mayo 06, 2006

JUAN MARIA MERINO VIGIL: ENTRE EL MODERNISMO Y LA VANGUARDIA/ ARMANDO ARTEAGA

APROXIMACIÒN A LA LITERATURA PIURANA



Foto: Vista panoramica de la ciudad de Ayabaca donde naciò Merino Vigil.






















JUAN MARÍA MERINO VIGIL: 

ENTRE EL MODERNISMO Y LA VANGUARDIA

Por Armando Arteaga


Un pariente, y amigo muy cercano, de Juan María Merino Vigil, que había conocido al poeta de “La Golondrina” en el desasosiego final de su vida y en “el reposo del guerrero” en su hacienda de San Pablo, me contó haber visto y hojeado entre sus libros del estante de madera que lo acompañaba en la pulcritud serena de su dormitorio, títulos como: “Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana” escogidas por Don Marcelino Menéndez y Pelayo*, la “Antología poética latinoamericana” de Rafael Dante Jr., y “Poetas en el Destierro” de José Ricardo Morales: libros de propiedad de Merino Vigil que me fueron obsequiados por este pariente –allende- del poeta cuando visite San Pablo en la Ayabaca de los 80’s.
Me fue referido –también- acerca el gusto perenne del poeta de San Pablo por los “Nocturnos” y los “Poemas Profanos” de José Asunción Silva, las “Hojas de viento” y “Nieve” de Julián del Casal, los libros de Mallarme, de Verlaine, de Baudelaire y de Edgar Allan Poe (de quien se dice había realizado la traducción de su poema “El Cuervo”). De manera que este poeta, ya en sus cuarteles de invierno, seguía viviendo el fuego descontrolado de su pasión por la poesía.

Juan María Merino Vigil nació en Ayabaca-Piura el 01 de enero de 1906 y murió el 21 de junio de 1951 en su bucólica hacienda de San Pablo en Ayabaca donde se dedicaba a sus tareas de agricultor. Hijo de Don Eduardo Marino Ríos y de Doña Rosa Vigil. Estudió en la Universidad de San Marcos y en la Universidad de Trujillo, abogacía, pero no terminó estos estudios, incumplidos, por las dificultades contraídas durante su vida de poeta, hubo en él una crisis de vocación. Por lo demás, trabajó y aportó con denuedo en el periodismo limeño y piurano. Su producción literaria se encuentra dispersa y publicada en revistas de la época donde fue colaborador: "Piuranidad", y "Folklore".  No publicó libro alguno, aunque se estima dejó inéditos escritos.

En Trujillo hizo amistad con Antenor Orrego y publicó en la revista “Norte”. En los años veinte, vivió la época de la agitación política, laboral y obrera al lado de Arturo Sabroso Montoya y Abelardo Fonkén. Estaba a cargo de una imprenta “proletaria” de los anarco-sindicalistas. En San Marcos, fue dirigente estudiantil, y director del periódico gremial “El Obrero Textil” y de “Solidaridad”: órgano de la Federación Obrera de Lima. Escribió en la revista “Claridad”, relacionandose primero con Víctor Raúl Haya de la Torre y después con José Carlos Mariátegui.

J.C. Mariátegui indagando por las nuevas propuestas de la poesía y la vanguardia en un artículo periodístico publicado en la revista Mundial (31-10-1924) y más tarde pieza integral y apertura de “Peruanicemos al Perú”, atraído por la nueva visión y las emociones dispuestas con las “pierides” de los poetas jóvenes que anunciaban “aires nuevos” en el panorama de la poesía peruana, de lo que Mariátegui llamó: “Poetas nuevos y Poesía vieja”, vislumbrò sobre lo que sería más tarde la vanguardia literaria en el Perú. Allí Mariátegui explica sobre los albores de la vanguardia que empezaba a brillar dando lustre a los nombres de Luis Beninzone, Armando Bazan, J.M. Merino Vigil, Juan Luis Velásquez, Jacobo Hurwitz, Magda Portal, Mario Chavéz y Juan José Lora: “No nos faltan poetas nuevos. Lo que nos faltaba, más bien, es nueva poesía”-

Foto: Crepùsculo en Ayabaca.

