EL POETA VALDELOMAR (*)
Por Armando Arteaga.
Sin exagerar, Valdelomar es el poeta más contradictorio de la poesía peruana post-modernista. Tiene un periodo modernista, en cuyos primeros poemas aparecen los temas exóticos, sensuales, decadentistas; es su etapa del aprendizaje literario, de la retórica.
Desde su Torre de Marfil, Valdelomar es pesimista, llena sus versos de evocaciones embriagadoras, xenófilas: La Ofrenda de Odhar, Los Violines Húngaros, Las Ultimas Tardes, Intima; son poemas elegantes, desesperanzados, melancólicos.
Valdelomar en tránsito, que era demasiado sentimental, se vuelve
expresionista como se advierte en La Aldea Encantada , Ofertorio, Tristitia, su recuerdo doloroso del pasado le da una nueva significación a su poesía, vuelve al paisaje de la infancia, a la provincia, al hogar; sus poemas se parecen ahora a los de Verhaeren y Maeterlinck. Hubo pues una ruptura con el modernismo anterior, una visión diferente, otro sentido, una influencia –dice- Mariátegui: creía con D’Annunzio que la vida es bella y digna de ser magníficamente vivida. Valdelomar se busca, este deslinde le permite ascender a una reflexión más íntima en Crepúsculo, El Arbol del Cementerio, Desolatrix, de una manera exigente y lúcida, más de acuerdo con la personalidad versátil de Valdelomar.
Dentro del Impresionismo, su poesía tuvo una sensibilidad cosmopolita, nómada, inquieta. Fue el esplendor de un espacio diverso, lleno de un humor escéptico, “pour epater les bourgeois”, en el que aflora un sentimiento desencantado de la vida, sus obsesiones se repiten también, van hacia la vanguardia. Era la “belle époque” y el eclipse del “art noveau”, Valdelomar descubre un nuevo itinerario: en Luna Park, entre las luces de un triste carnaval, muestra su horror por la deshumanzación del mundo contemporáneo, es casi una denuncia como el poema Conversando con la Torre Eiffel , de Maiakovski.
En Nocturno, retorna la ciudad como hábitat, pero esta vez irracional y clásico, entre farautes y alusión a la muerte, aparece lo siniestro, es una exclamación de amor por lo absoluto. La imagen de su ciudad es imagen metrópoli, spengleriana.
Dentro de una continuidad, en Epistolae Ad Electum Poetam Juvenem, Valdelomar nos muestra los elementos diversos de su ars poética, para llegar a un texto de interpretación estética: Belmonte, El Trágico; donde encontramos su teoría, una vida encerrada en un arte que será la afirmación de una individualidad, la verdad de una época, y de Valdelomar su confiteor.
Sin exagerar, Valdelomar es el poeta más contradictorio de la poesía peruana post-modernista. Tiene un periodo modernista, en cuyos primeros poemas aparecen los temas exóticos, sensuales, decadentistas; es su etapa del aprendizaje literario, de la retórica.
Desde su Torre de Marfil, Valdelomar es pesimista, llena sus versos de evocaciones embriagadoras, xenófilas: La Ofrenda de Odhar, Los Violines Húngaros, Las Ultimas Tardes, Intima; son poemas elegantes, desesperanzados, melancólicos.
Valdelomar en tránsito, que era demasiado sentimental, se vuelve
expresionista como se advierte en La Aldea Encantada , Ofertorio, Tristitia, su recuerdo doloroso del pasado le da una nueva significación a su poesía, vuelve al paisaje de la infancia, a la provincia, al hogar; sus poemas se parecen ahora a los de Verhaeren y Maeterlinck. Hubo pues una ruptura con el modernismo anterior, una visión diferente, otro sentido, una influencia –dice- Mariátegui: creía con D’Annunzio que la vida es bella y digna de ser magníficamente vivida. Valdelomar se busca, este deslinde le permite ascender a una reflexión más íntima en Crepúsculo, El Arbol del Cementerio, Desolatrix, de una manera exigente y lúcida, más de acuerdo con la personalidad versátil de Valdelomar.
Dentro del Impresionismo, su poesía tuvo una sensibilidad cosmopolita, nómada, inquieta. Fue el esplendor de un espacio diverso, lleno de un humor escéptico, “pour epater les bourgeois”, en el que aflora un sentimiento desencantado de la vida, sus obsesiones se repiten también, van hacia la vanguardia. Era la “belle époque” y el eclipse del “art noveau”, Valdelomar descubre un nuevo itinerario: en Luna Park, entre las luces de un triste carnaval, muestra su horror por la deshumanzación del mundo contemporáneo, es casi una denuncia como el poema Conversando con la Torre Eiffel , de Maiakovski.
En Nocturno, retorna la ciudad como hábitat, pero esta vez irracional y clásico, entre farautes y alusión a la muerte, aparece lo siniestro, es una exclamación de amor por lo absoluto. La imagen de su ciudad es imagen metrópoli, spengleriana.
Dentro de una continuidad, en Epistolae Ad Electum Poetam Juvenem, Valdelomar nos muestra los elementos diversos de su ars poética, para llegar a un texto de interpretación estética: Belmonte, El Trágico; donde encontramos su teoría, una vida encerrada en un arte que será la afirmación de una individualidad, la verdad de una época, y de Valdelomar su confiteor.
(*) Publicado en la revista Auki N— 2, 1975; y en el diario Última Hora, (16—07—1975).
Sepelio Abraham Valdelomar en Huamanga. Foto: Baldomero Alejos Bautista.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario