marzo 30, 2006

LA GENERACION DEL SETENTA/ CÈSAR TORO MONTALVO

Zeìn Zorrilla, Enrique Verástegui. Armando Arteaga: Escritores de la Generaciòn del Setenta.

La Generación del Setenta (*)

Escribe César Toro Montalvo.

Producida la Generación del 70, precisamente aparecen los movimientos rupturales, destacando el Movimiento Hora Zero, Movimiento de Poetas Mágicos del Perú; en menor escala el Grupo Gleba, Estación Reunida, Grupo Cirle y La Sagrada Familia. De todos ellos, Hora Zero, entregó a la poesía peruana aquellos temas provenientes de la calle, la jerga cantinera, el coloquialismo, la poesía pa­rricida e iconoclasta. Virtualmente el Movimiento Hora Zero fue sin duda uno de los grupos de vanguardia más destacados de las últimas décadas. Los años 70 coincidió con el Golpe Militar de Juan Velasco Alvarado y la "era" de los genera­les. Sus poetas se entregaron con fe y pasión a la poesía coloquial, experimental, caleidoscópica, mágica y visual. Esta generación apertura además una amalgama de alta poesía vanguardista de todo orden y estilo; surgiendo además individuali­dades significativas de repercusión latinoamericana. Tampoco aquí en este acápi­te entraré a hablar con precisión las características en cada caso. Sólo enunciaré las obras y nombres más visibles o sobresalientes: Jorge Pimentel en Kenacort y Valium 10 (1970); Enrique Verástegui en En los extramuros del mundo (1971); Manuel Morales con Poemas de entrecasa (1969); Armando Rojas en Bosques (1973); Omar Aramayo en Axial (1975); Abelardo Sánchez León en Rastro de ca­racol (1977); César Toro Montalvo en Especímenes (1977); Tulio Mora en Mitologías (1977); José Luis Ayala en Poesía para videntes (1988); Juan Ramírez Ruiz en Vida perpetua (1978); Mario Montalbetti en Perro mundo, 31 poemas (1978); José Morales Saravia en Cactáceas (1979); Carmen Ollé en Noches de adrenalina (1981); Max Dextre en Fruta de nieve (1979); José Rosas Ribeyro en Curriculum Mortis (1985); José Watanabe en Álbum de familia (1971); Carlos Zúñiga Segura en inauguración de la ausencia (1979); Pedro Cateriano en La siesta del haragán y otras indiscreciones (1978); Arnold Castillo en Alardes & de­rramas; Gustavo Armijos en Celebraciones de un trovador (1977); Rafael en Es­tambres (1980); Feliciano Mejía en Poemas racionales (1971); Elqui Burgos en Cazador de espejismo (1971); Armando Arteaga en Callejón sin salida (1986); Heinrich Helberg en Juegos para soñar (1972); Jorge Nájar en Malas maneras; Ricardo González Vigil en Silencio Inverso (1978); Carlos Orellana en La ciudad va a estallar (1979); Alfonso Cisneros Cox en Lomas (1981); Juan Carlos Lázaro en Gris amanece la urbe del hambre (1987); Luis La Hoz en Primer incendio (1977); la poesía hasta ahora inédita de María Emilia Cornejo y Aidé Romero en Palabras para iniciar una despedida. También en la poesía del 70 podríamos mencionar otros nombres que deben confirmar sus aciertos (¿será posible?), me refiero a Oscar Málaga, Ana María Gazzolo, Siu Yun, Patrick Rosas, Edgar O'Hara, Jorge Espinoza Sánchez, Humberto Pinedo, Manuel Pantigoso, Enriqueta Belleván. Mito Tumi, Pedro Granados, Vladimir Herrera, Tarsicio Navarro, José Cerna. Walter Márquez, Róger Contreras, Enrique Solano, Javier Huapaya y Julio Carmona, entre otros.


(*) Publicado en ”Breve Historia de la Literatura Peruana”, Estilo y Contenido Ediciones, Primera Edición, Lima, 1989.

marzo 27, 2006

LA GENERACIÒN DEL 70/JUAN CARLOS LÀZARO

Foto: Oscar Malaga y Sonia Luz Carrillo, poetas de la Generacìon del 70.


¿Qué es la Generación del 70? (*)
Escribe Juan Carlos Lázaro

En el 2003 se cumplieron 30 años de la pu­blicación de Estos trece, el libro que el crítico José Miguel Oviedo dedicó a la atrabiliaria Generación del 70 y que, pese a ser otro su propósito, contribuyó a ubicarla en el panorama general de la poesía peruana del si­glo XX.

Estos trece, a decir de Oviedo, no es una antología, sino «algo más o algo menos que eso». A nuestro parecer, es un estudio aproximativo y fragmentario del 70, y una curiosa muestra de su etapa incipiente. Aún así, el li­bro marcó época, levantó polémicas y se cons­tituyó en hito indispensable de la historia de esa generación.
La Generación del 70, hasta la fecha, no ha sido valorada debidamente. Sin embargo, junto con la del Novecientos, la del Centenario y la del 50, es de las que reúne los requisitos básicos y fundamentales que la hacen una ver­dadera generación. Esencialmente poética, surgió en un contexto nacional e internacional netamente revolucionario. Y a su influjo inten­tó una revolución cultural en el Perú. Si bien su activismo se centró en el campo de la poe­sía, consiguió impregnar su espíritu y su áni­mo (beligerante, crítico, rupturista e intransi­gente) al conjunto de la actividad cultural de los jóvenes de la época. Para acometer con mejores resultados su propósito le faltó un pro­grama y la orientación intelectual como sí la tuvieron la generación del Novecientos con Francisco García Calderón y Víctor Andrés Belaunde, y la del Centenario con José Carlos Mariátegui y Haya de la Torre.

Los jóvenes poetas del 70, adelantándose a sociólogos, antropólogos y políticos, prefi­guraron la convulsión social que significaría la avalancha migratoria de los provincianos ha­cia la capital. Muchos de ellos eran actores de este proceso. Y en esa línea, su poesía colo­quial, resonante de voces urbano-marginales, no era sino expresión de ese Perú multicultural y multilingüístíco que empezaba a copar la nue­va escena social del país. Asimismo, conscien­tes de su función social, se esforzaron por des­centralizar los focos de la producción literaria del Perú como antes sólo lo había intentado Valdelomar con Colónida.

Sin embargo, en todo esto el crítico Oviedo sólo vio una expresión de la «cultura de la pobreza», un concepto que tomó prestado del sociólogo norteamericano Oscar Lewis, así como se había prestado de Faulkner el título de Estos trece. Juzgó al conjunto de la Generación sobre la base de sólo dos agrupaciones: Hora Zero y Estación Reunida. Y para ajustar su es­tudio y su muestrario a este enfoque sociológi­co, tuvo que dispensar de otras expresiones paradigmáticas de esta Generación como eran las poéticas de Cesáreo Martínez, César Toro Montalvo, Ornar Aramayo, Luis La Hoz, la de los poetas de San Marcos, de La Tortuga Ecues­tre, etc.

Las promociones poéticas que siguie­ron a la Generación del 70 no consiguieron despertar el interés de ningún critico ni estudioso del nivel de Oviedo. Todo indica que en el panorama general de la poesía peruana, la impronta de la Generación del 70 cierra el si­glo XX y se proyecta hasta ahora.

Hora Zero
Hora Zero fue para la Generación de los 70 lo que Colónida significó para su época: una ruptura con el pasado, un impulso vi­tal, expresión de una nueva emoción, pero sin un programa que lo guiara. A diferencia de Colónida, no cultivó el torremarfilismo, sino que se involucró en el movimiento social de su época. Y también a diferencia de aquella, en tanto comunidad poética, no tuvo la coheren­cia ni el brillo de Valdelomar y sus huestes.

Para muchos esta comparación puede parecer desproporcionada. Yo me ratifico en la misma. Persisto en mi alegato de que la Gene­ración del 70 —sus guerrillas literarias y sus creadores— no ha sido evaluada aún en su ver­dadera dimensión. Basta con apelar al consen­so que reconoce que la década de los 70 mar­can un punto de quiebre en el desarrollo políti­co, social y cultural del Perú, para entender mejor mi hipótesis.

El mayor mérito de Hora Zero consiste, precisamente, en haber captado y expresado la emoción de su época: revolucionaria, idealis­ta, intransigente, iracunda y de multitudes. En esa línea, introdujo a la poesía las voces de los movimientos que migraban de las provincias a la capital, el fenómeno social más importante de los últimos 30 años del siglo XX peruano y del cual los sociólogos sólo se ocuparían una década después. Asumió todos los riesgos de sus experimentos con el coloquialismo, e in­tentó, algunas veces con éxito y otras produ­ciendo una gran cantidad de disparates, un cos­mopolitismo que fusionaba este coloquialismo con las técnicas poéticas de las vanguardias europeas y anglosajonas.

Como Colónida, y sólo después de él, Hora Zero se propuso descentralizar los núcleos de la actividad poética, promoviendo las voces de provincias. Creó bases o movimientos afi­nes en Chimbóte, Chiclayo, Pucallpa, Iquitos. . etc. Batallones de jóvenes poetas provincianos hallaron en Hora Zero una tribuna y un espacio de difusión y debate, alternativos a los circui­tos culturales tradicionales controlados por cier­tas elites limeñas desde las universidades y la prensa. Pero si bien Hora Zero desacralizó las tendencias elitistas de la actividad poética en el Perú, también contribuyó a generar una vertien­te populista y demagógica en la literatura.

La partida de nacimiento de Hora Zero fue una revista mimeografiada de tapas de car­tulina amarilla que apareció en el verano de 1970. Ha trascendido que la publicación fue posible gracias al decidido auspicio del enton­ces rector de la Universidad Nacional de Edu­cación (La Cantuta), el eminente historiador Juan José Vega. Su primer texto era un mani­fiesto retumbante, titulado «Palabras urgentes», que firmaban Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruíz. Seguía una selección de poemas de los ya citados, así como de Mario Luna, Jorge Nájar, José Carlos Rodríguez y Julio Polar. Un año después se revelaría el talento de Enrique Verástegui, uno de sus mejores créditos.

