ARMANDO ARTEAGA:
HISTORIA ÍGNEA.
Por Róger Santiváñez.
1.
Una fresca noche de enero de 1974 me hallaba caminando por la Colmena con el viejo y querido poeta Félix Puescas Montero –bohemio piurano sobreviviente de la generación del 50, por entonces afincado en Lima- a quien había conocido de pura casualidad, al encontrarnos en la puerta de la casa del joven poeta Isaac Rupay, miembro de la generación juvenil de Hora Zero en su primer momento (1970-1973) y que moriría en abril de ese mismo año debido a un problema congénito en el corazón. Alguien –pretendiendo hacerle una broma de pésimo gusto- había hecho anunciar en el periódico un recital de poesía en la casa paterna de Rupay, sita en Barranco. Hasta allí llegué yo con mis adolescentes 17 años. Isaac Rupay –visiblemente demacrado- tuvo la gentileza de hacernos entrar –a Félix Puescas y a mí- para explicarnos que se trataba de una mala pasada. Yo conocía el nombre de Isaac Rupay, pues había aparecido como Director del primer número de la revista La Tortuga Ecuestre y además entre los jóvenes integrantes de Hora Zero en su tabloide de marzo de 1973. Igualmente como Director de Eros, en cuyo mítico y único número uno (1973) figuran –también- Santiago López Maguiña, Maria Emilia Cornejo, José Cerna y Enrique Verástegui, quien en su poema habla de Armando Arteaga. Cabe recordar que –a la sazón- Cerna y Verástegui habían renunciado a su militancia en Hora Zero y junto a López formaban una especie de célula muy interesada en los estudios estructuralistas, de gran boga en esa época.
De regreso de Barranco –en uno de los legendarios micros verdes de la 73-M- es que caminaba por la Colmena –hacia el bar Palermo- guiado por Félix Puescas, a quien me unió ipso-facto una gran camaradería. Cuando estábamos a la altura del restaurant Tívoli (frente al hotel Bolívar) se apareció ante nosotros un muchacho de largo y negro pelo lacio, rostro moreno y cuadrados lentes plateados. Blue-jean boca-ancha, botines y camisa de algodón con el pecho abierto. "Te presento a Armando Arteaga" –dijo Félix. Yo recordaba ese nombre: por el poema de Verástegui en Eros y lo había leído también en La Tortuga Ecuestre, segundo número que –por cierto- esta vez había salido con el sitio correspondiente al Director en blanco. A partir del tercer número es que Gustavo Armijos asumiría la dirección como es hasta hoy día. Armando Arteaga nos dijo que en unos breves minutos se acercaría por el Palermo. Y se perdió entre el maremágnum de la Colmena a eso de las 7.30 de la noche. Con Félix Puescas nos sentamos en una mesa del lado izquierdo del amplio bar con piso de aserrín y pronto estábamos en compañía de unos entusiastas jóvenes poetas que hablaban de publicar una nueva revista de poesía.: Fredy Roncalla, Guillermo Falconí y Juan Carlos Lázaro. A los que se sumó Armando Arteaga que ya había llegado. Esa revista se llamó Cronopios y salió en julio de 1974, dirigida por JC Lázaro. Podría decirse que –a la sazón- este era el grupo de los poetas novísimos de Lima –nómina que completaríamos con Luís Alberto Castillo, Enrique Sánchez Hernani y Bernardo Rafael Álvarez- aparecidos inmediatamente después del Movimiento Hora Zero y aunque bajo cierta influencia de su onda poética, ellos reclamaban no pertenecer a sus filas. Armando Arteaga había debutado en el suplemento Dominical de "El Comercio" en junio de 1972, en una de las entregas semanales de poesía joven que editaba allí el crítico Abelardo Oquendo.
