junio 29, 2010

PRESENTACION DEL LIBRO LOS LIMITES DEL ODIO DE JOSE ENRIQUE BRICEÑO BERRU EN CAJAMARCA

PRESENTACION DEL LIBRO 
LOS LIMITES DEL ODIO DE JOSE ENRIQUE BRICEÑO BERRÚ 
EN CAJAMARCA



1 DE JULIO DE 2010
7.30 P.M.

AUDITORIO DEL CENTRO DE INFORMACION
Y CULTURA (CIC) DE YANACOCHA


JR. DEL COMERCIO 251,
CAJAMARCA, PERU.

PRESENTA:

ARMANDO ARTEAGA

INGRESO LIBRE

ver:



Foto: Diario Panorama Cajamarquino. Jueves 08 de Julio del 2010.

De izquierda  a derecha.: William Guillen Padilla. José Enrique Briceño Berrú, Armando Arteaga, Martín Rojas
en la presentación del libro Los Límites del Odio
en el Centro de Informaciones y Cultura Yanacocha.

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En el Centro Cultural Yanachocha.

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En la peña con los poetas cajamarquinos, leyendo poemas.

junio 23, 2010

LA POESÍA ARGENTINA DE LAS ÚLTIMAS DÉCADAS/ LUÍS BENITEZ

"La poesía argentina de las últimas décadas"

Por Luis Benítez

La poesía argentina de las últimas cuatro décadas ofrece todos los matices posibles como para afirmar -sin escalofríos- que goza de buena salud. No desmerece a los períodos anteriores en aciertos ni en errores. A escala internacional -dentro del área castellana- no tiene nada que lamentar y bastante que mostrar, fundamentalmente en la riqueza de registros, el abreviamiento en tópicas externas a la tradición poética en nuestra lengua y el manejo de recursos idiomáticos para lo mismo. Lo que sigue es un breve recorrido por sus características más generales, una exigua historia y su cronología desde los combativos 60 hasta la movediza actualidad.

Los 60: “El compromiso con la época”:

La primera vez que vi el rostro del poeta Juan Gelman -hoy Premio Nacional de Literatura, entre otras numerosas distinciones- fue en una comisaría. Al mejor estilo western, un minucioso retrato del autor de Violín y Otras Cuestiones reclamaba su captura vivo o muerto y exigía a la población la inmediata denuncia de cualquier dato sobre su paradero. La pinacoteca incluía otras obras del mismo anónimo artista policial; entre ellas, los retratos de Mario Firmenich, Emilio Perdía y Roberto Vaca Narvaja, de la cúpula de Montoneros.

¿Cómo había llegado hasta esa pared de la comisaría 23, con jurisdicción sobre el Palermo de Jorge Luis Borges y Evaristo Carriego, Juan Gelman, quien acababa de publicar Hechos y Relaciones y Si Dulcemente?

Corría el comienzo de los muy poco dorados 80 y mi generación comenzaba a publicar sus primeros poemarios, la mayoría de nosotros sin comprender, todavía, cómo el desarrollo de la poesía argentina iba a enlazar nombres y obras hasta este presente que, con alguna perspectiva histórica, nos permite bosquejar sus principales matices. Para responder a la pregunta anterior -circunstancial- y a muchas otras más -esenciales para el cometido de este artículo- debemos retrotraernos a la Argentina de hace casi medio siglo.

Por aquella época -mediados de los 50 y comienzos de los 60- un fenómeno nuevo se había producido en la cultura nacional, renovada por la aparición de toda una generación de poetas, narradores, artistas, dramaturgos y cineastas. Se trata de una época que le dio un nuevo y muy fuerte impulso a la industria editorial, la plástica y la cinematografía, impulso que fue acompañado por el surgimiento de un público consumidor de cultura en todas sus formas... menos en poesía.

Para el público consumidor de cine, plástica y literatura nacional, proveniente de las capas medias y altas todavía suficientemente ilustradas en ese entonces y aún poseedoras de una capacidad adquisitiva que les permitía acceder masivamente a entradas de cine y teatro, comprar pintura argentina como inversión a futuro y agotar ediciones de narradores nacionales, en letras sonaban fuertes los nombres de Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Beatriz Guido, Dalmiro Sáenz y otros. Autores abundantemente promovidos por la industria editorial local, que veía engrosar sus ventas día a día. Del mismo modo, los medios de comunicación masivos hacían lo suyo, recomendando a unos y denostando a otros, pero de todas formas, dándole un espacio a las letras argentinas del que hoy carecen notoriamente.



Sin embargo, el fenómeno de lo masivo no alcanzó a la poesía argentina.

En el aspecto estético -que es siempre el que perdura, más allá de las epocales movidas de los mass-media y de las efímeras barricadas culturales- la década del sesenta fue traspasada por el imperativo de lo que se llamó “el compromiso con la época”, una premisa que signó sus versos con el intento de reflejar los acontecimientos políticos y sociales de entonces, a través de una poesía donde lo coloquial ganó el campo en gran medida, en un intento de cuño existencial por dar cuenta tanto del hombre como de la circunstancia del momento. Este compromiso de la poesía con la época compelía al autor de los sesenta -por presión de las premisas culturales de entonces, por obligación con el punto de partida de la identidad sustentada por sus contemporáneos y compañeros de generación y, fundamentalmente, por la aceptación que él mismo hacía de ese compromiso en su interioridad- a reflejar y dar cuerpo textual en el poema a las ideologías y concepciones características de ese entonces, fuertemente abonadas por el triunfo de la revolución cubana en 1959 y por la ”gesta guevarista” y el Mayo Francés después. Esta concepción de izquierdas del momento histórico no fue patrimonio exclusivo de la poesía argentina ni de la latinoamericana en general, sino que fue uno de los nutrientes de la cultura en su especto más amplio en ese segmento histórico, impregnando el conjunto de sus manifestaciones. De todos modos, ni la generación del 60 se reduce a lo explicitado ni todos sus representantes se reducen al compromiso con la época. En algunos más que en otros, el límite inherente a este compromiso es numerosas veces traspasado, registrándose en esa misma generación autores que desarrollaron sus obras fuera de esa concepción imperante. Tal el caso de Alejandra Pizarnik, Roberto Juarroz, el mismo Joaquín Giannuzzi y otros. Se entiende que no estamos hablando de nombres menores con los aquí nombrados. Sin embargo, el grueso del subrayado tiene que caer en las obras de autores que, sin deslindarse absolutamente de ese compromiso con la época -prácticamente obligatorio entonces- ofrecen matices y diferencias con esta concepción. El caso de Juan Gelman, que fue el gran disparador de esta idea de compromiso con la época, aunque se alinea en la práctica con la actitud más radical de optar por la acción política directa, como Miguel Ángel Bustos, Roberto Santoro y otros, es paradigmático. Su libro Violín y otras Cuestiones, de 1958, había sido adoptado como el canon a seguir por buena parte de los autores del 60 y su elección posterior de la lucha política y aun por la vía armada vista como un ejemplo admirable de coherencia política, se la compartiera o no. Sin embargo, en su obra, Juan Gelman lo que hace luego es desarrollar precisamente aquellos elementos que menos tienen que ver con las rigideces del compromiso con la época y son característicos de una estética mucho menos preocupada por esta preceptiva. Precisamente, Juan Gelman alcanza su madurez como poeta -y la desarrolla hasta la actualidad- cuando elige forjar una obra personal sin límites políticos ni imperativos ideológicos de ninguna clase... y lo hace cuando todavía se encontraba en la clandestinidad y su retrato ornaba, como dije al principio, todas las comisarías del país.

