junio 20, 2006

LAS CASTAÑAS DEL FUEGO/ ARMANDO ARTEAGA

LAS CASTAÑAS DEL FUEGO
armando arteaga*


*Poemas inèditos del ùltimo libro "Las castañas del fuego" de Armando Arteaga
publicados en la revista "La manzana mordida" N-65 (25 de mayo del 2006).
Director: Carlos Zùñiga Segura.Caràtula: VìctorEscalante.



En la Foto: Armando Arteaga.



















LIBREMENTE CRECE LA HIERBA


Pinta siempre la esmeralda
Observa desde la ventana
Es el mar y su música eterna
No pidas disculpas por este color
Abrumando el campanario y las palomas

Vuelve a ponerle el verde o el azul
Inventa la soledad de este árbol
Un hombre caminando por aquel barandal
Una mujer sonrosada por la tarde

El sol ocultándose por la persiana
Son otros tiempos estos rojos perdidos
Sobre el horizonte del sonoro muelle
No olvides que el sol llega humanamente, humeante

Mirando hacia la calle y el parque
Algo nuevo se divisa y corre el viento
Cambiando el escenario de esta rutina
Donde libremente crece la hierba, vuelve a pintar

El verde, la esmeralda, allí se llega humanamente
Humeante, hablándote, soñando
Observando desde la ventana
Donde crece la hierba
Es el mar y su mirada eterna.
No pidas disculpas por este amor
abandonando las palomas, del filosofo campanario.


EN NOMBRE DEL OLVIDO


Te nombro:
in perpétuum tu nombre.
Te busco
entre las sombras de esta casa.
¿No hay nadie en esta casa?.
Nadie viene a la convocatoria
de tu nombre.
Eres otra sombra de otra casa.
Vecina inolvidable.
Es cierto
No recuerdo tu nombre.
Me acosté contigo
Y no recuerdo tu nombre.
Te has esfumado
En los recuerdos de este encuentro.
Te has estancado
en la temprana enredadera
seca de la tarde.
¿Llegas tarde a este olvido?.
Y por esta llegada tarde
te he convocado
nuevamente.
Es cruel el olvido. Lo sé.
El desmemoriado duerme su propio olvido.
Yo olvidé que me acosté contigo.
Yo era entonces el navegante
errante
del olvido.
Y te vuelvo a besar sin poder decir tu nombre.


LA CIUDAD Y LAS MOSCAS


Viajo de un extremo a otro
En esta ciudad extensa
Uno se demora mucho viajando
Uno pierde mucho el tiempo
Mirando moscas
La gente habla sapos y culebras
Sobre la situación política del país
La gente vive últimamente con la soga en el cuello
La soga es una corbata
La soga en la casa del ahorcado
es una tentación perfecta

Se viaja mucho en este país
Se pierde mucho el tiempo en este país

Uno se ahoga en la demora de la tarde
Mirando moscas la gente habla
Un lenguaje batracio
Una escritura reptil
¿Para qué sirve hablar
de la situación política de un país?.
Nadie te hace caso.
Eres un ciudadano más al borde de la protesta.
Eres un punto más en una inmensa mancha, un quijote
huevón.
Eres un punto más en una inmensa marcha, un coyote
frangente.
Las moscas se agitan siguiendo el rumbo de la naturaleza
Fuerza es igual a masa por aceleración. Te has vuelto
newtoniano con el tiempo.
Acelera el ómnibus, cambia el rumbo, la masa y la mesa.
Mirando moscas
Es una tentación
Hablar en batracio.
Escribir en reptil.

Se viaja mucho en este país.
Uno se ahoga en la demora de las tardes.
Mirando moscas.
Mi lenguaje batracio.
Mi escritura reptil.
Es una mierda
Todo.
Nada.
Uno pasa mucho tiempo
Huevendo con la palabra:
Con Cervantes y Picasso.
Buscando la exacta dimensión
del horror, la soga, la corbata de Beingolea.
El ahorcado, el ahogado, el ninguneado
poeta, el abogado tramposo
o el asesino de Marat (el amigo del pueblo)
las moscas, los sapos y las culebras.
Es una mierda todo.
Es un viaje muy largo hacia la nada
Ir de un extremo a otro en la ciudad.


BOCAS PINTADAS EN EL BARRIO ROJO



¿Quienes son estas muchachas que caminan
por estas calles locas desnudas en pleno invierno
mostrando sus enormes glúteos, van en toda esta agonía
que cubre el cielo gris de esta ciudad sin nombre,
vienen por el otro lado sureño, traen un poco de rouge
en la cara, rímel en los ojos, las uñas pintadas de rojo
parecen leopardos listas al primer asalto de su presa
dan vueltas en el infinito torbellino de la nada
en este vértigo del tiempo, son bultos y desaparecen
bajo la lluvia, solas, de nuevo a sus casas, celulitis
edificios sucios, callejones, o ascensores viejos
y desarreglados, escaleras hacia ningún cielo:
las esperan las muecas duras y destempladas
de otros seres más marginales que ellas, tan hambrientos
como los tiburones llenos de sangre ajena, el puñal
por la espalda, las carcajadas, una tarde de cebollas,
ajos y emes, de carajos y dados que ruedan por el suelo
debajo de la mesa, infectados de colillas y escupitajos
sobre el aserrín de la vida, las maderas hechas polvo,
el bosque muerto de tus ojos, hombres muertos en vida
que las rodean como perlas infinitas y brillantes
sobre sus cuellos botticellianos, mujeres poliformes
y perversas para el sexo, perros lamiéndose el culo
ratas, cucarachas, niños-hormigas llevando
su pequeño terrón de azúcar, quiénes son
estos cuerpos lubricados y dulces que no representan
nada, apenas una risa que desemboca en la locura
o una imagen impostergable de dolor al fondo del oscuro
pasadizo donde espera el cansancio, la soledad, la muerte
sonriente, un minuto más
cambia la luz del semáforo, no hay tiempo, qué perder, huye
corre, olvida esta ciudad, cruza el puente
sigue la flecha del final de la noche,
sigue el tiempo rengo de la mirada y el aburrimiento:
no vuelvas la mirada hacia atrás
pinta de negro los ladrillos del barrio rojo,
allá quedó la impetuosa juventud
aquí va la otra orilla de la vida
la friega diaria de haber vivido
mirando la paja en el ojo ajeno
-no deseando a la mujer del carnicero-,
el aire mueve el trigo, la paja, te cambia las palabras,
estas bocas pintadas en qué sueño han vivido?.


TALLER DE CARPINTERO


De niño
Yo era un carpintero viejo
Mi taller olía a cola y nogalina
Todavía recuerdo los cuartones de madera
cepillados en acero inoxidable,
brotando alcohol y sus texturas:
ásperas líneas
Que tuve aprender a dibujar
En la Facultad/ Dibujo Arquitectónico
Dibujando maderas uno se pasa el tiempo
Una mancha de puntos (0.1) hace un jardín
Un árbol es un garabato, le dice un niño
A su madre, a la tuya, a la mía
Le hemos dicho tantas cosas, locuras esperadas
Yo quería ser un carpintero viejo
Cuando llegue a viejo, si es que entonces, el niño
Se hace viejo y el viejo se vuelve niño.
¿Qué Niño es este Ñaño de Piura?.
Un diluvio en el desierto, las lagrimas de un niño
Un desierto en el diluvio, las lagrimas de un viejo.
Uno quiere ser muchas cosas cuando es niño.
Uno no quiere ser ya casi nada cuando llega la vejez.
Ni niño ni viejo se pasa uno jugando la vida.
En el juego del niño y del viejo.

-No te distraigas, muchacho-, me decía mi viejo,
serruchando maderas.