Por esos días del verano de 1974 Armando Arteaga me entregó una plaquette llamada Cuadernos de Berlioz en la que venía El Oro de Acapulco compuesto por poemas de Luís La Hoz y Oscar Aragón. Y muy pronto me llevó a una fiesta en casa de Elsa Sánchez León –a quien no dudo en considerar la musa inspiradora de esta generación- donde me uní al grupo para publicar una plaquette La Peca de la Jirafa (julio de 1974) y posteriormente la revista Auki (1975-76) que tuvo entre sus aciertos reivindicar a Luís Hernández, redescubrir a Guillermo Chirinos Cúneo y lanzar al entonces novel narrador Zeín Zorrilla, quien estudiaba en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) al igual que Armando Arteaga. Fue el momento de las inolvidables reuniones en casa del poeta Luís La Hoz y Marilyn Palacio en el parque Las Mimosas de Barranco y el vagabundeo por los acantilados y la vieja casona de Abraham Valdelomar. Armando Arteaga llegaba con su inseparable musa de aquellos días Amparo Cuadros y culminábamos en el bar S.O.S. de La Herradura –literalmente- a las puertas del cielo escuchando a Gigliola Cinquietti frente al mar con un chilcano en el corazón. Y la vida entonces no tenía límites para fundirse con la poesía en una sola experiencia que nos liberara.
2.
Pasaron los años. Armando Arteaga publicó en 1986 su primer libro Callejón sin salida en el que –desde el título- notamos una situación sin solución. El poeta auténtico –en el Perú- nunca va a congraciarse con el sistema establecido. Jamás será cómplice de la injusticia y la explotación. Es así que Armando Arteaga opta por la marginalidad. Se refugia en pequeñas revistas como Maestra Vida y Penélope –junto a Mario Wong o Max Castillo, out-siders como él- y ya graduado de arquitecto, se dedica a colaborar con innumerables comunidades campesinas a lo largo y lo ancho de nuestro país. Y siempre
escribiendo poesía, para volver a su querido centro de Lima de toda la vida a sentarse en cualquier bar de Quilca –con un trago en la mano- ya en los 90's rodeado por los viejos amigos y los nuevos poetas jóvenes a quienes seduce con la magia de su saber y su
nostalgia.
Esa es –creo- la palabra clave de Terra Ignea el libro que ahora publica Armando Arteaga. Para comenzar el poemario trae textos escritos desde 1969-70 en adelante, ofreciendo una sensibilidad de tipo anarquista-hippie vinculada al rock de aquel tiempo y encuadrada aún en la Guerra fría pero sin dejar de reivindicar su concreta situación peruana: Y alguien dijo: / -!El indio, el pelucón se queda! / Y pasé la noche entre 4 paredes. La rebeldía juvenil y la militancia política universitaria aunadas al amor vivido entre parques y playas y los libros que nos van descubriendo el funcionamiento del mundo y la sociedad; todo esto informa la poesía de Armando Arteaga tiñendo la realidad de una pátina de nostalgia infinita –como dice el poeta- en la que sólo la cultura y la liberación podrán darle sentido a la experiencia. Por eso desfilan ante nosotros muchísimas referencias culturales, pero siempre con una postura crítica y/o irónica –como el joven que se apropia del objeto cultural pero simultáneamente se burla de él- finalmente asumida con humor y saludable visión anarquista:
Te dije: "Bajemos a caminar afuera un
rato" "o tirémonos por
la ventana"
Visión poética y locura personal. Esos son los ingredientes con los cuales se ha salvado Armando Arteaga del oprobio de la sociedad peruana. He allí su triunfo. Y para ello ha echado mano al arsenal de su talento, hábilmente abrevado en el habla cotidiana y popular de las calles y barrios de Lima. Una fresca coloquialidad invade todo el libro e incluso hay momentos de directa jerga: (manyando el estofao) –dice en un poema, pero no se queda allí: Arteaga es un poeta que sabe combinar su afecto por el arte de vanguardia con la dura realidad de la miseria y la lucha por la vida en Latinoamérica,
como queda hermosamente testimoniado en Tacora Motors sobre el famoso Mercado clandestino de auto-partes.
Armando Arteaga –en su libro- proyecta la imagen del joven que hace el aprendizaje de su limpieza a través de los libros –la cultura y el arte- descubriendo luego la lucha de clases con su feroz violencia. Participa en ella –naturalmente- del lado de los desposeídos y explotados, recorriendo diversas zonas del país ( este fracaso de ser peruanos) –dice, pero siempre lo salvará el amor –el recuerdo de su hija Marisel Alejandra (primer nombre colocado en homenaje al lindo poema de Juan Gonzalo Rose) y la nostalgia de su amor por la denominada Negra en el poema a (patchuly), Alina, o la riobambina Ceci entre las varias musas que desfilan entre la soledad básica y primordial del poeta. Una soledad que lo lleva a deambular por la ciudad, pasear por los muelles y malecones junto al mar de Lima y sentir la terrible nostalgia de todo lo que se perdió para siempre, de todo lo que ya no existe, pero que él recupera con el hechizo de su evocación poética: Yo te quería en ese verano de 1976.
