V
A la vista del río, que lava de males a los habitantes y los mantiene despiertos,
y que socava la delgada corteza que sostiene a la ciudad debajo de la cual se oculta un gran abismo,
no me dirigiré a ti, por un momento y deseo de tenerme en lo que habitas y habita en ti —y también en mí,
y percibir la forma, angosta y alargada de la muerte, en la substancia húmeda y dura del cristal que le sirve de vivienda,
y conocer la manera de ser y no ser como la muerte, que sabe crecer de arriba hacia abajo
—quiero descubrir por qué sentimos que nos movemos, en cuál espacio, en cuál sitio, en cuál distancia se mueve el movimiento en la quietud, donde busca el movimiento un ir de un lugar a otro sin necesidad de ir, y busca realizarse en la inmovilidad y dentro de sí mismo,
como la superficie de este río y como sus aguas, discurriendo lentamente junto con nosotros,
para desembocar en el mar, para hundirnos y salvarnos de no morir por la ausencia de la muerte, la que un instante atrás ignoraba nuestra vida,
la que viaja en ellas ahora y se aleja de nuestro lado.
¡Pasa sordo y ruidoso el río! —se desliza y salta a través de los diques,
a su estruendo se enardecen las visiones de grandes animales
que vemos cuando a solas nos desahogamos de cierta rara tristeza,
en la transparencia y en el olvido de los suspiros que el río eleva y profundiza en medio de emanaciones mefíticas,
y al silbido del aire puro que el Illimani ha filtrado,
y que sopla sobre lo turbio e impetuoso de nuestra inclinación,
esas visiones se debaten entre suspiros y buscan en lo tumultuoso de las aguas alguna visión que las mire y suspire por ellas,
—y, mientras respiramos el extracto de este gran aire, filtrado, azul y frío,
a la hora de las sombras, con una turbadora penetración las emanaciones mefíticas nos transportan al mar,
y nos diluyen en la redondez de la tierra y en una eminencia del cielo
—yo te busco,
y con el alba y con los suspiros,
junto al claro de las estrellas se anima la ciudad
—y pasa el río, desconsoladamente y se queda.
Visitante Profundo
4.
Nadie ama y las cosas son las que aman,
cuando miro el mundo y los vientos late suntuoso mi corazón en la congoja
—veo los seres solos y ajenos al mundo, exploro y me aventuro por ellos al nacer
y no aman ni se quieren estar, transitan y yo soy su solo amigo.
Desde la soledad me aman las cosas, en este páramo yo me lamento por no escuchar tu suspiro
y no ser agua para mirar el sonido,
y me lamento por lo caviloso que me pone el amor que me tienen las cosas;
escucho el murmullo con que ellas se aman
y se pierde en los huecos que dejaste a tu paso.
En la inmovilidad me escondo
y te aferras a mí, y me muevo y te vas
—y se sonríen las cosas, el corno y la trompa, y cantan canciones
y me aman con una gran hambre:
no es necesario vivir, pero es necesaria la vida
—digo.
7. (Fragmento)
Hay ciudades ocultas que guardan ciudades en el corazón y el primer día su resplandor subyuga, y el último es un olvido que brilla en el ojo del hombre
—sus calles disciernen el mundo y evocan la cumbre, y la voluta olorece a cabellos y a calavera.
—de ti a mí, de ellos a ellos, de todos a todos va y viene la voluta, y en la ciudad se esparce;
lava tu frente una lluvia concisa la vez que sus piras, y el trazo del péndulo y las húmedas fuentes, a ti te devuelven el rastro de la marina y lisa clave de los sueños.
De todo pálpito te libera el edificio del eco;
tu grave alegría discurre en un trance de antigua navegación.
Una mano petrificadora en tus mejillas, y la ansiedad, y la epístola y los minerales,
tocan una música para los animales afectuosos que nombran tu ropaje a la cadencia de tu risa y de tu llanto
—y tus cabellos te conducen a la ausencia.
Y en aquellas ciudades —¡oh, habitante!— la muerte es fuerte y diversa, y poderosa la agonía; los sueños manan de tu sangre
—revelan el astro de la letra olvidada— la letra que falta a la palabra que falta
—y se desborda el lujo de la sangre, en unas ciudades donde no se puede morir.
