enero 19, 2006

REVISTA HONTANAL

POEMA PUBLICADO EN LA REVISTA
HONTANAL













MEDITACION
DE
J.A. PALACIOS
EN LEIPNITZ
(O EN LEIBNIZ) *


Hace dos años y en este invierno
en mi recuerdo,
ese invierno más puto y en el viejo edificio
de los estudiantes
con las citas de Trosky en las paredes y Eliécer
que llegaba tarde por las noches metiendo lío y no
de otra manera, amigo Karl
cada vez era más difícil conversar con Ud. de política
y no era para menos, sólo
se animaba al escuchar esos blues con Charlie Parker
o con una buena botella de pisco sour, y fue así
ahora lo comprendo,
y es que Ud. estaba extenuado de tanta miseria.


Creo que para entonces era cuando Ud. se decidía
(por algo
-y tocaba mi puerta-
y no lo olvido, en la entrada
con su terno color marrón oscuro
y sus ojos negros mirándome sorprendido
cuando yo le leía unos versos de Michaux o Ungaretti
hasta que derrepente nos invadía un silencio de telarañas
y todo era como los axólotl en el acuario.


Y entonces,
salíamos de la ciudad de psyché a caminar
porque a estas alturas ya se nos había terminado
(la cajetilla
de ducales.


Y Ud., amigo Karl, era
“como la sombra de algo raro
con las manos en los bolsillos y su chalina matosa”
acompañándome por estas calles frías
bajo el puente del Rímac
lo veo y lo recuerdo, porque hay un a plazuela
aquí, un grifo de kerosén, un riel, un zaguán
un andamio allá, un acopio de ladrillos
de maderas y de objetos que serpean
y más lejos aún
cuando a veces terminábamos en un bar de Cinco Esquinas
equivalentes porque queríamos llegar a un mismo paraje
con nuestras verdades, etcétera...

Armando Arteaga. Nació en 1952.
Estudia Arquitectura
.
- - -

* Publicado en la Revista HONTANAL (Artes y Letras).
Primer Trimestre/ L-10-03-1971.
Director: Roberto Rosario
.

* Nota:
Poema publicado en la revista Hontanal N- 3, Marzo, 1973.

Hay en este poema una referencia al destierro voluntario del escitor chimbotano Antonio Salinas:  J.A. Palacios (en realidad, José Antonio Palacios Salinas) por Europa,  y a la imperiosa necesidad de aquellos años de la integración europea que se impulsara desde los tiempos de Leibniz que curiosamente nació también en Leipzig, destino que J.A. Palacios quería visitar (existen varias cartas de J.A. Palacios a Arteaga), ambos por ese entonces discutían las viejas ideas dejadas por Leibniz : unir Europa, y formar una organización política ecuménica al servicio de la civilización y de la ciencia que respondiera a un nuevo orden cósmico e interpretado desde una creación libre. Y varios fantasmas recorren también el poema: Marx, Trosky, los blues de Charlie Parker, los poetas Michaux y Ungaretti.

J.A. Palacios publicaría después su único libro de cuentos El bagre partido (1985)con el seudónimo de Antonio Salinas, y falleció el martes 30 de setiembre de 1997 en París. Se han publicado después de Antonio Salinas un conjunto de cuentos que dejó inéditos. J.A. Palacios estudió en el Club de Teatro de Lima con Reynaldo D’Amore, y fueron compañeros de estudios entre otros: Armando Arteaga, Nelsón Castañeda, Fernando Ampuero, Miguel Pérez, Rafael Alvan, Roberto Moll, Gilberto Torres, entre otros (1969-1971).


POEMAS PUBLICADOS EN EL DOMINICAL (EL COMERCIO)

Dibujo: Emilio Hernandez
poemas de
ARMANDO ARTEAGA

Armando Arteaga nació en
Piura hace 20 años. Estudió
cine y teatro. Actualmente es-
tudia Arquitectura en la Uni-
verdidad de Ingeniería y tam-
bién idiomas en la U. Católica.


Prohibido estacionarse

Yo estuve en la Primavera de Praga
lanzando Manifiestos
& ví avanzar esa mañana los tanques soviets.
& en Mayo/ Godard
es la proa de un navío, con Gregory Corso
contemplando la noche & pidiéndonos cigarrillos
& latas de conservas
que arrojamos por el boulevard Saint Germain.
& amé
bajo el otoño, a Grace/ cuerpo de fagot que gustaba de Bob Dylan
& de las Matemáticas.
Cuando los mariners invadieron Santo Domingo/ íbamos a 100 por hora
en auto-stop:
desde el mar de La Punta a Machu-Picchu, hasta Estambul
vagabundeando, la soledad es inútil como el SMO.
Nos embarcamos en un camión: kábala
ponchos melenas blue-jeans botas & oro de Acapulco.
Joyce
& e.e. cummings .
Hart
& Geraldine.
En busca de refugio/ golondrinas que no hacen verano.
& todo porque aún
no ha llegado el día de los parias:
Cristo & Marx.
Tao & Popol Vuh.
& después de caminar unos cuantos kmts., bebiendo té
habitando los edificios imaginarios
o escribiendo estos versos como ramos de flores.
& tenemos el rostro asoleado en la Pza. Sn. Martín


Canción beat al estilo Mosoh Marka

En qué ork’o de entonces resides todavía, dime
Kusi Qoyllur, a vos no te lloraba un mak’tillo en el suburbio?
No Kusi Qoyllur:
Si yo sería como saywa en este calendario
mal haya toro, si me hubiesen parido en Torkok’ocha
mis wawakis serían para tí, ven pak’cha
vuela tuyay vuela hasta el ishu, consuela
mi k’ocha, no sé llorar.
Rama de k’opayso y retama soy
dansak’ que huye soy como Jack Kerouac
que voy de pasña en pasña:
-Ay tiempo, tiempo.
Conviérteme en shilla, abandóname como pichuicha triste
en los verdes laberintos de K’enwa
deja que los chaschas me ladren las noches de luna en K’ello-K’ello
que los waynas, una, dos, tres..., cién veces me arrojen sus wikullos,
si es posible dame la muerte, mírame Kusi Qoyllur
no permitas que sea flor de k’antú
picaflor seré que se desangre.


