece el lenguaje del hombre de la calle. Erráticamente, subsisten palabras, imágenes. La aleación humana, de todas maneras, ha cambiado. Vendrán luego nuevos poetas, quienes recordarán el lenguaje de sus mayores.

Si el poeta no deja que la poesía lo habite orgánicamente, más vale que renuncie a ella.

Sólo existe el poema. El poeta no piensa en “lo poético” sino para desconfiar.

El respeto del poeta hacia la Poesía descartará esta acusación de un filósofo contemporáneo según el cual la Poesía falsea el juicio.

Respetada y libre por lo tanto, la Poesía habla con exactitud. No emplea imágenes de términos contradictorios, no cambia de tono sin necesidad, y se une sin dificultad al orden natural. La ascensión hacia el poema da el sentido de la jerarquía. ¡Tantas emociones, ideas, recuerdos, palabras, se fatigan sobre las pendientes!.

Restaurar las jerarquías, reconocer las leyes de la gravitación humana (en nosotros mismos y en los otros hombres), respetar distancias medidas con exactitud, tales son los primeros mandamientos de la Poesía, respiración que quiere un mundo respirable.

A propósito de la Poesía, se habla a menudo de “Mundo invisible”, si no de “Mundo absoluto”. La Poesía sería el reflejo de estos mundos, la traducción posible para los hombres, comprendida misteriosamente por algunos de ellos. ¿Pero no es erróneo reflexionar sobre la poesía partiendo de nociones abstractas, ya que las únicas pruebas formales de la Poesía están dadas por conjuntos de vocablos referidos al mundo visible y

concreto?. Sin duda, ellos pretenden una nueva representación de la realidad. se apartan de ella, por lo menos.

Si los poetas han experimentado desde hace un siglo la necesidad de desvincular a la Poesía de la realidad común, es porque han comprendido que ésta se halla en estado de descomposición. Su rechazo era un grito de alarma. Después, un cierto número de cobardes se asfixiaron en las cuevas de la Ciudad flagelada por el rayo. Viene el tiempo de volver a

subir lo que queda de las murallas, de unirse con los hombres simples, portadores de piedras y de cabrias, y exorcizar en sus ojos los reflejos de las tormentas. Si se parte para morir, que sea el mar abierto del verbo. Ya que no tenemos otros horizonte.

A menos de un cuarto de hora de avión, en la vertical de la tierra, entraríamos en la noche perpetua. En el momento del más bello sol, ¿no es preciso recordar una oscuridad tan próxima?. El dominio de la claridad sobre la tierra es menos espero que la piel sobre el cuerpo... ¡Qué imagen inmediata de nuestra condición!.

Para el espíritu, ¿la noche está más lejos? ¡Que ella se reúna ya en torno a las cumbres de la Poesía! Los más altos poemas sólo están iluminados a medias. Ellos acercan una sombra inexpugnable. ¿No debemos entender que su misterio procede de esta causa natural?.

Pero los más altos poemas fundan sus cimientos sobre la clara realidad terrestre. La noche no es sino un ineluctable encuentro. El poeta no lo acepta sino a los últimos resplandores de la reverberación de lo Sagrado sobre el Hombre. En el camino de su ascensión, él respira la luz tanto como puede. Es así como la poesía suscita un orden justo, que va de la evidencia, a ras de la tierra cotidiana, hasta la angustia y el estupor frente a aquello que la palabra ya no penetra.

La vocación de la Poesía es ofrecer, a la conciencia clara, estados fugaces, pensamientos difíciles, perspectivas sin descanso para los ojos. Sólo nuestras propias tinieblas pueden obstaculizarla. El espesor de aquel que le oponemos permite la medida justa de nuestro vigor mental, y a veces de nuestra salud física.Una de las más graves faltas para con la Poesía sería creer que en su vocación entra el rechazo de los límites estrechos de la condición humana. Pero ella permite a veces alcanzarlos, dilatación considerable para la mayor parte de nosotros y que, a decir verdad, no soportamos por mucho tiempo.

¿Soportarían nuestros ojos estrellas más pequeñas en el cielo?.

La parte de la música en la poesía es inexpresable. Para testimoniar sobre la relación que las une, yo diría que la música es a la poesía lo que la paz del alma es a la inteligencia.

La poesía arroja tanta oscuridad sobre la muerte como claridad sobre la vida.

La verdadera poesía no consuela de nada.

La moral, que promete la paz del alma por la superación, es una de las amistades naturales de la Poesía.

El movimiento interior que ella decide se halla en parentesco con el movimiento de la creación poética. Se trata siempre de una expresión en sí preferible. Pero no existe amistad más libre, y el don va siempre de la Poesía a la Moral.

La Moral gusta expresarse por la voz profética de la Poesía. De allí las confusiones. La Poesía puede ser la belleza de la Moral. Su naturaleza no está por ello más comprometida que la de los colores con respecto a un cuadro.



4



La ambigüedad que nos es preciso reconocer a la Poesía atestigua nuestra insuficiencia espiritual.

Los teólogos han renunciado a conducir a la humanidad. Los filósofos han encallado en sus tentativas de sustituir a los teólogos. Los iniciados en la ciencia y en las técnicas que en ella se originan tampoco tienen esta ambición. Si bien la humanidad jadea detrás de los políticos, gentes de la contingencia inmediata y de los acuerdos limitados, y que no debieran ser jamás sino los ejecutantes de alguna concepción biológica y espiritual. Nuestra primera tarea es recobrar de los políticos un derecho que no poseen sino por abandono de herencia.Aunque no guste a los Importantes de la sociedad, las enfermedades de la condición humana no afectan primero sino a algunos millares de individuos. Pero su fiebre se extiende rápidamente a toda la humanidad.

Mundo oscuro de la materia animada por el servicio del hombre, ¿recibirás algún día la buena nueva de la Poesía?.Los economistas comienzan a inquietarse seriamente por el progreso técnico. Cada uno de sus éxitos niega al precedente. Muchos industriales vacilan ante una máquina nueva ¿Quién puede decir que mañana no habrá caducado, y se habrá perdido con ella el capital que representa? El ejemplo de ese nylon inservible que es preciso dejar de producir, resulta así lleno de enseñanzas. Superar estas condiciones conduce a un dirigismo que no concuerda sino con la pérdida de las demás libertades. Al menos, mientras la ley económica siga siendo la ley orgánica de la civilización.

Pero aún si se conserva esta ley, es probable que este recurso a la cristalización sólo tenga efectos provisoriamente saludables. La evolución de la especie arrollará todas las prohibiciones. Las tablas de bronce no han asegurado la perennidad de la ley cuando era religiosa.No se trata pues de frenar al Hombre, tentación eterna. Sino de orientar su expansión hacia calificaciones más altas. El espíritu de búsqueda debe sustraerse de la producción cuantitativa para dedicarse a conferir Belleza a las obras de la civilización mecánica. En el estado en que ellas se encuentran actualmente, hay en ello material para el esfuerzo de varias generaciones. No cerréis los laboratorios. Pero que los ingenieros sean, también, artistas. Los poetas pueden ayudar a la formación de esas cabezas completas. Los jefes de la Tierra lo supieron antaño.