Dentro de las muchas marcas culturales de esta poesía tiene un lugar especial el movimiento del pop-art nortamericano, como cuando dice: UNA MUCHACHA FRESCA / CON SU HELADO DE FRESA en inmejorables versos de indudable belleza plástica. Y así la preocupación por el destino del Perú como nación –como pueblo- que nos asalta casi en cada poema. (cholitos de mierda)-dice, pero sin perder jamás el humor y la alegría de jugar con las palabras, manteniéndose en ese borde del lenguaje y el sinsentido: Poesía barroca, maroca, locota.. Y –por supuesto- las fechas que marcaron a la generación del 70, como la del golpe fascista de Pinochet contra el presidente Salvador Allende en 1973: volviste a recordar / conmigo / esta mañana / del 11 de septiembre. Las películas de la época, están también hábilmente enhebradas al discurso poético. Como buen habitué de cine-club Armando Arteaga cita Zabriskie Point, Acorazado Potemkim, Blow up, y – de hecho- a Eric Burdon y War y la emblemática Black Magic Woman de Santana. Full 70's.
Terra Ignea queda pues como un bello testimonio poético de la contra-cultura que ha marcado buena parte de nuestra historia social desde 1970 para acá. Armando Arteaga ha sabido pulir durante todos estos años sus versos, para entregarnos esta tierra roja, hirviente o quemante en la que él siempre ha vivido
perdido / en el espacio histórico /
de tu cuerpo pero de todos modos lúcido, sin abandonar ni un
instante su definitivo y radical compromiso con la poesía.
Como él mismo lo declara en un poema:
Yo, mientras, tanto escribo.
Es jodido escribir así.
Pero es mi único oficio y no hay más.
Okey Armando. Un par por eso. Siempre.
Róger SantiváñezCollingswood, New Jersey, a orillas del río Cooper.
12 de noviembre del 2003
Una fresca noche de enero de 1974 me hallaba caminando por la Colmena con el viejo y querido poeta Félix Puescas Montero –bohemio piurano sobreviviente de la generación del 50, por entonces afincado en Lima- a quien había conocido de pura casualidad, al encontrarnos en la puerta de la casa del joven poeta Isaac Rupay, miembro de la generación juvenil de Hora Zero en su primer momento (1970-1973) y que moriría en abril de ese mismo año debido a un problema congénito en el corazón. Alguien –pretendiendo hacerle una broma de pésimo gusto- había hecho anunciar en el periódico un recital de poesía en la casa paterna de Rupay, sita en Barranco. Hasta allí llegué yo con mis adolescentes 17 años. Isaac Rupay –visiblemente demacrado- tuvo la gentileza de hacernos entrar –a Félix Puescas y a mí- para explicarnos que se trataba de una mala pasada. Yo conocía el nombre de Isaac Rupay, pues había aparecido como Director del primer número de la revista La Tortuga Ecuestre y además entre los jóvenes integrantes de Hora Zero en su tabloide de marzo de 1973. Igualmente como Director de Eros, en cuyo mítico y único número uno (1973) figuran –también- Santiago López Maguiña, Maria Emilia Cornejo, José Cerna y Enrique Verástegui, quien en su poema habla de Armando Arteaga. Cabe recordar que –a la sazón- Cerna y Verástegui habían renunciado a su militancia en Hora Zero y junto a López formaban una especie de célula muy interesada en los estudios estructuralistas, de gran boga en esa época.