Cinema de Recit/
II Estaciones/
Den Nas Kazdodenny/
En el Movimiento Art Nouveau


Trato de mirar distraídamente el libro de Gerhard Zwerwnz
y sólo esta muchacha de frente o de perfil por la neblina inmóvil
permanece ahí, pegada al muro –es la imagen- del equilibrio, de la lluvia
que desde calle Olaechea 370 regresa hasta trepar ese ómnibus de
(la línea 60
y vuelva a sentarse sobre la banca de algún parque, & languidece-
dibujada, con las piernas cruzadas y el busto erguido y el pelo a la deriva.
Sobre las hojas de los árboles, cuando un viento lacera la tarde, hace el
(amor
y no la guerra, ella tratará de explicarse la pequeñez de este pequeño
(mundo
se hará las mismas interrogantes que yo, y este grito
será explicado por las ideas que transforman la época y
no por el smog de los domingos que recorre la ciudad.

Blow Up

Este poema:
te amo, te amo/ ese inmenso eco de mi voz al comenzar/ termina
en una esquina, y va ululante entre la multitud de Larco a Tacora
y un gesto nos acompañará en el instante mismo de cerrar una página más
del tiempo perdido, o en el Arco del Triunfo:
Los estudiantes de la U.N.I., –los de Cambridge, entonaremos baladas
de folk y de protesta, de esta manera iremos saliendo
de las contradicciones:
así el viejo Einstein como Marcuse entrará a la onda de los Hells’s Angels.
No. Algo más; yo estaré dibujándote en otro lugar/ en paredes de ebonita
y clandestinamente con tu abrigo de musgo.

(Publicado en El Dominical/ El Comercio, 04-Junio-1972).

enero 09, 2006

"EL BAGRE PARTIDO" DE ANTONIO SALINAS

Foto: José Huarcaya. En la Foto: Armando Arteaga.

Critica de Libros

"EL BAGRE PARTIDO"
DE ANTONIO SALINAS



Por Armando Arteaga.




Acabo de terminar de leer "El Bagre Partido" de Antonio Salinas -seudónimo de José Antonio Palacios - y aún estoy habitado por los fantasmas del libro y por los recuerdos del amigo. Conozco a Salinas (me resulta difícil desde ahora llamarlo así, allá él que ha escogido ese nombre como seu­dónimo) desde hace mucho tiempo, cuando ambos estudiábamos en el Club de Teatro -a comienzos de la década del setenta- bajo la dirección de Reynaldo D'Amore. Probábamos suerte en el arte de las tablas, pero más pudo la literatura. Eramos un grupo de amigos con cierta unidad. También esta­ban con nosotros: Fernando Ampuero -autor de "Deliremos juntos", "Miraflores Melody", de trayectoria en el periodismo-, Nelson Castañeda -publicó en la antología de cuentos "Los Nue­vos Nuevos" -y Miguel Pérez- el único que hizo verdaderamente teatro. Nos juntábamos en esa época con gente de teatro, con actores como Reynaldo Arenas -muy inquieto en esos días por la vanguardia teatral-, con Rafael Alvan -trabajó en Marat-Sade, Los del 4; hombre de negocios, ahora, en Tarragona- y con Gilberto Torres (terminò trabajando en el cine nacional en varios papeles estelares), entre los menos frívolos de todos los jóvenes actores de en­tonces. Después de las clases en el teatrín en el sótano del cine Le París, marchábamos hacia el café Tivoli o al Goyescas.
Algo quedó flotando de esa conducta en los ca­fés. Escribir, esa fue la fiesta. Esa era nuestra vo­cación.

En la Foto: Antonio Salinas (Josè Antonio Palacios).

Quién más, quién menos, los jóvenes de ese grupo del Club de Teatro nos dedicaríamos a la li­teratura. Muchos hicieron maletas y se fueron del país, eran tiempos de dictadura, otros se quedaron para ver qué pasaba, atraídos por las reformas de Velasco, pero todos se plantearon el problema de la literatura. Como suele ocurrir en estos casos muchos encontraron pronto la consagración lite­raria limeña y otros tardaron, continuaron absolu­tamente desconocidos. Antonio Salinas pertene­ce a este último grupo.
Viajero empedernido, siempre andaba viajando hacia alguna parte del mundo, hasta que por fin se instaló en París. De vez en cuando nos llegaba una carta (1) del desterrado. Allí nos hablaba de sus sueños, de sus proyectos literarios, de sus peripe­cias para pasar bien la vida, escribiendo, leyendo en bibliotecas. A su retorno al Perú cada vez que lo hacía, me buscaba. Me dejaba los originales de sus escritos. Conversábamos sobre sus textos es­critos, y sobre las cosas que escribían los amigos. En 1977 nos entregó "E! Bagre Partido" escrito en formato holandés. Nos sorprendió esa manera rústica de describir sucesos reales e increíbles. Luego hubo un largo silencio, hasta estos días en que "Lluvia Editores" nos ha entregado, en una pulcra edición, "El Bagre Partido", permitiendo así a los lectores peruanos conocer parte de la obra de este narrador de los setenta.
Son siete cuentos. Setenta veces siete la ter­quedad de Salinas deambula en los sucesos. En "Rosenda", una muchacha de la burguesía har­ta del amor deja a su acompañante de cuarto, un joven escritor. Luego se decide a meternos en un relato "Los de la Línea 25" de práctica sobre te­rrorismo urbano, algo que parece ser, entre no­sotros, cosa de todos los días. Vuelve al mundo marginal de la barriada chimbotana con "Los ataúdes de mi padre". Consigna luego el amor con "Los eternos". Vuelve al acontecimiento de la guerrilla urbana con "Teresa, los Sánchez y el último domingo". Termina con dos relatos de gran factura: "Los diablos de Huanca", de antología, y "El Bagre Partido" un viaje por el Amazonas. En otra oportunidad volveremos a insistir en estos relatos, que a decir de Alfonso La Torre, vienen de primera mano.

