febrero 02, 2006

EL POEMA DE UNA MUJER


El poema
de
una mujer:
María Emilia
Cornejo (*)


Por Nelson Castañeda.
Ilustración: Luis Macharé.


Apenas poseo este pequeño dato biográfico de María Emilia Cornejo escrito por ella misma: “Nací en Lima hace 21 años. Vivo en Lima y cuando salgo siempre vuelvo a ella. Escribo desde temprana edad, con breves y largas interrupciones. A mi estancia en tierras mexicanas debo el haber empezado a escribir más o menos disciplinadamente. Actualmente trabajo y trato de estudiar un poco en la universidad, aunque sé que terminaré siendo siempre autodidacta”. Este apunte lo hace en 1971: al año siguiente María Emilia se suicida.
Se me escapa de las manos la adecuada valoración de esta mujer: la nota que propuse escribir se me hace difícil: vano el intento de contener en dos columnas toda su magnitud. Sin embargo su sinceridad me impele a ser suyo por unos momentos, como testigo de su testimonio he de contar a otros su actitud. Esta muchacha apartó con violencia el quehacer poético a que el hombre tiene acostumbrado a la mujer, o sea: Borró la mentira de esa poesía feminista bastante ocupada en propagar el encanto de su jardín, el color de su vestido, el amor a Dios o el azul del cielo. Sus palabras enfrentaron el estado de cosas de un sistema que hace mucho tiempo desvaloriza a la mujer, envileciéndola para el servicio y el placer del hombre.
De paso hizo añicos la tantas veces enarbolada bandera del pretendido pudor de la mujer. La corta vida de la poeta le sirvió para hacer el “streap-tease” de la vergüenza; he aquí su poema: es la voz y el cuerpo de una mujer:

TIMIDA Y AVERGONZADA
tímida y avergonzada
dejé que me quitaras lentamente mis vestidos,
desnuda
sin saber qué hacer y muerta de frío
me acomodé entre tus piernas
¿es la primera vez?
preguntaste,
sólo puede llorar.
oí que me decía que todo iba a salir bien
que no me preocupara,
yo recordaba las largas discusiones de mis padres,
el desesperado llanto de mi madre
y su voz diciéndome:
“nunca confíes de los hombres”.

Comprendiste mi dolor
y con infinita ternura
cubriste mi cuerpo con tu cuerpo,
tienes que abrir las piernas, murmuraste,
y yo me sentí torpe y desolada.

Leeré cien veces este poema y cien veces volveré a sentir que me hace daño. Me es imposible releer los dos últimos versos, sin sentir que se me han erizado los pelos. Sencilla es la voz que me ha culpado y más sencillo es su decir. Esa voz , presurosamente pequeña de mujer, ha obrado en mí como gritos y rasguños. Mi agresividad, como hombre, se ha desvelado hasta quedar irresistiblemente monstruosa. Desde su postura he sentido rebatida la superioridad del hombre y he pensado con dolor en la mujer latina, rezagada en esta tierra de oprobio y malquerer. María Emilia Cornejo me ha hecho sentir tímido y avergonzado.

(*) Publicado en Diario LA RAZA, Chicago, III, mayo 11, 1974.

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