El compromiso con la época se fue diluyendo lentamente en las aguas menos seguras de sí mismas de la poesía siguiente, la de los 70, donde a la vez que se abandonaba muy pausadamente la obligación de reflejar la época, con sus características y contradicciones, así como con su coloratura ideológica, cobraba mayor peso la subjetividad del poeta y volvía a un primer plano la concepción de la cultura como un fenómeno más universal que estrictamente latinoamericano, como en la época anterior.


Juan GELMAN.

Los 70: una “generación bisagra”:

Si el hecho que traspasó y signó a la generación del 60 fue la revolución cubana, el que atravesó de lado a lado a la del 70 fue la llegada al poder del Proceso de Reorganización Nacional, el nombre que eligió una nueva dictadura militar para entronizarse en la Argentina. Si bien nunca se puede hacer una lectura unívoca de los segmentos de la cultura, ni desde lo sociológico, lo económico ni lo político -ni siquiera desde lo estrictamente estético- el peso de acontecimientos como éste, que golpearon al conjunto de la sociedad argentina, acredita por sí solo suceder cambios, desviaciones y giros del rumbo también en la cultura, como ya fue abundantemente reseñado desde entonces hasta la actualidad. De hecho, cuando se produjo el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, ya el mapa político del conjunto de Latinoamérica había cambiado, con el florecimiento de dictaduras de índole similar en el resto del continente, que a su vez signaron el acontecer cultural de cada una de sus regiones.

En este contexto, hay que comprender en su justa dimensión el enorme paso dado por los poetas del 70, desde las concepciones anteriores, resueltas, seguras, avaladas por la época, hacia una zona de incertidumbre respecto de esas premisas y que no alcanzaran la puesta en duda y el paulatino abandono de esas concepciones para dar a esta generación unas afirmaciones tan tajantes ni explícitas como aquellas. En sí, la generación del 70 posee valor por las muy buenas poéticas que comenzaron a escribirse en ella, pero no puede ofrecer -como todo período de cambios y de cambios en su caso muy notables, tanto en lo poético como en lo epocal- una coherencia ni una coincidencia conceptual como aquellas de las que hiciera gala la generación anterior. El 70 en poesía y en la Argentina es la década de la disgregación de las vanguardias, de su atomización en individualidades meritorias, precisamente porque estas individualidades son los elementos más dinámicos de la poesía de la época, que ya no podían ser reunidas bajo un programa común o unas premisas generales. Comienza la lenta demolición de los padres y tutores de la década anterior: Pablo Neruda, César Vallejo, Ernesto Cardenal, númenes latinoamericanos, y el conjunto de la poesía social universal tomada antes como referencia inmediata, empiezan a ser abandonados. Como en toda época de crisis, si bien este tembladeral significa mayor libertad de escritura y de elecciones estéticas para el autor, que ya no necesita legitimar su producción personal frente a las verdades reveladas imperantes en su momento, también ello implica una responsabilidad mayor y una seguridad mucho menor ante las dos preguntas claves que se hace un poeta en cualquier época y en todos los momentos de su obra: qué es actualmente poesía y cómo se escribe dicha poesía ahora, frente al papel en blanco.


Horacio SALAS.

Los múltiples intentos -y logros- de la generación del 70 hacen complejo reseñar aquí una larga lista de nombres y de obras bien significativas. Pero sí debemos hacer hincapié en que, sin el trabajo destructor/constructor de la poesía de la década del 70, no podría haberse llegado, no sin esta transición posterior a los valores absolutos del 60, al advenimiento de la poesía de la década del 80, que por una parte se reagrupó en vanguardias con programas y poéticas compartidas entre autores, como lo habían hecho los del 60 -aunque el 80 lo hizo con mayor diversidad- y que, por otra parte, como lo hizo la generación del 70, se potenció con individualidades atentas al logro de una poética propia cada una de ellas. De este juego de fuerzas, elecciones, apologías y rechazos, surgió mi generación.

Los 80: corporaciones estéticas y francotiradores independientes:

Nunca se subrayará lo suficiente la importancia que tiene, para la historia de la poesía de cualquier período, la existencia de antologías y estudios críticos sobre éste. En el caso de la poesía de los 60, hay dos textos de consulta obligada, publicados por Alfredo Andrés y por Horacio Salas, respectivamente, aunque el del último es mucho más ceñido a una verdadera sistematización fundamentada de lo sucedido.

En el caso de la generación del 80, la primera antología aparecida hasta la fecha es la de Alejandro Elissagaray, titulada La Poesía de los ´80 y publicada por Ediciones Nueva Generación a fines de 2002 en Buenos Aires, que incluye a 22 autores, discriminados por su relación de pertenencia a distintas banderías estéticas de la época o bien por su condición de autores “independientes” de esas mismas propuestas. El precedente inmediato es Signos Vitales. Una Antología Poética de los Ochenta, de Daniel Fara, publicada por Editorial Martin a comienzos del mismo año, y que abarca a 6 poetas exclusivamente independientes.

En el caso de la obra de Elissagaray, el intento es el de abarcar todo el fenómeno generacional mediante una categorización que divide a la producción del período en cinco campos. Son éstos el Setenta Tardío, el Experimentalismo, el Neobjetivismo, el Neorromaticismo y (el segmento más numeroso del conjunto) los Independientes.

El Setenta Tardío, siempre según Alejandro Elissagaray, se divide a su vez en dos subcategorías: la social y la urbana, caracterizada la primera como aquella en que “confluyen tendencias de la poesía social con origen directo en la estética del setenta, aunque bien decantado por el rumbo de la década posterior” (op. cit.). Agrega Elissagaray, respecto de la otra subcategoría, la urbana, a autores que ”proponían una alternativa estética vinculada con el coloquialismo, acendradamente urbana, no latinoamericanista y con mayor predominio de la ironía y el humor como recursos literarios” (ibidem). Respecto de la segunda categoría, el Experimentalismo, el autor lo remite en su aspecto neoconcretista a los autores agrupados bajo la revista Xul, fundada a comienzos de la década por Jorge Santiago Perednik, aunque señalando una subdivisión, de corte neobarroco, influida por Lezama Lima y “más lejanamente por Luis de Góngora y Argote”. Respecto del Neobjetivismo, señala Elissagaray que su propuesta “giraba alrededor de un estética que lleva las señales de la prosa al discurso poético” y que los representantes de esta tendencia son los poetas nueclados en torno a la revista Diario de Poesía, fundada en 1986 y que ha llegado a la actualidad. Caracteriza Elissagaray al Neorromanticismo como “atribuido a los poetas reunidos alrededor de la revista Ultimo Reino, fundada en 1979, fuertemente influidos por el romanticismo alemán, en especial por las obras de Novalis y Hölderlin”.