SALON FAMILIAR


Vuelvo
después de muchos años
a perder el tiempo mirando los peces
del acuario, son necios
los hombres y los peces
son tercos
los hombres y los peces
para vivir y morir como viven y mueren

yo en cambio miro los peces, apenas, supongo
perder el tiempo
ni siquiera he soñado últimamente
con el retorno a la sala de la casa familiar
o del acuario exhibiéndose, son torpes
los hombres y los peces
están atrapados en mundos diferentes
bajo el agua
sobre el aire
los hombres y los peces
desde la tierra perdida
se miran y están conmovidos
de tanta destreza:
el fuego encandila sus torpezas

un día se liberarán
el hombre se volverá nuevamente un pez
el pez se volverá nuevamente un hombre

Y será otro tiempo.
Volveré a ser pez.
Volveré a ser hombre.
La infancia se disolverá.
Son necios los peces.
Son tercos los hombres.
Volveré a perder el tiempo.

ARMANDO ARTEAGA

n. Piura, 1952, pertenece a la Generación del 70.
Estudios de arquitectura y ciencias de la comunicación.
Director actual del ITECA (Instituto de la Tecnología y la Cultura Andina-Amazonía).
Ha publicado:
“Callejón sin salida” (Poesía, 1982).
“Un amor en que aún” (Poesía, 2000).
“Cuentos de cortometraje” (Narrativa,2002).
“Terra Ignea” (Poesía, 2004).
Este año se publicará su libro “Avistar” (Poesía).
Los poemas que aquí presentamos son inéditos y pertenecen al libro “Las castañas del fuego”.


http://poetrypoem.com/cgi-bin/index.pl?poemnumber=198307&sitename=armandoarteaga&poemoffset=0&displaypoem=t&item=poetry

artenupe@yahoo.es


EUCARISTÌA: LA HOSTIA CONSAGRADA DE SANTIVÀÑEZ/ ARMANDO ARTEAGA

En la Foto: El poeta Roger Santivàñez.
LIBROS


EUCARISTÍA:
LA HOSTIA CONSAGRADA
DE SANTIVÁÑEZ.

Por Armando Arteaga




El poeta Roger Santiváñez viene de dar varios tumbos por la dura vivencia del “huso” del lenguaje experimental en su poesía también de rango experimental.
Desde Antes de la muerte (1979) el compromiso del poeta era con el lenguaje sin ambages y con cierta mística –adolecente- donde resaltaba el canto jubilar a los iniciales años corporales con la poesía pura o social, me parece que esa era la etapa también de algunos poemas publicados en la revista Auki (N-1, Lima/03/1975) como “Sissi heart”
-por ejemplo- que es lo que más recuerdo de ese “itinerario”, además me parece –si no me equivoco- de “Simpatia por Michaux” y “Agente viajero”, que son sus más celebrados poemas y que personalmente están en nuestra memoria generacional.
Para dar ese salto de ruptura con esa “primera fase” (y para estar a tono con los setenta) dejada atrás, es que Santivañez logra un estupendo salto, pero en un discutible libro que nunca dejó de sorprenderme: “Homenaje para iniciados”(1984). Allí está todavía el poeta provocador dispuesto a pelearse con el lenguaje nuevo abriendo el pórtico definitivo al lunfardo limeño de la noche y a la neblina inveranal de la experiencia peculiar con los “paraísos artificiales”, el rock urbano y el pastel empedernido de las fachadas de las casonas antiguas que se caen a pedazos del barrio bajopontino, sin tranvías y ya casi sin ficus. La conversación con el padre en su lecho de enfermo es severa y arrolladora, duda: “tal vez la muerte no sea una bella palabra” y desde allí: “fácil será escribir”, pero creo que en uso de esa gran licencia donde resalta la libertad expresiva y cierta anarquía, es que el lenguaje de la poesía de Santivañez da un vuelco, no es raro esto, son los años transcuridos en la experiencia sanmarquina, de la Sagrada Familia y de Kloaka: la kofradía lirika de los 80. Son los años oscuros y perdidos del senderismo luminoso, y cierto estío literario.
Los libros “Symbol”(1991) y “Cor Cordium” (1995) son obras a mi entender “espacios asfixiantes” en este “itinerario” de esta “otra fase” de la poesía de Santivañez. En “Symbol” hay una pulcritud desmedida: La poesía es un texto contra el mundo. Es poesía cotideana y deliberadamente pensada donde el poeta pierde la emoción “mística” inicial, que vuelve en “Cor Cordium”, con una exagerada credencial religiosa y coprolalica.
Son antecedentes que nos preparan para “La Pasión según San Tivañez”, en la misma retórica, poesía y musa es lo mismo para el poeta, cuerpo femenino y poema es lo mismo para el texto, pero con un nuevo nivel de poesía como en los años matinales:
Si yo escribo tu nombre en el verdor
De nuesta paz interior es porque
Aun continua viva la clepsidra
Por ti bebida en los días iniciales.

Lo eucarístico, perteneciente a la palabra religiosa “Eucaristía”, dicese de las obras en prosa o en verso cuyo fin es dar gracias. Con pan y con vino, aún para los herejes (como yo) que nunca hemos tenido dioses, aun para los agnósticos (como yo) que nunca hemos creído en nada, y tal vez solo para los “protestantes” que “creen” en algo.

Prefiero el pan y el vino a la “transustanciación “de las palabras en la poesía. Por eso es que sigo entendiendo este último libro de Santivañez: “Eucaristía” (2004) como una búsqueda en el argot y el barroco nuestro, como Martín Adán (juguetón) o como los “metros” de Oquendo de Amat, aunque, ni Santivañez es tan místico como Diego de Hojeda o Diego Mexia de Fernangil, tampoco es oceánico como Juan de Peralta ni geométrico como Pablo de Olavide, a pesar de que en su libro “Eucaristía” se mete en el “recuteco” del culteranismo.
No es nueva esta “tradición religiosa” de hacer poemas ecuménicos y eclesiásticos en la poesía latinoamericana: Luis de Tejeda “gongorizaba sobre la superficie de la lengua” (replicando a Anderson Imbert), los nadaistas también veían a la Virgen y la desnudaban con pasión desenfrenada. Visión “mística” para las cosas terrenales también tenían como “habito de perfección” un poeta inglés de gran modernidad como Gerard Manley Hopkins y méritos al “insondable Evangelio” le han rendido las palabras casi proféticas de Robert Lowell: Cristo camina sobre las aguas negras.
Volviendo a Santiváñez, su lenguaje poético permanece, adoptando un léxico popular y callejero, metafísico y culto, por momentos, manteniendo varios planos de significación.

*POEMAS DE SANTIVAÑEZ


a la manera de un poema de Apollinaire

Hay un poeta que sueña con la pequeña
Hay una pequeña exquisita en la vasta Lima
Hay una cama de dos plazas donde dejaste
que besara tus lindos senos
Hay toda la vida
Y yo te adoro

2

Te amo mi pequeña
Te amo mi querida luna de enfrente
Te amo cuerpo delicioso de 16
Te amo vulva cerrada
Te amo seno izquierdo paradito
Te amo seno derecho blanco
Te amo pezón derecho bajo el fino polo
Te amo pezón izquierdo como la puntita
de un iceberg dorado
Os amo nalgas delicadamente colocadas
sobre la cama para que yo las contemple
Te amo trenza castaña
Os amo axilas frescas niñas
Te amo curva de los hombros dulcemente
redonda cuando te volteas y me miras
Te amo muslo de alabastro
sentada al filo de la cama
poniéndote el blujean que me gusta
Os amo orejitas para las que preparo
mis más lindas frases de cariño
Te amo cabellera negra rescátame
de los amores perdidos
Os amo pies rosados uñas rosadas
Te amo lomo imponente y tan frágil
como tu nombre de pétalo de rosa
Te amo espalda de vírgen que me dejaste
levantar curvándote con
la suavidad del desmayo
Te amo boca oh mi sueño mi corazón
latiendo locamente
Te amo mirada tierna e inteligente
Os amo manos cuyo movimiento
cuando hablas me hechiza
Te amo nariz con 2 huequitos negros
Te amo con tu caminada desafiante y ondulada
Oh pequeña te amo te amo te amo