Mariátegui habla también de que ha conocido a otros poetas que merecen ser tratados de otra suerte, los poetas nuevos y el modernismo de Merino Vigil pueden ser considerados tardíos y provincianos (por eso la urgencia de haber publicado su mencionado artículo periodístico), es posible que también se este refiriendo -en este artìculo- en el marco de su propuesta a los poetas del sur y otras provincias: a Carlos Oquendo de Amat y la revista “Hurra”, a Francisco Mostajo y la revista “Escocia”, a Nicanor A. de la Fuente y la revista “Bocina”, a Juan Parra del Riego y la revista “Guerrilla” (que animaba desde Montevideo), a los hermanos Peralta y su "Boletìn Titikaka", a Roberto Latorre y la revista "Kosko", a Sergio L. Caller y la manifestaciòn de la revista “Kuntur”, a Alberto Hidalgo y su nueva “Química del espíritu” (desde Buenos Aires), que empezaban a mostrar diferencias y otras estéticas, el advenimiento de “Dada” y el “surrealisme”, pero sobre todo la nueva poesía con profundo sentimiento regional y descentralista respecto a Lima, todo ese “vanguardismo” que cuajara más tarde en la manera definitiva del “indigenismo”:

“El modernismo no es solo una cuestión de forma, sino, sobre todo, de esencia. No es modernista el que se contenía de una audacia o de una arbitrariedad externas de sintaxis o de metro. Bajo el traje huachafamente nuevo, se siente intacta la vieja sustancia. ¿Para qué transgredir la gramática si los ingredientes espirituales de la poesía son los mismos de hace veinte años o cincuenta años?. “Il faut étre absolument moderne”, como decía Rimbaud; pero hay que ser moderno espiritualmente. Aquí se respira, generalmente, en los dominios del arte y la inteligencia, un pasadismo incurable y enfermizo. Nuestros poetas se refugian, voluptuosamente, en la evocación y en la nostalgia más pueriles, como si su contorno actual careciese de emoción y de interés; No osan domar la belleza sino cuando la suponen suficientemente doméstica. El futurismo, el dadaismo, el cubismo, son en las grandes urbes un fenómeno expontáneo, un producto genuino de la vida. El estilo nuevo de la poesía es cosmopolita y urbano. Es la espuma de una civilización ultrasensible y quintaesenciada. No es asequible por ende a un ambiente provinciano. Es una moda que no encuentra aquí los elementos necesarios para aclimatarse. Es el perfume, es el efluvio lírico del espítu humorista, escéptico, relativista de la decadencia burguesa. Esta poesía, sin solemnidad y sin dramatricidad, que aspira a ser un juego, un deporte, una pirueta, no florecerá ente nosotros.
 

No es tampoco el caso de hablar de decadencia de la poesía peruana. No decae sino lo que alguna vez ha sido grande. Y una rápida investigación nos persuadirá de que la poesía de ayer no era mejor que la poesía de hoy. Los poetas de hoy no usan como los de ayer, unas melenas muy largas y unas camisas muy sucias. Su higiene y su estética han ganado mucho. Las brisas y los barcos de occidente traen un polen nuevo. Algunos artistas de la nueva generación comprenden ya que la torre de marfil era la triste celda de un alma exangüe y anémica. Abandonan el ritornello gris de la melancolía, y se aproximan al dolor social que les descubrirá un mundo menos finito. De estos artistas podemos esperar una poesía más humana, más fecunda, más expontánea, más biológica”.


En realidad, todo es “razón” y lógica mirada de la vida, hasta la poesía. Las modas literarias, tardaron en llegar a las edades o a las escuelas o a los estilos de nuestras ciudades. Y Lima, y Piura, no eran las excepciones de las reglas, sin embargo, tenemos que reconocer que el poeta J.M. Merino Vigil andaba exacto con las horas de los relojes de la historia, la literatura y los últimos acontecimientos culturales, que sucedían en “la escena contemporánea”, tanto en polémicas como en tendencias.

Foto: Una calle de Ayabaca.