Respecto de los independientes, Elissagaray se limita a brindar 24 nombres de autores, con la aclaración de que los menciona entre otros que pertenecerían a la misma corriente.

Quien sí arriesga algo más cercano a una definición de este segmento es el citado Daniel Fara, quien afirma “la independencia es esa posibilidad de reconocer peculiarmente un pathos que, desde antiguo, nos afecta a todos, es el combate que sucede al reconocimiento, es la cicatriz que resulta de vencer con palabras, hasta el momento, ajenas. O bien, a efectos prácticos, es saber qué hacer con las influencias, con todos los rangos de influencias, desde la voz irresistible de los clásicos hasta el estilo del propio libro anterior, desde el llamado de la calle hasta la convocatoria implícita en cada sueño. Y, least but not last -porque el tema es interminable y todo lo que se agregue será siempre mínimo-, es saber también que las escuelas, los movimientos, las tendencias, al menos hasta hoy, sólo han servido para subrayar los méritos de los que nunca se ajustaron del todo a sus pautas (pero tampoco desconocieron las convergencias culturales que les dieron origen)” (opus cit.). Según estos dos trabajos, cabría hacer una división mayor de la generación del 80 entre dos partes: la una compuesta por los autores agrupados en las cuatro primeras categorías señaladas por Elissagaray y la otra por la quinta división, los independientes, mencionados por Elissagaray y reseñados por Fara en el párrafo transcripto. Como punto de partida, con la perspectiva histórica que dan los veinte años transcurridos desde la aparición de los primeros libros de esta generación y el aporte de los trabajos de Fara y Elissagaray, se puede comenzar a vislumbrar las realidades, mentiras y adulteraciones, así como los logros reales y autores principales -siempre con la perspectiva que sólo da el tiempo y la obra publicada- de ese fenómeno que es la generación de los 80.

Francisco URONDO.


Los poetas argentinos más recientes no salieron de la nada:

Desde los 90 hasta la actualidad, un crecido número de autores ha comenzado a publicar sus primeros poemarios. Aunque falta inevitablemente leer cuál será -en la página impresa, que en poesía es la verdad definitiva- su futuro desarrollo, algunos nombres comienzan a vislumbrarse como interesantes propuestas, sin que hasta la fecha puedan ser agrupados en ciertas categorías homogeneizantes, como sucede con algunos de sus predecesores.

Llamativamente, no exhiben características ni influencias muy marcadas que los emparienten con los neorrománticos, objetivistas, experimentalistas ni neobarrocos de la década anterior, escuelas que se han quedado -al menos, de momento- sin descendencia... Al parecer, los poetas más recientes, del noventa para acá, se encuentran embarcados en búsquedas individuales y van sus obras hacia el logro de poéticas personales, aspecto éste que sí tiene un cercano precedente, pues como decía César Vallejo, “no hay dios / ni hijo de dios sin desarrollo”.

Quien quiera oír, oirá.