SAN PEDRO NUNCA VUELTO A VISITAR


Ahora ya no sé cuántos veranos
viví entre la marea de las 6
y la marea de las 6
remontaba el mar la colina
de algas y no tenía para mí
El jardín del pulpo
con una chica
flotando los cabellos al viento
igual que la pelota de colores
que un día arrastró
el desierto
entre las dunas
y se llevó los nombres de las
muchachas que tomaban cerveza
y aguardaban la caída
de la noche entre las
casas nuevas a medio construir

Todo fue en un tiempo
en que las balsas entraban y
salían del mar
con peces de plata
y las horas bastaban
para echarse a volar
siguiendo el filo de la playa
hasta la Bocana o la Pescana

Allí acaba el mundo/
comienza el día en el balneario
el motor-honda duerme
como la infancia de Claudia o Aníbal III
o mi propia adolescencia
muerta repartida
en las tinajas de agua fresca
que nadie se acordó de recoger
el día del regreso a la ciudad

NO ME PREGUNTES


Dónde vaga esa luz
Que de noche pega estrellas
Nadie sabe de la calle
Embotellada de desierto
Mientras duermen los choferes
Extasiados en el sueño del volante
La luz que me circunda
Tendida de una pista a otro jardín
Tiene canto de cabellos enmarañados
Removidos en la acera del otoño
Bebida la sonrisa de tus labios
Visionarios en la calle de los chinos
Anduvimos apagados en lo inmenso
Refrenando tu cuerpo en las esquinas
Quebrando el inútil pensamiento de la muerte
Suerte de observar la llovizna perniciosa
De entre el sol y la noche
Más ecuestres y marítimos
Escuchamos las orquestas ya etílicas
Sucumbir al estruendo de las horas
Alejados de las tiendas
Lo sórdido no huye de la atmósfera
Hay dementes pernoctando bajo llantas
De camiones olorosos por sus frutas
Aguardando el griterío del alba en el mercado
Las noticias que del agua
Aquí tenemos
Hablan suave hasta el silencio
Refieren la leyenda de la lluvia
Que ha perdido tantas mentes voladoras
Sin que algún sendero o avenida
Nos separe un lugar en el taxi de la noche
Y llegaremos como el ensueño a tus párpados
Llegaremos al fracaso más hermoso
Tal como a mis ojos
El aceite vidrioso de la hierba

PUEBLOS

Camino de los pueblos del norte, va el sol
y es así de simple
como la pobreza de aquellas poblaciones
en que la tarde duerme envuelta en tierra triste.
Allí están los burros, o la caña
para matar de silencio o de belleza el paisaje,
allá la luna cuando nadie se acuerda de mirarla.
Esta en la historia de los ríos,
de los valles más extraños siempre al borde
de un desierto
amplio y largo hasta el pánico.
Son esos pueblos. Los más solitarios
se hunden en la arena
y no hay todavía avisos luminosos
sino la misma soledad de algunos años antes
ésos son los pueblos que siguen aguardando
con sus techos de paja
con un aire que muere sin los barcos.
Hay una bicicleta sobre la calle asfaltada
suponemos que están doblados hacia el sembrío
y que el ud
y que el sudor no mancha los arroces
sin embargo siguen perdidos
el país no existe sino un puente
que ha de llevar a alguna parte
Nada nos indica que conocen
sino sólo que viven deslomándose
que las noches avanzan como un vaho
y que es bien poco
lo que en realidad les pertenece.


SIMPATÍA POR MICHAUX

El sol.
El sol, después del ruido.
El sol desciende oscuro y me acaricia, bajo el fresco
yo lo desconozco.
Sé que soy nadie, escucho nítidas palabras cinceladaspor
el miedo. Sueño en incendios, magníficas destrucciones,
bestialismos amorosos como en los campos. Guardo para la
melancolía.
La noche rodeada de mugidos, cielos inútiles cruzados por
un buhó. Lechuza prendida de un alambre me agradaba.
Cuando vuelven las luciérnagas, yo me obligo a vomitar.
Deseo el asco para mi vergüenza, me escondo para gozar con
un asesinato a mansalva. Debo frecuentar los naranjales hacia
el amanecer.
He necesitado abrir un poco mi coronaria. Con el viento
proclive al desnudo, descubrí que me había vaciado total-
-mente. Alguien ya no. Sin embargo encontré yerbas fuma-
-bles. Mordiendo un caballo, duraré como un trago que nos
arde para siempre en el estómago.
Amo el ridiculo. Doy dolor. Buscaré el olor que se me-
-pare. Visito la caverna desde la que nadie ha de reconocerme.
Los otros, ellos, los que yo miro y huelo. Siento una hermo--
sa secreta satisfacción de no necesitarlos. De estar desvincula--
do.
Abro el corazón ahora que compruebo mi vida en el cen-
-tro del pánico. Y lo abro porque nadie osará acercarse. Hun-
-dido por completo no comprendo cómo fue que desperté.
Negado por el tiempo. Lluvia que gocé corriendo cantan--
do. Espasmos al contacto con el follaje. Cantando absoluta-
-mente solitario. Modulé mi bellísima voz para escucharme y
verme discurrir sin planear nunca nada.
Me señalan. Son censurado.
Apotesosis de mi triunfal perdición.
Y los escucho bramar. Y yo bramo. Me aviento hacia el
más extraño verdor.
Soñando negarme, escupido, frenético.

LA BATALLA

Allí en la calle empedrada, en la Junín
fui testigo de la tierra del'Élias
seguro mi cuerpo al lado de Angela
¿Quién grita así como la Ronca?
Críspulo, el viejo Alcantarilla
nombres que pronuncio con amor
y nadie sale a responderme, ni el garage
ni los pavos ni los pollos
y ese silencio de la noche me sigue
como si el taller de mecánica fuera de carburo
y no me deja soñar, no me deja caminar
no puedo respirar y tengo náuseas
grito entonces Hey, Ramos ya no pinte al duco
por favor, no ve que me duele el corazón
y rasguño este poema como puedo
y Ud. está morado, está azul, para negro
y se va y no lo veo esta noche ni ninguna
bajo la ventana en que escondo
este sol que me cae implacable y me destroza
Ahora me limpio el sudor y cojo un pedazo
de masa y me lanzo hasta el fondo del horno de Manolo
quisiera mancharme de harina las espaldas
pero debo contentarme con cantar a la puerta del garage
pero no me río y tengo miedo de no reconocer a nadie.