 (1) Son 5 cartas que se conservan en mi archivo.*
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Publicado en El Diario (Lima, 30 de Mayo de 1985) en la columna Libros de Marka.

Ver:
  
http://sapiens.ya.com/labahiaylaspala/bagre2.htm
 

enero 07, 2006

3 POEMAS/ ARMANDO ARTEAGA


LA CARRETERA MARGINAL


La carretera era una línea larga 
Jack Kerouac


Yo caminaba
Por aquella corbata de tierra
-una selva amable me llevaba-
por esa garganta hundida de pantanos
Al costado de un río –serpiente estupenda-
Donde los peces sesionaban
Sobre el color celeste –dictatorial-
Del varaseto
Hacia el fondo del camino
Miles de árboles reclamaban
su ciudadana madurez
-todos los árboles son verdes-
para intervenir
en aquel concierto extraño de pájaros:
un debate constitucional sobre la papaya
-pudo haber terminado en gresca-
pudo haber terminado en guerra nuclear.
Un desastre mundial provocado por los árboles
y los peces más desquiciados -en discrepante actitud científica-.
Al borde de una hecatombe.
¿Quién quiere celeste que le cueste?.

Yo habitaba
-también-
la oscuridad de un cine-club:
“Celeste, la muchacha de mi barrio...”
fue mí primera película filmada en Super 8 mm.
las piernas más bellas y suaves de esta historia sublímal.

La carretera era larga -llena de tierra roja-
Arcilla pura, barro, adobes, casas nada celestes, ni terrenales.
Un día era Resnais.
Otro día era Godard.
Y el fin de semana era café con leche
y/o pan con mantequilla.
No solo de trigo y kultur vive el homo sapies:
un maquisapa desafiaba el Teorema de Ptolomeo
un picaflor –muerto de amor- por una flor
sufría de insomnio
y una pleyade de luciérnagas
iluminaba el siglo de las luces:
Yo bebía un néctar de flores violetas
Desde la rama añeja de un enmelado árbol invicto
Ante la lluvia, quimera del caucho
Y el sol era
Un fruto anaranjado
Una naranja verde/ un limón amarillo
Un melocotón rosado
Y sonrosada era –entonces- aquella –nimia- sensación mía
por la Amazonía
mientras Ernestina me agarraba de la mano
me acariciaba la rota rutina
de tanta ternura agreste
-a primera y simple vista-
era mejor vivir así
salvajemente, el buen salvaje
era el inolvidable chuncho Gauguin pintando flores
en enormes lienzos
que una estupenda marchand brasileña envalijaba
a Miami con enormes mariposas
emborrachadas con alcohol
al borde de otro río -el tiempo inmediato- se fue perdiendo
como un astro lejano
aquella noche, una estrella se perdía
otra estrella se apagaba
las gotas de la lluvia jugaban su propia marimba
tocaban el instrumento propio del ocio:
mi ociosidad de escribir
-justificación de soñar con un amor imposible-
un verso es bello si es una nariz perfecta (aunque estropeada)
por la natural visón distorsionada de estos ojos:
es el perfil más frágil de este sonido gótico
más la irreverencia de los años vividos
en esta militancia:
pico de oro,
esclava de oro,
cuna de oro,
caca de oro para el loro
jaula de oro para el moro
jarra de oro para el vino
adoro el dorso, el domo, el dórico equilibrio
de una Dríade desnuda
diz la disecea, el dolo, la disforme melodía
de su diteismo grave y divergente
tan diversa cuando divaga
a la deriva como un díscolo barco
trayendo el barrunte
destructivo del oro
el dublé, la duna triste, el dosel, el dolmen, el dock
tan disparatado es el oro que se sumerge
irresponsable
como un ogro en el lodo
en la disuria de la codicia de la selva
-tan indiana y tan ibérica-
tan divergente
que el oro puede irse a orar al cementerio de los muertos
colgarse de una driza dondequiera
para que la dioptría, la disensión, la diorita
lo ubiquen en el discernimiento milimétrico
del discursivo humano
en el diastema del hambre
en la diástole del lenguaje
en el diatónico paisaje
en el diantre compungido
en el digesto de un pueblo
ignoto
desoir al oro
deslindar
con el aurífero metal
respetad el destino natural del oro
darle el desiuderátum de su rol histórico
para que el amor haga su propio idioma
en el concierto salvaje de la vida:
Yo era apenas un caminate, un necio
Mirando diásporas, un diarista,
Que perdía su tiempo buscando colores, reconociendo
En las flores deicidas y disépalas, el desencono.
Por avivar el debate sobre los derechos supremos
De la humanidad contra la secuela nefasta del oro
(materia que no tiene la culpa de estar
en la Tabla Periódica de Mendeleiev).
El oro nunca podrá más que el agua.