Juan Gotán GIANUZZI.
BREVE RESEÑA DE LA POESIA ARGENTINA DE LAS ULTIMAS CUATRO DECADAS



1960. AZCONA CRANWELL, Elizabeth. Poemas. BIGNOZZI, Juana. Los límites. CANZANI, Ariel La sed. HUASI, Julio. Sonata popular de Buenos Aires. Yankería. JUARROZ, Roberto. Seis poemas sueltos. LAMBORGHINI, Leónidas. Al público. LUCHI, Luis. El ocio creador. PEICOVICH, Esteban. Palabra limpia de mí. PIZARNIK, Alejandra. Poemas. YANNOVER, Héctor. Las iniciales del amor.
1961. ANDRES, Alfredo. Se alquila una soledad. GELMAN, Juan. Velorio del solo. VIGNATI, Alejandro. El cielo no arde.
1962. ANDRES, Alfredo. Si tengo suerte. AZCONA CRANWELL, Elizabeth. Los riesgos y el vacío.. CANZANI, Ariel El sueño debe morir mañana. GELMAN, Juan. Gotán. GIANUZZI, Joaquín. Contemporáneo del mundo. NEGRO, Héctor. El fuego lúcido. PIZARNIK, Alejandra. Arbol de Diana. SILBER, Marcos. Las fronteras de la luz.
1963. ANDRES, Alfredo. Che. CANZANI, Ariel Filásticas de la angustia. HURTADO DE MENDOZA, Roberto. Salvado del terremoto. JUARROZ, Roberto. Segunda poesía vertical. PEICOVICH, Esteban. La vida continúa. PLAZA, Ramón. Edad del tiempo.
1964. ANDRES, Alfredo. Noche en la ciudad; ANGELI, Héctor Miguel. Manchas. CARLINO, Alfredo. Chau, Gatica. HURTADO DE MENDOZA, Roberto. Felipe Varela. LUCHI, Luis. Poemas de las calles transversales; La vida en serio. SALAS, Horacio. La soledad en pedazos. YANNOVER, Héctor. Arras para otra boda. VAZQUEZ, Rafael. Apuesta diaria.
1965. ANDRES, Alfredo. A fuego lento. BUSTOS, Miguel Angel. Fragmentos fantásticos. CANZANI, Ariel El payaso del incendio. DELLEPIANE RAWSON, Alicia. Atreverse todo. HUASI, Julio. Los increíbles. JUARROZ, Roberto. Tercera poesía vertical. LAMBORGHINI, Leónidas. Las patas en la fuente. PIZARNIK, Alejandra. Los trabajos y las noches. PLAZA, Ramón. A pesar de todo. SILBER, Marcos. Sumario del miedo.
1966. ANGELI, Héctor Miguel. Las burlas. AZCONA CRANWELL, Elizabeth. De los opuestos. CANZANI, Ariel Monigotes. CARLINO, Alfredo. Ciudad del tango. DELLEPIANE RAWSON, Alicia. Las buenas razones. HURTADO DE MENDOZA, Roberto. Cánticos. SALAS, Horacio. Memoria del tiempo.
1967. BIGNOZZI, Juana. Mujer de cierto orden. BUSTOS, Miguel Angel. Visión de los hijos del mal. D´ANNA, Eduardo. Muy muy que digamos. GIANUZZI, Joaquín. Las condiciones de la época. LAMBORGHINI, Leónidas. La estatua de la libertad. PEICOVICH, Esteban. Introducción al camelo. SUAREZ, María del Carmen. La noche y los maleficios.
1968. LAMBORGHINI, Leónidas. La canción de Buenos Aires. PIZARNIK, Alejandra. Extracción de la piedra de la locura. SALAS, Horacio. La corrupción. SILBER, Marcos. Ella.
1969 ANDRES, Alfredo. El 60 (antología). AULICINO, Jorge Ricardo. Reunión. GELMAN, Juan. Los poemas de Sidney West. JUARROZ, Roberto. Cuarta poesía vertical. PIZARNIK, Alejandra. Nombres y figuras.
1970. BELLESSI, Diana. Destino y propagaciones. PIZARNIK, Alejandra. El infierno musical. TEDESCO, Luis. Los objetos del miedo.
1971. AULICINO, Jorge Ricardo. Mejor matar esa lágrima. AZCONA CRANWELL, Elizabeth. Imposibilidad del lenguaje o los riesgos del amor. GELMAN, Juan. Cólera buey. SALAS, Horacio. Mate pastor.
1972. CARRERA, Arturo. Escrito con un nictógrafo. SUAREZ, María del Carmen. Los dientes del lobo.
1973. CARRERA, Arturo. Momento de simetría. FREIDEMBERG, Daniel. Blues del que vuelve solo a casa. GRAVINO, Amadeo. Marylyn.
1974. JUARROZ, Roberto. Quinta poesía vertical. SILBER, Marcos.Dopoguerra.
1975. AULICINO, Jorge Ricardo. Vuelo bajo. CARRERA, Arturo. Oro. CHIROM, Daniel. Crónica de Robledo Puch. GRAVINO, Amadeo. Lady Macbeth. JUARROZ, Roberto. Sexta poesía vertical. TEDESCO, Luis. Cuerpo. YANNOVER, Héctor. Antología poética.
1976. SALAS, Horacio. Generación poética del 60 (antología). SUAREZ, María del Carmen. Voracidad del sonido.
1977. GENOVESE, Alicia. El cielo posible. GIANNUZZI, Joaquín. Señales de una causa personal. REDONDO, Víctor. Poemas a la maga.
1978. AZCONA CRANWELL, Elizabeth. Anunciación del mal y la inocencia. SALAS, Horacio. Gajes del oficio (Madrid). VINDERMAN, Paulina. Los espejos y los puentes.
1979. ANADON, Pablo. Poemas. CHIROM, Daniel. Los atlantes.
1980. AULICINO, Jorge Ricardo. Poeta antiguo. BELLESSI, Diana. Tributo del mudo. BENITEZ, Luis. Poemas de la tierra y la memoria. CHIROM, Daniel. Antología de la nueva poesía argentina. PERLONGHER, Néstor. Austria-Hungría. REDONDO, Víctor. Homenajes. TEDESCO, Luis. Paisajes. VINDERMAN, Paulina. La otra ciudad.
1981. BELLESSI, Diana. Crucero ecuatorial. FREIRE. Héctor. Quipus. TRACEY, Mónica. A pesar de los dioses. VITALE, Carlos. Códigos.
1982. CARRERA, Arturo. La partera canta. CIGNONI, Roberto. Margen puro. COFRECES, Javier. Años de goma. ETCHECOPAR, Dolores. Su voz en la mía. GENOVESE, Alicia. El mundo encima. KOFMAN, Fernando. Tiempo de convulsión. MOORE, Esteban. La noche en llamas. RIMONDINO, Adrián. Paisaje de barrio. SAEZ, Carlos Santos. Hombres de segunda. VILLALBA, Susana. Oficiante de sombras. VINDERMAN, Paulina. La mirada de los héroes.
1983. AULICINO, Jorge Ricardo. La caída de los cuerpos. BENITEZ, Luis. Mitologías/ La Balada de la Mujer Perdida. BENITEZ, Luis, y GIRALDEZ, Mónica. Poesía inédita de hoy (antología). CARRERA, Arturo. Mi padre. CARRERA, Arturo. Arturo y yo. CHIROM, Daniel. La diáspora. MOORE, Esteban. Providencia terrenal. RIMONDINO, Adrián. Afanes. SAEZ, Carlos Santos. La navaja turra.
1984. FREIRE. Héctor. Des-Nudos. ETCHECOPAR, Dolores. La tañedora. LOJO, María Rosa. Visiones. SAMPAOLESI, Mario. Cielo primitivo. VINDERMAN, Paulina. La balada de Codelia. VITALE, Carlos. Variaciones.
1985. BELLESSI, Diana. Danzante de doble máscara. BENITEZ, Luis. Behering y otros poemas (segunda ed. 1993, México). CARRERA, Arturo. Animaciones suspendidas. CIGNONI, Roberto. Resplandores. COFRECES, Javier. La liebre tiesa. ETCHECOPAR, Dolores. El atavío. GRAVINO, Amadeo. La calle pobre. NEGRONI, María. De tanto desolar. REDONDO, Víctor. Circe, cuaderno de trabajo. SALAS, Horacio. Cuestiones personales. TEDESCO, Luis. Reino sentimental.
1986. FREIDEMBERG, Daniel. Diario de la crisis (segunda ed., 1989). KLEIN, Laura. A mano alzada. SAMPAOLESI, Mario. La belleza de lo lejano. VILLALBA, Susana. Clínica de muñecas.
1987. CARRERA, Arturo. Ticket para Edgardo Russo. CIGNONI, Roberto. 28 poemas. GRAVINO, Amadeo. María, páramo de nostalgia. KOFMAN, Fernando. Caída de la catedral. MOORE, Esteban. Con Bogey en Casablanca y otros poemas. PERLONGHER, Néstor. Alambres. TRACEY, Mónica. Celebración errante. VITALE, Carlos. Confabulaciones (España).
1988. AULICINO, Jorge Ricardo. Paisaje con autor. COFRECES, Javier. Pasaje renacimiento. GRAVINO, Amadeo. Santa María blues. MONTANARO, Pablo. El fin vendrá a su tiempo. SZWARC, Susana. En lo separado. VINDERMAN, Paulina. Rojo junio.
1989. BENITEZ, Luis. Guerras, epitafios y conversaciones. CARRERA, Arturo. Children´s corner. CHIROM, Daniel. El hilo de oro.
ETCHECOPAR, Dolores. Notas salvajes. NEGRONI, María. per/canta. REDONDO, Víctor. Mercado de ópera. VILLALBA, Susana. Susy, secretos del corazón.
1990. ANADON, Pablo. Estaciones del árbol. GARCIA HELDER, Daniel. El faro de Guereño. GRAVINO, Amadeo. Caricaturas de Viuti por Ciudad Gótica. PERLONGHER, Néstor. Parque Lezama. PERLONGHER, Néstor. Aguas aéreas. SALAS, Horacio. El otro. TRACEY, Mónica. Hablar de lo que se ama.
1991. ALPEROVICH, Laura, Armas como el silencio. BELLESSI, Diana. Buena travesía, buena ventura pequeña Uli. COFRECES, Javier. Amianto. CWIELONG, Marta. Razones para huir. DIAZ MINDURRY, Liliana. Sinfonía en llamas. DIAZ MINDURRY, Liliana. Paraíso en tinieblas. FREIRE. Héctor. Voces en el sueño de la piedra. GRAVINO, Amadeo. Soledad-es. KOFMAN, Fernando. Polifonía en el páramo. LOJO, María Rosa. Forma oculta del mundo.
MONTANARO, Pablo. Señales sobre un sueño. NEGRONI, María. La jaula bajo el trapo. SAMOILOVICH, Daniel. La ansiedad perfecta.
1992. ALPEROVICH, Laura, La ferocidad y el cielo. ANADON, Esteban .La vida que se vive. BENITEZ, Luis. Fractal. CIGNONI, Roberto. Nevada y estrella. GENOVESE, Alicia. Anónima. GRAVINO, Amadeo. Hilda, Belle Peinture. MONTANARO, Pablo. El fin vendrá a su tiempo. KOFMAN, Fernando. Zarza remueve. PERLONGHER, Néstor. El chorreo de las iluminaciones. SAMPAOLESI, Mario. La lluvia sin sombra. SAMPAOLESI, Mario. El honor es mío.
1993. BELLESSI, Diana. El jardín.. CARRERA, Arturo. Negritos. DIAZ MINDURRY, Liliana. Wonderland. GRAVINO, Amadeo. Cartas para un amor salvaje.
1994. ALIBERTI, Antonio. 70 poetas argentinos (antología). ANADON, Pablo. Cuaderno florentino y otros poemas italianos. AULICINO, Jorge Ricardo. Hombres en un restaurante. CARRERA, Arturo. La banda oscura de Alejandro. COFRECES, Javier. Mar de fondo. ETCHECOPAR, Dolores. Canción del precipicio. GARCIA HELDER, Daniel. El guadal. GENOVESE, Alicia. Vida interior de la discordia. GRAVINO, Amadeo. Buenos Aires, comedia. MONTANARO, Pablo. Ella. MOORE, Esteban. Poemas 1982-87. MOORE, Esteban. Tiempos que van. NEGRONI, María. Islandia. NEGRONI, María. El viaje de la noche. VINDERMAN, Paulina. Escalera de incendio.
1995. ALPEROVICH, Laura, La dualidad amante. AULICINO, Jorge Ricardo. Almas en movimiento. BENITEZ, Luis. El pasado y las vísperas. (Venezuela). MONTANARO, Pablo. Tiempos jamás dibujados. PRIETO, Martín. La música antes. TEDESCO, Luis. Vida privada.
1996. BELLESSI, Diana. Colibrí ¡lanza relámpagos! BENITEZ, Luis. Selected poems (EE.UU., selección y traducción de Verónica Miranda). FREIDEMBERG, Daniel. Lo espeso real.
1997. CARRERA, Arturo. El vespertillo de las parcas. COFRECES, Javier. Ropa íntima. CWIELONG, Marta. De nadie. FREIRE. Héctor. Poética del tiempo. GENOVESE, Alicia. El borde es un río. GRAVINO, Amadeo. Notas. KLEIN, Laura. Bastardos del pensamiento. SAMOILOVICH, Daniel. Superficies iluminadas. VILLALBA, Susana. Matar un animal. VINCIGUERRA, Lidia. Poesía argentina de fin de siglo (antología).
1998. BELLESSI, Diana. Sur. GRAVINO, Amadeo. El rock de la lluvia. LOJO, María Rosa. Esperan la mañana verde. TEDESCO, Luis. La dama de mi mente. VINDERMAN, Paulina. Bulgaria. VITALE, Carlos. Selected Poems (EE.UU., selección y traducción de Verónica Miranda).
1999. AULICINO, Jorge Ricardo. La línea del coyote. BEJERMAN, Gabriela. Alga. COFRECES, Javier. Poetas surrealistas argentinos (antología). CUCURTO, Washington (VEGA, Santiago). La máquina de hacer paraguayitos. GRAVINO, Amadeo. Poemas con princesa. MOORE, Esteban. Partes mínimas. MOORE, Esteban. Instantáneas de fin de siglo. SAMPAOLESI, Mario. Puntos de colapso. SZWARC, Susana. Bailen las estepas. TRACEY, Mónica. Hablo en lenguas. VILLALBA, Susana. Caminatas.
2000. CHIROM, Daniel. Candelabros. TEDESCO, Luis. En la maleza. VITALE, Carlos. Unidad de lugar (España). VITALE, Carlos. Vistas al mar (España).
2001. BENITEZ, Luis. La yegua de la noche (Chile). BENITEZ, Luis. Antología (selección e introducción de Alejandro Elissagaray). CELLA, Susana. Tirante. CELLA, Susana. Río de la Plata.
2002. ELISSAGARAY, Alejandro. La poesía de los 80 (antología). FARA, Daniel. Signos Vitales. Un antología poética de los ochenta. TEDESCO, Luis. Aquel corazón descamisado.
2003. FREIRE. Héctor. Motivos en color de perecer. MOORE, Esteban. Partes mínimas y otros poemas. SALAS, Horacio. Dar de nuevo. SAMPAOLESI, Mario. Miniaturas eróticas. VINDERMAN, Paulina. El muelle.
Jorge RIVELLI.
*No son todos los que estan ni estan todos los que son, faltan algunos como Rivelli.  Pero todo ensayo es abieto a suguerencias y a nuevos estudios.  (A.A.)