Por un lado, algunos vivieron el afrancesamiento de Rúben Dario, y por el otro lado, el americanismo de José Santos Chocano. J.M. Merino Vigil se mantiene siempre tangencial a estos círculos literarios de nuevas influencias y nuevas propuestas como lo avistó Mariátegui. El poeta de San Pablo buscó siempre su perfil propio desde “el marfil de la torre” de su excelente poesía, con las aceptadas limitaciones e inconvenientes de cierto provincianismo.
Si a Vallejo, “le fregaban los cóndores”. Es comprensible que a López Albujar desde la “Aldea” piurana, le fregaban también : “los garzones esos que cruzan ciertas tardes por el puente, ibis sagrados...”. Y, a Merino Vigil, es probable, le fregaron siempre: “los gallinazos tras la mísera carroña simplista de la invocación hipócrita, por cierto vedettismo, del que nunca participó”. Por eso, de su retiro -en soledad- a la hacienda San Pablo, son testigos –nuevamente- los pocos amigos que le quedaron, de su amor por la poesía y de su nuevo reencuentro con la naturaleza.


Por todo esto, tambien, es explicable desde sus reclamados poemas donde surge inesperadamente una belleza muy pura: que "inspiran" de allí, casi espontáneamente, cierta melancolìa, similitud e influencia de José Asunción Silva que agonizó con “el mal del siglo” y se suicidó. A J.M. Merino Vigil le debe haber entusiasmado más el “spleen” meditativo de esa poesía –media tropical- llena de originalidad y mundo profano, contra el aplauso fácil del vulgo: por lo más altisonante de lo que se escribiera en ese momento (aún en Piura), y que los “críticos” han llamado “poesía modernista”.

Ni el vulgo, siempre horrible, ni el academicismo estéril, le llamaron la atención a Juan María. Su poesía, ("como la de José Asunción, otro símil entre ellos, nombre míticos, vuelven a coincidir, tal vez de puro azar”), es una poesía brillante, de vislumbre, no triste, libre, ...pero ¿qué importa todo esto ahora?. Nada. Si se le diò el premio del olvido total. La poesía de Juan María Merino Vigil tiene el mismo nivel y la importancia que la poesía de José Asunción Silva. Aunque Merino Vigil publicó muy poco, y me han dicho también, que buena parte de su poesía permanece aún inédita. Muy bien, pero ¿dónde està esa poesía perdida ?. Poco importa.

Poesía de la pasión escondida de la vida y poesía trunca de un poeta misterioso en un panorama desolador. Poesía de cierto resplandor, de lujo, de especulación y de desagravio, donde se vislumbra ya la nueva poesía vanguardista, y que más tarde ocupó el nuevo espacio literario peruano. Poesía del "crepúsculo" de cierta modernidad y el anuncio del complicado futurismo y vanguardismo, que se puede entrever ya en sus poemas: “Los bajeles blancos” y en “Transfiguración”. Poesía intensa buscando todas las formas de la vida.


* Marcelino Menendez y Pelayo (1856-1912), el maestro de Santander, està muy relacionado con la literatura peruana, por lo que mencionaremos algunos de sus libros: "Antologìa de poetas hispanoamericanos" (4 vols. 1893-1895) e "Historia de la poesìa hispanoamericana" (1911-1913), donde incluye y estudia varios poetas peruanos.

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POEMAS DE J.M. MERINO VIGIL


Juan María Merino Vigil


LA GOLONDRINA

Yo soy como esa golondrina
que ha cortado los oros del espacio.
Saeta que vuela al infinito
azul de los profundos cielos.
Tiembla la negra noche por llegar
pero todavía quedan para mis ojos de la tarde
azules eternos del espacio.
Yo soy mi tiempo que vuela en el espacio
quebrando los oros vespertinos
Yo soy ese pequeño pájaro efímero.


EL BEBEDOR DE CREPUSCULOS

En la muriente alameda
diluye en rosas difusos
su hosco perfil de neblinas
el bebedor de crepúsculos.

Llora silencios la tarde
dentro de sus ojos brunos
alza enigmáticos cálices
el bebedor de crepúsculos.

Mece el alma una ebriedad
lívida de ignotas cosas;
en la muriente alameda
silientes caen las hojas.

Por orillas de insanía
va de nieblas taciturno
royendo su vicio arcano,
el bebedor de crepúsculos.

En absurdas amatistas
de letal reflejo oscuro
liba ajenjos de la muerte
el bebedor de crepúsculos.

LOS PUERTOS

Qué extraño llorar tienen los puertos,
así, en las noches de despedida.
El corazón se vuelve ácima boca,
con gesto agónico de frustrado grito,
y se queda pensativo.

Qué extraño llorar tiene este puerto
Empapado de amor de despedida.
Me va jalando no sé a dónde la vida
Y duéleme este desatar de húmedos nudos.