Hora Zero concluyó su primer ciclo histórico en 1975. episodio que coincidió con el fin del régimen velasquista, en cuyo marco político y social desenvolvió su intenso activismo.

Estación Reunida
Estación Reunida fue la revista de poesía que fundó y dirigió el poeta José Rosas Ribeyro y que llegó a editar cinco núme­ros de 1966 a 1968. En torno a ella se aglutinaron los poetas Elqui Burgos, Tulio Mora, Oscar Málaga y José Watanabe, la ma­yoría de ellos estudiantes de San Marcos y al­gunos con filiación ideológica marxista. El nombre de la revista fue tomado del título del segundo libro de Javier Heraud, el poeta y gue­rrillero asesinado en Madre de Dios en 1963 y que era su paradigma del poeta con compromi­so social precisamente.

Estación Reunida antecedió a Hora Zero en su iconoclastia y en su demanda del compromiso social del escritor. Diríase que anunció a aquel movimiento, aunque sin lograr eco más allá de su propio ámbito. Y si bien no tuvo una postu­ra beligerante y de confrontación con la gene­ración precedente, como sí sucedió con Hora Zero, enfiló su crítica a aquella por su acomodo al establishment.
¿Era Estación Reunida un grupo o un movimiento?. Al respecto siempre hubo opiniones contrapuestas entre sus mismos integrantes. Para Rosas Ribeyro sólo se trataba de una revista de poesía con una posición política dictada principalmente por las buenas intenciones y la emotividad de la juventud, Elqui Burgos y Tulio Mora, en cambio, se han expresado de ella como una agrupación orgánica. Oscar Málaga y José Watanabe, ubicados en un punto intermedio, dijeron entender que se trataba de una comunidad generacional.
Lo cierto es que a mediados de 1970 entre Estación Reunida y Hora Zero hubo conversaciones encaminadas a integrar a los dos grupos.
Esto es lo que se deduce de los testimonios de Tulio Mora y Elqui Burgos de Estación Reunida, y de Juan Ramírez Ruíz, de Hora Zero. Finalmente esa integración nunca se produjo. Para José Rosas Ribeyro, el director de la revista, la etapa de Estación Reunida ya era un asunto del pasado y su madurez política le enseñaba que la poesía no servía para ninguna transformación social. Rosas Ribeyro, convertido ideológicamente al trotskysmo, sería deportado a Francia en 1975 por la dictadura militar.
El balance de esta experiencia indica que Estación Reunida tenía aquello que siempre le fal­tó a Hora Zero: claridad en su orientación ideo­lógica. En cambio, los poetas de Estación Reunida, pese a su programa, no alcanzaron el impacto social que sí consiguió Hora Zero con su intenso activismo tanto en Lima como en provincias.
Antes de cerrarse la década del 70, los poetas de Estación Reunida dejaron el Perú para establecerse en París, donde actualmente desa­rrollan una importante labor cultural, o en Chi­na, como fue el caso de Oscar Málaga. La ex­cepción fue Tulio Mora, quien permaneció en el Perú y se integró a Hora Zero.

Josè Rosas Ribeyro, Luis Anamarìa, y Rosina Valcàrcel:
Del 70




Mágicos, andinos e insulares

Pero, como ya dije al comienzo de estos apuntes, la Generación del 70 fue mucho más que Hora Zero y Estación Reunida. Una de sus características fundamentales, pre­cisamente, consistió en su afán de búsqueda y experimentación, incorporando a la poesía las innovaciones que entonces se producían en los campos de la lingüística, la plástica y las co­municaciones, o las manifestaciones que sur­gían de la eclosión de los nuevos movimientos contestatarios como el hippismo, la liberación feminista, la revuelta estudiantil de París de 1968 y la guerrilla urbana de los países del sur latinoamericano.

Abelardo Sánchez León y José Watanabe, dos de los créditos más notables de la Genera­ción del 70, cuya obra ya alcanza reconocimien­to internacional, no integraron las filas de Hora Zero ni de Estación Reunida, aunque eventualmente publicaron en sus revistas y participa­ron en sus recitales.

Mario Montalbetti es una de las ínsulas más extrañas y esplendorosas del 70. Sus poe­mas experimentan lúdicamente con los aspec­tos semióticos del lenguaje, en los que conver­gen con excelentes resultados la ingenua trans­parencia de e.e. cummings y la hondura místi­ca del haiku japonés.

Cesáreo Martínez se empeñó en un proyecto de vasto alcance y --de alguna manera como lo hizo José María Arguedas con su narrativa-- apuntó con su poesía a desarrollar una visión crítica de la modernidad desde una nueva perspectiva andina.
De la poesía de Luis La Hoz se puede decir que es, después de La casa de cartón de Martín Adán, la que mejor ha calado en la sensibilidad y el mundo del adolescente mediante metáforas que deslumbran por su imaginación, audacia y concisión.
Mención aparte merece María Emilia Cornejo, cuya cautivante poesía representa el punto de quiebre de la expresión literaria fe­menina en el Perú. En este sentido es una ver­dadera fundadora, impecablemente lúcida, bri­llante y original pero, muy a su pesar, también fuente de las imposturas más groseras de la poe­sía hecha por mujeres después de ella.

En su primera etapa, César Toro Montalvo inició la vertiente de la "poesía mágica" en el Perú, que si bien era tributaria de Apollinaire, Eguren y los vanguardistas, apostó también por crear su propia retórica con loables resultados.

Asimismo, la originalidad de lo mejor de la poe­sía de Omar Aramayo consiste en su proyec­ción cósmica de los mitos andinos-aymaras me­diante una arriesgada propuesta de desarticula­ción del lenguaje poético.
Y como contraparte, ubicado plenamente en tierra firme, Armando Arteaga ha explorado la cotidianidad y el len­guaje de la urbe, reciclando en sorprendentes metáforas los subproductos de la publicidad, los medios de comunicación y el consumismo modernos.
Pese a su brevedad, estas referencias pue­den resultar representativas y significativas de la gran pluralidad de tendencias, experimentos y búsquedas en que se empeñaron los poetas del 70, hijos de una época caótica, de dramáti­cos cambios sociales y terriblemente apasiona­da. Sin embargo, este aspecto es soslayado interesadamente por la crítica académica —muy cuestionada por esta Generación— que prefie­re ver en ella sólo un movimiento de jóvenes arrogantes e iracundos, que saltaron a la pales­tra armados de una retórica coloquial y de cier­ta vocación por la marginalidad. Los hechos y sus obras indican mucho más. Si bien es cierto que entre ellos hubo excesos y extravíos, sus logros no son nada desdeñables. Las nuevas pro­mociones actúan a su influjo y parte de sus pro­puestas mantienen vigencia.

(*) Publicado en Sol&Niebla, Lima, N- 2, Noviembre-Diciembre 2004.

Juan Carlos Lázaro, n. 1952, poeta y periodista, ha publicado “Gris amanece la urbe del hambre”(1987),
y “La casa y la hojarasca” (2001).

marzo 22, 2006

UN POEMA DE ARMANDO ARTEAGA *


CAHIERS DU CINEMA / NOUVELLE VOGUE/ LLUEVE. *


Una muchacha desnuda sobre una sabana
blanca. Mira el fondo blanco de la habitación.
Tiene ojos de gato.
Ella es dueña de un cuerpo perfecto.
No desea salir a pasear. Escribe
Una carta para su novio
que está lejos -haciendo sky- en los Alpes du Noed.
Los dos escuchamos desnudos
el ruido de la lluvia.
Su cabellera de oro
puede incendiarse si -solo- permanece quieta.
Y no tiene cuidado con la estufa
al encender el último gauloises.



* Mensiòn Honrrosa.
Este poema fue aludido como representativo de la actual poesìa latinoamericana en reciente entevista en El Mercurio de Santiago por el poeta chileno Gonzalo Rojas, candidato actual al Premio Nobel de Literatura.

LA GENERACION DEL 70/ FERNANDO AMPUERO


LA GENERACION DEL ‘70 (1)

FERNANDO AMPUERO (2).



A fines de los años 60 ocurrió una invasión insospechada: muchachos distraídos, solipsistas, muchos de ellos provincianos, anematizaron la convulsa realidad del país y declararon de su propiedad las flores de los parques, las aceras lluviosas, los inviernos y el derecho al malestar después de entumecerse en oscuros recovecos del centro. Nadie los conocía ni tampoco se conocían entre sí, pero la ciudad se encargó de enfrentarlos, con sus universidades, con sus esquinas de encuentros inesperados, con sus cafe­tines salpicados de rostros neuróticos y miradas lánguidas. Los que residían en Lima —o los que, de hecho, eran lime­ños— sabían que un tiempo atrás, en esos cafetines, Allen Ginsberg y William Burroughs, ante la indiferencia de los asiduos parroquianos, habían celebrado cenas frugales.

Los escenarios eran otros. Ya no se visitaba el Negro Negro ni el bar Zela, donde solían refugiarse gente como J.M. Arguedas, Servulo Gutiérrez o Mario Vargas Llosa, o donde se tramaban insólitos concursos de pintura, en quince minutos, en las pistas de baile y se recitaba “El Cuer­vo” de E. Allan Poe, para luego, agotadas las alternativas de la noche, embarcarse en aquellos vetustos tranvías que pasaban por la Plaza San Martín, remeciendo las entolda­das carretas de friolentos emolienteros. Esta vez se había e1egido el bar Palermo, el Dominó y el restorán Wony, locales que encerraban una tradición más inmediata. Allí en la década del cincuenta, hicieron tertulia J.R. Ríbeyro, Vargas Vicuña, Reynoso, etc., escritores exhaustivamente antologados, junto con otros poetas, cuasiafiliados al surrealismo, ahora achopanados y arrepentidos (aunque en su tiempo, según le leyenda dixi, se arrebataban en los cinemas lanzando fame1icos gatos desde las cazuelas).