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Lunes, 06 de noviembre de 2006
Luis Benítez, poeta, novelista y ensayista argentino

junio 21, 2010

ANIVERSARIO DE UNA VISIÓN / JAIME SAENZ

Aniversario de Una Visión / Por Jaime Saenz


V


A la vista del río, que lava de males a los habitantes y los mantiene despiertos,


y que socava la delgada corteza que sostiene a la ciudad debajo de la cual se oculta un gran abismo,


no me dirigiré a ti, por un momento y deseo de tenerme en lo que habitas y habita en ti —y también en mí,


y percibir la forma, angosta y alargada de la muerte, en la substancia húmeda y dura del cristal que le sirve de vivienda,


y conocer la manera de ser y no ser como la muerte, que sabe crecer de arriba hacia abajo


—quiero descubrir por qué sentimos que nos movemos, en cuál espacio, en cuál sitio, en cuál distancia se mueve el movimiento en la quietud, donde busca el movimiento un ir de un lugar a otro sin necesidad de ir, y busca realizarse en la inmovilidad y dentro de sí mismo,


como la superficie de este río y como sus aguas, discurriendo lentamente junto con nosotros,


para desembocar en el mar, para hundirnos y salvarnos de no morir por la ausencia de la muerte, la que un instante atrás ignoraba nuestra vida,


la que viaja en ellas ahora y se aleja de nuestro lado.


¡Pasa sordo y ruidoso el río! —se desliza y salta a través de los diques,


a su estruendo se enardecen las visiones de grandes animales


que vemos cuando a solas nos desahogamos de cierta rara tristeza,


en la transparencia y en el olvido de los suspiros que el río eleva y profundiza en medio de emanaciones mefíticas,


y al silbido del aire puro que el Illimani ha filtrado,


y que sopla sobre lo turbio e impetuoso de nuestra inclinación,


esas visiones se debaten entre suspiros y buscan en lo tumultuoso de las aguas alguna visión que las mire y suspire por ellas,


—y, mientras respiramos el extracto de este gran aire, filtrado, azul y frío,


a la hora de las sombras, con una turbadora penetración las emanaciones mefíticas nos transportan al mar,


y nos diluyen en la redondez de la tierra y en una eminencia del cielo


—yo te busco,


y con el alba y con los suspiros,


junto al claro de las estrellas se anima la ciudad


—y pasa el río, desconsoladamente y se queda.





Visitante Profundo


4.





Nadie ama y las cosas son las que aman,


cuando miro el mundo y los vientos late suntuoso mi corazón en la congoja


—veo los seres solos y ajenos al mundo, exploro y me aventuro por ellos al nacer


y no aman ni se quieren estar, transitan y yo soy su solo amigo.