Hasta que venga el tiempo de la muerte
Y pinte de negro todo el oro del mundo.


ENREDADERA

Papel japón
besando
siempre una sonrisa
...una hoja del otoño:
si es esto un absoluto desafío
acepto
a regañadientes
esta oferta
de escribir, voy a describir
entonces
este tiempo en otro tiempo
pero, ¿de qué escribir
esta tarde?.

Se trata acaso de algo en prosa
tan ligero
entonces
que me extienda las horas
de la fregada existencia.

Se trata acaso de poner
con tinta negra, o roja, o verde
esa línea –horizonte- ideal
derumbandose
por el goyesco muelle abandonado.

Se trata de encender
en la escritura
como senos
de doncella
los varios
pasatiempos
de la vida.
Escribo acaso del beodo
-Bar/de/m-
en su mesa triste
de cedro fino
diciéndome:
no tomo desde la última vez.

Puede ser. Y no puede ser.
Me enredo en mil palabras escondidas
que después olvido. Me rebusco
en agostos que después ignoro:
nombres traídos
a este forum
desafortunado
de imágenes e ideas iconoclastas
sobre agua contaminada.

Nombres que me arranquen
unas lágrimas
Me muevan los cimientos
de los adentros
jóvenes
de la conciencia
como asuntan –siempre- los psiquiatras.

Se trata de escribir para evitar
el suicidio.
Pasa que no tengo ganas
De arrastrar mi nave por las calles.
Voy, sin embargo, a los cinemas
Donde siempre llego puntual.
Pero después de las funciones
sigo igual
en la misma soledad
en los abismos inciertos
de la paranoia, o en el nirvana
dorado.

Detesto
observar en cada transeúnte
al enemigo, en estos lares
es mejor ser discreto.

Leo los periódicos al revés.
Orino en los baños de los bares públicos
con olor aserrín y amoniaco
y los grafittis se repiten
como slogans políticos
decadentes
en toda esta ciudad
ghetto, muladar, xenofobia:
el hombre contemporáneo
anda en gran soledad
-más solo que cucaracha en vereda limeña-
pero, que más da .
He nacido acá en esta ciudad
Y no iré a Egipto
buscando la estrella lejana:
esta asfixia por dura que sea
aún la puedo soportar.



SOBRE EL TIEMPO

en esta selva
no eres
el otorongo

tienes
que
vivir:

eres
solo
el poeta,
no tienes nombre ni exilio

te toca describir
lo duro que es
vivir:

todo se hace añicos
con el tiempo
no eres
el cedro
el aljófar
el congrio

Frangir
la vida
el tiempo:

Todo se hace añicos...
menos el poema

enero 03, 2006

EMINESCU/ POR ARMANDO ARTEAGA

Imagen: Armand.

EL JOVEN EMINESCU




Por Armando Arteaga.




Hijo de una familia de pequeños boyardos, nació el 20 de diciembre de 1849, en el norte de Moldavia, en Ipotesti, cerca de Botosuri.
Fue su niñez, una suerte de compenetración con la naturaleza y el paisaje rumano, lleno de colinas con­fortables, bucólicas, celestes, bosques de oquedales, aguas que responden, extrañas flores azules, todo un mundo mirífico, un lenguaje lleno de signos étnicos que más tarde se traducirían en su poesía.
Ya adolecente, Mihai Eminescu, recorre su país a pie, recopila datos de lengua y folk rumano, empíeza así su búsqueda y comprensión de la unidad e integridad de lo esencialmente nacional.
Conocedor profundo de la literatura popular y culta, estudiante no matriculado en las universidades de Viena y Berlín, asiste a clases de la Facultad de Filoso­fía. Empieza a escribir después de la Generación de 1848, en donde destacarón Dimitrie Bolintineanu, Vasile Alecsandri, Eliade Radulescu, Nikolaus Lenau, etc.
La poesía de Eminescu es perfecta.

(*) Publicado en “El sol montubio”, Guayaquil, Otoño 1971.

LUIS HERNANDEZ/ ESPLENDOR EN LA HIERBA

Archivo: Papeles personales.



LUIS HERNÁNDEZ: ESPLENDOR EN LA HIERBA



Por Armando Arteaga


Han pasado varios años de su trágica muerte, y nada nos ha vuelto otra vez la alegría que sentíamos cuando nos encontrábamos con Luis Hernández "emoción rumiada en la serenidad" como dijo cierta vez, para celebrar aquel encuentro casual un viernes en la noche en el Tejadita ante unos sándwichs fríos, citando el ideal por la poesía de Wordsworth.

Volver a leer su Vox Horrísona (*) es como estar nuevamente frente a Lucho en su modo natural de ser, amable y erudito. Me parece verlo inesperadamente una semana -cuando trotamos con Luis La Hoz en su búsqueda hacia la casa de sus padres en Jesús María- sentado en la tribuna de cemento del Campo de Marte hablando de Dylan Thomas, de Paul Celan, de Lord Byron, de Shakespeare. Me parece verlo "vacilándose", tal como fue la última vez que lo vi antes de su viaje a Buenos Aires en el S.O.S. de la Herradura, poniendo insistentemente a cada momento en la rockola Un gato en la oscuridad. Era tan sentimental e imaginativo, que para todo tenía una respuesta, capaz de relajar en risa al policía más serio.