AGENTE VIAJERO

Con su charcherosa, con su cansada
Camioneta Volkswagen llegabaNapoleon
rojo, desde Montero, desde Ayabaca
los tapabarros olían a caballo
su pelo zambo y castaño
no cubría nunca sus mentiras, tan gozadas
tan fervorosamente dichas, tan queridas
con el placer maldito de hacer una ficción
con el orgullo inocente de matar
enemigos que aguardan en los espejos,
en los baños o en las frazadas
que don Napo vendía por todos los caminos
antes de empezar una cerveza
y cantar un tango de cuando estuvo en Buenos
Aires, estudiando medicina
y decía: Ha: como yo, aprende chupa en tu casa
su mujer lo miraba con la paciencia
de los astros, dejaba correr sus ojos
maquillados por las cortinas hasta
envolver la pista entrarse en los cristales
Napo prendía la TV. el tocadiscos
decía precios, dormía un rato su muerte
y siempre me parecía pánico
cuando se quitaba a la sierra
cuando calentaba motores
se emborrachaba hasta morir
de tarde -como a las 4- al filo de que
algo hiciera sufrir a la gente


PARA AICAMLAD


III

Tiene el pelo negro, negro Aicamlad
¿será el sol? me pregunto
en la penumbra sus 2 pezones los
4 ángulos, posiciones, la política
sus odios repentinos, un país de sudamérica

IV

No comeremos nada esta semana
porque no hay plata, ni
oro de Catacaos
la filigrana Aicamiad
abrázame no suscribas los
comunicados del tiempo no
dicha manera de ser


PRIMERA MUERTE

Mi nombre es Nenfas
Vivo en Pachitea. Mi suegra todo el día
me dice serrano. Regreso de traer algarrobo
y ella me grita serrano.
Esta tarde
frente a un viejo algarrobo donde a veces
lloro mi desdicha o me alegro el corazón
con las soñas y los chilalos diré déjame
algarrobo tu sombra para que yo pueda
colgarme tranquilo y ya no me digan más
serrano y me verá Roger Santivañez
a los doce años o trece años después él cantará
con la soledad que yo les entregué
esa noche de verano cuando me vio ahorcado
y en la arena aún correteaban
las iguanas. .

junio 17, 2006

LUGARES SAGRADOS EN LA OBRA DE MANUELCHA PRADO Y DANIEL KIRWAYO/ FREDY AMÌLCAR RONCALLA

En la Foto: F.A. Roncalla . Foto: Armand.

MUSICA ANDINA












Lugares Sagrados 
en la obra de Manuelcha Prado y Daniel Kirwayo


Por Fredy Amílcar Roncalla


El uso lleno de teatralidad y huachafería, de la música popular en la actual campaña política puede hacernos perder de vista su dimensión sagrada. Pero debo empezar con una confesión de parte: considero la música del ande como sagrada y espiritual. Da a pueblos e individuos continuidad y suprevivencia, y nos remite a caudales existenciales profundos mediante la fiesta, el rito, la ejecución, o la entregada audición. Si en las formas ligadas al ciclo ritual, vital y festivo, donde es parte integral, es fácil distinguir su aspecto religioso, ello no es tan sencillo en las formas libres como el huayno, que en algunos momentos, acusan demasiada comercialización. Pero más que proponer una teología acústica, mi intención es hacer algunos comentarios, acerca de la evocación explícita del plano religioso y mítico en Síndrome Colonial y Taki Onqoy, de los guitarristas Manuelcha Prado y Daniel Kirwayo respectivamente

Desde que escuché “ Humanga plazapi, bombacha toqyachkan/ Huamanqa llaqtapi balalla parachkan” me ha interesado Manuelcha Prado. Aquella canción, “Ofrenda”, cierra la colección “Guitarra Indígena” con que Manuelcha se da a conocer a inicios de los ochenta. En esos años de violencia extrema contra la población del ande, cuando “tukuypas imapas presiyuqmi kasqa/ warmipas qaripas rantinalla kasqa/ el ayacuchano/ el no tiene precio/ cuando hay peligro ofrenda el pecho” le toca a la música del ande y los cantores del pueblo expresar desde adentro los estragos de la injusticia y la muerte. Nada mejor que el huayno ayacuchano, cuyo ideal es el puro sentimiento. Es decir, la absorción auditiva marcada por lo religioso. Es cuando las mil cabezas de la muerte ponen a la música ayacuchana en el centro del escenario acústico a donde llega con una rica tradición de huaynos, yaravíes, qachwas y carnavales, cuya composición lírica y melódica se caracterizan por la recurrencia alternante, y el binarismo[1]. Pero así como acudía a la tradición, la violencia del tiempo requería también nuevas formas expresivas. Si en el campo los carnavales, las qachwas, y el chimaycha amplían su repertorio con canciones testimoniales regidas por anteriores patrones líricos, en los ambientes urbanos, donde el artista popular es politizado, se unen, en una misma actividad dos direcciones contrarias. Una recurre a la tradición, al entroncamiento con lo indígena en artistas mestizos[2], y otra busca una renovación de las formas, como bien expresa la letra de un huayno “guitarra, deja ya tu triste canto”. Se trata de una tensión estética que va a dar resultados extraordinarios y cimentar un sinnúmero de exploraciones musicales, cuyo impulso inicial es registrar los estragos de la guerra desde abajo. Tal vez la más indicativa de esto sea Guitarra Indígena. En principio deconstruye una división colonial instaurada por los tayta curas, según la cual a los indígenas les correspondía el violín y el arpa mas no la guitarra. Pero Manuelcha usa la guitarra para ejecutar danza de tijeras, qachwas, y toriles que se tocan con arpa y violín. A partir de aquí la guitarra se hace más india. Pero a su vez esas formas no se rigen por los patrones tradicionales del huayno y exigen en el músico un trabajo de ritmo y melodía que lo hacen acercarse al objeto del deseo de la modernidad periférica: la improvisación y el desarrollo melódico ampliado.

Con Guitarra Indígena se abre una epoca fértil en el huayno ayacuchano. Canciones como Piedra Tirada, Trilce, Lucero y otras de Manuelcha son parte de un proceso creativo cuyo punto de confluencia es la entrega Kavilando, donde “Síndrome Colonial” es la pieza más polémica. Rompe con quienes quieren ver en Manuelcha un puntal de la tradición e introduce la batería, el bajo, y la armónica en una búsqueda jazzeada y rokeada que sin embargo se apoya en el violín tradicional. Pero Kavilando[3] es una obra mucho más completa. Aparte de Síndrome... se ahondan temas de Guitarra Indígena, se amplían los bordones intermedios, se comenta a García Zárate, se conversa con la quena y el charango de Chano Pozo, y se introduce la poesía de Cesar Vallejo traducida al Quechua. Además, el huayno Kavilando se vuelve blues[4]. Tomada en conjunto, la colección Kavilando es la obra maestra de Manuelcha. Juega entre la búsqueda sacralisante de los temas tradicionales y la novedad estetista de los motivos modernos, que en Síndrome Colonial deben hacen referencia verbal a la dimensión sagrada. La primera parte de Síndrome... es una invocación a los poderes de la Mama Koka. La segunda parte es una denuncia, en poesía política, de la polución colonial urbana. Y al final de la pieza, cuando la batería, la quena jazzeada, el teclado pasando de la salsa al new age, y la guitarra en forma libre deben ayoyarse en un violín de danza de tijeras, Manuelcha declara “hakuchik llaqtanchikman waykichakuna, sapicharikamusun”. Pero Manuelcha y los músicos del Proyecto Kavilando van a seguir en la ciudad. En ellos la distancia entre el sujeto y el lugar mítico asegura el viaje creativo. Porque el tronco de la tradición hace que las ramas vuelvan a él. Y porque la dimensión sagrada sirve como guía espiritual que permite tomar la tradición como cimiento de un ideal de futuro con justicia y bienestar para los hijos del ande. Algo que a nosotros, los llaqtamasis, nos parece obvio. Pero que no lo es para la derecha y los sectores tocados por el síndrome colonial, que piensan que andamos buscando incas, somos atávicos, o que la entrega existencial a la música es muestra de primitivismo y regresión al cuerpo. Pero sabemos que la música es, y sobre todo, curación. Para darse cuenta de esto basta cantar, tocar y bailar por varias horas y dejar que el acerbo y el poder mántrico de la recurrencia alternante nos transporten a lugares que nos harán ligeros, sanos y renovados. Basta también escuchar con asombro el Taki Onqoy de Daniel Kirwayo.