Puesto que el último estado de nuestra física es la Relatividad generalizada, sería preciso que tuviéramos una sociedad, una política, una religión en consecuencia con aquella física. Deseo que parece bastante gratuito. Jamás los misterios que expresaban las concepciones antiguas del Cosmos fueron tan impenetrables a la casi totalidad de los hombres como las ecuaciones de Einstein. Las diferentes teologías fueron enseñadas en innumerables monasterios. Los sacerdotes han hablado durante largo tiempo el lenguaje de los hombres. El de los laboratorios no se transmite sino por fantasías o terrores. Allí reside tal vez el drama esencial.

La unidad del espíritu no puede lograrse. Tanto, que la libertad se olvida o sus poderes se extinguen en el ensayo incesante de una reunión de los principios del conocimiento, de donde se termina por desesperar de que se halle a la medida de una cabeza humana.



5



Dos clases de poetas sin porvenir: aquellos que protestan por el Paraíso Perdido, aquellos que prometen una Edad de Oro. Los primeros lisonjean sueños que el hombre persigue desde su madurez; los segundos seducen hasta el momento en que demuestran su espíritu de tiranía. Sus promesas no tendrían tan manifiestamente efecto sino fuera de las perspectivas y de las conductas naturales, ya que la tentación inevitable de aquellos que las hacen es imponer el mundo abstracto que las justificaría. Es necesario insistir en esta evidencia: abolir la distinción entre el Bien y el Mal es abolir la libertad. Es aspirar a devenir una especia de robot, que fuera gobernado por el instinto, el inconsciente o la imantación hacia las beatitudes materiales.

Por mucho que los haya rozado, urge a la Poesía separarse de estos poetas ideólogos. El fanatismo o la esterilidad son su refugio. El vaticinio o el quietismo conformista su perchero.

Otros poetas no sueñan con un Paraíso Perdido o futuro, sino que conocen el pasado del hombre, tienen conciencia de su fragilidad y de su fugacidad. y si disparan “salvas de porvenir”, aprecian también su situación sobre los horizontes terrestres. La atención querequieren es grande y continua. Pero la fidelidad que se les guarda mide nuestra energía

íntima.

Sin duda, no hay verdad estética. Solamente, de la adolescencia a la vejez se establece la sucesión de preferencias entre los hombres más significativos, siempre en un mismo sentido. He aquí algunas series que pueden servir de ejemplo: Para la Poesía: Musset, Hugo, Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud; para la música: Massenet, Chopin, Beethoven, Debussy, Bach. El camino inverso no es seguido jamás. Hay en ello materia de reflexión.

Varias veces, en mi vida, me ha ocurrido advertir como pendiente de piedras, vegetales y animales en dirección a un estado próximo a la Palabra. Todas las cosas creadas parecen crisparse como un rostro transido de emoción. Y es verdaderamente un rostro, un rostro emparentado con lo humano que parece faltar a las casas, a los árboles, a los animales

domésticos. Un tenue hollín de angustia cierne los rasgos de los lugares y de los objetos. El amor deviene entonces precioso y adquiere un sentido iniciador.

La Poesía es un Bien capaz de todos los otros bienes.

La poesía desconocida se respira como el perfume de las islas sobre el mar.





* El silencio eterno / de estos espacios infinitos / me aterra... / Ni

el sol ni la muerte / pueden mirarse fijamente. [Pascal. N. del E.]



Botteghe oscure, Roma, 1954


Traducción: Raúl Gustavo Aguirre, El movimiento Poesía Buenos Aires

1950/1960, Buenos Aires, Editorial Fraterna, 1979



febrero 15, 2011

AQUEL EPISODIO DEVASTADOR / ARMANDO ARTEAGA



AQUEL EPISODIO DEVASTADOR

Por Armando Arteaga



Este es el viejo Café Miami

Donde solía tomar jugos de papaya.

Aquí hablé contigo de muchas cosas

olvidadas.

Recuerdo exactamente el seguimiento

de una temporada

acabada, diluida, clausurada, me disculpas.

No sirvo para guardar secretos.

De frente, queda Quilca, el camino real

de los yungas al piti-piti,

o la escritura underground

de nuevos inquilinos, achorados, pankekes

escritores nuevos, libreros de viejo

rockeros y lokeros, pegados al asfalto,

a la marimba musical de los graffitis anarkos

a la caña cajamarquina o abancayina dulce,

y al pan con plátano de una frutera verde

invasora con megáfono en mano:

¡a sol la palta¡.

Quilca, o la escritura natural de la calle.

Hacia la izquierda:

El parque, las palomas, las muchachas

y mil moscas azules sobre la basura, pero

¿qué es la basura?:

botellas de plástico, latas de cerveza

y conservas de atunes, sucios periódicos

y cajas de maderas oxapampinas para frutas

comidas o podridas.

Aquí un hambriento ha llorado su desgracia.

Ya sin estomago ha regresado el hambriento

en casaca de cuero negro, mismo Kilowat

para ver la representación

teatral del Tío Vania de Chéjov.

El hambriento es un excombatiente del tedio

Y una pequeña nausea dispara por la ventana

conejos de anisados

y recibe tenues rayos solares.

Son apenas las 4 y 10 de la tarde, y el sol

No muere todavía. Disimula tu alegría, aquella

pequeña dicha de abril tornado es pasajera.

Todo está en ruinas.

Tú eres un navegante más en este mar

de incertidumbres. Tú eres un vagabundo más

en esta ciudad. No olvides eso.

Vives apenas este dulce episodio de observar

la tarde. Todo esto es efímero. Estas lúcido

porque eres joven y tienes el oficio permanente

para la observación.

No eres nada en esta esquina del Miami.

Mira por la ventana:

el tiempo, las moscas, el perro cojo de la historia.

Mira la tarde:

Observa el pequeño detalle tembloroso de aquellas

manos lavando la ropa sucia en el patio

del callejón de Palomeque.

Callejón de un solo caño, tome una pasteurina.

Mira ropa tendida en el cordel de patio, una aspirina.

Y una mujer negra canta:

Ay amor si supieras que te extraño... Mira el patio,

la nostalgia en su ultimo round,

casi en la lona, mira lorna:

cómo se desmorona la calle,

la vieja casona republicana.

Ya no hay más ciudades eternas.

Solo hay ciudades que mueren.

Un oscuro designio las perturba.







enero 30, 2011

EL CÍCLOPE / EURÍPIDES

EL CÍCLOPE
Eurípides


PERSONAJES



SILENO, dios y padre de los sátiros



CORO DE SÁTIROS

ULISES

EL CÍCLOPE



***


*



La escena representa las rocas de la ladera del Etna ya junto al mar.