Y estos muchachos, pertenecientes a la generación del 70 y a quienes también les placía desparramar los azucareros, no procedieron, en mi opinión, de un modo demasiado diferente, salvo en detalles que corresponden al terreno de la moda. Pero, sin embargo, materializaron una ruptura. Se interesaron sobre todo —acentuando manías llevadas a las artes— por deambular, observar a la gente y oír sus conversaciones, esgrimiendo el lema ya varias veces inventado, convertido en letanía La Poesía Está En La Calle.
Poco a poco, se organizaron grupos. Se fundaron los movimientos Hora Zero, Estación Reunida, Gleba Litera­ria, Los Poetas Mágicos, etc., todos con autores aún inéditos. No hacía mucho que Leonidas Cevallos había reuni­do en un volumen titulado “Los Nuevos” a los poetas Cisneros, Henderson, Hinostroza, Martos, Lauer, y Ortega, como tampoco se veía muy lejano el asesinato del poeta Javier Heraud y del ahora prostituído Ernesto Che Guevara. La situación, como se sabe, era confusa y estos jóvenes se propusieron despejar las brumas. Nos aseguraban que no per­dían tiempo en fabricarse poses, que no se amparaban en la ironía cerebral y mundana; que no ostentaban ninguna clase de escudos, pero de todos modos, cometían negligencias y juicios precipitados. Los nuevos, en cierto modo, descon­tando a los más significativos, se asemejaban a los poetas de Florida, de la Argentina de hace aproximadamente 40 años, y ellos al movimiento de Boedo. Eran jóvenes que, de pronto, se tropezaron con libros, llenos de nuevas formas de versifi­car. Se totemiso a Dylan Thomas, a Bretón, a Paz, a Corso, a Ferlinghetti y a toda la comparsa de beatnicks esquizos. Pound y Eliot llegarían un buen tiempo después, lo mismo que Cummings, Olson, W.C. Williams. Y esto fue clave. El dila­tado retraso de estas publicaciones (en nuestro medio) los benefició y perjudicó en varios sentidos.
A diferencia de la generación anterior, que gustaba de la poesía anglosajona, pocos poetizaban emociones exquisitas, se­leccionadas con pinzas, propias de la burguesía. Les atraía más la sordidez, el lumpen, los cuartuchos de sus vecinos. Abominaban de la utopía de la fina metafísica demodé, empeñados en instaurar un lirismo distinto, que reclamaba un violento cambio en las estructuras de la sociedad. Se proclamaron re­volucionarios y acusaron y dilapidaron a todos los creadores anteriores
—el playboísmo preciosista de Calvo, los artificios de Bendezú, el alambicado anacronismo de Belli— en el clásico parricidio, excepción hecha de Vallejo, Eguren, Oquendo y Adán —aunque muchos lo ignoraron— pero asumieron, por otra parte una conducta que se oponía a esta actitud. Los miembros de algunos grupos se dejaban crecer los cabellos, polemizaban a la manera de Rimbaud y acababan en prisión por exceso de cer­veza y verbo agresivo, cuando no en clínicas psiquiátricas. Otros, se aficionaron a las drogas y estudiaban a Marx y al budismo Zen, a la revolución cubana y a Bob Dylan, a los anarquistas del XIX y a los Beatles. En resumidas cuentas, ofre­cieron mayor confusión, a la ya existente. No obstante, gra­cias a esa confusión, emergieron algunas figuras que son, a no dudar, la buena poesía joven.

Se debe mencionar, en primer término, a Enrique Verástegui, excelente poeta, el abanderado de la generación y además el primer poeta importante de raza negra en el Perú. Hago hincapié en este factor, porque el ritmo que impone Verástegui a sus poemas, producto de ecos ancestrales, es algo especialísimo e irrepetible. Trabajo vital, crítico, lúcido, depurado, basado en el tratamiento del lenguaje, a la altura de obras tan buenas como la de Hinostroza y Cisneros. Verástegui fue militante de H Z.

Entre los poetas mágicos descolló Cesar Toro, autor de “Mágicas y Mabú el meleno de la guitarra”, cuyo oficio, se dice, es el de carnicero en uno de los mercados de la ciu­dad y Omar Aramayo, poeta bucólico y onírico, buen músico, y quien editó uno de sus primeros libros de poemas, hecho a ma­no, en un microscópico formato de 5cm x 4cm. Los poetas má­gicos acostumbraban, por lo general, reunirse en las playas de Miraflores y Barranco.
Independientes y desertores de grupos, destacaron, a su vez, los poetas J. Cerna, y Elqui Burgos. Solían reunirse en el café Wony, lugar también frecuentado por cineastas, pintores y escultores, editores jóvenes y narradores, compositores de música y jovencitas con cara de sueño, y otros poetas independientes como Marco Mantos (uno de los respon­sables de “Hipócrita Lector”), V. Herrera y N. Castañeda, quien dejó la poesía por la pintura y que, en los albores grupusculares lanzó la revista “Origen”, un solo número, con un cuadrito original para la portada de cada ejemplar. Y tampoco, claro está, no se puede negar el despuntar de Pimentel en “Ave Soul”, horazeriano que prodigó revistas y manifiestos, y perpetró un sonado duelo en poesía con Cisneros en el INC, lo mismo que O. Málaga, A. Sánchez León, Manuel Morales, Watanabe, T. Mora y Armando Arteaga. Todos estos autores, en fin, fomentaron numerosas publicaciones, a menudo de vida efímera y con medios precarios, y se esmeraron en buscar nuevas voces poéticas, cosa que alentó el ventarrón de revistas literarias —La Peca de La Jirafa, Nubetonta, Tallo de Habas, El Prostíbulo, La Tortuga Ecuestre, Auki, etc) motivo de esta nota. Y fueron las ediciones rudimentarias, precisamente, su más resaltante, característica y común denominador. De ellos, se puede decir lo que muchos cineastas, incluyendo a Norman Mailer (novelista y cineasta) opinaron de Andy Warhol: “Después de apreciar los pobres medios técnicos que utilizó Warhol, para hacernos llegar su expresión, todos pueden animarse a hacer cine”. Para los que duden de esta tesis, se­ría bueno recordarles que la posteridad es implacable y no permite que sobreviva lo que no debe sobrevivir.

En esencia, pues, las ventajas que acarreó este rebullir se obvia en obras ya asentadas y en otras por desarrollar. Este fenómeno ha sido y es importante y necesario. Hacer críticas acerca de ello, sin duda, no puede resultar más que superfluo e incomprensible. En las mallas de los lavaderos de oro quedan muchas piedras inservibles, pero de cuando en cuando se rescatan las codiciadas pepitas luminosas. Eso es todo. ¿Y respecto a las nuevas hornadas?. Denso Misterio. Ahora se comenta que estos bates en ciernes evitan departir con el mimo del bar Palermo o con los autores de fábulas so­bre Incas Esotéricos del restorán Wony. Algunos de ellos se han acuartelado en el sofisticado café Haití de Miraflores. Otros, en los jardines de las universidades, donde pululan sectas Maoístas, Trotskystas, Revisionistas, y Guruístas. Otros, más temerarios, mas exóticos, en las tenebrosas callejuelas del Barrio Chino o el demolido barrio de La Soledad. Es decir: el hormiguero hormiguea.






(l) Publicado en la revista “La Mosca”, Lima, 1974.

(2)Fernando Ampuero, n. Lima, 1949. Ha publicado: "Delitremos Juntos", "Miraflors Melody" y "Mamotreto"( novela).

POEMAS INÉDITOS DE FÉLIX PUESCAS MONTERO

POEMAS INEDITOS DE FÉLIX PUESCAS MONTERO


















EPISTOLAR

Félix:
Hoy te vi pasar otra vez
negro e insondable
sangraba tu costado
un río de sangre oscura
suficiente para manchar el infinito
pero tú permanecías de pie
después de haber ensayado hasta el cansancio
el gran salto liberador hacia el vacío
y era siempre como empezar de nuevo
desnudo
inconsolable
y ya no tuve pena de ti,
¿Es este el secreto de tu divinidad?.
Divinamente,
Félix.
POEMA
Esa noche
Detuve mi caballo de amatista
y él,
adivinando mi propósito
se volvió complacido
a contemplarme.
Tenía yo un cansancio de siglos
y él,
una avidez de distancias
e historias sin palabras que contar.


ESPERANZA

Cuántas veces
le he dicho a mi vida:
ESPERA...
y ella pobre
se ha sentado a esperar.

ESPERANZA...
he ahí otra palabra
que arrojaré a las aguas
del segundo diluvio.


EN VOZ BAJA

Félix:
Es peligroso acercarse a la mul-
titud, y es preciso evitarla si no quie-
res correr el riesgo de morir crucifica-
do.
Tú que te pasaste toda una vida
tratando de sacar la cabeza de entre la
multitud, tienes que esconderla aho-
ra no sea que te la corten; porque la mul-
titud no perdona la altura.
-¿Y mi amor al hombre?.
-¡Insensato¡.
Cuídate de amar al hombre en alta voz.

VERDE

Una pregunta
eternizándose en grito.
Variaciones sinfónicas
en ritmo de galaxia.
Nacimiento.
Vida,
pasión y muerte
del universo.
Era de la razón en la tierra.
Por allí,
la música es apenas
la primera palabra del Silencio.
Y nosotros
tú y yo
apenas dos notas
de una escala musical desconocida.


TU

Tú y la Música
La Música y tú.
Tú, la Música y Dios.
Dios, la Música y tú,
naciendo,
muriendo y renaciendo
en el espacio abismal de mis pupilas.
Y yo...
¡pobre ángel¡
enfermo de amor
y con complicaciones metafísicos
condenado a permanecer
eternamente con los ojos abiertos
para no quedarme sin Dios
sin música
y sin ti.

DESENTERRANDO LAMPARAS

A mi amigo Carmelo Trujillo
Mi amigo Carmelo
es un niño bueno
de puro bueno: bello.