Una vez, nos encontrábamos en una banca de un parque de Barranco acompañados por otros amigos "proyectos de escritores" y por una dorada botella de pisco. Se hablaba de literatura, cuando de pronto apareció un carro patrullero del que se bajaron dos policías y mientras se acercaban hacia nosotros en forma recelosa -todo el mundo se había quedado en silencio- el más represivo de los guardianes del orden, cuasi de manera prepotente y maliciosamente, nos preguntó, siendo ya casi las dos de la mañana, ¿qué era lo que estábamos haciendo?. Lucho no esperó y le respondió de la manera más traída de los cabellos, pero a la vez tomándole el pelo: dijo llamarse Francis Scott Key Fitzgerald, y que no sabia si estaba celebrando su divorcio con su primera esposa, o su nuevo matrimonio con la otra: ''Como comprenderá esto es tan difícil para mí". Los policías no comprendieron nada y, al percatarse de la normalidad de nuestra fiesta nocturna en el parque, se alejaron, a lo mejor pensando que estábamos beodos; y mientras, los policías medios anquilosados regresaban hacia el carro patrullero que -con las luces prendidas- los esperaba. Lucho continuó hablando de manera irónica, dando cátedra: es mejor ser un escritor desconocido, no haber escrito El Gran Gatsby, por ejemplo; por lo menos, así,  uno no se gana un arresto policial por escandalizar en el parque, y menos un premio Pulitzer. Todo era tan elegante y coherente en su manera de ironizar lo más cotidiano del acontecimiento.  Hubieron risas. Lucho continuó, hizo una síntesis extraordinaria, que después se la he leído a Borges de la novela de Fitzgerald: El Gran Gatsby es la historia de un hombre que intenta en vano recuperar un amor juvenil, en el cual se trasluce la nostalgia del antiguo sueño americano de un mundo nuevo. Daisy y Buchanan, su marido, los muy ricos, los invulnerables, permanecen unidos; Gatsby es destruido. Y mientras se perdía por la autopista el patrullero, Lucho dijo algo que es cierto: Tender is the Night (Tierna es la noche), la otra novela de Fitzgerald es superior a El Gran Gatsby.

Y seguimos hablando de literatura. Y así fue,  que, más tarde, sacó del bolsillo de su saco de gamuza marrón: Tenderland (Tierra tierna): hay un lugar que se llama tierra tierna... uno de sus más celebrados poemas. Era la anhelada coherencia con la que siempre soñó y escribió.

Bucear en la poesía de Vox Horrísona es encontrar cada episodio, cada instante de su vida perennizado allí en sus palabras, en sus alegrías, y en sus tristezas.

Luis Hernández fue un poeta de la vida emocional. Perteneció a la llamada Generación del 60, pero estaba lejos de ella, muchas veces marginado por la "pose" de algunos poetas que veían en Lucho un "peligro" para sus cacareadas voces. Lucho lo sabía, y en nada hería aquello su talla de grandísimo poeta. Y así ha sido como, en estos días, he vuelto a los poemas de Luis Hernández. Ahora sé, con los años, que la vida es una busca de perfecciones, y ahora sé que: "solitarios son los actos del poeta, como aquellos del amor y de la muerte".


(*) Acaba de aparecer una segunda edición de Vox Horrísona editada por Punto y Trama, gracias a la fraternal gestión de Nicolás Yerovi.



(Publicado en el Diario Expreso, 20/12/83).

MANAN HUYK’AQPAS QONQASAQCHU/ Armando Arteaga (cuento)

Caraybamba-Aymaraes-Apurìmac.






Fotos: Armando Arteaga.

Narrativa Andina

MANAN HUYK’AQPAS QONQASAQCHU/ Armando Arteaga
(Cuento).


Pueblo de corazón de indio,
traga monte bravo.

Fernando Silva

Los días pasaban tristes y monótonos en el pueblo de Caraybamba. No se porqué diablos había aceptado ese trabajo de ingeniero residente en aquel alejado páramo.

El pueblo era para mirarlo con ojos de lejanía y cierta tristeza. No era para menos, era una población que dormía. Allí estaba sola, triste y abandonada, su Iglesia en ruinas en la misma Plaza de Armas que ostentaba el nombre de San Pedro de Caraybamba, su santo patrón, por el que los “calachos” como los llamaban los habitantes de los pueblos vecinos, los de Pampamarca y Colca, por ejemplo, daban testimonio de su fe y religiosidad.

Todo el pueblo andaba de capa caída, el polvoriento Cementerio, la destartalada Municipalidad, la Escuela Primaria sin techo de tejas, unas calaminas viejas y oxidadas insinuaban una pequeña sombra donde se cobijaban los niños estudiantes de este centro poblado. Las casas de adobes se caían a pedazos; sólo el piso empedrado de la calle Ugarte daba aseveración de un esplendoroso pasado. Los kilinchos dormían en los maderamens de las casas viejas. Un niño guitarrista le daba con sus rasgos el tono melancólico de las mañanas a la calle Cáceres que desembocaba en la Plaza; el mirador para los celajes y la hostal Azul, un carbón sobre la nieve y el sueño: para el domingo tu cabellera roja, tu encendido cabello bugambilla, para visitar el averno, me salvaban los versos de Otto Raúl González; mi ventana desde donde se miraban las estupendas terrazas o andenes de los chancas, invadidas de alfalfares y que orillaban al sonido tempestuoso que traía por las noches el río del pueblo del mismo nombre, cuyas aguas se encontraban con el Cotaruse, dando vida al Challhuanca, abajo en el Aparaya.

El rancho del señor Toribio Morales era lo mejor de las cuatro casas del villorio que los indios llamaban Aparaya. Allí uno podía congraciarse con un suculento plato de truchas fritas con papas sancochadas o choclos. Era lo único que me gustaba en este desvencijado caserío. Por el filo del puente de Aparaya pasaban los autos y camiones llenos de carga y los omnibuses que venían de Lima rumbo a Lucre y a la bullanguera Abancay.