Se ve la cueva donde el Cíclope vive y guarda sus rebaños



SILENO



Oh Bromio, por ti paso infinitos trabajos

ahora y también cuando en la juventud mi cuerpo era fuerte.

Primero cuando enloquecido por Hera

dejaste a tus nodrizas las ninfas de la montaña,

después cuando en la batalla contra los hijos de la Tierra,

con la lanza a tu diestra, mi escudo junto al tuyo,

atravesé el escudo de mimbre por el medio y maté

a Encélado. Pero ¿fue esto un sueño?

No, pardiez, que le he mostrado a Baco los despojos.

Ahora aguanto un trabajo mayor que aquéllos,

porque Hera ha suscitado contra ti la raza

de piratas etruscos para que fueses vendido muy lejos,

y yo, que lo he sabido, navego con mis hijos

a ti a buscar. Y en la misma popa

yo timoneaba agarrado al redondo madero,

y mis hijos sentados al remo el mar verdiazul

hacían blanquear en remolinos, y te buscaban, ¡oh rey!

Y cuando ya habíamos navegado hasta Malea,

el viento del Este sopló sobre el mástil,

y nos echó contra esta roca del Etna,

donde habitan los hijos del dios marino que no tienen más que un ojo,

los Cíclopes matadores de hombres, que habitan cuevas desiertas.

Presos de uno de éstos, somos sus esclavos

domésticos. Al que servimos le llaman

Polifemo. En lugar de danzas báquicas

apacentamos los rebaños de un impío Cíclope.

Mis hijos en las faldas de las colinas

apacientan recentales, ellos que son jóvenes;

yo de llenar los abrevaderos y barrer la casa

tengo orden, y al impío Cíclope

le sirvo en sus criminales comidas.

Pero ahora por necesidad tengo que obedecer

y barrer la casa con este rastrillo de hierro

para que a mi señor el Cíclope, que está fuera

y a sus rebaños los reciba yo con la cueva limpia.

Ya veo a mis hijos empujando hacia acá

sus rebaños. ¿Qué pasa? Pero ¿hacéis el mismo ruido

de danzas ahora que cuando a Baco

en sus fiestas en las casas de Altea

le hacíais procesión moviéndolos al son de las canciones de las liras?



CORO

¿Adonde de nobles padres

y de nobles madres,

adonde te me irás, a qué rocas?

¿No será aquí, donde el suave viento

y la yerba verde,

y el agua arremolinada de los ríos

descansa en los bebederos junto a las

cuevas, donde por ti balan las crías?

¡Aho! ¿Pacerás esto no, no esto,

la ladera mojada de rocío?

¡Eh! Te voy a tirar una piedra;

vete, vete, cornudo,

al establo de las ovejas,

del Cíclope campestre.

Las ubres henchidas suelta,

da acceso a las crías, a las hembras

que dejas en las alcobas de los carneros.

Te echan de menos los suaves

balidos de las crías pequeñas.

¿Entrarás a la cueva

de las rocas del Etna, después de dejar

los florecientes pastos de yerba?

Esto no son, Bromio, ni danzas

ni bacantes con tirsos,

ni gritos con panderos,

ni de vino ardientes gotas

en las fuentes que dan agua,

ni remolinos de las ninfas.

Báquica canción

canto a Afrodita,

y por seguirla danzaba

con las bacantes de blancos pies.

Querido, querido Baco, ¿dónde solitario

sacudes tu rubia cabellera?

Yo tu servidor

sirvo al Cíclope

de un solo ojo, siervo errante

con este inútil capote de piel de macho cabrio,

separado de tu amistad.



SILENO

Callad, hijos míos, y en las cuevas rocosas

mandad a los servidores que reúnan los rebaños.



CORIFEO

Andad, ¿pero qué prisa, padre, tienes?



SILENO

Veo junto a la orilla el casco de una nave griega

y a los dueños del remo con un jefe

caminando hacia esta cueva, y junto al cuello

llevan cacharros vacíos, les falta comida,

y cántaros para agua. ¡Desgraciados forasteros!

¿Quiénes serán? No saben el señor

Polifemo cómo es, cuando en esta cueva cruel

se meten y a la mandíbula del Cíclope

devoradora de hombres tienen la mala suerte de llegar,

pero estaos callados para que sepamos

de dónde llegan a la roca del Etna siciliano.



ULISES

Extranjero, ¿podríais decirnos dónde en la corriente de un río

hallaríamos remedio a nuestra sed? ¿Quiere alguien

vender comida a unos marinos necesitados?

¿Qué es esto? Parece que nos hemos metido en la ciudad de Bromio,

pues veo este grupo de sátiros junto a la cueva.

Salve, digo primero al más respetable.



SILENO

Salve, forastero: dinos quién eres y tu patria.





ULISES

Ulises de Itaca, rey del país de los cefalonios.



SILENO

Ya sé de este hombre, fuerte charlatán, raza de Sísifo.



ULISES

Ése soy yo, pero no insultes.



SILENO

¿Y de dónde has venido navegando a Sicilia?



ULISES

Desde Ilios y los trabajos troyanos.



SILENO

¿Cómo? ¿Has perdido la derrota de tu tierra patria?



ULISES

Las tormentas de vientos me han traído aquí a la fuerza.



SILENO

¡Hola! Aguantas el mismo destino que yo.



ULISES

¿Qué también tú has sido traído aquí a la fuerza?



SILENO

Persiguiendo a los piratas que habían raptado a Bromio.



ULISES

¿Qué país es éste y quiénes lo habitan?



SILENO

En la orilla del Etna, el más alto monte de Sicilia.



ULISES

¿Dónde están las murallas y las torres de la ciudad?



SILENO

No las hay: las montañas están desiertas de hombres, forastero.



ULISES

¿Y quiénes ocupan la tierra? ¿Alguna especie de alimañas?



SILENO

Cíclopes que habitan cuevas y no casas.



ULISES

¿Y a quién obedecen? ¿Acaso hay democracia?



SILENO

Son nómadas, y nadie obedece á nadie.



ULISES

¿Siembran la espiga de Ceres o de qué viven?



SILENO

De leche y de quesos y de comer ovejas.

ULISES

¿Y tienen la bebida de Bromio, el jugo de viña?



SILENO

Nada de eso, pues habitan tierra triste.



ULISES

¿Sois hospitalarios y píos con los forasteros?



SILENO

Dicen que los forasteros traen carne sabrosísima.



ULISES

¿Qué dices? ¿Les gusta la carne humana?



SILENO

Nadie vino aquí que no le hayan degollado.



ULISES

¿Y el Cíclope dónde está? ¿Dentro de su casa?



SILENO

Se ha ido hacia el Etna, cazando fieras con sus perros.