Mi conocimeinto de la obra de Daniel Kirwayo es breve, pero no menos importante. Escuché por primera vez Taki Onqoy en Baltimore, en 2003. Es en Taki Onqoy, concebido por Kirwayo a partir de un tratamiento con un curandero de la amazonía, que la música se muestra como curación. La pieza que da nombre a la entrega es breve pero declara: “qué falsos dioses invaden y gobiernan tu mente/ qué falsa madre patria come tu pan y te escupe/ si la Pachamama te da su blanca sonrisa/ el girasol en tus manos/ y en los grandes bosques remedios para tus males”. Con esto se entra a un espacio ritual curativo cuyos sonidos instrumentales son mayormente percusivos y electrónicos. Estos sirven como soporte a la presencia de voces chamánicas en lenguas amazónicas, pero precedidas en Quechua por una voz femenina y luego una masculina que repiten, “hampuy, mana manchakuychu”. Un llamado que puede ser el de la Pachamama y los Apus pidiendo a sus crias que recobren el espíritu, y recuerda el rezo que hacen los mayores cuando un niño se asusta y hay que devolverle el alma. A la larga es lo mismo, porque el síndrome colonial nos hace alejarnos de nuestro centro y ver el mundo a partir de una serie de disociaciones, como aquella que considerada al original Taki Onqoy obra de un invento de los tayta curas: el demonio. Daniel Kirwayo da un vuelco radical a la concepción del Taki Onqoy como enfermedad y hace pensar que su canto y baile sagrados son un retorno a un cuerpo acolonial en búsqueda de su curación. Taki Onqoy: canto curativo: Hampeq Takiy. Hace algunos años, apoyados en el maqtillo más engreido de occidente, Edipo, un grupo de estudiosos abordó el Taki Onqoy desde el psicoanalisis y vió en él una regresión corporal. Pero entonces, y ahora, la disyuntiva era entre un cuerpo espiritual propio y sano frente el ajeno cuerpo colonial y el mundo al revez. Esa lamentable opción epistémica no planteó en ningún momento cuestionar la ilegítima persecusión a Juan Choqne. Pero más que política, la intención de Daniel Kirwayo es la de “rescatar algunos modos de armonizar los contenidos energéticos o magnéticos que envuelven nuestra existencia. Los sustos, el ojo, el cutipo etc..” Lo consigue. No sólo alude al espacio mítico de regeneración sino que lo crea y propicia a traves de la ritualización de los sonidos. Hampeq Takiq. Músico curandero del alma y el cuerpo. Al final de la colección está Pallankata, lugar que es punto de partida de una pareja en busca de sus llamas. Se trata de un relato musicalizado. A la ambientación electrónica le acompañan esporádicas cuerdas de huayno. En busca de diez llamas perdidas una pareja acude a las autoridades civiles, a un anciano y a un chamán que les recuerda que para encontrar sus animales y hablar con los Apus deben hacer un pago. Hecho éste, la pareja viaja espiritualmente a un espacio sagrado en el cual tres Apus les reclaman el olvido de los pagos y les devuelven los animales. Cumplida la reciprocidad entre dioses y runas un hermoso huayno en guitarra nos acompaña en las sendas de retorno al mundo cotidiano. Aquí, la concreción mítica del relato señala que la principal función de los Apus es cuidar a los animales, entre ellos las útiles, hermosas y altivas llamas. Además, si en Ofrenda el objeto sacrifical es el ayacuchano, en el pago la mesa ritual satisface a dioses menos violentos.

Desarrollado en una vertiende alterna al huayno testimonial, el trabajo de Daniel Kirwayo en guitarra tradicional, exploraciones melódicas y elucidación ritual, es complementario a aquella corriente. Es acaso el espacio de curación que se reclama al final de Síndrome colonial, cuando el cantor pide a sus waykis ir a cierto lugar para renovarse. Muchos músicos tradicionales también ofrecen esa opción, entre ellos el gran Tayta Máximo Damián, y los cantores chamánicos curativos de la amazonía, pero los artistas que hemos reseñado brevemente ahondan la tradición con recursos actuales y abren caminos adicionales de llegada.


Kearny 3 de Mayo 2006













En la Foto: Daniel Kirwayo.

 

En la Foto: Manuelcha Prado.

[1] “Negra del alma/ negra de mi vida” mana taytayoq/mana mamayuoq. Son ejemplos de esta alternancia.
[2] La tipolog’ia indio/mestizo está siendo cuestionada a favor de un termino más inclusivo: andino. Pero uso esos termonos ubicandolos en el momento historico en el que sí regían.
[3] Hablo del casett original Kavilando, Trilucero, 1998.
[4] Kavilando en blues es un marcador de modernidad. Su lírica es el arte poética del cantor del pueblo en su búsqueda de trocar el mundo, pero musicalmente es la pieza más floja del conjunto.
fredy roncalla <roncalla@verizon.net>

junio 10, 2006

HUMOR E IRONIA EN LA POESIA DE AUGUSTO FEIJÒ SÀNCHEZ

APROXIMACION A LA LITERATURA PIURANA

HUMOR E IRONIA 
EN LA POESIA 
DE 
AUGUSTO FEIJÓ SÁNCHEZ

Por Armando Arteaga

Después de la crisis espiritual que produjo en Europa la Primera Guerra Mundial, el vanguardismo aparece como la respuesta más coherente de los artistas y escritores contestatarios, significó el cuestionamiento a las instituciones sociales vigentes, y a la compostura de la vida misma a través del arte y la literatura; así como un cambio o una revolución en las diversas manifestaciones culturales.

En el Perú, el movimiento vanguardista empieza en la década de 1920 a 1930, y hasta nuestros días tiene adeptos y seguidores. El vanguardismo, entre nosotros, expresa la realización de diversas tendencias literarias, donde cada uno tiene sus propias definiciones, expresiones y “manifiestos”.

No extraña por eso, que, Julio Ramón Ribeyro en sus “Dichos de Luder”, pequeñisimas piezas literarias, casi joyas, de gran sabiduría, también, entre otros, un francotirador, enfiló sus dardos para con la vanguardia y los vanguardistas:

“-¿Qué opinas de la vanguardia?- le preguntan a Luder.
-¿La vanguardia?. No tengo nada que ver con el arte de la guerra.”

Con mucha ironía, y sentido del humor, insiste en la crítica a esta actitud de protesta y denuncia social a través de la literatura. Ribeyro es un escéptico, un escritor que detestaba los “manifiestos”, pero mira con mucha inteligencia el posible y el desabrido futuro “iconoclasta” de los vanguardistas:

“-Nada, absolutamente nada compensa el sacrificio de la vida de un adolescente- dice Luder-. Por eso aborrezco a esos profetas endemoniados que conducen a toda una generación de jóvenes al martirio: Para ellos, sólo para ellos, habría que rescatar los castigos crueles que inventaron los antiguos: ahorcarlos con sus propias barbas y entregar sus restos a la voracidad de los cuervos.”

Ironía, en Ribeyro, que Mario Vargas Llosa a destacado en un artículo periodístico de antología: “Un champancito, hermanito”, sobre la intromisión de lo huachafo en nuestra cultura peruana. Allí, Mario Vargas Llosa, expresa, que Ribeyro nunca hizo ninguna concesión a “lo huachafo” en sus cuentos, caso raro, que en el dosel cabalgado de un escritor peruano, esta actitud, lo llevó casi a la “extravagancia”.

Pero, otra “extravagancia” en la literatura peruana y piurana, son los “Versos del P. Lau” de Augusto Feijó Sánchez, raro y temido escritor de la década del 50.
Piura tiene un abundante conglomerado de escritores que en sus obras expresan un compromiso con el humor y la ironía de la vida. Escritores que van de la talla universal e internacional como Luis Felipe Angell “Sofocleto” hasta costumbristas y localistas, nunca indispensables, algunos escritores menores, de poca cuantía, que han desarrollado esta alternativa literaria del humor y la ironía, que pertenecen a este genero abundante y exagerado de la picardía piurana, que los transforma en cuasi “huachafos”.