Ya tenía exactamente un mes en el campamento de los ingenieros que trazaban la zigzagueante carretera de Caraybamba hacia Antabamba, y apenas si conocía al Gobernador y a Ña Jesusa. Al Gobernador porque era un empedernido borracho y un buen acompañante para las faenas alcohólicas, y a Ña Jesusa porque me lavaba la ropa y me cocinaba al menos, una lawa caliente, o un mate de hierba luisa para aniquilar el frío. Lo que siempre permanecía incólume era el Apu Marka, el cerro sagrado de los caraybambinos, que aparecía siempre intacto, lleno de neblina blanca en la cresta, de allí bajaban pequeñas nubes danzando por entre las pircas y los tunales, diluyendo las chacras de maíz y de cebadas, moviendo el tallo de las habas y recordándome el frío terrible de las punas de Calcauso. Las lluvias eran un dilema.

Siempre había sol en Caraybamba, otro dilema, por eso usaba a diario el casco de ingeniero, o el sombrero de campesino. Al barro de las calles largas que seguían las curvas de las terrazas de los cerros cuando venía la lloclla no le daba importancia, solo por el favor que me ensuciaba las botas de cuero. Pero estaba acostumbrado a estos avatares, topógrafo e ingeniero, zuño y zupia era la vida en esta comarca andina.

En estos treinta días, aunque no era un ermitaño del todo, con unos tragos encima, el ingeniero Gutiérrez, se comunicaba con cualquiera de los huraños y otros receptivos comuneros con los que tenía que lidiar para que avance el tramo de la requerida carretera, el ruido del Caterpilar era la única música valiosa y probada que conocía de veras, aparte de los casetes de Santana y Led Zepelin que lo acompañaban de noche. Siempre llevaba como singular corbata, la bufanda uruguaya regalada por Mónica, la novia limeña, que era algo que lo distinguía inmediatamente de los demás. “La Constructora S.A. “, empresa de prestigio en el ramo de la construcción de carreteras lo había contratado como ingeniero residente por treinta días, así que esta experiencia era como estar preso en Siberia, o en algún remoto lugar de la extensa tierra. A veces se sentía olvidado, ninguneado, ruralizado, se sentaba en una saywa, chakchaba coca, fumaba en pipa, o se bebía unas cervezas solo, explorando el numen metalífero y majestuoso de estos cerros.

Las mujeres del pueblo comentaban, al ingeniero le falta mujer... se le ve huachito.

Por los caminos nunca faltaba un tropel de acémilas, un toro loco y desbocado que perseguía su dueño, vacas que comían flores, una fila de llamas o de alpacas que anunciaban
su presencia con pequeñas campanillas en el cuello, unos arrieros que llegaban al pueblo, uno que otro comerciante vendiendo baratijas, no sucedía nada, solo el ruido del trote de un caballo de algún enamorado que pasaba sin camino adecuado: un jinete de fuego atravesando la noche mientras el tedio se asomaba por el perchero donde colgaba la casaca negra de cuero, el sombrero, el poncho y la bufanda, una trápala era la vida, la rutina de estas semanas era rústica y desolada.

-Allillanmi, tayta- (bien, señor), lo saludaban los mak’tillos cuando pasaban por su lado.

-Upyankichu traguta- (¿bebes licor?), le preguntaba algún vivaz comunero llevando fuego en los ojos.

Los días pasaban tristes y monótonos en el pueblo de Caraybamba, hasta después de treinta días en que apareció Ibis, esa ave zancuda de pico largo venerada por los egipcios.

La había visto ya varias veces asomar -diferente- por las asambleas de los comuneros, en la fiesta de carnaval había bailado con todas las autoridades, menos con él, tal vez le estaba reservando un lugar aparte.

Ibis era una bella y aparente robusta holandesa, una perla en el muladar, una flor perdida en el campo, de cabellos rubios, ojos azules, digamos que mujer bien despachada, de senos toronjas, de un trasero magnífico, de una voz dulce, pero que charangueraba el castellano, lengua que no podía domar, digamos porque en verdad era una india rubia, una de esas pocas mujeres que suelen encontrarse como apariciones raras y bellas de estos pueblos apurimeños. En la fonética de su lengua se notaba la “cc” que remplazaba a la jota gutural que tramitaba cuando hablaba. Un ceceo la delataba, era hermosa, era india.

Y así brillaba. Sí, era bonita, pero nada mas, era la enfermera del pueblo, las mujeres siempre la buscaban en la posta médica, por algún remedio o para contarle sus penas.

-Qan. Pin Kanki- (¡Usted!. ¿Quién es usted?), había exclamado de súbito cuando el ingeniero había ingresado a la bodega o cantina de la calle Amargura, mientras Ña Jesusa preparaba un plato da atún con galletas y cebollas para sazonar al grupo de visitantes que atiborraba su tienda bebiendo y cantando huaynos.

Sentada sobre el poyo divisó a Ibis. Así que César se acopló al grupo de visitantes.

-Pin kaypi munasqayta niwanman? (¿Hay alguien quien pueda decirme qué deseo?)- preguntó el “qarí” entrometiéndose al tumulto de gente.

El “engeniero’ se acercó más al grupo y finalmente se integró.

De pronto, estaba sentado al costado de Ibis, mientras ella entonaba un huayno: “Olvido que nunca llega” de Walter Humala, y tocaba la guitarra con la siniestra. Bebieron y cantaron en grupo, una a una las botellas se fueron sucediendo, arrumándose, y Ña Jesusa contaba y llevaba la cuenta.