Hacía tiempo que no tenía
un amigo niño
de puro bueno: bello.

Aclaremos:
Mi amigo Carmelo no es un niño
es un hombre puro
que logró salvar del naufragio
su lampara de niño.

Hoy, a invitación del sol,
del viento, del agua, de la tierra y el fuego,
mi amigo Carmelo me ayudó
a desenterrar mi lampara de niño
y hechos dos niños
juntos continuamos
desenterrando lámparas, lámparas.


Nelsòn Castañeda dice: A mi derecha Félix Puescas, el poeta, en la plaza de armas de Tarma, en 1969. Abajo (2002), al lado de su tumba en el cementerio general de Piura, de donde era oriundo mi amigo.

POEMAS DE "LA LÀMPARA ÙNICA" DE FÈLIX PUESCAS MONTERO


el reinado de las piedras

Inmóviles,
acusadoras,
terribles:
¡Qué calladas se han quedado las piedras!
Desde que se inició el Gran Mutis:
¡Qué calladas se han quedado las piedras!
.
Inabordables,
visionarias,
eternas:
¡Qué calladas se han quedado las piedras!

Desde la cumbre
de su milenario silencio
óQué han visto las piedras?
Al empero de la soledad,
las piedras se multiplican.
Al ampero de la soledad
las piedras crecen.
Al amparo de la soledad
óQué traman las piedras?
Nadie que no sea el agua o el fuego
podrá pactar con las piedras.
Nadie que no sea un niño
musical y diáfano
podrá romper
el obstinado silencio de las piedras.

¡El Reinado de las piedras
ya viene!
¡El Reinado de las piedras
ya se acerca!
¡El Reinado de las piedras
ya está aquí!

Entre el hombre y las piedras
la antigua alianza se ha roto.
Entre el hombre y las piedras,
la palabra se muere
y el vacío se ensancha.

Pero anoche yo tendí un puente
entre la vigilia y el sueño
y mi vida ha empezado a llenarse
de extraños signos
y de voces nuevas.
...............................................................
...............................................................
Desde que se inició el Gran Mutis:
qué calladas se han quedado las piedras.


(Publicado en la revista Auki N- 1, Piura, Marzo de 1975)

Oleo: Nelson Castañeda.


LA CORBATA


Qué pena me ha dado hoy la corbata
de los que llevan corbata obligatoria.
Pero la corbata igual que el hombre
todavía no puede elegir su destino.
Hay corbatas enfermas de desprecio a sí
que se obstinan en morir de olvido
aferradas a una cabeza anónima
donde olvidaron ya su forma,
su color original y su significado.
Conozco la solidaridad de la corbata con el hombre
y a veces me pregunto:
¿en qué momento de la humana tragedia
la corbata se hace símbolo
en el pescuezo de los que buscan
para desayunarse una colilla?
Sé de muchos que naufragaron
al enrumbar su vida
hacia los colores ilusorios de una corbata.
Yo tenía una corbata
que le enseñé reír y a cantar,
la olvidé cuando corrí tras la pista
de un ¡ay! desesperado.
Pero hay corbatas irresistibles
como mujeres fatales,
como destinos marcados.



VINO TRISTE


Tengo los ojos buenos y lejanos
en la boca, un sabor a retirada,
de tanto prodigarme,
de tanto darme sin recuperarme,
de tanto entrar y salir en la música,
de tanto andar por lo difícil: lo innombrable.
Aunque ésto de andar por la música
antes de tiempo
ha empezado a dolerme
como una fatal salida de órbita;
porque ésto de vivir musicalmente
es también morir musicalmente,
pero morirse al fin:
romperse,
disgregarse,
irse.

Oleo: Nelson Castañeda.
PLENITUD


Amo la plenitud de las cosas: lo bello y lo monstruoso y más aún, lo monstruosamente bello de las cosas. Amo lo bueno y lo malo llevado hasta el exceso, pues estoy convencido que el mal no es sino una forma dolorosa del bien para enseñar al hombre a ser divino. Amo la alegría que camina del brazo de la tristeza y viceversa. Amo la risa que busca el llanto y el llanto que se alarga hasta alcanzar la risa, y pues no hay nada más triste que la risa, ni nada más risible que la tristeza. A propósito: ¿se da la alegría y la tristeza fuera del hombre?... Puedo asegurar que he visto llorar a muchas cosas y he oído cantar a la Noche. Amo la Noche, su manera de ser y de entregarse, lo que sabe, lo que enseña, lo que oculta, lo que sabe contar la Noche. Amo la dialéctica, la infinita trans­figuración de la Noche. Amo las cosas todas, la condición, la esencia, la naturaleza mutable de las cosas. Amo lo palpable y lo impalpable, lo indefinido, lo abstracto, lo que se niega tenazmente a concretarse. Amo lo irregular, lo abrupto, lo que no quiere rodar, porque todo lo que rueda busca una órbita y toda órbita es un círculo vicioso. Amo a la naturaleza siempre creando y destruyendo, siempre haciéndose y deshaciéndose a menudo quebrándose para cambiar de ritmo. Amo la furia destructiva de los elementos proponiendo la revolución total. Amo el caos que precede al génesis y el génesis que sobreviene al cataclismo. Y por sobre todas las cosas: amo la Música, carne y espíritu de Dios, voz, alma, esencia, pulso, ritmo, flujo y reflujo; principio y fin de todo lo creado


(Seleccionados del libro “ La Lámpara Unica”, 1989)

marzo 20, 2006

EL ECLECTICISMO POÈTICO DE FÈLIX PUESCAS MONTERO/ ARMANDO ARTEAGA

En la Foto: Fèlix Puescas. Foto:" CHILO".

EL ECLECTICISMO POÉTICO DE FÈLIX PUESCAS MONTERO (1)
Por
Armando Arteaga

El poeta piurano Felix Puescas Montero vino desde Sechura (Bernal) a Lima como cualquier emigrante de esa época en busca de un futuro mejor, a mediados de la década del cincuenta. Poco sabemos del pasado piurano y provinciano de Felix Puescas, pues, casi detestaba hablar de su recodo sechurano, aunque ante la intimidad de sus amigos, le sacaba lustre a su piuranidad de origen.
El escenario cultural donde Puescas tuvo que actuar en Lima era el mismo que Mario Vargas Llosa describe “En plena edad de piedra” (2), en donde la vocación literaria estaba absolutamente desamparada. Un país sin lectores, ni editores, y casi sin publicaciones literarias. En ese contexto cultural, Puescas fue un exiliado voluntario: ni provinciano ni cosmopolita, mantuvo siempre firme su vocación de artista y de poeta. No desertó nunca. Pero pagó caro esa actitud rebelde. Ese exilio ecléctico, literario y limeño fue su mejor defensa para sobrevivir con su vocación literaria a cuestas. Fue un exilio espiritual que lo llevó a una resistencia personal contra la indiferencia del marasmo cultural limeño de entonces. Puescas se exilio en su propio mundo hecho de fantasmas literarios de buen gusto, refinado en la nocturna bohemia limeña de los cafés del Centro de Lima. Vivió, y padeció, las convulsiones politicias de los años sesenta (los levantamientos insurreccionales de masas de campesinos encabezadas por Luis de la Puente Uceda con el MIR, Hector Bejar con el ELN, y Hugo Blanco con el FIR.), sufrió como todos los jóvenes rebeldes de su época persecuciones, chismes y marginaciones.
Y tuvo, con tristeza, que ver a muchos de sus amigos de generación ir a poblar las cárceles, o sufrir deportaciones: para vivir en el destierro; pero no se amilanó, la política si le interesó, fue solo para hablar frente a una taza de café con sus amigos, mirando la calle y la coyuntura política del país siempre de una manera lateral. Sin embargo fue un hombre de una visión muy amplia. Poner en cuestión la realidad de un país desde la posición de la poesía, le tuvo que originar problemas. Su ubicación al margen de todo, mantener una posición ante la sociedad y la realidad peruana de vivir como escritor anti-sistema, tuvo que traerle conflictos, y con ello, el olvido, la frustración, y el riesgo de empezar a tomar la vida como un juego casi literario y novelesco. Y vivir como vivían los personajes de “Pobre gente de París” (3), pero en la desarraigada Lima (cielo panza de burro) de entonces: en buhardillas de mala muerte, cenando –habitúe- en fondas y restaurantes con piso de aserrín (como seres extravagantes, y marginales, casi identificado como algún protagonista de “Los hombres y las botellas” de J.R. Ribeyro). En ese ambiente desalentador vivió siempre Puescas, en cierto vacío existencial, en la estrechez vivencial a lo “Jules y Jim” (4), y en fragilidad irreal de los bajos fondos de la existencia humana que desalienta la realidad cotidiana: para seguir cumpliendo el devenir de la vida de un poeta , escribiendo y viviendo de sus libros. Advierto, desde ya, que Felix Puescas no publicó en vida ningún libro, sin embargo siempre fue respetado como poeta por sus amigos. Solía llevar bajo el brazo un cuaderno empastado en cuero donde escribía sus versos, y de donde leía o copiaba para sus lectores, y amigos que le solicitaban sus recipiendarios poemas.
Hicimos amistad con Felix Puescas Montero a comienzo de los años setenta, ya era una leyenda para nosotros, vivía solitariamente en el alto edificio ubicando en la esquina de la Av. Tacna y La Colmena, era un personaje verídico y de ficción. Rodeado de su colección de pinturas abstractas y discos de vinílico Deutsche Grammophon Gesellschaft donde recuerdo destacaban los “Brandenburg Concerto” de Bach, las “Sonatas” de Beethoven, los “Polonaises” y “Nocturnes” de Chopin, siempre Debussy: Prélude á “L´aorés-midi d´un faune”, las “Symphony´s” de Mozart, “Hungarian Dances” de Brahms, todo Schubert, Schumann, Strauss, Tchaikovsky, Verdi, y el inalcanzable Stravinsky. En jazz: Charlie Parker, Louis Amstromg, Jhon Coltrane, y Miles Davis. En música criolla: Los Morochucos, Los Chamas, María de Jesús Vásquez, y Los Embajadores Criollos. Y en música afro-cubana: Toña La Negra, Bola de Nieve, y La Sonora Matancera.
Recuerdo haber pasado muchas horas escuchando la “Symphonie fantastique op. 14 (Episode de la vie d´un artiste) de Hector Berlioz , tocada por la Berliner Philarmoniker y dirigida por Igor Markevitch, mientras Felix explicaba cada detalle musical, nosotros sus invitados (jóvenes poetas) hojeábamos los extravagantes números de sus revistas Vogue que también coleccionaba en un mueble especial en la sala de su casa con cierta devoción. En este momento, y en estos episodios vividos, Puescas siempre fue un hombre de vanguardia para nosotros, aunque su literatura era recatada y expresionista, a pesar de que sus poemas están invadidos de reminiscencias con seres excéntricos y diversos, literariamente hablando, como bien lo recuerda Luis Justo Caballero en la presentación de su único libro publicado “La Lámpara Unica”: Herman Hesse, Franz Kafka, Federic Nietzche, Omar Khayamm, Nazim Hikmet, Paul Eluard, Greta Garbo, Isadora Duncan, Charlie Chaplin, Cleotilde Sakaroff, Juliette Greco, Bertrand Russell, Albert Einstein, Jack Kerouac, o Galina Ulanova. No deja de sorprendernos tampoco que cite en sus referencias literarias a poetas -tan norteños- como Francisco Xandoval y Mario Florian.