¡Mañana! Cómo pudiera
darle mi mañana a sus miradas.
El puerto tiene ojos de amante
Llorando humilde adiós postrero.

La noche acoge negras incógnitas
de algún agazajado destino ambiguo.
Con sus luces el puerto, temblorosamente,
en un coágulo de dolor se mira,
como una pupila ciega de lágrimas.

NOCTURNO

En un recodo áspero del corazón arcano
recojo en esta hora del silencio nocturno
de mi vida vivida el río taciturno,
un sollozo que vuelve, un lamento lejano.

El instante se anega de amargura y de sombra
y resbala la cálida lágrima contenida;
en mi vida hay algo que torpe el labio no nombre,
acaso un cuajarón de asombros por mi vida.

El recuerdo me pone en la salobre lengua
el sabor fenecido del pecho maternal,
succiono ayeres blancos, mas, nada, nada amengua
ese tascar miedoso de negro sepulcral.

En el corazón profundo de mi vida coagulada
en tinieblas de pena, en ayes de orfandad,
me arrastra en el naufragio nocturno de la nada
y vuelca los latidos de una hora que se va.

Y grazna en el reloj nuevamente el latido
que me hace y me deshace, me cuenta y me recuenta,
y otras riadas regolfan en esta noche lenta
trayendo desde lejos su lúgubre alarido.

Hay miedo de perderse, perderse en uno mismo,
el peso de la vida, cual piedra funeral,
que me hunde y que no deja salir del propio abismo
y el minuto que estalla cual pompa de cristal.


LOS BAJELES BLANCOS

Hoy todos mis bajeles han alzado ancla,
melodiosamente alzaron ancla en mis nieblas suaves,
hoy todos mis bajeles han partido
con rumbo incierto y añoranza ignota.

Me miras, amigo, me miran tus ojos como limitaciones
y son los muros pálidos del café nocturno
limitaciones como estos muros de mi carne,
y hoy, sin embargo, amigo hermano,
no me muerden las asperezas de mi vida cotidiana.

Siento un adiós en lo hondo de mi corazón,
un adiós a los que de mí a tus miradas dejo,
y me voy en mis bajeles blancos
con rumbo de infinito en infinito.


TRANSFIGURACIÓN

Están mis ojos mánsos...¡Maravilla!
A ellos que nadie los supo doblegar;
ni luz más fuerte, ni la mirada más altiva
pudieron sus saetas de luz apagar.
A la vida, a la vida misma la miraron
cara a cara, de imperio a imperio, invencibles.
Y el Destino, cobarde, para herirme,
no osó a mis ojos mirar.
El insomnio patinó de azules penumbrás
mis cuencas de esqueleto y mi frente
¡amarilla! de pensar.
Y otro insomnio y otro terco y otro terco batallaron
Y a mis ojos no supieron humillar.
corderillos de luz que ni el lobo del dolor
pudo nunca amedrentar.
Y ahora...¡Maravilla! ¡Están mansos!
Tan hulildes de dulzura que parece que acabaron de nacer.
Corderillos de un suave terciopelo de luz lánguida.
Corderillos que apacienta el amor.

Y mi boca... su desdén...
Ni que piedra tallada hubiera sido,
ni que mármol...como en esos
viejos mármoles que tallaban
el desdén de los dioses.
Para el mal y el dolor y la herida y el llanto
y el oculto infierno de mi alma...¡su desdén!
El lugar pisoteado del placer
y el negro vino ofrecido ya sin sed,
y el desdén de querer
y no desear querer sino querer.
¡Maravilla!...Mi boca se ha vuelto
una rosa náutica de llamas.
¡Maravilla!...Tú sola...¡La única!...¡Tú sola!...

Maravilla que mis manos se me han vuelto
dos plegarias de luz blanca,
como si mi alma se escapara bifurcada
en la sed infinita del abrazo.
¡Dos plegarias...ellas que nunca pidieron nada!
¡Ellas que todo por capricho lo tomaron!
Las soberbias, las iracundas, las orgullosas,
se te tienden cual caminos a mi pecho.
Maravilla que mis manos se me han vuelto
dos plegarias luminosas.