Muerte Por El Tacto
I (Fragmento)
Mi soñoliento cuerpo despierta finalmente, y me hallo frente a mis amigos muertos
y me levanto triste a veces porque de haber un muro a mi frente, de haber una valla o un duende a mi frente,
yo no estaría triste ni pensaría en ti ni en mí ni en ellos
y es así que salgo encorvado a contemplar el interior de la ciudad y uso del tacto desde mis entrañas oscuras
en el secreto deseo de encontrar allá, allá el medio propicio para hacer que el mundo sea envuelto por el olvido
para que el olvido impere en las primeras máscaras inventadas por la humanidad
para que el olvido sea la fuerza motora y suprema y para que del olvido sólo surja el olvido
¡no puedes tener idea del olvido porque no conoces a mis amigos muertos!
y para que en el curso de las edades el olvido llegue a generar la soledad
para ello habrás de estar presente en aquella estrella
en el rumbo indeciso,
en el caos de la mirada
en modo alguno para determinar, y sí para que se justifique la razón inexorable de lo habido y lo por haber
de modo que lo armonioso sea siempre armonioso, has de estar presente sin poder saberlo
y yo estaré presente y no podré saberlo pero seremos el olvido y la soledad
porque ya hemos sido olvido y soledad cuando nada sabíamos —cuando no teníamos la noción de la oreja y del dolor
ni sed
yo te anuncio que sabemos y seremos
harto conocido es el continente de aquel o de aquellos o del que hace cábalas con una jorobita
conocemos a las gentes pero sólo tal cual son y no las sabemos tal cual no son
pese a que carecen de la facultad de no ser por que no saben que pueden no ser o ser
las saben en toda su magnitud mis amigos muertos y yo hablo de ellos con seguridad y orgullo
son mis maestros
el que hayan muerto dice que han existido eternamente antes de que yo existiera
su muerte y sus muertes me enseñan no sólo que puedo ser fabricante de azúcar sino marino, relojero, pintor, físico, geomántico y muchas otras cosas
que puedo tener además desconocidas profesiones y que puedo afectar alegría coma o no.
….....
Yo me escondo de las extrañas costumbres —de la actitud con que no se debe resumir una tesis adorable acerca de las cosas sencillas y perfumadas
soy partidario de las lombrices y de los peces
de las estrellas que cantan
guardo devoción por la mirada de los niños
y me gusta dibujar cuando llueve
y cuando se humedecen mis ojos, me es necesario poder hablar el idioma secreto originado durante el triunfo de las cosas
juzgo conveniente alabar la esencia de aquel anciano y detenerme cuando el ayudante de hornero le hace muecas descriptivas
al animal que pasa fugaz ante la sonrisa de la viejecita del dintel
en fin, adoro las voces claras, los trenes y las ciudades
y por todo lo que digo
adoro mis entrañas oscuras.
El Frío
8.
Y tan sólo te conozco en un hálito,
como la solitaria forma del frío en que te escondes cuando me busco en ti y me pierdo dentro de ti,
ansiando conocerte cada vez que te conozco al encontrarte y perderte a ti.
Caer al abismo contigo, eso sería vivir la verdadera vida;
me atrae la muerte que yo miro en mi búsqueda de ti.
La ciudad no será una realidad mientras dure mi búsqueda
—detrás de la ciudad te escondes tú.
Jaime Sáenz (La Paz, 1921- La Paz, 1986), poeta y narrador boliviano.
La Paz es la ciudad de su espacio vital y el constante trasfondo de su obra. Es uno de los autores más importantes de la literatura boliviana, tanto su vida como su obra motivaron otra experiencia vital del espacio cultural boliviano del siglo XX. En latinoamericana, tal vez, solo se le pueda comparar a Martín Adán. Una bella prosa poética, desordenada, borroneada, esquiza, donde brota un desgarramiento del ser total.
Obras de Jaime Saenz:
El escalpelo (1955).
Aniversario de una visión (1960). Visitante profundo (1964).
Muerte por el tacto (1967).
Recorrer esta distancia (1973).
Bruckner. Las tinieblas (1978).
Imágenes paceñas (1979).
Al pasar un cometa (1982).
La noche (1984).
Los cuartos (1985).
La piedra imán (1989).
Felipe Delgado -novela- (1989).
Los papeles de Narciso Lima Acha (1991).
Obras inéditas (1996).
Obra dramática (2005).
La bodega de Jaime Sáenz (2005).