ULISES

¿Sabes lo que hay que hacer para que nos vayamos de esta tierra?



SILENO

No sé, Ulises; por ti haríamos todo.



ULISES

Véndenos pan, que andamos escasos.



SILENO

No hay, como he dicho, sino carne.



ULISES

Buena es y contiene el hambre.



SILENO

También hay queso con jugo de higos y leche de vaca.



ULISES

Sacadlo, porque las compras se deben hacer con luz.



SILENO

Y di, ¿cuánto oro nos pagarás?



ULISES

No traigo oro, sino la bebida de Dioniso.



SILENO

¡Dices cosas amabilísimas, que nos faltan hace mucho!



ULISES

Pues Marón me ha dado esta bebida, hijo del dios.



SILENO

¿El que yo crié antaño en estos brazos?

ULISES

El hijo de Baco, para que te enteres bien.



SILENO

¿Está en las tablas del barco o lo traes tú?



ULISES

¿Este pellejo que lo guarda, lo ves, viejo?



SILENO

Con eso no tengo yo ni para llenar el gaznate.



ULISES

Dos veces el líquido que salga, este pellejo guarda.



SILENO

Buena fuente has dicho, y agradable para mí.



ULISES

¿Quieres que te dé a probar primero vino puro?



SILENO

Justa cosa, pues la prueba hace la venta.



ULISES

Traigo un vaso con el pellejo.



SILENO

Trae y escáncialo con gluglú, para que recuerde yo esto de beber.



ULISES

Toma.



SILENO

¡Huy! ¡Qué buen olor tiene!



ULISES

¿Lo has visto?



SILENO

No, que lo estoy oliendo.



ULISES

Prueba ahora, para que no lo ensalces sólo de palabra.



SILENO

¡Ay! A bailar me exhorta Baco.

¡Ah, ah, ah!



ULISES

¿Qué, ha hecho bien gluglú en tu garganta?



SILENO

Me ha llegado hasta el extremo de las uñas.



ULISES

Además de esto te daremos moneda.





SILENO

Suelta sólo el pellejo, déjate de dinero.



ULISES

Sacad ahora quesos o crías de ovejas.



SILENO

Lo haré así, dándoseme poco de mi señor.

Por beber una sola copa me volvería loco

y daría en cambio los rebaños de todos los Cíclopes,

y me tiraría al mar desde una roca resbaladiza,

una vez borracho, desarrugado el entrecejo.

¡Cómo el que bebe y no goza está loco,

cuando se puede levantar esto

y agarrar un pecho y el dispuesto

prado tocar con las dos manos, y danzar

olvidando desgracias! ¿No compraré, pues,

esta bebida, mandando a llorar

la insensatez del Cíclope y su ojo único?



CORIFEO

Oye, Ulises, te queremos decir algo.



ULISES

Venís como amigos a un amigo.



CORIFEO

¿Tomasteis Troya y la sumisa Helena?



ULISES

Y hemos destruido toda la casa de los priámidas.



CORIFEO

Pues cuando habéis conquistado a la muchacha,

¿no la habéis disfrutado todos

puesto que le gusta casarse con muchos?

La traidora, que los pantalones de colores

vio en las piernas y el collar

de oro que llevaba al cuello,

salió de mí y al mamarracho de Menelao,

que era mejor, dejó. ¡Nunca la raza

de las mujeres debió nacer... sino para mí solo!



SILENO

Aquí tenéis vosotros estos corderos,

rey Ulises, crías de bajadores carneros,

y no escasos quesos de leche cuajada.

Lleváoslo y marchaos cuanto antes de estas cuevas,

en cuanto me deis la bebida del racimo de Baco.

¡Ay de mí! Aquí viene el Cíclope. ¿Qué haremos?



ULISES

Estamos perdidos, viejo: ¿por dónde hay que huir?



SILENO

Dentro de esa roca, donde os podéis esconder.





ULISES

Cosa horrible has dicho, meternos en las redes.



SILENO

No es horrible, hay muchas salidas de la roca.



ULISES

No, no. Mucho que gemiría Troya

si yo huyese de este hombre solo, cuando gente infinita

de frigios aguanté muchas veces con mi escudo.

Mas si hay que morir, muramos noblemente,

y si vivo salvaré mi fama de antes.



CÍCLOPE

Vamos, ¡paso! ¿Qué es esto? ¿Qué libertad es ésta?

¿Qué bailáis? Esto no es Dioniso

ni panderetas de bronce ni golpes de tambor.

¿Cómo están en la cueva mis crías recién nacidas?

¿Están en la teta debajo del costado

de sus madres?, ¿en los cestillos de junco

está la cantidad de quesos ordeñados?

¿Qué decís? ¿Qué habláis? ¡Me parece que alguno de vosotros con el palo

va a soltar lágrimas! Mirad arriba y no hacia abajo.



CORIFEO

Ea, ya estamos mirando al mismo Zeus,

y estoy viendo las estrellas y Orion.



CÍCLOPE

¿Y la comida está bien preparada?



CORIFEO

Ahí está. No falta más que preparar la garganta.



CÍCLOPE

¿Y también están las colodras llenas de leche?



CORIFEO

Tanto que puedes beberte, si quieres, una tinaja entera.



CÍCLOPE

¿De oveja, de vaca o mezclada?



CORIFEO

La que quieras tú, con tal que no te me tragues a mí.



CÍCLOPE

De ninguna manera: en mi barriga

saltando, me matarías con esas danzas.

¡Hola! ¿Qué gente veo en el corral?,

¿qué piratas o ladrones han llegado a esta tierra?

Veo aquí estos corderos de mis cuevas

atados con juncos retorcidos

y revueltos los quesos, y al viejo

con la cara y la calva hinchada de golpes.



SILENO

¡Ay de mí! Ardo de fiebre de los palos.

CÍCLOPE

¿De quién? ¿Quién te ha dado puñetazos en la cabeza, viejo?



SILENO

Éstos, Cíclope, porque no permitía se llevaran lo tuyo.



CÍCLOPE

¿No sabían que yo era un dios descendiente de dioses?



SILENO

Ya les decía yo esto. Pero ellos se llevaban los rebaños

y se comían el queso, que no les permitía yo,

y se llevaban los corderos. A ti, que te atarían

con una cincha de tres codos por medio del ombligo

decían, y que te sacarían a la fuerza las tripas

y que te pelarían bien la espalda con un azote

y después que te atarían y en los bancos

de la nave te echarían y te venderían a alguien

para que arrancases piedra o te pusieran a una rueda de molino.



CÍCLOPE

¿De veras? ¿No vas corriendo a afilar

cuchillos y espadas, y a encender

un gran haz de leña? Para degollarlos en seguida

y que llenen mi vientre; de la brasa

comeré comida caliente, distinta de lo que se suele,

y de calderas, cocidas y blanda.