¡Maravilla! ¡Maravilla! ¡Maravilla!
Se ha despertado entre lúgubre fardón
que dormía en mi terca tienebla del dolor,
Ha oido, y estaba sordo.
Ha mirado, y estaba ciego.
Ha hablado, y estaba mudo.
Era hiel, y es un fruto de dulzura.
¡Maravilla!...ya es un niño
mi sañudo, taciturno corazòn.


mayo 02, 2006

ESTAS DISCRETAS IMÁGENES DE SAN MIGUEL DE PIURA/ ARMANDO ARTEAGA

APROXIMACIÒN A LA LITERATURA PIURANA
Fotos: Archivo ITECA-Arnaldo Pulache, fotografo de Castilla. Piura 1900.
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Foto: Calle Lima. Piura 1900.

ESTAS DISCRETAS IMÁGENES DE SAN MIGUEL DE PIURA

Por Armando Arteaga


Un ominoso olvido ha sufrido “De mi casona”, el libro más personal de Enrique López Albujar sobre la “piuranidad”, esa joya que según el propio autor es un poco de historia piurana a través de su revertida biografía. Mejor suerte y reconocimiento ha tenido “Matalache”, a pesar del turbulento drama y la entusiasta sensualidad que demuestran las escenas de su novela en un ambiente de perjuicios sociales. Aquí aparece por primera vez la descripción de La Tina: “La Tina era en1816 un caserón de adobes, ladrillos y paja, levantado a sotavento de la ciudad, unos quinientos pasos más allá de su extremo norte, besando la escarpada margen derecha del Piura y sobre su prominencia del terreno. Vista de lejos, semejaba de día, por su aislamiento y extensión, un castillo feudal, y en las noches, un aguafuerte goyesco”.

Foto: Calle Lima. Piura 1900. 

Lo más rescatable de ambos libros que prosara López Albujar es la casi fotografía tomada del escenario donde se va a desarrollar la trama social. Aproximación misteriosa y literaria de la piuranidad. La anécdota sublima la realidad. Son páginas en donde Piura –ciudad y escenario rural provinciano- surge discretamente con una fuerza integral, subrepticia y arrolladora.

La extraordinaria descripción que López Albujar hace de “la casona” es aristraga y several: “Una casa donde hay más de cinco salones y en cuyos patios puede formar un escuadrón y en cuyos llavones antiguos de sus cien puertas han debido entrar más de dos arrobas de hierro, una casa así me parece que tiene derecho al aumentativo”.

La increíble “casona” de López Albujar no era esa gran casa solariega que parece desprenderse de sus evocaciones, y es que no le falta arquitectura ni suntuosidad, es más bien un pretexto que enrostar a la malicia criolla, que ya no es tal, el mismo describe la agonía de esta arquitectura costeña entre el abandono, la herrumbre y la polilla, difícil ahora de compararla con otra real porque ya no es verdad, en efecto, sucumbió al avance destructivo de cierta “modernidad”, es hoy apenas un terreno baldócrado que descubre parte de los restos prestigiosos y destruidos, de lo que fue: un imprescindible documento literario y arquitectónico.


Foto: Calle Prolongaciòn Ica. Piura 1900.

La devastadora mano irresponsable y aviesa de echar abajo cualquier vestigio de “lo viejo” ha privado a las nuevas generaciones de verla intacta y verídica. Queda aún el rumor perpetuo de la imagen que dejó López Albujar de ella, en la actual esquina de la calle Tacna y Ayacucho, en la misma Plaza de Armas. Volverla a mirar ahora, y asumir su literalidad, da tristeza.
A cincuenta metros de “la casona” queda aún refaccionada, luego de la arruinada que sufriera por los terremotos del 12 y el 40, otra “casona” en la Calle de Mercaderes (Tacna N- 622): la casa donde nació Miguel Grau. Y más allá al norte, a cinco cuadras, la Plazuela Merino, en donde se erigió –recuerda López Albujar- un tiempo: la casa donde nació Carlos Augusto Salaverry, el precursor del romanticismo peruano, el más lírico de los poetas piuranos. Ingrato destino, a este vate también le volaron la casa, según Teodoro Garcés: “La casa donde nació Salavery, estaba en la calle El Cuerno (hoy, Tacna). Fue demolida por la Municipalidad para ampliar los jardines de la Plazuela Merino”.