Desde la soledad me aman las cosas, en este páramo yo me lamento por no escuchar tu suspiro


y no ser agua para mirar el sonido,


y me lamento por lo caviloso que me pone el amor que me tienen las cosas;


escucho el murmullo con que ellas se aman


y se pierde en los huecos que dejaste a tu paso.


En la inmovilidad me escondo


y te aferras a mí, y me muevo y te vas


—y se sonríen las cosas, el corno y la trompa, y cantan canciones


y me aman con una gran hambre:


no es necesario vivir, pero es necesaria la vida


—digo.





7. (Fragmento)





Hay ciudades ocultas que guardan ciudades en el corazón y el primer día su resplandor subyuga, y el último es un olvido que brilla en el ojo del hombre


—sus calles disciernen el mundo y evocan la cumbre, y la voluta olorece a cabellos y a calavera.


—de ti a mí, de ellos a ellos, de todos a todos va y viene la voluta, y en la ciudad se esparce;


lava tu frente una lluvia concisa la vez que sus piras, y el trazo del péndulo y las húmedas fuentes, a ti te devuelven el rastro de la marina y lisa clave de los sueños.


De todo pálpito te libera el edificio del eco;


tu grave alegría discurre en un trance de antigua navegación.


Una mano petrificadora en tus mejillas, y la ansiedad, y la epístola y los minerales,


tocan una música para los animales afectuosos que nombran tu ropaje a la cadencia de tu risa y de tu llanto


—y tus cabellos te conducen a la ausencia.


Y en aquellas ciudades —¡oh, habitante!— la muerte es fuerte y diversa, y poderosa la agonía; los sueños manan de tu sangre


—revelan el astro de la letra olvidada— la letra que falta a la palabra que falta


—y se desborda el lujo de la sangre, en unas ciudades donde no se puede morir.




Muerte Por El Tacto


I (Fragmento)





Mi soñoliento cuerpo despierta finalmente, y me hallo frente a mis amigos muertos


y me levanto triste a veces porque de haber un muro a mi frente, de haber una valla o un duende a mi frente,


yo no estaría triste ni pensaría en ti ni en mí ni en ellos


y es así que salgo encorvado a contemplar el interior de la ciudad y uso del tacto desde mis entrañas oscuras


en el secreto deseo de encontrar allá, allá el medio propicio para hacer que el mundo sea envuelto por el olvido


para que el olvido impere en las primeras máscaras inventadas por la humanidad


para que el olvido sea la fuerza motora y suprema y para que del olvido sólo surja el olvido


¡no puedes tener idea del olvido porque no conoces a mis amigos muertos!


y para que en el curso de las edades el olvido llegue a generar la soledad


para ello habrás de estar presente en aquella estrella


en el rumbo indeciso,


en el caos de la mirada


en modo alguno para determinar, y sí para que se justifique la razón inexorable de lo habido y lo por haber


de modo que lo armonioso sea siempre armonioso, has de estar presente sin poder saberlo


y yo estaré presente y no podré saberlo pero seremos el olvido y la soledad


porque ya hemos sido olvido y soledad cuando nada sabíamos —cuando no teníamos la noción de la oreja y del dolor


ni sed


yo te anuncio que sabemos y seremos


harto conocido es el continente de aquel o de aquellos o del que hace cábalas con una jorobita


conocemos a las gentes pero sólo tal cual son y no las sabemos tal cual no son


pese a que carecen de la facultad de no ser por que no saben que pueden no ser o ser


las saben en toda su magnitud mis amigos muertos y yo hablo de ellos con seguridad y orgullo


son mis maestros


el que hayan muerto dice que han existido eternamente antes de que yo existiera


su muerte y sus muertes me enseñan no sólo que puedo ser fabricante de azúcar sino marino, relojero, pintor, físico, geomántico y muchas otras cosas


que puedo tener además desconocidas profesiones y que puedo afectar alegría coma o no.


….....


Yo me escondo de las extrañas costumbres —de la actitud con que no se debe resumir una tesis adorable acerca de las cosas sencillas y perfumadas


soy partidario de las lombrices y de los peces


de las estrellas que cantan


guardo devoción por la mirada de los niños


y me gusta dibujar cuando llueve


y cuando se humedecen mis ojos, me es necesario poder hablar el idioma secreto originado durante el triunfo de las cosas


juzgo conveniente alabar la esencia de aquel anciano y detenerme cuando el ayudante de hornero le hace muecas descriptivas


al animal que pasa fugaz ante la sonrisa de la viejecita del dintel


en fin, adoro las voces claras, los trenes y las ciudades


y por todo lo que digo


adoro mis entrañas oscuras.



El Frío


8.


Y tan sólo te conozco en un hálito,


como la solitaria forma del frío en que te escondes cuando me busco en ti y me pierdo dentro de ti,


ansiando conocerte cada vez que te conozco al encontrarte y perderte a ti.


Caer al abismo contigo, eso sería vivir la verdadera vida;


me atrae la muerte que yo miro en mi búsqueda de ti.


La ciudad no será una realidad mientras dure mi búsqueda


—detrás de la ciudad te escondes tú.




Jaime Sáenz (La Paz, 1921- La Paz, 1986), poeta y narrador boliviano.

La Paz es la ciudad de su espacio vital y el constante trasfondo de su obra. Es uno de los autores más importantes de la literatura boliviana, tanto su vida como su obra motivaron otra experiencia vital del espacio cultural boliviano del siglo XX. En latinoamericana, tal vez,  solo se le pueda comparar a Martín Adán. Una bella prosa poética, desordenada, borroneada, esquiza, donde brota un desgarramiento del ser total.

Obras de Jaime Saenz:

El escalpelo (1955).
Aniversario de una visión (1960).
Visitante profundo (1964).
Muerte por el tacto (1967).
Recorrer esta distancia (1973).
Bruckner. Las tinieblas (1978).
Imágenes paceñas (1979).
Al pasar un cometa (1982).
La noche (1984).
Los cuartos (1985).
La piedra imán (1989).
Felipe Delgado -novela- (1989).
Los papeles de Narciso Lima Acha (1991).
Obras inéditas (1996).
Obra dramática (2005).
La bodega de Jaime Sáenz (2005).



junio 18, 2010

NOVECIENTAS PALABRAS LIBRES/ JUAN RAMÍREZ RUIZ

A tres años de la muerte de JRR.

Novecientas palabras libres
*
Por Juan Ramírez Ruiz

JRR. en el INC. de Chiclayo.
Todo debe estar expuesto al aire de los días para que cada cosa sea recortada por la luz del sol. Por más dolorosas que sean ciertos hechos es necesario que se conozcan si con ellos se abren nuevas perspectivas a la realidad. Decir la verdad es revolucionario, había escrito Gramsci en las paredes de su celda y desde esas paredes la profunda verdad de esa frase sale al encuentro de nosotros. Pues es cierto que nada fructifica jamás sobre la mentira.

Hace unos años (1971) un grupo de jóvenes irrumpió de pronto en esta sala sacudidos por una auténtica indignación moral. Protestaban contra este lugar y contra los actos que aquí se desarrollaban, a espaldas de la realidad del país. De ese tiempo a esta `parte muy pocas cosas han cambiado en esta realidad. Por ello resulta patético que sea este mismo lugar, ahora, el escenario donde se celebra lo que sus actores denominan “una década de rebelión”.