De regreso de Barranco –en uno de los legendarios micros verdes de la 73-M- es que caminaba por la Colmena –hacia el bar Palermo- guiado por Félix Puescas, a quien me unió ipso-facto una gran camaradería. Cuando estábamos a la altura del restaurant Tívoli (frente al hotel Bolívar) se apareció ante nosotros un muchacho de largo y negro pelo lacio, rostro moreno y cuadrados lentes plateados. Blue-jean boca-ancha, botines y camisa de algodón con el pecho abierto. "Te presento a Armando Arteaga" –dijo Félix. Yo recordaba ese nombre: por el poema de Verástegui en Eros y lo había leído también en La Tortuga Ecuestre, segundo número que –por cierto- esta vez había salido con el sitio correspondiente al Director en blanco. A partir del tercer número es que Gustavo Armijos asumiría la dirección como es hasta hoy día. Armando Arteaga nos dijo que en unos breves minutos se acercaría por el Palermo. Y se perdió entre el maremágnum de la Colmena a eso de las 7.30 de la noche. Con Félix Puescas nos sentamos en una mesa del lado izquierdo del amplio bar con piso de aserrín y pronto estábamos en compañía de unos entusiastas jóvenes poetas que hablaban de publicar una nueva revista de poesía.: Fredy Roncalla, Guillermo Falconí y Juan Carlos Lázaro. A los que se sumó Armando Arteaga que ya había llegado. Esa revista se llamó Cronopios y salió en julio de 1974, dirigida por JC Lázaro. Podría decirse que –a la sazón- este era el grupo de los poetas novísimos de Lima –nómina que completaríamos con Luís Alberto Castillo, Enrique Sánchez Hernani y Bernardo Rafael Álvarez- aparecidos inmediatamente después del Movimiento Hora Zero y aunque bajo cierta influencia de su onda poética, ellos reclamaban no pertenecer a sus filas. Armando Arteaga había debutado en el suplemento Dominical de "El Comercio" en junio de 1972, en una de las entregas semanales de poesía joven que editaba allí el crítico Abelardo Oquendo.
Por esos días del verano de 1974 Armando Arteaga me entregó una plaquette llamada Cuadernos de Berlioz en la que venía El Oro de Acapulco compuesto por poemas de Luís La Hoz y Oscar Aragón. Y muy pronto me llevó a una fiesta en casa de Elsa Sánchez León –a quien no dudo en considerar la musa inspiradora de esta generación- donde me uní al grupo para publicar una plaquette La Peca de la Jirafa (julio de 1974) y posteriormente la revista Auki (1975-76) que tuvo entre sus aciertos reivindicar a Luís Hernández, redescubrir a Guillermo Chirinos Cúneo y lanzar al entonces novel narrador Zeín Zorrilla, quien estudiaba en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) al igual que Armando Arteaga. Fue el momento de las inolvidables reuniones en casa del poeta Luís La Hoz y Marilyn Palacio en el parque Las Mimosas de Barranco y el vagabundeo por los acantilados y la vieja casona de Abraham Valdelomar. Armando Arteaga llegaba con su inseparable musa de aquellos días Amparo Cuadros y culminábamos en el bar S.O.S. de La Herradura –literalmente- a las puertas del cielo escuchando a Gigliola Cinquietti frente al mar con un chilcano en el corazón. Y la vida entonces no tenía límites para fundirse con la poesía en una sola experiencia que nos liberara.
2.
Pasaron los años. Armando Arteaga publicó en 1986 su primer libro Callejón sin salida en el que –desde el título- notamos una situación sin solución. El poeta auténtico –en el Perú- nunca va a congraciarse con el sistema establecido. Jamás será cómplice de la injusticia y la explotación. Es así que Armando Arteaga opta por la marginalidad. Se refugia en pequeñas revistas como Maestra Vida y Penélope –junto a Mario Wong o Max Castillo, out-siders como él- y ya graduado de arquitecto, se dedica a colaborar con innumerables comunidades campesinas a lo largo y lo ancho de nuestro país. Y siempre
escribiendo poesía, para volver a su querido centro de Lima de toda la vida a sentarse en cualquier bar de Quilca –con un trago en la mano- ya en los 90's rodeado por los viejos amigos y los nuevos poetas jóvenes a quienes seduce con la magia de su saber y su
nostalgia.