Estos “costumbristas locales”, no que han “traído de los cabellos” la presencia de lo “huachafo” y/o han exaltado las formas más sutiles y barrocas de la “huachaferia piurana” en nuestra literatura regional, sino que, es algo muy inerte en el ser -tan singular- del hombre piurano, y que merece –tal idiosincrasia- ser tomada en cuenta. Desde aquella famosa aseveración de “lo huachafo”, debida al lingüista y humorista Juan de Arona, quien fue el primero que tipificó este “leid-motiv” en los costumbristas, como un típico fenómeno cultural y una “manera de ser” en la vida nacional, muy impregnada en el alma y en “el laberinto de la soledad” del cholo peruano y piurano, como una “expresión nativa” de nuestra literatura: la choledad, y en sus diversos matices regionales, como también ha sido la influencia y la tendencia del tema del “bandolerismo” en el devenir histórico, y en el otro “dimensionamiento” cultural del costumbrismo: esa “exagerada” manera de ver las cosas con mucho sentimiento de “humor e ironía” en Piura. Los escritores de la “picaresca piurana” nunca han tenido ningún temor en ser entendidos como tales, al contrario, se han multiplicado como moscas y cucarachas en la miel del lenguaje satírico.

La sátira viene desde tiempo atrás, el aire zumbón y socarrón de Palma, y la corrosiva crítica social desde Segura, Pardo, Yerovi, hasta Adán Felipe Mejía “El Corregidor”, tienen un gran sentido del humor ante los vicios y virtudes de la vida nacional , y del “horror al ridículo”. Por eso están, en sus escritos, todo el día, como el piurano Augusto Feijó Sánchez, mirándose en el espejo de lo social, para reírse de lo ridículo que se ve la vida normal de los hombres, la pedantería de los individuos. Ni sencillos, ni grandilocuentes, son inútiles todos los gestos “chaplinescos” de los hombres más destacados y de los individuos de todas las clases: la aspiración por la búsqueda de lo perfecto y la seriedad en esta búsqueda como destino existencial y filosófico del hombre, es siempre igual, hacer el ridículo.

Feijó Sánchez, es un poeta al que por falta de instrumentos para analizar sus “Versos del P. Lau” uno puede dejar de tener en cuenta; por momentos, parece un costumbrista pequeño, pero no. Su obra produce un gran estremecimiento, en el sinsentido y en la sintaxis de las cosas, maneja con mucha maestría el idioma, incorpora nuevos giros del habla popular, y tiene una enorme profundidad filosófica, cierta sabiduría –de moral universal- que poseen los hombres sencillos. Nos mete a todos en la canasta de su desprecio: campesinos, pescadores, vecinos, profesionales, burócratas, políticos, todos están llenos de defectos como tales, mortales e inmorales, nadie se salva del “hazme reír” de su propia visión desde donde es posible entender la propia “ironía” del hombre piurano.

Para muestra, de los que estamos diciendo, nos basta el botón de su “Poema vanguardista” donde se aprecia la más dura crítica a cierto intelectualismo barato que asumen algunos poetas:

Me place en todo lo que escribo
emplear el lenguaje más sencillo.

No me cuadra el modernismo literario,
Más no importa tentar, darme la pista,
-con ayuda de mi viejo diccionario-
de espetarles a mis dóciles lectores
un poema de corte vanguardista:

¡Oh! Ecléctico bípedo sapiente,
en millones de trillones
de milenios,
con Minerva, de auriga, descubriste
al fin... los electrones.

¿Hasta donde se atreve tu jactancia?
Megalómano: ¡detente! Suceda de repente,
Lo mismo que a Luzbel,
Y con toda tu infusa
No llegues ni a la “j”;
Pues Mefisto con tu atómica y tu “H”,
Fulmine ésta mísera Pelota.

¡Oh! Peripatético mamífero pensante;
que con Sócrates abrevas
la cicuta almibarada de la ciencia.
“Solo sé que nada sé” (frase inmortal)
y en verdad, que al final,
¡Nequaquam!
No sabes nada...

Si tampoco, lector, entiendes nada
de éste mi poema vanguardista,
dí: que hay fondo filosófico en lo escrito
que es GENIAL lo de “Cicuta almibarada”,
y veras que los vates de avanzada
te juzgan y te llaman ERUDITO.

La crítica a la postura “vanguardista” es ácida y corroe desde los propios desplantes del “modernismo literario” que Augusto Feijó Sánchez rechazó y detestó. Es curiosa, esta posición, que lo hace como poeta más interesante. Prefiere, el ridículo del “hazme reír”, prefiere ser un “poeta libre”, a ser uno más del “vanguardismo”, y eso lo salva del “parnaso” mediocre de lo nuevo -venido a menos- después de la primera guerra mundial, desde su particular punto de vista.

El libro “Versos del P. Lau” es un cuadrivio: Anécdotas, Chistes, Satíricos, y Fábulas, son los pilares que conforman y soportan la gravedad del peso literario de su edificio pesado. De aparente simplicidad, sigue la senda “a la manera de escribir” de la “época preclásica o heroica” de la literatura griega, los poemas están configurados para ser recitados por aedas. Como en la Iliada y en la Odisea de Homero, el poeta nos revela, a su manera, el recorrido de lugares donde se realizan las acciones de sus poemas o de sus andanzas, con gran unidad armónica, revelándonos a un bardo de mucha fantasía, de gran conocimiento de la idiosincrasia del pueblo piurano y de gran manejo de sus “modismos” hablados.

La sátira es su mejor dardo. Sorprende el empleo de todas las formas comunes de expresión, de estilos, donde suceden las anécdotas y acontecimientos, de toda clase de problemas, desde los más ridículos hasta los más sobresalientes, donde pasa la existencia humana con sus vicios y virtudes, aciertos y desaciertos.
Creo que Augusto Feijó Sánchez se proponen en sus “Versos...” una actitud didáctica, donde se exhiben los grandes valores activos: éticos y morales, y donde se combaten también las flaquezas y vanidades humanas, por eso razón usa el chiste y la fábula.
Como en Hisiodo y Virgilio, el poema, en Feijó Sánchez, siempre tiene que proponer una enseñanza, es el punto de partida para otra visión de la vida. Sus mejores logros están en los epigramas que va sumando (verso a verso) para obtener el poema final e integrador, que casi siempre se traduce en esa inscripción lapidaria, o sepulcral, basada en los “sagrados” principios básicos de una nueva moral universal. Las innumerables fábulas de Feijó Sánchez son “libicas” o africanas, y de origen oriental, cuyos protagonistas son a duras penas “tristes fieras” de la fauna “piurana”; y las “carias”, parábolas de la acción humana y de contenido moral: con final de moraleja. Y, también, hay fábulas “sibaríticas” o “apotegmas”, de refinado gusto y muy severas para los críticos; más cerca de Fedro que de Esopo, usando la contraposición dual y el contraste, la tesis y la antítesis, verbigracia “El burro sabiondo”:

Un colegial descuidado
sus libros dejó en el prado.
Un Burro acertó a pasar
junto a los libros de texto,
y al instante pensó esto:
-¿Para qué tanto estudiar?
Estos cuadernos me trago
y así me convierto en sabio.-
Los papeles masticó,
y ante su gremio admirado,
orgulloso se anunció
cual asno docto, ilustrado.
Los caballos y juramentos,
las lecciones del sabiondo
esperaban muy atentos,
y, de súbito, orondo.
En vez de normal discurso,
Hace la mar de aspavientos.
Y en el crítico momento
Lanza un sófero rebuzno.
----------
Como el burrito del cuento
conocemos mentecatos
porque prosan adefesios
se suponen literatos.