¡Qué harto estoy de comida de monte!

Basta de comer leones

y ciervos; se me ha olvidado el gusto de la carne humana.



SILENO

Señor, la novedad es más agradable

que la costumbre. Últimamente, en verdad, no

han llegado forasteros a tu cueva.



CORIFEO

Cíclope, escucha también a los forasteros.

Nosotros en necesidad, por comprar comida

nos hemos acercado a tu cueva desde nuestra nave.

Y éste los corderos por un pellejo de vino nos

vendió y cedió, recibiendo bebida,

por su voluntad y la nuestra, y ninguna fuerza ha habido en ello.

Éste nada de lo que dice es verdad,

pues hasle sorprendido vendiendo a escondidas lo tuyo.



SILENO

¿Yo? Así te mueras.



ULISES

Si miento.



SILENO

Por Poseidón el que te ha engendrado, Cíclope,

por el gran Tritón y Nereo,

por Calipso y las hijas de Nereo,

por las sagradas olas y toda la raza de los peces,

te juro, hermosísimo ciclopito,

señorín mío, que yo no vendía tus

cosas a los extranjeros. O que estos miserables

hijos míos perezcan miserablemente, los que yo más quiero.



CORIFEO

Detente. Yo mismo a los extranjeros las cosas

vendiendo te he visto. Y si digo mentira

que se muera mi padre; no ofendas a los extranjeros.



CÍCLOPE

Mentís: yo de éste más que de Radamanto

me fío, y digo que más justo es.

Quiero preguntar: ¿de dónde venís, extranjeros?,

¿de dónde sois, qué ciudad os ha creado?



ULISES

Somos de raza de Itaca, de Ilios venimos

después de destruir la ciudad, y los vientos marinos

nos han empujado y traído a tu tierra, Cíclope.



CÍCLOPE

¿Los que perseguisteis el rapto de la pésima

Helena, hasta la ciudad de Ilios vecina del Escamandro?



ULISES

Ésos, después de soportar un terrible trabajo.



CÍCLOPE

Mala campaña, los que por una sola

mujer habéis navegado hasta la tierra de los frigios.



ULISES

Cosa de un dios. No acuso a mortal ninguno.

Nosotros, ¡oh noble hijo del dios marino!,

te suplicamos y te decimos abiertamente

que no sufras a los huéspedes que han llegado a tu cueva

matar y servir de impío alimento a tus quijadas,

nosotros que, ¡oh rey!, a tu padre sedes de templos

hemos respetado en los repliegues de la tierra de Grecia.

El sagrado puerto de Ténaro sigue intacto

y los extremos refugios de Malea y la de Sunion

de la divina Atenea argentífera roca segura está;

y los refugios de Geresto; de Grecia

los insultos duros no volcamos en frigios

con los que tú estuvieses, pues senos de Grecia

habitas al pie del Etna, la ígnea roca.

Ley es para los mortales, si razones rechazas,

recibir a los suplicantes castigados por el mar

y darles los dones de hospitalidad y suministrarles vestidos,

y no atravesar sus miembros en barras de asar terneros

y llenarte con ellos vientre y boca.

Bastantes viudas en Grecia ha hecho la tierra de Príamo,

que se ha bebido la muerte llegada en una lanzada a muchos cadáveres

y ha llevado la desgracia a tantas mujeres enviudadas, a tantas ancianas [ya sin hijos

y a tantos canosos padres. Si a los sobrevivientes

tú asas y devoras en cruel banquete,

¿adonde se habrá de ir? Hazme caso, Cíclope;

deja lo cruel de tu mandíbula, y lo piadoso

toma en vez de lo impío, pues a muchos

el provecho malo castigo se les volvió.



SILENO

Quiero darte un consejo: de las carnes

de éste nada dejes. Si te comes su lengua,

diserto te harás y oradorcísimo, Cíclope.



CÍCLOPE

Hombrecillo, para los sabios el provecho es dios.

Lo demás, vanidades y adornos de palabras.

Los promontorios del mar fundados por mi padre

deseo lo pasen bien. ¿Por qué los voy a tomar en cuenta?

Yo, extranjero, no temo el rayo de Zeus,

ni sé por qué Zeus es un dios mejor que yo.

Lo demás no me importa, y escucha por qué no me importa:

cuando cae la lluvia de lo alto

en esta roca tengo refugios cubiertos,

y un ternero cocido o cualquier animal

como, remojo bien la panza hasta el fondo

bebiéndome un ánfora de leche, y mi trompa

hago resonar tronando, en competencia con los truenos de Zeus.

Y cuando el viento de las montañas de Tracia vierte nieve,

envuelvo mi cuerpo en pieles de animales,

enciendo fuego, y de la nieve nada se me da.

La tierra, por fuerza, si quiere como si no quiere,

da a luz la yerba que engorda a mis ovejas.

Y yo no las sacrifico sino para mí, que no a ningún dios,

y para este vientre, que es el mayor de los dioses.

Comer y beber todos los días,

ése es el dios supremo de los hombres sabios,

y no darse pena ninguna. Los que las leyes

han hecho que compliquen la vida humana,

que lloren. Yo no dejaré

de hacer bien a mi alma y devorarte a ti.

Dones de hospitalidad tendrás, para que yo esté sin remordimiento:

este fuego de mi padre y la caldera que hervida

contendrá bien tu carne.

Mas pasad adentro, junto al dios del corral,

para que estéis alrededor del altar y me sirváis para pasarlo bien.



ULISES

¡Ay, ay! De los trabajos de Troya me libré

y de los del mar, pero ahora de un hombre impío

he encontrado la mente y el equivocado corazón.

¡Oh Palas! ¡Diosa, señora, hija de Zeus!

Ahora, ahora, acórreme, que a mayores fatigas

que las de Dios he llegado, y al borde del peligro.

Y tú, que habitas la sede de los astros lucientes,

Zeus, protector del forastero, mira esto ; si esto no lo ves,

un Zeus divino rige que no es nada.



CORIFEO

De tu ancha garganta, ¡oh Cíclope!,

abre la puerta de tu labio: listos para ti,

cocidos y asados, golosinas de la brasa

para roer, puedes trinchar los miembros de los extranjeros,

en una peluda piel de cabra recostado.

No, no me delates:

trae sólo tú para mí solo la barca de navegar.

Y adiós este corral,

y adiós de víctimas

sin altar los sacrificios

del Cíclope del Etna, que las carnes

de sus huéspedes disfruta devorando.

Cruel es, ¡ay de mí!, el que

los huéspedes de su casa,

suplicantes de su hogar, sacrifica,

trincha y roe,

y cocidos desmenuza con criminales dientes

carnes de hombres calientes a la brasa.



ULISES

Zeus, ¿qué diré cuando he visto en la cueva cosas horrendas

e increíbles, que a cuentos se parecen, no a obras de hombre?