Muy rápido, los comuneros y visitantes empezaron a estar borrachos y se dispersaron, en cambio Ibis nada, tenía buena cabeza, y era buena moza. Estaba de puta madre, rica y poderosa. Ibis salió a la calle que estaba oscura como abandonando la tienda de Ña Jesusa. Y llovía. Fue entonces que César la siguió. Ella se detuvo para que la alcanzara, se tocó la cabeza como si le doliera algo, y César la abrazó, hacía frío. Mientras ella se arreglaba los cabellos.

Las noches en Caraybamba son muy frías, heladas, y las estrellas tiritan azules a lo lejos.

César empezó a orinar sobre una piedra. Fue que en la oscuridad de la noche ella empezó a mirarle con pose de hembra, el sexo.

Allí nomás, en el rigor de la imprudencia, César empezó a besar a Ibis. La noche empezaba a clarear. No había electricidad esa noche en el pueblo. Algunos mecheros de las casas de arriba tiritaban.

Entonces brio la suave sonrisa de Ibis.

- ¿A dónde vas?- preguntó la enfermera.

- A ningún lado- contestó el ingeniero.

- ¿Eres soltero?.

- Sí. No tengo a nadie.

- ¿Qué haces en este pueblo?.

- Estoy haciendo la carretera.

- Ah, tú eres el ingeniero.

- Sí, tú eres la enfermera.

- Te quería conocer.

- Yo también.

Al abrazarla y besarla, el ingeniero, sintió los senos calientes debajo del poncho de Ibis.

- ¿Eres siempre así, apasionado?- preguntó la enfermera.

- Siempre soy así, pero más ahora porque me gustas- respondió el ingeniero.

- Estamos en la calle, no se puede aquí.

- Vamos a algún lugar- Le abrió la blusa debajo del poncho de lana de vicuña.

- No se puede aquí.

- Vamos a mi cuarto, o al tuyo.

- Estoy con la regla, no se puede.

- No importa, me gusta más así.

- Eres un cochino.

- No tengo asco.

Empezaron a caminar por el discreto laberinto de esas calles irreconocibles de noche, hasta que Ibis se detuvo. Sacó una llave del bolsillo del blue jean y abrió el candado. Se abrió la puerta pesada y vieja de la casa. Entraron. Ibis prendió una vela. Era una sola habitación que le servía de dormitorio, sala y cocina. Allí en el ángulo izquierdo estaba esperandolos la cama, vacía y fría, una manta roja la cubría; al levantarla la sábana blanca estaba tibia y limpia.

Así fue como el ingeniero y la enfermera fueron macho y hembra, peladitos, montando en pelo, chismeaban algunas veces algunos desorientados del pueblo.

De rato en rato, el viento movía las persianas de madera de la ventana de la habitación de Ibis. Fue una noche increíble. Descubrieron un rincón silvestre. Algo especial donde nunca nadie se había atrevido a buscar los límites inconfundibles del cuerpo y el goce.

- ¿Sabes qué era eso?.

- El canto de la lechuza.

- ¿Qué estará pensando la lechuza?.

- No lo sé-. El ingeniero Gutiérrez había sido feliz con esa mujer-pájaro, había penetrado por infinitos sentidos jamás asentido por él, y tal vez por ella. La descubrió, presea, Pasifae, desnuda al rojo de su cabellera, y tenue, al blanco de la luna que se filtraba por el pequeño hueco del techo, Weqe ñawi.

- Estas bella-. La besó.

- ¿Mañana te vas?.

- Vuelvo en un mes. ¿No tienes miedo de despertar con un hombre que no conoces?.

- ¿De qué miedo se trata?.

-Se trata de que me sigas haciendo el amor hasta mañana.

- ¿De qué sueño se trata?.

- Estoy en ti. He penetrado en todas tus ansias.

- No lo puedo saber. Te conozco recién.

- Te he descubierto, eres mi tierra. Y la lluvia.

-Terminará pronto.

- ¿Puedes adivinarlo?.

- A lo mejor tengas razón. Mañana, vuelves a soñar.

- Falso, mi querida Ibis. Mañana no estaré aquí.

Fue entonces que el hombre comenzó a descender por la pendiente de la quebrada, por el estupendo camino de la nada y que lo devolvía a la ciudad de todos los cementos. ¿Qué huye de este pueblo?. El hombre, su sombra. Este territorio no es mío -susurró-.

Sintió el vibrar de la guitarra de Manuel Silva tocando “Mauka Zapato”.

La mujer salió a buscarlo por el camino de la duda con el pretexto de saludarlo al paso, de despedirse, mientras llevaba un porongo de leche de vaca.

Nadie se dio cuenta del último beso, ni el comunero que le ayudaba cargándole la alforja, la mochila y el teodolito.

- Te espero un mes- le dijo ella. Si no regresas en un mes, te olvidas de mí.

El ingeniero César Gutiérrez no prometió nada. Miró las nubes y se puso a soñar otro sueño.

Un kilincho secaba sus plumas sobre una roca ígnea. Era el sol de las siete de la mañana. Lo recordaré toda la vida.

Del libro: "Cuentos de cortometraje".


*

INFORME DEL ALCALDE UMA TORO DE CHONGOS BAJO

Por Armando Arteaga





El Alcalde de Chongos Bajo recibió un telegrama urgente de Defensa Civil enviado desde Lima por un despistado burócrata que decía:

Movimiento telúrico trepidatorio, posiblemente 8 grados en escala de RICHTER detectado en su zona. Localizar epicentro e informar alteraciones con la flora y la fauna.