¿Qué ha pasado para que la universidad peruana, la primera institución proveedora de la cultura oficial, institucionalice a partir de este momento lo que fue un movimiento revolucionario?

La inconsecuencia, la confusión, la inconciencia han deformado lo que quiere seguir llamándose Hora Zero desde hace ya tres años. Deformación que alcanza a aquello que sus enemigos de ayer atribuyeron al movimiento original como objetivo : llegar a través de otras vías al establihment cultural.

Esta ceremonia confirma una involución de una forma de pensamiento libre y revolucionario. Confirma el usufructo para fines personales de un proceso colectivo que tenía como ideal supremo la objetivación en la historia de las aspiraciones más profundas del espíritu humano: el amor, la libertad, la Poesía.
Por ello, repito, esta ceremonia institucionaliza un simulacro de dicho proceso. Simulacro que despliega ahora su espectáculo más apócrifo. Celebran la “segunda fase” (1977-80) que irresponsablemente han convertido en antípoda del proyecto original.
El “Hora Zero” que celebran no es el movimiento de la revuelta total que encarnaron 60 jóvenes. No es el movimiento que desencadenó acciones en todas las regiones del país. No es el de la descentralización cultural. No es el movimiento de Jorge Nájar, José Cerna, Feliciano Mejía, Rubén Urbizagástegui, Elías Durand, Julio Polar, Julio Dávila, Bernardo Alvarez, Ricardo Oré, etc., etc.

No es el movimiento de Isaac Rupay que inmoló su noble juventud en nuestro proyecto.

No es el movimiento de las cuatro expresiones artísticas: poesía, narración, teatro, pintura.

No es el movimiento.

Frente a ello, como fundador de Hora Zero, como autor de todos sus manifiestos, como autor de su proyecto que asumo plenamente, reivindico el verdadero espíritu de este movimiento y lo separo de este celebración espuria que constituye su negación.

Reivindico sus objetivos de fundación cuyos puntos principales cito:

• La abolición de la literatura y el arte como institución burguesa a través de: a) la decodificación de su teoría y praxis y la exposición sistemática de sus mecanismos, los cuales -de manera sui géneris- prolongan el sentido administrado por la sociedad capitalista. B) la descentralización de la producción y la socialización de la cultura. C) la reformulación de las expresiones culturales populares proscritas por los criterios occidentales del arte. d) la fundación de un pensamiento estético autónomo que parta de las condiciones de nuestra realidad. E) el desencadenamiento de potencialidades creadoras, aperturando así posibilidades para que la experiencia estética sea una vivencia cotidiana de nuestro pueblo.

• La cualidad maravillosa del trabajo colectivo, que por ser hecho sin egoísmo, sin vergüenza y sin deseos de propiedad libere las energías más puras de la imaginación.

• El rechazo versátil pero siempre rotundo a los cantos de sirena –cualquiera sea su melodía- del establishment en el arte y en la vida.

• Los esfuerzos por la liberación de los tormentos que parece la conciencia en el interior de la Historia y de su propia condición.

• La voluntad de aventura, el placer de la exploración, los frescos y turbadores relámpagos del descubrimiento, el estudio sistemático, tenaz, fervoroso y arriesgado de los movimientos profundos de la vida interior.

Reivindico la producción de modelos de proyectos de vida alternativos para liberarnos de la pesadilla múltiple del colonialismo.

Reivindico la intransigente voluntad de propiciar micro sociedades revolucionarias al interior del orden capitalista.

Reivindico a los que se niegan y se negaron a compartir irresponsablemente el festín de la vida que el orden ofrece a unos pocos; a quienes se les ofrendó el primer acto del movimiento Hora Zero.

Reivindico el Hora Zero d los que fueron despedidos de sus centros de trabajo por la única razón de pertenecer al movimiento; a los que dejaron profesiones, títulos universitarios y abandonaron –apasionados por la libertad- los caminos que conducen a la comodidad que ofrecen todas las carreras, incluso las literarias.

Reivindico la tarea de edificar nuestra identidad. Lo que en otras palabras significa participar creativamente n la tarea de objetivar en la historia la alternativa revolucionaria que encarnan obreros y campesinos.

Reivindico a los que no quieren “subir”. Reivindico a los que quieren abrir caminos.

Nada de esto es lo que aquí se celebra.

Se celebra el “Hora Zero” –caja de resonancia de las carreras literarias de los paterfamilae, reblandecidos precozmente por la treintena y que ahora acuden para que desde la cátedra se viertan los baldes de agua helada sobre el ardor de sus veinte años traicionados.

PALABRAS URGENTES (2).
(Distribuido en el Salón de Grados de la Casona de San Marcos el 28 de agosto de 1980)

junio 09, 2010

POEMAS DE MARIO CAMPAÑA/ ECUADOR

De: EL GUAYACAMAYOhttp://poesiadelatinoamerica.blogspot.com/
Revista virtual de poesía ecuatoriana y peruana desde los años 70 hasta la actualidad.

*
Por Carlos Rojas González



MARIO CAMPAÑA (GUAYAQUIL 1959)
POETA Y COMENTARISTA LITERARIO.
Ha publicado Cuadernos de Godric, Premio Nacional de Poesía Joven 1988. Días Largos (1995). Visiones de los real de la poesía latinoamericana (2006). Aires de Ellicott City, 2006 (Barcelona).

POE, BALTIMORE, 31 DE OCTUBRE

Para Toña

Repentinamente descubre el sol este pulcro cementerio de ciudad, donde la iglesia intimida todavía a las almas. Lápi POE, BALTIMORE, 31 DE OCTUBRE


Para Toña


Repentinamente descubre el sol este pulcro cementerio de ciudad, donde la iglesia intimida todavía a las almas. Lápidas hundidas, húmedas, trabajadas por el musgo: “Homenaje al Mayor Steve Ridell”; “Recuerdos al Coronel O’Jara”.


Junto a la indiscutible gloria de los héroes acampados apaciblemente en esta orilla, una tumba oculta tras cristales hoy tampoco resplandece, hoy, día de la celebración de un hallowen. A su lado, ni el cognac ni las rosas sobreviven; hay coronas, ramas de vid o de un olmo viejo, y están secas.


Pero en la humilde “calle de la amistad”, entre chalets desvencijados, una negra nos habla con orgullo de un trémulo poeta, de un hombre frágil de mirada triste
que cada tarde deambulaba solo con su manchado cuaderno bajo el brazo y se sentaba dócilmente junto al árbol, “aquel árbol”, entreteniéndose con el rumiar de las ardillas y el rumor del cielo.


Temprano, los niños salen, corren, festejando la esperada llegada del domingo, y en la tarde, entre curiosidad y zozobra, empujan, arrastran al viejo amigo que allá en Lombard street ha caído una vez más, abrazado a una botella.


Los que no tuvimos el valor ni la firmeza
para creer en
lo invisible, nosotros,
venimos hasta aquí a invocar su nombre
avergonzados: sentimos, en secreto, deslizarse
una sinuosa complacencia

ácida gota de nuestra alma
que profana su memoria
con nuestra
desventurada salvación.