CORIFEO

¿Qué sucede, Ulises? ¿Se está merendando a tus

queridos compañeros el muy impío Cíclope?



ULISES

Dos; los examinó y se los llevó en sus manos, los que estaban en mejores [carnes.



CORIFEO

¿Cómo, desgraciado, os ha sucedido esto?



ULISES

Después que entramos en la roca,

lo primero encendió fuego, de alta encina

tronchos echando en el amplio hogar,

como para cargar tres carros.

Después, de hojas de abeto en la tierra

extendió una cama cerca de la llama del fuego.

Llenó una colodra como de diez ánforas,

después de ordeñar a las vacas, de blanca leche.

Al lado puso una capa de yedra de ancho de tres

codos y cuatro de hondo, según parecía.

Puso a cocer al fuego una caldera de bronce

y a enrojecerse al fuego los extremos de los asadores

de ramas de espino aguzados con una hoz

y cuchillos del Etna con filo de hacha.

Cuando todo estaba dispuesto para el odioso

cocinero del infierno, agarró dos hombres,

y degolló a uno de mis compañeros en orden

y echóle al hueco de la caldera de bronce forjado,

mas al otro, le cogió del pie

y le dio un golpe contra un agudo filo de la roca,

y los sesos se derramaron, y arrancó

con un cuchillo afilado las carnes y las asó al fuego,

y los miembros los echó a cocer a la caldera.

Y yo, infeliz de mí, de mis ojos derramando lágrimas,

acerquéme al Cíclope y le servía.

Los demás, como pájaros, en los repliegues de la roca

estaban asustados, y no tenían gota de sangre en el cuerpo.

Y después que saciado de carne de mis compañeros

se dejó caer, y soltó un profundo regüeldo,

se me ocurrió una cosa divina: llené la copa de vino

de Marón y se la alargué a él a beber

diciendo: —«Hijo del dios marino, Cíclope,

mira esta de las viñas divina bebida,

orgullo de Dioniso, que Grecia te envía»—.

Y él, que estaba lleno de su comida desvergonzada,

la tomó, levantó la gran copa

y extendió el brazo y brindó: —«El más querido de los huéspedes,

la buena bebida para la buena comida dame»-.

Cuando yo vi que le había gustado, le di otra copa, sabiendo que

el vino le heriría y pronto nos pagaría el castigo.

Y se puso a cantar, y yo le serví

una tras otra, y le calenté con la bebida las entrañas.

Cantaba entre mis llorosos compañeros de navegación

sin ningún arte, y la cueva retumbaba. Salí yo

en silencio, y quiero que nos salvemos yo y tú, si quieres,

mas decidme si necesitáis o no necesitáis

huir de este hombre imposible y habitar

los palacios de Baco con las ninfas náyades.

A tu padre, que está allá dentro, le parece así.

Pero está débil y disfrutando de la bebida,

pegado a la copa como si fuera liga, pájaro

moviendo las alas. Tú, puesto que eres joven,

escápate conmigo, y a tu antiguo amigo

Dioniso recupera, que en nada se parece al Cíclope.



CORIFEO

Querido amigo, ¡ojalá viéramos el día

en que huyéramos el impío rostro del Cíclope!

Mucho tiempo hace ya que estamos

viudos, y no podemos huir.



ULISES

Escucha, pues, ahora el castigo que tengo

para este dañino animal y la escapatoria de tu esclavitud.



CORIFEO

Dinos, que no podríamos ruido de asiática

cítara más agradable oir sino que el Cíclope se había muerto.



ULISES

De fiesta quiere ir con sus hermanos

los Cíclopes, alegre con esta bebida de Baco.



CORIFEO

Comprendo: ¿cogerle a solas en la espesura

y degollarle piensas, o tirarle rocas abajo?



ULISES

Nada de esto, mi plan es de astucia.



CORIFEO

¿Cómo entonces? Ya hace mucho que hemos oído que eres listo.



ULISES

Le quitaré de ir a la fiesta, diciendo

que no debe darle esta bebida a los Cíclopes,

y que debe pasarlo bien a solas.

Y cuando se duerma vencido por Baco,

un tronco de olivo hay en la casa

cuya punta aguzaré con esta espada,

y lo meteré en el fuego: y en cuanto quemado

lo vea, lo levantaré ardiendo y en medio

del ojo del Cíclope lo meteré y se lo derretiré.

Como un hombre que construye un barco

y hace girar el trépano con dos riendas,

así daré vueltas al tizón en el ardiente

ojo del Cíclope y quemaré su iris.



CORIFEO

¡Ay, ay!

¡Qué alegría! ¡Estamos locos con esta invención!



ULISES

Y después contigo y los compañeros y el viejo

me meteré en el hueco casco de la nave

y os llevaré con los remos dobles lejos de esta tierra.



CORIFEO

¿Hay modo de que yo, como en la fiesta de un dios,

agarre del madero que le ciegue

los ojos? Quiero tomar parte en esta empresa.



ULISES

Es preciso. Grande es el madero que hay que levantar.



CORIFEO

La carga de cien carros levantaría

si del Cíclope, que mala muerte tenga,

al ojo damos humazo como a un avispero.



ULISES

Callad ahora, ya sabéis el engaño:

y cuando mande, la voz de mando

habéis de obedecer. Yo, dejando a mis amigos

los que están dentro, no voy a salvarme solo.

Ya podría yo huir, pues estoy fuera de la cueva,

mas no es justo que deje a mis amigos,

con los que aquí llegué, para salvarme solo.



CORO

Vamos, ¿quién el primero, quién el siguiente

puesto tendrá para sujetar el mango del tizón

que metido dentro de los párpados del Cíclope

su luciente ojo achicharrará?

Silencio, callad. Que borracho

un ingrato ruido canta,

mal cantor y lamentándose

sale fuera de su casa rocosa.

Ea, pues, eduquemos para las fiestas

a este ignorante.

Está ya a punto de quedarse ciego.

Feliz el que canta

en las caras fuentes de racimos

bien dispuesto para la fiesta,

abrazado a un amigo

y teniendo en los vellocinos

la flor de una hermosa amiga,

brillante racimo

perfumado, y grita: “¿Quién me abrirá la puerta?”



CÍCLOPE

¡Oh, oh, oh! Lleno estoy de vino,

y con la comida florezco de juventud,

como un barco mercante lleno

hasta el puente de la barriga.

Y alegre comida me lleva

a la fiesta en la primavera

donde mis hermanos los Cíclopes.

Venga, forastero, venga, dame el pellejo.



CORO

Buena mirada la de su ojo,

y hermoso sale de la casa.

Algún dios que bien nos quiere.

Una lámpara ardiente te

espera como una tierna novia

dentro de la húmeda cueva.

De coronas varios colores

alrededor de tu cabeza mezcláronse acaso.