Se ha realizado algo de justicia al incluir tres poemas de Felix Puescas Montero en “Karminka/ Antología de la Poesía Piurana” de Julio Aponte, pues en las anteriores antologías que se han realizado en la Región Piura se le había ignorado olímpicamente.
En marzo de 1975, la revista Auki, publicó su estremecedor, geológico, y apocalíptico poema “El reinado de las piedras”, que fue muy celebrado en aquel entonces. Y que aparece en el libro “La lámpara Unica” (1989) con el solitario y simbólico nombre de: “Piedras”.
También, la revista Hechos & argumentos (agosto del 2002) publicó poemas inéditos y le dedicó en sus páginas un comentario “El andarín de la noche” de Juan Carlos Lázaro que suscribimos porque realiza un certero perfil del poeta y su obra: “Extraño caso el del poeta peruano Félix Puescas Montero que durante décadas desarrolló silenciosamente una intensa obra poética, totalmente al margen de modas literarias y de grupos generacionales. En vida nunca vio editada su obra, sino apenas unos cuantos poemas que unos jóvenes admiradores publicaron en esas revistas meteóricas de breve circulación y existencia (5). En 1989, otro conjunto de amigos, liderados por Lucho Justo Caballero, decidió publicar su libro “La lámpara única”, y en la víspera de la presentación se produjo sorpresivamente la muerte del poeta”.
Aunque, en decir de J. C. Lázaro, dejó el manuscrito de su “Antología única” realizada por el mismo, es hasta hoy en “La lámpara única” donde se puede percibir el verdadero “temple” de la poesía de Félix Puescas. La poesía y la música son los únicos elementos de la esperanza para el futuro del hombre. La luz del conocimiento humano está invadida en la cuantificación del tiempo, donde no hay ni principio ni final. El todo está inmerso en la nada, casi una visión taoísta invade parte del libro: Dios, el Universo como creación, el día y la noche, el silencio y la música como armonía perfecta de las cosas (que siempre tienen vida y muerte). Poesía y música de las cosas que están animadas en un solo cuerpo -por la dualidad de la vida y de la muerte-. Las visiones luminosas del hombre frente al teatro oscuro de la dimensión humana existencial nos recuerdan a William Blake buscando el equilibrio y el movimiento de las cosas. Nos recuerdan sus poemas –también- a Goethe en el lecho de su muerte reclamando en su ceguera: la luz terrenal (que es también una dimensión celestial y divina). No es un poeta que quiere hacer filosofia, buscando la simplicidad de las cosas, quiere ser profundo haciendo las mismas preguntas sin respuestas que siempre han motivado la admiración y la congratulación del hombre dentro de la inmensidad del universo:

La tierra: oscuro pez
atrapado en la red de luz
de una galaxia.

Poeta de la plenitud de las cosas, “amo la plenitud de las cosas: lo bello y lo monstruoso y más aun, lo monstruosamente bello de las cosas”, fue también un viejo lobo estepario, amigo de las cosas simples, de la geometría exacta de las cosas, del haiku irremediable que producen las cosas luego de observarlas, estudiarlas, comprenderlas y guardarles un fervoroso respeto, ya sean estas: piedras raras, hojas secas del otoño, libros, postales, cartas, sueños, ilusiones que viajan en tranvías, y otras imágenes que a lo mejor olvido.
Recuerdo, siempre a Felix, como un poeta comprometido solo con la exactitud de la dimensión de la palabra, nunca tuvo un gesto de reproche para con nosotros (sus jóvenes e iracundos amigos), a quienes con paciencia andina y oriental, siempre nos entendió, y enseño a mirar el mundo desde la perspectiva más humana (o sea, la más difícil).
Ahora, a la distancia, lo recuerdo con este juego de palabras de lo que fue siempre nuestro dialogo de amigos:
-¿Félix, estás?
-¡Por favor¡...No me interrumpas que ahora soy la música de la canción que te hablaba.

Respetad entonces al poeta Puescas , en todo su silencio. “Desde que se inicio el Gran Mutis / que calladas se han quedado las piedras”. Pero siempre en el camino eterno de la poesía con “La lampara única” de su experiencia poética, de haber vivido: libre , musical y diáfano.




(1)Felix Puescas Montero (Sechura,1921-Lima, 1989). Libro publicado: “La Lámpara Unica”, Ceres Editora EIRL, 1989.
(2)Intervención de M.V.LL. en una mesa redonda en el PEN Club, New York, 1966.
(3)Referencia al libro del mismo nombre de Sebastián Salazar Bondy.
(4)Referencia a la película “Jules y Jim” de Francois Traufaut.
(5)La revista Origen -dirigida por Nelson Castañeda- publicó un fundente poema de Puescas.

marzo 17, 2006

OSCCO APLASTA EL SILENCIO/ JAVIER GARVICH


Acto de solidariadad con el poeta James Oscco: Dr. Domingo Suarez,
Javier Garvich, Alejandro Medina "Apu Runco" y la madre del poeta.


OSCCO APLASTA EL SILENCIO
Javier Garvich

Entre el 18 y el 20 de octubre de 2005, el poeta apurimeño James Oscco Anamaría fue torturado terriblemente hasta la muerte. Encontraron su cadáver en un basural en las afueras de la ciudad de Abancay. En ese mismo momento se tejió una sucia red de rumores, mentiras e infamias para convertir lo que fue un asesinato político en un tremendista crimen pasional.

Oscco fue asesinado por sus ideas y por su práctica. Era un poeta solidario con las masas oprimidas del país, con los más explotados, los más desposeídos, los más vulnerables. En su arte siempre esta presente la vida de su pueblo, sus sufrimientos y grandezas. Fue también notable dirigente gremial, defensor de una educación democrática y digna, fiscal de la mediocridad y la corrupción. Profesor universitario. Y por eso lo mataron.

La policía enhebró hilarantes conjeturas, contradiciéndose una y otra vez. Cuando vieron que jamás encontrarían una mentira capaz de cerrar el caso recurrieron a la rumorología y la infamia. Al héroe querían convertirlo en mujeriego, en tahúr, en vividor. El chisme de los burócratas lo convirtió casi en acosador, tramposo, virtualmente en victimario. Cuando todos estos infundios evidenciaron su carencia de sustento, a los asesinos no les quedó otro camino que el silencio.

Silencio a los dolidos familiares, a quienes postergaban los trámites y las comparecencias. Silencio a los amigos e interesados en conocer la verdad, arguyendo un inexistente secreto sumario e interpretaciones antojadizas de la ley. Silencio a los abogados y defensores de los Derechos Humanos remitiéndoles a falsos testigos, a prejuicios trillados, simplemente al silencio mismo.

Frente a esa campaña de desinformación, ora mintiendo, ora difamando, ora callando; los escritores e intelectuales apurimeños en Lima, se movilizaron para esclarecer la verdad y reivindicar su memoria. Fueron a Abancay y solo encontraron miedo y silencio. Se redactó una carta al presidente Alejandro Toledo, firmada por cientos de artistas e intelectuales, así como por decenas de instituciones denunciando el asesinato: silencio.

Quienes amamos el arte comprometido con el pueblo, quienes luchamos por la libertad y la igualdad de nuestros hermanos, quienes exigimos justicia en este país tan, pero tan injusto; hemos seguido insistiendo y hemos continuado en nuestra empresa de combatir ese negro silencio orquestado. Hicimos público comunicados y pronunciamientos por la red, organizamos homenajes a la memoria de James Oscco, difundimos la hermosa poesía del poeta caído y poemas dedicados a su memoria. Se fundó una coordinadora que sigue activando la campaña por la verdad. Se está preparando la edición de un libro antológico sobre la vida, obra y reconocimiento de James Oscco. Y las iniciativas se siguen multiplicando.

Y frente al silencio de los asesinos, nos respondió la voz de los artistas, intelectuales y hombres libres del mundo.

En Chile, vía POETAS DEL MUNDO, organización virtual, se difundió entre las webs de los intelectuales y poetas los manifiestos en su defensa. La solidaridad con Oscco se tradujo en el diseño de afiches conmemorativos desde Uruguay y Panamá, en eventos culturales a su memoria en Israel, en declaraciones de solidaridad firmadas en Colombia. La asociación Poetas del Mundo se ha pronunciado contra el crimen y apoya nuestras campañas, difundiéndolas a mucho más gente. De hecho, se espera que el libro en homenaje a James Oscco cuente con la colaboración y el testimonio de poetas de los cuatro puntos cardinales.