Esa es –creo- la palabra clave de Terra Ignea el libro que ahora publica Armando Arteaga. Para comenzar el poemario trae textos escritos desde 1969-70 en adelante, ofreciendo una sensibilidad de tipo anarquista-hippie vinculada al rock de aquel tiempo y encuadrada aún en la Guerra fría pero sin dejar de reivindicar su concreta situación peruana: Y alguien dijo: / -!El indio, el pelucón se queda! / Y pasé la noche entre 4 paredes. La rebeldía juvenil y la militancia política universitaria aunadas al amor vivido entre parques y playas y los libros que nos van descubriendo el funcionamiento del mundo y la sociedad; todo esto informa la poesía de Armando Arteaga tiñendo la realidad de una pátina de nostalgia infinita –como dice el poeta- en la que sólo la cultura y la liberación podrán darle sentido a la experiencia. Por eso desfilan ante nosotros muchísimas referencias culturales, pero siempre con una postura crítica y/o irónica –como el joven que se apropia del objeto cultural pero simultáneamente se burla de él- finalmente asumida con humor y saludable visión anarquista:
Te dije: "Bajemos a caminar afuera un
rato" "o tirémonos por
la ventana"
Visión poética y locura personal. Esos son los ingredientes con los cuales se ha salvado Armando Arteaga del oprobio de la sociedad peruana. He allí su triunfo. Y para ello ha echado mano al arsenal de su talento, hábilmente abrevado en el habla cotidiana y popular de las calles y barrios de Lima. Una fresca coloquialidad invade todo el libro e incluso hay momentos de directa jerga: (manyando el estofao) –dice en un poema, pero no se queda allí: Arteaga es un poeta que sabe combinar su afecto por el arte de vanguardia con la dura realidad de la miseria y la lucha por la vida en Latinoamérica,
como queda hermosamente testimoniado en Tacora Motors sobre el famoso Mercado clandestino de auto-partes.
Armando Arteaga –en su libro- proyecta la imagen del joven que hace el aprendizaje de su limpieza a través de los libros –la cultura y el arte- descubriendo luego la lucha de clases con su feroz violencia. Participa en ella –naturalmente- del lado de los desposeídos y explotados, recorriendo diversas zonas del país ( este fracaso de ser peruanos) –dice, pero siempre lo salvará el amor –el recuerdo de su hija Marisel Alejandra (primer nombre colocado en homenaje al lindo poema de Juan Gonzalo Rose) y la nostalgia de su amor por la denominada Negra en el poema a (patchuly), Alina, o la riobambina Ceci entre las varias musas que desfilan entre la soledad básica y primordial del poeta. Una soledad que lo lleva a deambular por la ciudad, pasear por los muelles y malecones junto al mar de Lima y sentir la terrible nostalgia de todo lo que se perdió para siempre, de todo lo que ya no existe, pero que él recupera con el hechizo de su evocación poética: Yo te quería en ese verano de 1976.
Dentro de las muchas marcas culturales de esta poesía tiene un lugar especial el movimiento del pop-art nortamericano, como cuando dice: UNA MUCHACHA FRESCA / CON SU HELADO DE FRESA en inmejorables versos de indudable belleza plástica. Y así la preocupación por el destino del Perú como nación –como pueblo- que nos asalta casi en cada poema. (cholitos de mierda)-dice, pero sin perder jamás el humor y la alegría de jugar con las palabras, manteniéndose en ese borde del lenguaje y el sinsentido: Poesía barroca, maroca, locota.. Y –por supuesto- las fechas que marcaron a la generación del 70, como la del golpe fascista de Pinochet contra el presidente Salvador Allende en 1973: volviste a recordar / conmigo / esta mañana / del 11 de septiembre. Las películas de la época, están también hábilmente enhebradas al discurso poético. Como buen habitué de cine-club Armando Arteaga cita Zabriskie Point, Acorazado Potemkim, Blow up, y – de hecho- a Eric Burdon y War y la emblemática Black Magic Woman de Santana. Full 70's.
Terra Ignea queda pues como un bello testimonio poético de la contra-cultura que ha marcado buena parte de nuestra historia social desde 1970 para acá. Armando Arteaga ha sabido pulir durante todos estos años sus versos, para entregarnos esta tierra roja, hirviente o quemante en la que él siempre ha vivido
perdido / en el espacio histórico /
de tu cuerpo pero de todos modos lúcido, sin abandonar ni un
instante su definitivo y radical compromiso con la poesía.
Como él mismo lo declara en un poema:
Yo, mientras, tanto escribo.
Es jodido escribir así.
Pero es mi único oficio y no hay más.
Okey Armando. Un par por eso. Siempre.
Róger SantiváñezCollingswood, New Jersey, a orillas del río Cooper.
12 de noviembre del 2003
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