ULISES

Cíclope, oye, que yo de este

Baco soy el experto, del que te di a beber.



CÍCLOPE

¿Y Baco qué clase de dios es?



ULISES

El mayor para alegrar la vida de los hombres.



CÍCLOPE

Yo le estoy eructando con buen sabor.



ULISES

Tal es el dios: a ningún mortal hace daño.



CÍCLOPE

¿Y un dios cómo es que se contenta con un pellejo para casa?



ULISES

Donde uno le vierta, allí acomódase él en seguida.



CÍCLOPE

Los dioses no debían guardar su cuerpo en un pellejo.



ULISES

¿Por qué no, si te agrada? ¿Te ha sabido mal el pellejo?



CÍCLOPE

Asco tengo del pellejo, me gusta esta bebida.



ULISES

Pues quédate aquí, bebe y disfruta, Cíclope.



CÍCLOPE

¿No puedo dar a mis hermanos de esta bebida?



ULISES

Si la guardas para ti, parecerás más honrado.



CÍCLOPE

Y si se la doy a los míos más amable.



ULISES

Las fiestas terminan en puñadas y en disputas e insultos.



CÍCLOPE

Bebamos, nadie puede ni tocarme.



ULISES

Amigo, el que está bebido tiene que quedarse en casa.



CÍCLOPE

Tonto es el que cuando bebe no gusta de la fiesta.



ULISES

El que se queda en casa cuando está borracho, prudente es.



CÍCLOPE

¿Qué haré, Sileno? ¿Te parece a ti que me quede?



SILENO

Parece que sí. ¿Para qué necesitas de otros convivas, Cíclope?



CÍCLOPE

Lanosa está aquí la tierra con yerba florida.



SILENO

Y al calor del sol bueno es beber.

Recuéstate ahora y pon tu costado en el suelo.



CÍCLOPE

¿Por qué pones el cántaro detrás de mí?



SILENO

Para que no lo vuelque alguien que pase.



CÍCLOPE

Beber, pues,

a hurtadillas es lo que quieres: déjalo aquí en medio.

Tú, extranjero, dime el nombre con que hay que llamarte



ULISES

Nadie: ¿por qué favor tengo que alabarte?



CÍCLOPE

De todos tus compañeros el último te devoraré.



SILENO

Buen favor haces al extranjero, Cíclope.

CÍCLOPE

Tú, ¿qué haces? ¿Te bebes el vino a escondidas?



SILENO

No, ha sido que el cántaro me ha dado un beso porque estoy guapo.



CÍCLOPE

Vas a llorar por besar al vino que no te quiere besar.



SILENO

Por Zeus, que dice que me quiere porque soy guapo.



CÍCLOPE

¡Echa! Lléname la copa. Dámelo ya.



SILENO

¿Cómo está de temperado? Ea, ¿me dejas que lo vea?



CÍCLOPE

¡Me matas! Dámelo así.



SILENO

No, por Zeus, mientras no te vea

coger una corona, y probaré un poco



CÍCLOPE

Malo es el copero.



SILENO

No, por Zeus, sino bueno el vino.

Suénate las narices para que tomes de beber.



CÍCLOPE

Mira, limpios están mis labios y los pelos míos.



SILENO

Pon ahora el codo con gracia y después bebe,

según me ves bebiendo... y no me ves.



CÍCLOPE

¡Ah, ah! ¿Qué haces?



SILENO

Bien me ha sabido esta copa grande.



CÍCLOPE

Toma, extranjero, sé tú mi copero.



ULISES

La viña tiene conocimiento con mi mano.



CÍCLOPE

Vamos, echa ahora.



ULISES

Echo, pero cállate.



CÍCLOPE

Cosa difícil mandas para quien ha bebido mucho.

ULISES

Toma, bebe y no dejes nada.

Con el vino tiene que acabar el que da esos tragos.



CÍCLOPE

¡Ah! ¡Ingeniosa es la cepa!



ÜLISES

Y si bebes a tragos mucho para mucha comida,

humedeciendo tu vientre sin sed, para el sueño es.

Y si interrumpes, Baco te deja flaco.



CÍCLOPE

¡Ay, ay!

Empiezo a cabecear: sin mezcla fue el gusto.

El cielo me parece que mezclado

con la tierra da vueltas, y el trono de Zeus

veo y toda la santa religión de los dioses.

No besaría... mas las gracias me tientan.

Bastante descansaría teniendo a ese Ganimedes,

¡por las gracias! Me gustan

más los mancebos que las muchachas.



SILENO

¿Yo soy el Ganimedes de Zeus, Cíclope?



CÍCLOPE

Sí por Zeus, que le rapto yo de la tierra de Dárdano.



SILENO

Estoy perdido, muchachos, voy a sufrir horribles males.



CÍCLOPE

¿Pones peros a tu amante y te ríes de él porque está bebido?



SILENO

¡Ay de mí, que pronto voy a yer un vino amarguísimo!



ULISES

¡Vamos, hijos de Dioniso, nobles muchachos!

Dentro está el hombre. Entregado al sueño,

pronto de su criminal gaznate echará la carne,

que ya el madero en el corral está echando humo.

Se prepara nada menos que a quemar el ojo del Cíclope,

pero has de ser hombre.



CORIFEO

Voluntad de roca y de diamante tendremos.

Mas corre a la casa, antes que mi padre sufra

cosas horribles, que ya nos tienes aquí dispuestos.



ULISES

¡Hefesto, rey del Etna, de tu mal vecino

quema el ojo brillante y quítatelo de en medio de una vez!

¡Y tú, hijo de la Noche negra, Sueño,

ven sin mezcla sobre este animal odioso,

y que no muera Ulises mismo y los marineros

a manos de un hombre que nada se preocupa de los dioses ni de los [hombres!

Si no, habrá que pensar que la Fortuna es divina,

y que las cosas divinas a la Fortuna son inferiores.



CORO

El cuello agarrará

con fuerza el cangrejo

del que devora a los forasteros, y pronto con el fuego

quemará su luciente iris:

ya el madero carbonizado

se esconde en la ceniza, de encina inmenso retoño:

Mas ea, Marón, hágase:

sea arrancado el ojo del enloquecido

Cíclope, para que beba en mala hora.

Yo a Baco, el que ama las coronas de yedra,

al deseable, quiero ver,

y dejar las soledades del Cíclope.

¿Mas llegaré hasta eso?



ULISES

Callaos, por los dioses, animales; estaos quietos,

y poned paz en el quicio de vuestra boca. Ni respirar os dejaré,

ni que haga un guiño ni que escupa nadie,

para que no se despierte ese monstruo antes que del ojo

del Cíclope la vista se borre con el fuego.



CORIFEO

Callémonos y traguémonos el resuello de nuestras bocas.



ULISES

Ea, pues, a coger con vuestras manos el madero

allá dentro, que ya está bien rojo.