La sátira es la mejor arma del poeta, busca el castigo moral sobre sus adversarios que son causantes de sus desdichas, contra los que ofenden la patria, llorados en la elegía, surge por eso la sátira. Arquíloco de Paros es el primer poeta satírico griego, el precursor del “yambo”, verso rápido e incisivo, asaz para la burla despiadada, esa es su verdadera tradición literaria. La sátira, a Feijó Sánchez, le ocasionó múltiples problemas para con sus adversarios, pero el poeta -sede de mucha grandeza espiritual- perdona las calumnias y agravios de los otros, su único afán es mejorar la vida, hacerla más bella y feliz.

Hay un poema maravilloso que nos recuerda la vida muelle y alcohólica del poeta piurano Joaquín Ramos Ríos en “ El Pagano” que es de un recurso histórico e histriónico, casi un retablo de “naturaleza muerta” sobre la vida agitada de las familias provincianas, acomodadas y decadentistas, de la relación paternalista entre un padre rentista y comprensivo, y la de un hijo derrochador, gitano y provocador. Una escena muy característica de los años cincuenta, parte de la vida social y literaria de Piura:

Tras muchos años de ausencia
en París, Munich, Berlín
regresó a su querencia
el exótico Joaquín*

Su padre era un señorón,
hombre rico y respetable,
por lo tanto, quiso darle
al hijo una profesión.

Mas Joaquín hizo la cuenta:
¿Por qué estudiar tanto libro
si vivir puedo tranquilo
disfrutando de mi renta?

Mi padre aunque inteligente
tiene otro punto de vista,
y yo pienso diferente
por ser poeta y artista.

-Tú lector ya te imaginas
que lo que Joaquín gastaba
en jaranas y cantinas,
don Enrique lo pagaba.-

Un día el bohemio estaba
hasta el tope de aguardiente,
y el padre que al Club entraba
le sorprendió frente a frente,

Y con paternal acento
reprendióle así al momento:

¿Por qué tomas, hijo, tanto,
y los que es aún peor
el día de Viernes Santo,
día en que murió el Señor?

Sal ya del Centro Piurano,
y en lugar de estar tomando,
debías estar rezando
por ser, como eres, cristiano.

El bohemio sin sentido
de tanto y tanto beber,
a su padre hizo saber:
“Soy pagano, y convencido,
pues he leído a Voltaire”.

Y respondióle el anciano:
“Mañana ¡Válgame Dios!
con las cuentas en la mano
ya verás quien de los dos
resulta ser el Pagano”......
------
*Joaquín Ramos Ríos

Pero hay también en “Fábulas” algo más doloroso y bochornoso, y a la vez risueño, que gráfica la relaciones peligrosas entre periodismo y literatura, entre injuria y opinión pública, entre represión y perjuicios sociales, de donde siempre, sale airoso el poeta con aquella fina ironía que lo caracterizó:

EL BAÑO DEL AGUILA*
Una tarde de Marzo, calurosa,
bajó un Aguila altiva, majestuosa.

a bañarse en “El Piura” alegremente
De un árbol de la orilla, la serpiente,

enroscada, con envidia miraba
que el Aguila tranquila se bañaba,

y buscando pretexto que no falta
cuando quiere morder, del árbol salta,

y en tono descortés así le increpa:
“Si no lo sabe usted, pues que lo sepa

que soy madre de tres criaturitas,
de tres pobres, sencillas culebritas,

ofende la moral, le hace daño
que la vean calata así en el baño;

¿por qué osa bañarse así, calata
vil reina de las aves, mentecata?

¿no teme que la mate ave inmortal
si escupo mi veneno que es mortal?”

El Aguila escuchaba fríamente
Mirando con desdén a la serpiente,

Contestóle, después, con ironía,
¡Permíteme serpiente que me ría!

Y te atreves, atroz, ruin animal,
invocar el valor y la moral?

Aléjate de mí, bicho traidor,
no tientes mi paciencia y mi valor.

Y cogiéndola fuerte con el pico,
Le metió un picotón en el hocico.

La serpiente soplaba (cosa rara)
Limpiándose la sangre de la cara,

y se fue maldiciendo de su suerte
y jurando venganza hasta la muerte.

Pasó el tiempo, y artera nuevamente
al Aguila atracó la ruin serpiente;

le preparó, rastrera, una celada,
y la tuvo diez días encerrada.

Pudo ella castigar esa lisura,
pero sólo bajando de su altura;

mas un ave de raza no se ensaña
en estar picoteando una alimaña,

remontándose luego a su peñasco,
pues no quiso vengarse.... le tuvo asco.
------
En Piura, en Pekín y en Las Balcanes
entre humanos hay casos similares.

* Transcribimos a continuación la nota publicada en “El Tiempo” de Piura, N- 8723, en Abril 30 de 1939, explicatoria de la Fábula intitulada “El Baño del águila”.

Nuevamente es hoy conducido a Lima, para tal vez afrontar un proceso por el hecho que no debió pasar nunca de un simple incidente casero, nuestro excompañero de redacción de “Bajo el Sol de Piura”, el popular Augusto Feijó, más conocido con el seudónimo de “P.Lau”.

Anoche estuvimos a visitarle en su forzado alojamiento de la calle Lima; (1) y, en verdad no sorprendió encontrarle tan optimista, porque conocemos su inmenso carácter y su espíritu de conformidad frente al destino.- Durante los días que dura su injusta detención, el P. Lau no ha desperdiciado un ápice de su tiempo.- Ha devorado sesudos libros y ha escrito varios poemas, en su estilo jocoso y retozón.- Al azar, tomamos éste que reproducimos a continuación, no sin antes expresarle nuestra profunda simpatía, y decirle que toda la gente sensata y decente de Piura le acompaña en éstos momentos y espera su pronto retorno al terruño.

Gerardo Vargas O.
(Director de “El Tiempo”)

(1) La Comisaria.
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Feijó Sánchez, muestra con su poesía agresiva y ligera, una notable capacidad para obtener de la realidad cualquier tema para su postura poética, llena de ironía, en estos sus “Versos...”, objetos incisivos contra la estupidez humana, pero exaltando con gran sentido crítico siempre los “principios” universales de una nueva moral: nunca hacer el ridículo. Los “Versos del P.Lau” de Feijó, sus poemas, son grandes testimonios de una época (del 30 al 60) donde está siempre presente la parte vulnerable del ser humano. Quedan para nosotros, estos inolvidables poemas que nos han hecho sonreír, de veras. Nos conmueve esa parte invalorable de su poesía donde los demás seres humanos son convertidos en “bestias” amorales, como en aquella isla solitaria donde Circe convierte a los demás seres humanos en “cerdos”, réprobos de esta diosa. La poesía, puede convertir a los seres humanos, -por dicha bondad de su palabra sana, sino estamos a la altura de su verdad significativa-, en horribles alimañas de baja estofa moral, en donde el asco existencial es el remedio, acompañado, por supuesto, de la sonrisa que siempre deslumbra, con su brillo, en la búsqueda de la única verdad: la poesía del hombre puro y limpio de taras sociales: ese ser imperfecto, desdichado, que de solo mirarlo con sus males morales y mortales, nos produce risa.

En “Glosa”, en el pórtico del libro, Francisco Vegas Seminario se refiere con mucha admiración a la vena jocosa de Feijó:

“Como el de Juan del Valle Caviedes, el humorismo del “P.Lau” –Augusto Feijó Sánchez- es de cepa criolla. Pero sus versos no son urticantes como los del poeta de la Ribera: Dejan sólo la leve huella del aletazo.
En sus breves poemas costumbristas, donde evoca escenas de su tierra –Catacaos- se revela un maestro.
Hay sal y emoción en ellos. Sus indios, con su lenguaje plagado de arcaísmos, son de barro humano y palpitan bajo el sol de Piura”.