El silencio esgrimido frente al crimen de James Oscco es una sangrienta metáfora del silencio del Perú oficial por sus mejores hijos, por su auténtico arte, por la genuina literatura del Perú. Hoy, miles de poetas, pintores, músicos están forjando un arte nuevo, enraizado con la gente de a pie. Frente a su genio se les responde con el silencio.

Frente al silencio, solo queda persistir. Nuestra porfía será su derrota. Como a Túpac Amaru, querrán matarnos y no podrán matarnos. Querrán decir que no existimos, que nunca hemos existido, que solo somos el débil reflejo de cuatro fracasados resentidos, que el pueblo siempre nos ha dado la espalda. Nos insultarán, nos difamarán. Nos llamarán mediocres, plagiarios, ignorantes. Nos criminalizarán. Dirán que somos coimeros, violadores, narcos, terroristas. Cualquier cosa menos reconocer que poetas como Oscco son lo más vivo y lo más noble que florece en el Perú.

Persistir, seguir adelante, no bajar los brazos, ése es nuestro camino y nunca podrán desalentarnos. Somos pequeños ladrillos de una alameda vigorosa. Paso a paso, poema a poema, libro a libro, recital a recital, sin desmayar. Así construimos el camino de la verdad y la justicia, el camino del pueblo, nuestro camino.

Y llegará el día en que digamos: El fascismo quiso amedrentar a los poetas matando a uno de ellos; los poetas terminamos aniquilando al fascismo entero.

Mientras tanto, el viernes 24 de febrero se inicia 9 MESES DE POESÍA POR JAMES OSCCO ASESINADO en el Centro Cultural El Averno, Jr. Quilca 238, Lima centro, con un recital de música y poesía que se repetirá por todo el Perú, con el esfuerzo de RUNA, ASOCIACIÓN PRO CULTURA, COMITÉ DE APOYO A LOS FAMILIARES DE JAMES OSCCO ASESINADO, LIMA , y, naturalmente, POETAS DEL MUNDO.
Lima, 23 de febrero de 2005.

marzo 16, 2006

POETAS EN ESPACIO EXTERIOR/ MIRKO LAUER

Domingo, 12 de marzo de 2006

MIRKO LAUER


Poetas en espacio exterior



"Sigue habiendo poetas que eligen no vivir en el Perú, pero probablemente ni ellos saben por cuántos años".

Por Mirko Lauer.

También para los poetas morir fuera del país es un asunto personal. Pero la impresión es que hay un elemento generacional en ello, la sensación de que antes más poetas morían en el extranjero. Este extrañamiento incluso es, sobre todo por la autoprofetizada muerte de César Vallejo en París, parte de la imagen convencional de lo poético.
No hay cómo saber si José Santos Chocano habría vuelto de no haber sido, justicia poética, asesinado en un tranvía de Santiago de Chile. Pero lo que vino después del modernismo fue una diáspora de poetas peruanos que, a la corta o a la larga, terminaron sus vidas en el exterior. Los longevos incluso escamoteándose a toda forma de presencia en el Perú.
Murieron jóvenes, antes que Vallejo pero también enfermos, Juan Parra del Riego en Uruguay y Carlos Oquendo de Amat en España. Pero el exilio se llevó vidas largas, como las de Xavier Abril, en Uruguay, Alberto Hidalgo en Buenos Aires, Juan Luis Velásquez en México, Blanca del Prado en el Río de la Plata.
Los exilios iniciados a comienzos del siglo XX quizás son más fáciles de entender que los de ahora. Lima era culturalmente sosa al 100% comparada con otras ciudades, incluso de América Latina. Para los jóvenes radicales además dura y peligrosa. Hubo momentos en que todo empujaba a buscar oxígeno en el exterior.
En cuanto al retorno, los viajes eran más decisivos, y toda partida tenía algo de emigración. Pero eso no lo explica todo: los poetas tienden a ser muy viajeros, en la medida de sus posibilidades, y una gran mayoría de ellos siempre terminó eligiendo volver de sus exilios, impuestos por los gobiernos o autoaplicados por la curiosidad.
A partir de un momento los vuelos comerciales empiezan a borrar las fronteras existenciales, entre ellas las del exilio. Sigue habiendo poetas que eligen no vivir en el Perú, pero probablemente ni ellos saben por cuántos años. El signo de los tiempos ya no es la separación radical, sino la tentación de vivir en dos o más lugares a la vez.
Hoy tenemos poetas con vidas hechas sobre todo en el extranjero –como Cecilia Bustamante, Leopoldo Chariarse, Américo Ferrari, Carlos Henderson o Julio Ortega- pero resulta difícil pensar en ellos como exiliados. Mantienen formas activas de presencia en el país, y el Perú mismo tiene maneras de afirmar su presencia literaria en otros países.
Pero algo, y probablemente mucho, se pierde con estas ausencias transitorias o definitivas. La distancia geográfica no deja de ser un comentario, sobre el poeta transterrado y sobre el medio local. Como si en el fondo no hubiéramos sido aquí más capaces de hacer algo más amable y acogedor de nuestra república de las letras.

(C) 2006 Diario La República

*

marzo 11, 2006

EL DESIERTO/ ARMANDO ARTEAGA

Posted by PicasaFoto:La República.

EL DESIERTO (*)

Por Armando Arteaga

Pienso que uno de los espectáculos más impresio­nantes que tiene la costa peruana es el desierto. Es­pacio por el que la geología, con su lenguaje estructu­ral, nos permite hurgar por esos laberintos inertes e inorgánicos, y que la naturaleza nos ha obsequiado —belleza y aridez— para siempre.
No, el desierto no es naturaleza muerta, como mu­chos suponen, todo lo contrario, es un recinto de obje­tos y seres telúricos que duermen allí con vida, casi in­tocables. Es, pues, un espacio que me ha interesado siempre –vivamente-.
Lomas de arena cubiertas de zapotes es parte del paisaje espontáneo de nuestra costa. Viajar por esas dunas es algo inédito, médanos avilantados, arenas vo­ladoras que están allí a merced de la fuerza del viento que las hace moverse, y que La Panamericana —con la inteligencia del hombre y la técnica— ha surcado co­mo si hasta allí llegara la firme línea de Pizarro. Y eso que los castellanos y los extremeños anduvieron tam­bién por allí a sus anchas, sin molinos ni castillos, hom­bres a caballo después de todo, sedientos de aventura y espacio.
El desierto, dunas que duermen como obstáculos abstractos, medias lunas, o barcones que abundan y que pueblan el litoral hermoseando su perfil. A pleni­tud, dunas que se mueven y avanzan, arenas movedi­zas, desierto que parece también un mar hecho de are­na sobre cuya atediante piel erótica parece que dan­zaran las ondas del calor peruano. Ese desierto que los mochicas, tallanes, chimùes, paracas, nazcas y chin­chas, lo adaptaron a sus circunstancias tan genialmen­te, como los egipcios y mesopotámicos. Desierto de cu­yas entrañas, con sus hábiles manos, sacaron agua y verdes gramíneas.
Cerro Azul, Lomo de Corvina, Pasamayo, Sechura: el desierto peruano es digno de admiración. Esce­narios en donde la arena caliente vibra con frágil so­nido, delicada imagen que aparece como un espejis­mo. Muchos poetas y pintores han sido ganados por el desierto peruano: Jorge Eduardo Eielson y Esther Verherstein, por ejemplo. Desierto al que incansablemente he mirado por la ventana del carro, de noche o de día, cuando iba de vacaciones a Ica o a Trujillo, fumando cigarrillos Camel.
Desierto por donde avizo­raba encontrar un "oasis", pera nunca vi caravanas de camellos, aunque sí zorros y "capazos". Desierto por el que siempre he sido un Ahasvero, espacio libre pa­ra la imaginación.

* Texto publicado en Expreso (15-07-1989), y que pertenece a su libro inédito “El Desierto”.

 Desierto piurano: Sechura.

POESIA EN FORMA DE PAJARO/ J.E. EIELSON

A LA MANERA DE J.E.EIELSON/ ARMANDO ARTEAGA

A LA MANERA DE J.E.EIELSON/ Armando Arteaga



papel milimetrado con silueta de mujer fatal e historia de novela negra



http://librodenotas.com/poeticas/Archivos/cat_jorge_eduardo_eielson.html

marzo 09, 2006

reinos/eielson




algunos poemas de reinos (1944)
jorge eduardo eielson



reino primero

Sobre los puros valles, eléctricos sotos,
Tras las ciudades que un ángel diluye
En el cielo, cargado de heces sombrías y santas,
El joven oscuro defiende a la joven.
Contemplan allí al verde, arcaico Señor[1]
De los cedros, reinar furtivo en sus telas,
Guiar la nube esmeralda y sonora del mar
Por el bosque, o besar los abetos de Dios,
Orinados por los ángeles, la luna y las estrellas:
Manzanas de amor en la yedra de muerte
Ve el joven, solemnes y áureos cubiertos
En la fronda maldita, que un ciervo de vidrio estremece.
La joven, que nada es ya en el polvo sombrío,
Sino un cielo puro y lejano, recuerda su tumba,
Llueve e irrumpe en los brazos del joven
En un rayo muy suave de santa o paloma.



parque para un hombre dormido

Cerebro de la noche, ojo dorado
De cascabel que tiemblas en el pino, escuchad:
Yo soy el que llora y escribe en el invierno.

Palomas y níveas gradas húndense en mi memoria,
Y ante mi cabeza de sangre pensando
Moradas de piedra abren sus plumas, estremecidas.
Aun caído, entre begonias de hielo, muevo
El hacha de la lluvia y blandos frutos
Y hojas desveladas hiélanse a mi golpe.
Amo mi cráneo como a un balcón
Doblado sobre un negro precipicio del Señor.

Labro los astros a mi lado ¡oh noche!
Y en la mesa de las tierras el poema
Que rueda entre los muertos y, encendido, los corona
Pues por todo va mi sombra tal la gloria
De hueso, cera y humus que me postra, majestuoso,
Sobre el bello césped, en los dioses abrasado.