CORIFEO

¿No dirás quienes tienen que coger primero

la estaca ardiendo y quemar el ojo

del Cíclope? Para que gocemos de esta fortuna.



SEMICORO

Nosotros estamos demasiado lejos, junto a la puerta,

para meter el fuego en su ojo.



SEMICORO

Nosotros nos hemos quedado cojos hace un momento.



SEMICORO

Lo mismo nos pasa a nosotros, y las piernas

mientras aquí estamos se nos han distendido no sé por qué.



ULISES

¿De pie se os han distendido?



SEMICORO

Y los ojos

se nos han llenado de polvo o de ceniza de no sé dónde.



ULISES

Hombres cobardes éstos, cobardes aliados.



CORIFEO

¿Porque me compadezco de mi espalda y mi rabadilla

y no quiero echar las muelas

a palos, lo tomas a mal?

Pero yo sé un buen encanto de Orfeo

para que el madero por sí marche

a la cabeza y se encaje en el único ojo del hijo de la Tierra.



ULISES

Ya sabía yo que ése era tu natural,

y ahora lo sé mejor. De mis propios amigos

habré de servirme. Si nada puedes con tu brazo,

animadnos llevando el compás, para que valor

los amigos con tus ritmos tengamos.



CORIFEO

Así lo haré: en cabeza ajena me las den todas.

Que con mis voces achicharren al Cíclope.



CORO

¡Eh, eh!

Empujad valientes, adelante,

quemadle la ceja

al monstruo que devora a los huéspedes.

Quemadle, abrasadle,

al pastor del Etna.

Dale vueltas, tira, mira, no sea que loco de dolor

te haga alguna tontería.



CÍCLOPE

¡Ay de mí, que me han hecho carbón mi ojo relampagueante!



CORIFEO

Hermoso himno. ¡Cántamelo, Cíclope!



CÍCLOPE

¡Ay de mí, que me han engañado, me han matado!

Mas no os encaparéis de esta roca

contentos. Nadie, porque en la puerta

me pongo de esta cueva y os echaré mano.



CORIFEO

¿Qué gritas, Cíclope?



CÍCLOPE

¡Muerto soyl



CORIFEO

Feo estás.



CÍCLOPE

Y además desgraciado.



CORIFEO

¿Es que te has caído borracho en las ascuas?



CÍCLOPE

Nadie me ha matado.

CORIFEO

¿Nadie entonces te ha molestado?



CÍCLOPE

Nadie me ha cegado mi ojo.



CORIFEO

¿Entonces no estás ciego?



CÍCLOPE

Así tú lo estuvieras.



CORIFEO

¿Y cómo es que nadie te ha cegado?



CÍCLOPE

Te burlas. ¿Dónde está Nadie?



CORIFEO

En ninguna parte, Cíclope.



CÍCLOPE

El extranjero, para que te enteres bien, me ha matado;

el maldito, que con darme bebida me ha hundido.



CORIFEO

El vino es terrible, y malo de resistir.



CÍCLOPE

¡Por los dioses!, ¿han huido o están dentro de casa?



CORIFEO

En silencio éstos al abrigo de la roca

agarrados están.



CÍCLOPE

¿De qué lado?



CORIFEO

A tu derecha.



CÍCLOPE

¿Dónde?



CORIFEO

Junto a la misma roca.

¿Los alcanzas?



CÍCLOPE

Desgracia sobre desgracia. La cabeza

del golpe me he roto.



CORIFEO

¿Qué, se te han escapado?



CÍCLOPE

¿No dices que estaban de esta parte?





CORIFEO

No, de ésta digo.



CÍCLOPE

¿Dónde?



CORIFEO

Da la vuelta, hacia allá, a la izquierda.



CÍCLOPE

¡Ay, os reís de mí! Me hacéis burla en la desgracia.



CORIFEO

De ninguna manera, sino que delante de ti está Nadie.



CÍCLOPE

Malvado, ¿dónde estás?



ULISES

Lejos de ti,

que buena guardia pongo a Ulises.



CÍCLOPE

¿Qué dices? ¿Has cambiado de nombre y le dices nuevo?



ULISES

Ulises es el que me puso mi padre.

Me tenías que pagar la pena por tu impío banquete;

pues en vano habríamos quemado Troya

si no te hubiera castigado por el asesinato de mis compañeros.



CÍCLOPE

¡Ay, ay! Se cumple un viejo oráculo,

que decía que a manos tuyas perdería la vista

cuando volvieras de Troya, pero tú también

anunció que pagarías la pena por ello

navegando mucho tiempo en el mar.



ULISES

Que gimieras te deseé y cumplí lo que anunciara,

que yo me voy a la orilla, y la nave

meteré en el mar de Sicilia hacia mi patria.



CÍCLOPE

No, porque arrancaré esta roca

y te la arrojaré para machacarte con tus marineros.

Me voy hacia allá arriba, aunque estoy ciego,

y entraré por mi pie en este pasadizo.



CORIFEO

Y nosotros, que marineros de Ulises

somos, en lo sucesivo volveremos a servir a Baco.


FIN





enero 17, 2011

LA MUERTE / POR ENRIQUE ANDERSON IMBERT

La muerte

Enrique Anderson Imbert*



La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.

-¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha.

-Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.

-Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!

-No, no tengo miedo.

-¿Y si levantaras a alguien que te atraca?

-No tengo miedo.

-¿Y si te matan?

-No tengo miedo.

-¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e.

La automovilista sonrió misteriosamente.

En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.


*Enrique Anderson Imbert, (Córdoba, 1910 - Buenos Aires, 2000) Narrador y crítico literario argentino, autor de un ensayo fundamental, Historia de la literatura hispanoamericana (1954) y de cuentos breves reunidos en diversas antologías.
Anderson Imbert estudió Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Buenos Aires y fue discípulo de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña. Inició tempranamente su labor narrativa con Vigilia (1934), que sería reeditada con su novela Fuga en 1963. Ejerció la docencia en las universidades estadounidenses de Harvard y Michigan, como profesor de literatura hispanoamericana, y destacó por sus ensayos y críticas.
En 1967 ingresó en la Academia Americana de Artes y Ciencias y en 1978 fue nombrado miembro de la Academia Argentina de las Letras, de la que ejerció la vicepresidencia entre 1980 y 1986. En 1994 fue finalista del premio Cervantes.
Sus cuentos se sitúan en una zona entre lo fantástico y el realismo mágico: El gato de Cheshire (1965), La locura juega al ajedrez (1971) y La botella de Klein (1975). Recopiló sus ficciones en El mentir de las estrellas (1979).
Entre su producción ensayística cabe citar Tres novelas de Payró con pícaros en tres miras (1942), La crítica literaria contemporánea (1957), Crítica interna (1960), La originalidad de Rubén Darío (1968), El realismo mágico y otros ensayos (1976) y El arte del cuento (1978).