Varias semanas después llegó la respuesta del Alcalde Uma Toro para los expertos de sismología, con referencia, al Gobierno Central:

Epicentro fue localizado y arrestado, ya confesó y está preso, esperamos órdenes superiores. Telúrico quedó muerto en el lugar de los hechos. El tal Richter: ideólogo marxista y maoísta del Sol Rojo, y otros 8 malparidos del movimiento subversivo “ trepidatorio” se dieron a la fuga, pero ya casi los tenemos capturados. A Flora y a Fauna, las echamos de nuestro pueblo por putas. Necesitamos más alcohol de 8 grados para que la gente este contenta.

Nota: No pudimos informar antes nada acerca de “movimiento telúrico trepidatorio” porque en Chongos Bajo, provincia liberada de Chupaca, territorio libado, hubo un terremoto que fue como estar en el infierno.





Del libro: "Los pobres diablos"

EL PEZ SALADO/Armando Arteaga (cuento).



 
  Fotos: Armando Arteaga.

 
 Imagen: Armand.
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Literatura Fantástica

EL PEZ SALADO / Armando Arteaga

Era tarde, muy tarde. La noche era inmensa y Mike Pérez no podía terminar de un solo porrazo el día, ese final de insomnio lo trastocaba. Le daba vueltas en la cabeza una sola idea: bajar a la cocina.

Se enrollaba en la cama aún más al costado de su esposa que dormía ya plácidamente, no se decidía. Hasta que más pudo el hambre.

Mike Pérez ha sido siempre minucioso y es de una exquisitez que a veces mejor no les cuento. Al entrar en la cocina sintió demasiado frío, el marfil de las losetas y mayólicas le hacían castañear los dientes, y ni qué hablar de la blancura de la refrigeradora que instantáneamente le hacía pensar en el polo norte, rodeado de nieve.

Pero en las noches, cuando el insomnio le carcomía hasta el último nervio, masticar para él era una terapia perfecta. ¿Qué habría en ese refrigerador?, ¿Qué secreto le habría dejado allí su mujer?, ¿Vamos a ver, dijo, un tuerto?. A fin de cuentas, con esa hambre, un pescado no estaba mal, pero tendría que estar frito, con rodajas de tomate, jugo de limón, y por supuesto, unas papas doradas.

Pero no todo andaba perfecto esa noche ni previsto, en forma normal. La rutina de Pérez terminó en el suelo apenas abierto el refrigerador. La cosa fue tan de repente. Había que ver la cara de la corvina, y hay que advertir que también la de Pérez.

- Por favor, Sr. Pérez, insistió la corvina-, no sea cruel. Déjeme ir de aquí, libéreme.

Pérez no salía de su asombro. Una corvina que hablaba en perfecto idioma.

- ¿Y quién eres tú para pedirme tan descabellada cosa?- le respondió Pérez a la desconocida corvina que ya empezaba a soltar unas lluvias de los ojos.

- Soy una corvina macho enamorado de otra corvina hembra- enfatizó tan extraño personaje.
-Fui secuestrado del mar, mi casa, por unos policías, para padecer esta infamia, esta injuria, que me hace un ser inútil, sólo por el hecho de haber osado enamorarme. He sido desterrado hasta esta refrigeradora por agentes de diversos países. He sido sometido a los más diversos interrogatorios, he padecido torturas en los más exóticos frigoríficos y supermarkets, hasta que la extraña mano bondadosa de su cocinera me rescató de esa red internacional de espionaje jamás visto contra el país de las corvinas.

- ¿Y por qué tendría que creer toda esta historia? - insistió Pérez.

- Es muy simple -volvió a responder la corvina-. Usted me devuelve al mar; me lleva en una bolsa de plástico y me deja en mi destino, en las aguas saladas. A cambio de eso, yo le ofrezco revelarle el secreto del idioma, soy el único mortal de estos lugares que habla todas las lenguas del mundo.

La corvina yacía tristemente sobre la mesa. Pérez meditó un rato sobre el asunto. ¿Esta corvina habla? ¿O es que yo estoy fuera de la realidad?. Y no pudo soportar más esta indefinición; afilando el cuchillo empezó a descuartizar en trozos a la corvina, trozos que a fin de cuentas fueron a terminar en la sartén de aceite caliente.

Cuando el teléfono sonó y Pérez se apresuró a contestar, la pobre corvina era ya un excelente plato. Pero a estas horas, ¿quién puede ser?...

- Aló. ¿cómo...?

- Soy la corvina, Sr. Pérez, y es Ud. un reverendo cínico, un desdichado apuntador de aduanas que perdió una excelente oportunidad de ser bueno. Nada humano ha sido conmigo...

Descolgando el teléfono, Pérez se quedó mudo para siempre, con el mis-terio del origen del idioma, romance, y desde entonces es el más famoso escritor no-hablante de este discreto distrito.

Pero volviendo al sueño, Pérez volvió a su cama después de atragantarse de pescado frito, y luego de cepillarse los dientes.

Sintió el muslo caliente de su esposa. La esposa también sintió el cuerpo helado de Pérez.

- Parece que hubieras estado en el polo -murmuró-. Le dio un beso, y se volvió de espaldas. Pérez estaba inconfesable.

- Mi amor -le susurró la esposa dándole un codazo- si mañana hace sol nos vamos a la playa...

La esposa empezó a estar profundamente dormida.

Pérez se sintió desdichado, y apagando la luz, empezó a sentir la deformación de su cuerpo. Estaba en otro mundo, ahora era un hombre simple, sin lengua. ¿Un lenguado a lo mejor?. Pérez entró por fin en el sueño, al infinito.