Amo así este cráneo en su ceniza, como al mundo
En cuyos fríos parques la eternidad es el mismo
Hombre de mármol que vela en una estatua
O que se tiende, oscuro y sin amor, sobre la yerba.
reina de cenizas[2]

Violo tus exequias, amada, difunta mía,
Párpados de lys, corona de doradas cucarachas,
Donde el reptil amargo y verde sueña.
Consuélame en mi trono de sangre, amada,
Donde a solas, rodeado de antorchas, me he dormido
Y no he escuchado tus heraldos,
Con fuego en la gorguera, cantar tu santa muerte.
Consuélame Reina, consuélame tremenda,
Yo soy el Rey en su torre y tú eres media luna alada,
Ceniza que gobierna, ataúd abierto y profanado.
¡Oh señora mía, luto de mi amor!
¿Qué antigua dicha, bajo tu enjoyado seno,
Bajo la imperial ceniza, alumbra?
Cae el terciopelo de tus fulgurantes clavículas,
La Muerte llega a tus pies,
Junto a mi yelmo, mi cráneo, mi esqueleto arrodillado
Ante las escamas negras del Infierno.


piano de otro mundo

Recuerdo a mi hermano muerto

Abrieras, joven, criptas de estío, soledoso,
Alas de panteón aquí posadas, ojo de buitre,
Ojo normando que me miras, tristemente,
Viendo que me estás amando, ojo, ojo, ojo,
Ojo de bosque ¿qué buscas en mis ojos —te diría—
Joven soledoso, permanente y puro?
(Firme linterna el muro parte y sierpes
Del cielo allí encerrado, y dentelladas
De brumosa flora abren tu yelmo o sumen
Tu calavera en mí, a golpes tristes, duros.)
¿No es esto claro, ciénaga negra, sereno cielo?
No hay nadie vivo ni yo respiro —te diría—
Mis manos buscan un rostro, una alegría.



nocturno terrenal

Te he buscado, Tesoro,
he cavado en las noches profundas.
Rainer María Rilke

Amo cierta sombra y cierta luz que muy juntas, creo yo, azulan
Las casas profundas de los muertos, amo la llama
Y el cabo de la sangre, porque juntas son el mundo
Y hacen de mí un muro que separa la noche del día.

He visto los rojos campos labrados por el cielo azul,
La antigua naturaleza desflecada y húmeda
De vino, de rocío, mortalmente hecha con racimos
De amor, tal un lecho donde ardiera lo deseado,
Pero debajo de todo, siempre despierta, un agua pura
Pensando por nosotros contra un árbol de dolor.

Y las cosas cuya última luciérnaga ha volado
Con nuestro último sueño, que tienen todavía, como un templo
Majestuoso, el gran consuelo de su polvo donde nada
Ni nadie ha osado penetrar sino los muertos.
Amo todavía aquello que habla lejos, como los astros
De terciopelo, al oído del viento, aun las rosas y la luz
Y todo lo que igual a una plaga, inextinguible pero real
Transcurre entre los hombres y agita su plumaje.
Fosforescencia, día esmeralda de las tumbas,
Sólo tus ojos adivino adorados por lagartos y raíces,
Y tras de ellos casas y crepúsculos, altas montañas
Destronadas contra cielos de nieve en un soplo;
Todo bajo el musgo de sus ojos, blanco Amante,
De cuyo seno mana una leche antigua a cada fruto.
Yo amo por ello este hundido bosque, de brillantes hojas
Donde reposa, inmemorial, el Gran Sol de los Tiempos.


genitales bajo el vino

Óyeme tierra, así, escribiendo así,
En la espesura de pámpanos dormido:
Mi pecho frío junto a mis intestinos
Se ha cuajado. Mis dedos alhajados
Buscan el Árbol de la Noche, clavan
Sus uñas de imprenta en los racimos
De la Vida y de la Muerte. Óyeme tierra
De grandes frutos áureos y serpientes,
Luciérnaga entre muros de papiro,
Negro universo del quinqué y el sexo,
Justicia del gusano, mal Paraíso.
Mírame tierra, así escribiendo, así
Desnudo, Adán poeta, quieto y triste,
En esqueleto, sierpe y uva convertido.



esposa sepultada

Encerrado en tu sombra, en tu santa sombra,
Con el agua en las rodillas, te pregunto
¿Es el peso del manzano, claveteado de estrellas,
Sobre mi corazón oscuro, o eres tú, cabeza
Fugitiva de las horas, novia mía enterrada,
La que arrastras tu cabellera incesante
Como una botella rota, por entre mi sangre?
Yo no sé, señora mía, luto de mi amor,
Si eres tú la que reinas sobre tanta ceniza,
O si es sólo tu sombra, tu velo de novia en el aire,
—Poblado de perlas, naves y calaveras—
El que inunda mi alcoba, igual que un océano.



príncipe del olvido

¿Soy yo, arenas giratorias, libres astros,
Firmamento hundido, el que se inclina
Y besa su rostro puro entre velos y serpientes?
Mil años dormida junto a un cráneo, un candelabro
De oro, un paño colgado, la he besado.
Sobre mi cabeza avanza su respiración,
Sus labios sordos, como un ruido de tambores.
¡Irrespirable y santo es su castigo, su osamenta!
(Aquí, en la sombra, cráter de terciopelo,
Sabiamente amueblado está el volcán, lo que es suyo
Como el fuego, salones olvidados de espantable encaje,
Sofás donde su cuerpo grita roncamente, degollado.)
Sepultura de la carne, yo os imploro,
Caballos encerrados, polvo incansable,
Un solo instante cálido, perfecto junto a ella,
Un solo instante vivos, y el olvido, la corriente
De mil años destruidos por un beso.
No importa ya su rostro a la deriva, iluminado
Y chorreante de gusanos, los diez dedos
De turquesa en que diluye las edades.
No importa ya su lámpara encendida bajo tierra,
Si antes hubo de rodearme mansamente
Con sus ojos y sus labios aún vivos,
Si antes hubo de asistir, como una sombra, a la caída
De la fruta sobre el mundo. Mansiones vítreas
Con alas de lagarto, entre las nubes,
Lagos aéreos pasan ante mí, batiendo sus cenizas.
Yo sólo sé, reina mía enterrada, gorgona inerte,
Cuál es mi silla y mi corona, cuál mi tristeza.



último reino

Aura suprema, besa mi garganta helada,
Confiéreme la gracia de la vida, dame
El suplicio de la sangre, la majestad
De la nube. Que en cada gota del diluvio
Haya tristeza, sombra y amor. ¡Oh, romped
Hervores materiales, cráteres radiosos!
El sol del caos es grato a la serpiente
Y al poeta. Las nieves que ellos funden
Caen al fondo del verano, entre aletazos
De gloriosa lava, de luciérnagas
Y cerdos fulgurantes. Nada impide ahora
Que la onda de los aires resplandezca
O que reviente el seno de la diosa
En algún negro bosque. Nada
Sino los puros aros naturales arden,
Nada sino el suave heliotropo favorece
La entrada lila de las bestias y el otoño
En el planeta. Yo quisiera que así fuera
La alta puerta que me aguarda tras el humo
De mi vida, como una grave dalia en pedestal
De piedra, o un esqueleto deslumbrado.


[1] Se restituye el verso a la forma en que aparece en todas las versiones de Reinos, salvo en la que se incluye en Poesía escrita (1998), donde se lee: «Contemplan allí el verde, arcaico Señor» (N. de los E.).
[2] La primera versión de este poema, «La tumba de la reina», se incluye en el anexo Primera versiones.

jorge eduardo eielson

el «paisaje infinito» de la costa del perú
jorge eduardo eielson





Durante mi juventud, siempre me intrigó la visión del espacio árido que circunda la ciudad de Lima, que es la ciudad en donde nací. Siempre pensé que semejante geografía nunca habría podido generar ningún entusiasmo óptico, ninguna efusión anímica y, por ende, ningún pensamiento plástico. Y si además esta extensión inmutable aparecía cubierta por esa enorme sábana sucia que los limeños llaman cielo, el dilema se volvía aún más impenetrable.
Sin embargo —y esto lo debo sin duda a mi larga vida europea— lentamente filtrado, dolorosamente pensado, este puro paisaje —porque perfectamente abstracto— terminó por instalarse en mi espíritu como un imperativo pictórico vital. Ello sucedió hacia fines de los años 50. O sea después de haber digerido —en la medida de mis alcances— las mayores enseñanzas del pensamiento visual europeo, desde la gran pintura italiana y flamenca de los siglos XV y XVI, hasta las fundamentales innovaciones del Bauhaus de Weimar y el neo-plasticismo de Mondrian. Sin olvidar Dadá, el surrealismo, Picasso. Ni la gran eclosión del expresionismo abstracto europeo y americano, ni la primera arremetida del «nouveau realisme», suerte de pop-art francés anti-literam. Fue como si yo mismo —o quizás el momento histórico y cultural— estuvieran finalmente maduros para la recuperación de semejante entidad visual y táctil.
Comencé a sentir una falta angustiosa de territorio bajo mis pies. Como si todas mis anteriores invenciones —las primeras de las cuales fueron presentadas en Lima, en 1948, antes de mi viaje a Europa, conjuntamente can las primeras telas de Fernando de Szyszlo, en la «Galería de Lima»— hubieran nacido del aire, es decir de oídas, a partir de otras invenciones, ajenas a mi propia realidad sensible y cultural. Yo no podía —ningún peruano o latinoamericano podía—­ trabajar a partir de !as extremas posturas de un pensamiento pictórico, como el europeo. Tenía que excavar por mí mismo en esa dimensión hostil que la naturaleza y la historia me habían deparado y en la que —volente, nolente— había abierto los ojos. Este imperativo se impuso paulatinamente a través de una serie de experiencias en las que el recuerdo mismo comenzó a plasmarse de manera casi primordial y en armonía con su propia mecánica interna: cubriendo la tela de materiales y provocando en los mismos los accidentes que la naturaleza —la erosión, el viento, el calor, la humedad, etc.— provoca en el gran lienzo del desierto. (Por entonces vivía en Roma, y recuerdo que a un amigo que viajaba a Lima le encargué que me llevara, a su regreso, un pequeño saco de arena de nuestras playas. Mi necesidad de «verdad» había llegarlo al paroxismo. Pero creo que no había en ello nada de obsesivo. Cierto es que tras un periodo de varios años de trabajo sobre el mismo tema, el «paisaje» dio origen a la figura humana, rescatada igualmente a través de sus despojos —tales como estos restos de un paisaje vivido en una antigua, imborrable secuencia— es decir a través de sus vestidos, camisas, corbatas, trajes de noche, overalls, etc. Para enseguida quedarme tan sólo con sus elementos más significativos —tensiones de materias textiles sobre espacios desnudos, que más tarde denominé «quipus»