De aquella noche
despertamos sobrios con el sol
y descubrimos que había desaparecido
el río. Incrédulos, uno a otro nos miramos
en el ancho espacio dejado por el cauce.
En las manos los anzuelos, la red y las carnazas.
Árboles celosos nos cercaban con su brillo.

Trémulos, llenos de presagios,
todo el día permanecimos en silencio,
refugiados en el bosque,
solos bajos los árboles.

En la tarde meditamos juntos: “Ahora –dijimos-
las muchachas caminan libres donde
antes se arrastraba el río”.

De noche el silencio era más duro.

Obstinados, regresábamos a la orilla
aún con un pie en el sueño.

Junto al fango imaginábamos ardides
para la pesca y el breve festín del día.

Después enmudecíamos.

Arriba el sol viajaba lento y en el crepúsculo,
a la esperada hora de sacar la red,
invariablemente cundía el zumbido,
el viejo rumor alborozado.
Y como antes, saltábamos alegres
estregándonos las manos.

Pero el eco llegaba de muy lejos.
Las redes estaban mustias, colgando de las vigas
o amontonadas en el suelo
como un ruinoso laberinto sacudido por el aire.
Anzuelos y sedales atacados por la herrumbre.
Las carnazas comidas por los pájaros.

Así vivíamos, cuidando el lecho.
Sin descanso preparando almácigas.
El río aún nos invitaba con su limo.

Ardía un verano turbio en las afueras.
Gente congregada y calles pedregosas.

Corría yo veloz, sobre el musgo, en los tejados
divisando la ciudad hasta el límite.
El bosque en la cima de los mangos.
Trastos amontonados en los patios.
Fogoso, el humo se extendía
entre los seres voladores
ocultando el cielo.

Yo contemplaba habitaciones húmedas,
luces abandonadas en los muros:
manchas de sangre seca
los agujeros de los gatos.

Y corría por calles viejas, por el parque en ruinas, por el río.

Ecos de campanarios resonaban
en las tardes de aquel verano turbio.

En la escuela había humedad, flores secas,
polvo de pizarras; en la bodega,
bancos rotos.

Y en el taller, el restaurador,
ese hombre discreto que trabajaba siempre solo,
lustraba todavía la madera de los muebles,
corroída por gusanos.

Era un verano turbio. Faltaba luz.

Corrí otra vez. Oía voces. Y sentí de pronto,
en lo alto, un ruido, como un ala
que afanosamente se agitara.
Me voltée, azorado,

y vi a mi madre
retorciéndose en el aire:
un trapo en vilo.

II

Y vi también, a lo lejos,
la casa, la hierba, la escalera.
En paredes sucias se apoyaban
sombras espesas.

Llamé. Se repitió
mi voz hueca.

Miré hacia el pueblo: Todo ardía.

Una mujer, en un rincón, trémula,
escuchaba.

Era un verano turbio.
Emboscada por las voces, la maleza, corres,
Por ventosos callejones, blanca hierva,
Pasillos de salas de urgencias impolutas
Invisible mancha del dolor.
Las bocas arrojan la rosa al fuego
Y los oído oyen un llanto amigo.

Esperas, con tu humilde majestad:
Gente que te viene a visitar desde muy lejos,
Y disfruta de tu mesa siempre servida para todos,
También para el peregrino que atraviesa la calzada,
El que vaga buscando en el camino otro camino.
Amados cuerpos de antes, celebraban la amistad
Como día de fiesta.

Corres, pero nada disipa las palabras
Que acechan a quien camina a solas
Recorriendo su vida como funámbulo
Sobre el filo de una pared vacía.

Nadie viene a tu mesa. Nadie asoma
Su rostro en esta fiesta de despedida
Cuando abres al fin de par en par la puerta
Y ves un violento abismo repentino
Un fondo cada vez más crudo:
Hervor de voces que te esperan
Con un sitio reservado para ti.

Deténte, Madre. Voltea la caray mírame
Una vez más: Vuelve. Escucha:
No existen las fiestas que antes conocimos.

Pero Escúchame Otra Vez: Esas voces
Que te siguen, esas palabras sucias
No han sido dichas para ti:
Son para el pez que ha bajado a la tierra
Por su vida equivocada.

Ahora vuelve a escucharme: yo voy contigo
A contemplar esos seres que descansan
Junto a un árbol rojo
Aquel tronco translúcido inflamado por un sol
Que nunca conociste.

junio 05, 2010

POEMAS DE JORGE MARTILLO MONSERRATE

De: EL GUAYACAMAYO

Revista virtual de poesía ecuatoriana y peruana desde los años 70 hasta la actualidad.


***
Por Carlos Rojas González

JORGE MARTILLO MONSERRATE (1957), Ganador del PremioAurelio Espinosa Polit. Autor de Aviso a los navegantes (1987), Fragmentarium (1991), Vida Póstuma (1997) Últimos versos de un poeta decadente (2004)
Publicado por Carlos Rojas González
martes 6 de abril de 2010

VIDA PÓSTUMA
1

Ahora sé que la muerte no es una mujer
Es solo una sombra
Nos acaricia
Sella nuestros labios
Apaga nuestros párpados
Nos conduce a soñar
Otra vez la oscuridad intrauterina
Aguas cálidas por donde ir a la deriva.


En vida confundí a la muerte con aquel fantasma
Que surcaba el cielo de mis habitaciones
Cuando grababa mi poesía
O cabalgaba cuerpos tras el amor.


Ahora sé que la muerte no es una mujer
Ahora sé que la muerte es mi sombra.

2

Entendí que los sueños eran más que una escalera
Ascendí y descendí
Una luz oblicua iluminaba mis pasos
Antes escribí de voces y mutilaciones.

Antes escribí que descubrimos la malignidad de los otros
Y jamás la nuestra.

Ahora el espejo se rompe
Me adentro a buscar esa imagen imposible.

3

Mis prendas quedarán colgadas
Detrás de una hoja de puerta
Les caerán láminas de polvo
Les caerá el vacío
Les caerá mi ausencia.


Mis camisas colgadas del cuello
Atrapadas por el anzuelo del cáncamo
Los hombros derrotados como puchos de cigarrillos
Las mangas simulando al espantapájaros
Que regaló los sembríos a las aves
Los cuellos lascados como cuerda de suicida
Los botones sin el abrazo de los ojales
Los bolsillos repletos de nada
Mis camisas sucias tendrán grabados mis últimos días
El olor de las mañanas
El hedor de las tardes
El carmín de la amante que dijo hasta luego y no adiós.

4

Este no es un inventario de objetos sin su usuario
Esta es una sensación de pérdida.

¿Quién mirará la luna en menguante
a través de mis lentes?
¿Vendrá el moho a enverdecer su armazón?
¿Vendrá el polvo a cubrir sus cristales?
¿Se atreverá algún deudo a apoderarse de mis anteojos
Para observar el mundo que no podré ver?.

Este no es el inventario de objetos sin su usuario
Esta es la lápida que se cierra
Esta es la tumba que cubre
Este es el epitafio que escribe sentencias
Esta es la vida penando como fantasma.