No todo es trabajo para el tractor y la picota. La literatura ha ayudado a devolverle la memoria a Piura.Francisco Vegas Seminario ha realizado sus mejores racontos sobre Piura Colonial en su novela “Cuando los mariscales combatían” al enmarcar los patriarcales tiempos de Don Bernardo Menacho: “Piura guardaba todavía su aspecto colonial. En los amplios y perfumados patios florecían las tertulias al caer las tardes, por las celosías de los balcones moriscos atisbaban las mujeres, chirriantes caleras atravesaban las estrechas calles conduciendo personajes linajudos, y recuas de asnos, orejones y flemáticos, caminaban al ritmo del brutal palo. Rodeaban la ciudad huertas cuajadas de árboles frutales: adonde acudían: en días feriados, gentes ávidas de hartarse de mangos, cuyas suculencias doradas tentaban, o de almibaradas chirimoyas y guayabas”.
La misma cotidianeidad ha tentado la prosa de José Vicente Rázuri para mostrarnos la irrupción de la vía férrea en Piura y la migración de extranjeros a comienzos del siglo XX: “Llegó a Piura, en 1908, representando la Casa Valenzuela de Antofagasta, don Enrique Cousirat, chileno listo, culto, simpático, conversador ameno y un tanto bohemio. Con quien primero trabó amistad fue con don Vicente Razuri, el hotelero del “Colon”. Cuando los negocios que lo habían llevado a Piura estaban arribando a su fin, don Enrique decidió retornar al Sur, a cuyo efecto debería viajar primero, a Paita. El tren partía a las 2 de la tarde. Cousirat, entonces, debía almorzar a las 12 del día, sobre poco más o menos, ingresó al comedor, tarareando una cueca, tomó asiento en su mesa de costumbre, pidió el menú y con él su cuenta. Solícito el mozo, informó de esto a Razuri, quien sumando y rezumando terminó por dejar lista la tira de papel que anotaba la cuenta del pasajero del N-9 . Como por aquellos tiempos solo se cobraba un sol diario por habitación y los precios en el restaurant eran bastante ínfimos, el promedio diario de gastos era de cuatro a cinco soles...y gracias. Mas como Cousirat gustaba beber whisky de 20 centavos copa y vino chileno de un sol veinte la botella, su deuda asumía nada menos que 84 soles redondos”.

Foto: Av. Arequipa-Pza. Fuerte. Piura 1900.

José Vicente Razuri ha captado en sus “Estampas Piuranas” todo ese “laissez-faire” de la vida urbana piurana, al revés de las “Estampas Mulatas” que José Diez Canseco delineara en “El Velorio”, descripciones más o menos agrestes del ambiente semi-rural en la periferia, en Tacalá, que nos da una magistral nota sobre Castilla (su hiterland) y de Piura: “Alta, clara, festiva, surge con lentitud dulce la luna inmensa. La noche se estremece con la lumbre de plata azulada y trina un concierto efímero de calandrias. Las palmeras mecen el péndulo gualda de sus hojas y por entre las ramas curvas de los tamarindos la brisa murmura sin palabras. El río, entre las cañadas, corre su agua lenta, espesa de noche, rizándose apenas con el vientecillo que viene jugueteando desde el desierto de Sechura. Río Piura, inmenso y pausado, que no puede calmar la sed de los escasos plantíos que vuelven los penachos de sus hojas hacia el rumor tranquilo de las aguas. Parece una mentira, pero la luna viaja también en las linfas oscuras y casi inertes. La ciudad de San Miguel de Piura duerme ya a las diez de la noche. En la Plaza Grau los árboles se mecen descabezando un sueñecito. De los morunos balcones soledizos, de las ventanas de las rejas forjadas, se desliza un silencio luminoso. No se sabe donde, altos, heráldicos, alegres, se empinan jardines eminentes”.

Foto: Av. Tacna. Piura 1900.

En el actual Centro Histórico de Piura que lo conforman el circuito de la Av. Loreto, la Av. Bolognesi, el Malecón Eguiguren, y la Av. San Teodoro (incluyendo el Cementerio), quedan aproximadamente más de 96 inmuebles que definen el Catastro Urbano Monumental de Piura, aún superviven increíbles tipologías de la arquitectura domestica piurana.
En Piura, durante la colonia, las casas-tinas, esas fábricas de jabón, se levantaron en los alrededores de la ciudad, estas empresas coloniales florecieron y más tarde se constituyeron en las haciendas. Este tipo de estas casas –haciendas- coloniales ya aparecen en el Plano de la Ciudad de Piura de 1783 que elaborará el Obispo de Trujillo Dn. Baltazar Jaime Martínez de Compañón, en el que se aprecian las cinco calles originales paralelas al curso del río, Iglesias, Conventos, Plaza, Casa de Cabildo, Hospital, Colegio, Cárcel, etc.