Pero, para mí, lo importante era sin duda encontrar un método que me acercara lo más estrechamente posible a la vivencia, digamos casi al ensimismamiento con el material. No manipularlo. No violentar su propia estructura, sino dejarlo actuar, apenas dispuesto en grandes superficies. Me imponía a mí mismo una actitud reflexiva sobre los derechos de la naturaleza y la precariedad de cualquier técnica artística. Y, además, sí la técnica es algo que se aprende ¡por qué no utilizar otros procedimientos, aún más antiguos que los europeos, como pueden ser los de la pintura china o japonesa, africana o pre-colombina? ¿Por qué acatar siempre, servilmente, la hegemonía espiritual de Europa? ¿Y sobre todo sí se trataba de una tierra sembrada de algunas de las más brillantes y enigmáticas culturas del planeta? Poco a poco, el arcaico paisaje de la costa del Perú comenzó a configurarse, a llenarse de sentido a medida que mi propia visión del mismo maduraba en mi recuerdo. Pero ¿cómo evitar que semejante transposición no arrastrara restos de otros paisajes afincados en la memoria? ¿Cómo evitar el verde de la «montaña», visitada durante la adolescencia? ¿Y cómo borrar ciertos cielos mediterráneos, ciertas secretas vivencias nacidas de la contemplación y el saber? ¿Y cómo borrar viejos sentimientos unidos al recuerdo de la juventud, de la poesía, del amor? He aquí entonces que la materia se transfigura y —por virtud de la memoria— deviene paisaje interior, paisaje cultural, paisaje total. El paisaje primigenio —en su flagrante desmesura geográfica y anímica— se convierte en «paisaje infinito». La dimensión total conduce al inevitable cero de la meditación trascendente. Quizás algo de los jardines zen aparece en estos solemnes espacios dispuestos al borde del Océano Pacífico. Como si nuestros más confusos orígenes orientales hubieran resurgido por virtud de un procedimiento quizás exacto en su motivación.
La presencia de la materia —en su calidad de despojo— nos recuerda nuestra propia condición carnal y su ineludible epílogo. El desierto sigue siendo —así como lo fue para nuestros antepasados— cuna y tumba de nuestro acontecer histórico. Paracas en donde se urde el misterioso tejido de nuestro destino. Ninguna técnica artística aprendida habría podido capturar este paisaje - cementerio repleto de una cuantiosa vida subterránea. Aunque la crítica pretenda adjudicar a estas texturas la receta informalista. Nada habría podido servir mejor al autor que su propia identidad con la arena, el mar, el cielo y su juventud pasada junto a ellos, teatro de sus primeros goces. (La mano que hoy escribe sobre esa arena, sigue siendo la misma que entonces escribía sus primeros versos sobre una hoja de papel). Y los mismos hechizos de la luz entre las dunas, las mismas olas de arena, las mismas eclosiones de rocas, las mismas huellas, el mismo hervor de la materia terrestre afloran a la memoria puntualmente, como ante un espejo. El mito del eterno retorno se ilumina una vez más. Así, el «paisaje infinito» se sucede en el tiempo y en la secuencia espacial y —cuadro tras cuadro, imagen tras imagen, fragmentos, detalles— van conformando esa geografía del alma que cada uno de nosotros lleva escondida en el fondo de la propia existencia. Escrita, pintada, filmada o vivida, ella es el escenario y el personaje central de una absoluta, perfecta representación[1].
El «paisaje infinito» es también pare el autor —y seguirá siéndolo hasta sus extremas consecuencias— una exploración que se prolongará sin cesar (paralelamente a sus más variadas experiencias), como demostración de que una sola vez abrimos los ojos ante el mundo que nos rodea, y una sola vez, inexorablemente, los cerramos ante el mismo.


*En: Jorge Eielson. Catálogo
Lima: Galería de arte Enrique Camino Brent,
29 noviembre - 20 diciembre 1977.
[1] Aparte un viejo texto, aún inédito, actualmente el autor realiza una película sobre este tema, en la costa del Perú. Este último trabajo, sin embargo, forma parte de un proyecto socio-cultural más amplio, en el que el «paisaje infinito» no es sino su aspecto más interior y privado (* Esta nota aparece en el texto original de 1977, que acompaña la exposición de algunos cuadros de la serie Paisaje infinito de la costa del Perú (N. de los E.)).

UN POEMA DE ENRIQUE SÀNCHEZ HERNANI

 En la foto: Poeta y periodista Enrique Sànchez Hernani.

 HOMENAJE A JORGE EDUARDO EIELSON


HABITACIÓN (VACÍA) EN ROMA

Para Diego
que entenderá este dolor


Ha muerto Jorge Eduardo Eielson
sus tersas manos soltaron el papel
sus dedos volvieron a la tierra
a reunirse con el rocío matutino

ha muerto Jorge Eduardo Eielson
arde Roma y en Nápoles los pianos sollozan

dime tú ¿cómo es posible
que dios muera y el mar
permanezca sobre las piedras?

Jorge Eduardo Eielson ha muerto
o eso nos parece:
sus pies ya resbalan por un espejismo
y una nota de jazz los acompaña
una sola nota
delgada y dulce como el cuello
de una jirafa

Eielson no ha muerto:
somos nosotros los que hemos desaparecido
de su campo visual
arrobados entre oscuras estrellas.

Dime Diego:
¿cómo es posible que dios
se muera?

San Roque, 8 de marzo de 2006

Jorge Eduardo Eielson, Lima 1924 - Milán 2006

Zonadenoticias
PAOLO DE LIMA
jueves, marzo 09, 2006 Eielson


 He obtenido por parte del cónsul adjunto al consulado peruano en Milán, Sr. Jorge León, algunos datos relativos a Jorge Eduardo Eielson. El autor vivía en el centro de la ciudad, cerca de la Universidad Católica, a dos minutos del Duomo, en la vía Stampa. Solía frecuentar sobre todo gente relacionada al arte, más que a la literatura. En su casa, recibía con mucha amabilidad y obsequiaba sus libros. Una de sus obras más importantes en este último tiempo fue una instalación llamada "La última cena" donde Cristo y los apóstoles están ausentes. Colores pastel y en un cuarto cerrado, el espectador para poder apreciar la obra tenía que solicitar una llave. Actualmente, esta instalación es propiedad de un coleccionista. La galería Niccolli, en la ciudad de Parma, era la que exponía últimamente las obras de Jorge Eduardo Eielson. En los últimos días, solamente dos personas estuvieron junto a él. Eielson había pedido reserva a los amigos con los que solía frecuentarse. Su entierro será mañana viernes en el cementerio de Milán.
*
posted by Paolo de Lima at 4:19 AM
miércoles, marzo 08, 2006



Jorge Eduardo Eielson, Lima 1924 - Milán 2006
La muerte ha tocado nuevamente a las letras peruanas. Una de las personalidades creadoras más importantes e innovadoras de la literatura y las artes latinoamericanas, Jorge Eduardo Eielson, acaba de fallecer. Un e-mail proveniente de Roma me transmite la noticia. Un e-mail de Sonia Castillo de la "Associazione Culturale Nuovi Orizzonti Latini". El mensaje señala lo siguiente: "El miércoles 08 de marzo a las 16 hrs (hora local), expiró nuestro ilustre connacional en la ciudad de Milán. Justamente este mismo día, en ocasión de la muestra CineMulher, el Presidente de la Comisión para el Derecho del Voto de los Extranjeros de la Municipalidad de Roma, había comunicado que dentro de poco se le rendirá un homenaje de reconocimiento a la obra de nuestro poeta que vivió unos años en la Ciudad Eterna. Difundir, traducir, promover su obra es la única tarea que queda para que su vida y obra no traspasen las fronteras del olvido". En otro e-mail me dice: "Murió en casa, se fue en silencio, dejándonos más de un nudo en la garganta".
A finales del 2004 el Fondo Editorial de la Universidad Católica publicó, dentro de su colección Obras esenciales, el volumen Arte poética, cuya edición, prólogo y cronología estuvo a cargo de Luis Rebaza Soraluz. En su ensayo introductorio, Rebaza escribe las siguientes palabras: "La obra escrita de Jorge Eduardo Eielson ha tomado forma en géneros diversos: poesía, cuento, novela, ensayo, diálogos, cartas. Lo mismo ocurre con su obra plástica: dibujo, pintura, ensamblaje, instalación, performance, evento, escultura, arte conceptual. En el contexto peruano, Eielson no es el primer poeta-artista plástico de la tradición moderna, él sigue más bien una tendencia en la que lo preceden José María Eguren (1874-1942), Abraham Valdelomar (1888-1919) y César Moro (1903-1956). Podría argüirse más bien que Eielson es el primer artista plástico peruano de renombre internacional en conseguir un reconocimiento semejante para su poesía".

En la foto: El poeta Jorge Eduardo Eielson en una entrevista con Martha Canfield expresó: "Desde que comencé a leer y a escribir me di cuenta que el mundo era un prodigio y que mi misma existencia era un milagro. Es para agradecer ese regalo -que no sé por cuál razón me ha sido dado- que modestante, íntimamente, hago lo que puedo para agradecerlo".

posted by Paolo de Lima at 8:44 PM