La descripción de López Albujar de “La Tina”, en 1816, es elocuente: “En ella nada de ostentación, ni estilo arquitectónico. Tras el claveteado portalón de la fachada un zaguán, con poyos de ladrillos paralelos, dividiendo, salomónicamente, el edificio en dos hileras de cuartos, la una mirando al sur, y la otra, al norte. Al centro, dos inmensos patios; al fondo, la corralada imprescindible”.

Foto: Av. Libertad y Jr. Ayacucho. Piura 1900.

En el Plano Topográfico de la Ciudad de Piura, levantado en 1847 por el Mayor Miguel Zavala se siguen describiendo “las tinas” en el otro lado del río y en el lado de arriba, lo mismo que el barrio Gallinacera, la Plaza de Toros y las chacras de Miraflores.

La referencia a la calle San Francisco y sus “casonas”, la más pegada al río, tiene un rol significativo desde los planos de Martínez de Compañon y el Mayor Zavala, pero alcanza en las descripciones de Francisco Vegas Seminario un estupendo realismo. Un gran realismo -casi verídico- referido al hecho arquitectónico: “la solariega mansión de los Cortes era una de las mejores de Piura. Construida a principios del siglo XVIII, tenía el estilo arquitectónico de la época. Una de sus características era la de poseer un balcón morisco, que daba a dos frentes: uno a la calle de San Francisco y otro al callejón perpendicular a ella, que desemboca en el río”. La otra se refiere al hecho urbanístico: “Recorrí la calle San Francisco, principiando por el Mercado, vacío y silencioso a esa hora bajo la paz de algarrobos centenarios, hasta llegar a la Mangachería, barrio de gentes impávidas, aficionadas a las jaranas con guitarra y cajón, a la chicha fuerte y a las algaradas turbulentas. Torcí luego hacia la calle Real, bajando hasta la Iglesia de La Merced y la de El Cuerno, paso a paso, como para engullirme con la vista cada casa, cada rincón. Y siempre bajo la luna, que me seguía como una vieja inspiradora de mis sueños, como la cómplice de mis aventuras”. Y como para no tener dudas de la importancia de la calle San Francisco, Vegas Seminario en otro aparte se refiere así: “dimos una vuelta a la Plaza de Armas, en cuyo centro se eleva la estatua de la Policarpa Salavarrista –la Pola se le llamaba a aquella mujerota mal tallada y enrumbamos por la calle Real, una de las mejores, después de la de San Francisco”.


Foto: Av. Arequipa. Piura 1900.

 El fidelisimo seguimiento que J.E. Cheesman hace del itinerario de Abraham Valdelomar en Piura, desde que tomara el tren en la Estación de Paita, en la ambientación con los lugares entrañables, también el autor de Tristítia recorre las calles del Centro Histórico de Piura: “el Municipio, con las grandes arquerías de sus portales y, al lado, la Cárcel, mirando de frente a la estatua de la libertad. Hacía la izquierda la Iglesia Matriz –hoy Catedral- y el edificio de la Duncan Fox”.

Valdelomar se hospedó en su estadía en Piura en el Hotel Colon y vivió la “causerie” literaria imponiendo la moda de la camisa “sport”, los lentes quevedos con cintillo, clavel encarnado en el ojal del saco, pañuelo blanco en el bolsillo del pecho y cubría la cabeza con sombrero de fieltro ligeramente ladeado.
Valdelomar vivió en Piura una temporada agitada con un grupo de piuranos que cultivaron el quehacer literario, animando las costumbres tradicionales de la ciudad. Fueron frecuentes los paseos por los distintos barrios de Piura donde se podía admirar el tipismo de las viejas calles, angostas y polvorientas, con sus casas de paredes convexas, semidestruidas por el terremoto de 1912. En los periódicos de la época, dan noticias, del escandalo literario de Valdelomar en Piura. Entonces, Piura ya era, también, una ciudad cosmopolita. Los paseos por Piura en busca de temas literarios, según los recuerdos de José Vicente Rázuri, siguieron casi ininterrumpidamente. Solía salir a pasear por la Plaza de Armas, se sentaba en algunas de las bancas que están frente a la Iglesia Matriz, debajo de los grandes ficus y un centenario algarrobo. A su vista estaban los veinticuatro tamarindos que, en la epoca de Balta, sembrara el Alcalde Reusche. La Plaza estaba siendo embellecida con claveles, mastuerzos, malva olorosa floripondios, rosas blancas y campanillas.
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Foto: Calle Ica y Arequipa. Piura 1900.

Piura siempre fue un buen pretexto para el imaginario popular. Aunque la literatura que se refiere a esta ciudad ha sido siempre realista y exacta con sus calles y casas. Las imágenes más increíbles obtenidas al cruzar la región de los médanos, son las de Mario Vargas Llosa en La Casa Verde que describe el acontecimiento urbano y lo geológico más resaltante: “armado de arena, sigue el curso del río y cuando llega a la ciudad se divisa el curso del río y cuando llega la ciudad se divisa entre el cielo y la tierra como una deslumbrante coraza. Allí vacía sus entrañas: todos los días del año a la hora del crepúsculo, una lluvia seca y fina como polvillo de madera, que solo cesa al alba, cae sobre las plazuelas, los tejados, las torres, los campanarios, los balcones y los árboles, y pavimento de blanco las calles de Piura. Los forasteros se equivocan cuando dicen “Las casas de la ciudad están a punto de caer”: los crujidos nocturnos no provienen de las construcciones, que son antiguas pero recias, sino de los invisibles, intocables proyectiles minúsculos de arena al estrellarse contra las puertas y ventanas. Se equivocan, también, cuando piensan: “Piura es una ciudad huraña, triste”. La gente se recluye en el hogar a la caída de la tarde para librarse del viento sofocante y de la acometida de la arena que lastima la piel como una punzada de agujas y la enrojece y llaga, pero en las rancherías de Castilla, en las chozas de barro y caña brava de la Mangachería, en las picanterías y chicherías de la Gallinacera, en las residencias de principales del Malecón y la Plaza de Armas, se divierte como la gente de cualquier otro lugar, bebiendo, oyendo música, charlando. El otro aspecto abandonado y melancólico de la ciudad desaparece en el umbral de sus casas levantadas en hileras a los márgenes del río, al otro lado del Camal”.Creo, así mismo, que el capitulo de La Casa Verde “Una calurosa madrugada de diciembre arribó a Piura un hombre”, es de los que mejor describe la ambientación de cierto sector de Piura: el recorrido increíble del viejo Puente hasta la Plaza de Armas, y la entera iluminación del sol piurano que además deslumbró a López Albujar: Y es que “en la tierra piurana todo lleva el sello del sol”. Asegurá en Matalaché:

“La mitad de lo que se hace en Piura es obra el sol: los cuadros rembrandtnescos de Merino, las épicas hazañas de Grau, los rasgos de valor temerario de La Cotera, la vida borrascosa y romancesca de Montero, el marino, las audacias pictóricas de Montero, el pintor, el lirismo ardiente de Carlos Augusto Salaverry, el parlamentarismo idealista de Escudero, la estupenda impavidez de Aljovín ante el férreo bloque de una escuadra... El sol piurano estuvo siempre en el alma de todos estos hombres; en los colores de sus telas, en el heroísmo de sus hazañas, en el romanticismo de su vida, en el acento de sus cantos, en el ideal de sus pensamientos, en el ímpetu de sus arrestos militares...”

Foto: Av. Arequipa y Av. Huancavelica. Piura 1900.

Recordaré también que Sigfredo Burneo Sánchez en sus reciente publicada “Cronicas de los olvidos” refiere, que una ciudad como Piura puede mirase con “ojos nuevos pero siempre viejos, siempre en deuda con el pasado, con los adioses, con lo que ya no era, con lo que se nos estaba escapando sin que nos diéramos cuenta cabal de ello”.Piura actual, es una ciudad que vive aceleradamente un discutible proceso de urbanización que está destruyendo su patrimonio cultural, evitemos desde ahora los “espantosos presagios detrás de las esquinas del olvido”. Y no terminemos metafisicamente hablando , como el mismo Burneo, en su propuesta contestataria: “Odiando minuciosamente las calles de esta ciudad”. O, también, recordemos, aquella hermosa sentencia de Juan Luis Velázquez Guerrero, que yo he recordado siempre desde mi adolescente transitar por las calles de Piura: “Qué soledad sin soledad siquiera”.