En “Mi Apreciación”, del dórico sentir en su columna de apertura, Manuel Francisco Madrid expresa su jubilo espontaneo acerca del sencillo y elegante predominio de la destreza del uso del lenguaje de nuestro poeta satírico:

“Augusto Feijó Sánchez, con su libro, confirma su vocación como auténtico poeta festivo. Y tiene a su favor, no sólo la inspiración que campea en todas sus composiciones, sino cierta facilidad para la versificación, las que unidas a un agudo humorismo, hará indudablemente que este libro guste a todos los que tengan la oportunidad de leerlo. No versifica en la forma clasica, pero tampoco comulga con la vanguardista, y prueba de de ello es que en su llamado "Poema Vanguardista”, con espíritu inquieto y retozón, y con fina ironía se ríe de los afiliados a esta escuela. Tiene, pues, una propia versificación, no aprendida con la lectura de los grandes maestros, ni rebuscada en los anaqueles polvorientos de bibliotecas, sino como producto de su vocación. No le gustan las frases rebuscadas ni de postín, y en sus versos son raras las veces que rompe con la rima. Es un poeta humorista. De la escuela del destacado poeta Leonidas Yerovi”.

Feijó Sánchez supo abrir primero el camino del humor y la ironía en la poesía piurana, ese camino que más tarde deslumbró y supo demostrar con mesura e impetuoso mensaje también festivo y universal, Luis Felipe Angel “Sofocleto”, cuyos textos son inubicables en contexto de nuestro panorama literario, en el tiempo y el espacio que les corresponde, como también ha sido difícil hallar el sitio que le corresponde en el proceso de la literatura peruana a Juan del Valle y Caviedes. Poetas, que con sus versos, nos han vuelto por el pedregoso camino del humor y la ironía
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BIBLIOGRAFIA:
-Augusto Feijó Sánchez. “Versos del P. Lau”. Talleres de la Emp. Tip. Salas é Hijos S.A. Lima. 1956.
-Arturo Montoya. “Historia General de la Literatura (Antigua I Moderna)”. Librería Francesa i Casa Editorial E. Rosay. Lima. 1922.
-Julio Ramón Ribeyro. “Dichos de Luder”. Jaime Campodonico Editor. Lima-Perú. 1992.

ADIOS (POETAS DE) SAN MIGUEL DE PIURA...

APROXIMACIÒN A LA LITERATURA PIURANA

ADIOS (POETAS DE) SAN MIGUEL DE PIURA...

Por Armando Arteaga

Imagen: Portada Revista Agua N- 20.

Piura es tierra de poetas. Pero están solos. Los poetas piuranos, como los poetas andaluces, cantan, miran, sienten; y cuando cantan, miran y sienten, parecen que están solos. Más solos que algarrobo en desierto.
Y es que en Tangarará son varios los ojos que miran, desde aquel "oscuro complejo tallan" — según decir del arqueólogo Hans Hockheimer— hasta el extremeño más distante —según mi abuela Carmen, bendita y mediterránea sea—. Piura está sola y sus poetas más olvidados y solos. El centralismo, ese flagelo también corroe las entrañas de nuestra literatura, pues Lima siempre lo absorbe casi todo.

ROMÁNTICOS Y MODERNISTAS

La síntesis de la poesía romántica peruana con sus defectos y aciertos, la representa el piurano Carlos Augusto Salaverry (Albores y Destellos). La generación "bohemia", como la llamó Palma —otro romántico— nos dejó, aparte de algunos excesos idealistas que aun se expresan en nuestra literatura (peruana y piurana), en algunas inquietudes no valoradas en su verdadera dimensión: la poesía amorosa de Salaverry, la obra lingüística de Juan de Arona, y algunos excelentes poemas de Clemente Althaus, Numa Pompilio Llona y Arnaldo Márquez.

De algún modo, fuera de Piura, Salaverry es el poeta píurano que más se conoce y se lee. Aún recuerdo algunos poemas de Salaverry leídos en la provincia de la infancia en sus libros "Diamantes y perlas", "Cartas a un ángel"', "Misterios de la tumba". Y hasta enrumbé una vez a visitar sus restos mortales que fueron trasladados de París en donde murió y hoy sepultados en el cementerio de Sullana, “un día de abril, una mañana”.

Al huraño Salaverry — que, según Alberto Ureta, "era capaz de los más grandes excesos y los más locos extravíos", y que según Teodoro Garcés: "la Municipalidad de Piura le demolió la casa en donde nació que esta­ba en la calle El Cuerno (hoy, Tacna) para ampliar los jardines de la Plazuela Merino" — le han su­cedido en el panorama de la poesía piurana, los “modernistas y vanguardistas tardíos”: Héctor Manrique (Semblanza de una tarde gris, Nocturno, Tré­bol), Juan María Merino Vigil (La golondrina, El bebedor de crepúsculos, Los puertos), Juan Luis Velásquez (Piura, Qué soledad sin soledad si­quiera); pero ninguno de ellos, -ni los poetas que vinieron después, “puros y sociales”, como Joaquín Ramos Ríos (Canto del color sin esperan­za), Alfonso Vásquez Arrieta (El paisaje de tus ojos, Curacana, Hallazgo), Carlos Manrique León (Canto de la lluvia, Ima­gen del algarrobo), todos ellos epílogos del estado de ánimo post-modernista piurano-, tienen la importancia literaria den­tro del contexto de Ia li­teratura en Piura, que pa­ra mí es el poeta más destacado del vanguardismo: Mario Negro Zedog, un olvidado, un simbolista, un suicida en la “sociedad de los poetas muertos”, a quién casi nadie cono­ce, salvo en Persépolis (como llamó López Albujar a esta ciudadela de nuestra utopía en referencia).

UN VANGUARDISTA

Aunque en unos versos que recuerdo de él aún muestra la manera provinciana de decir las co­sas, ya sé ve incontenible la nueva fuerza de su poesía que abre para la literatura piurana el dilema vanguardista: ''Ah, qué espléndido sería, si sobre mis restos, nacieran muchos árboles, vigorosos y enhiestos...". Algo de la generación del 27 español, y también de Vallejo, de Huidobro, de Raúl González Tuñon, de Oliverio Girondo, pero entendamos las limitaciones que pudo te­ner Mario Negro Zedog escri­biendo desde el infierno de la provincia, segregado del mundo cultural lime­ño o inmerso en el ma­rasmo literario piurano.

FELIZ INUNDACIÓN

Luego viene para los poetas piuranos una se­quía. Casi todos han emi­grado. Por eso, es impor­tante eI esfuerzo que ha realizado Lelis Rebolledo en su "Antología Acuáti­ca" (edición a mimeógrafo) de la última poesía escrita por poetas piuranos y el resultado es de los mejores por la cali­dad de los poetas que, como un torrencial de llu­vias sobre la greda seca, han inundado en hora buena el panorama de la poesía joven actual. En "Antología Acuática" de Lelis Rebolledo pode­mos leer los nombres de: Sigfredo Burneo Sánchez, Rosa Natalia Carbonell, Marco Martos, Armando Rojas, Luis Alberto Cas­tillo. Róger Santivárez, Carlos Guevara (que acaba de ganar el premio Municipalidad de Lima). Mito Tumi, Cronwell Jara, Federico Chalupa (que trabaja desde Piura y detesta Lima). Alberto Alarcón y Oswaldo Reyes Vite. Nadie puede discu­tir aquí la calidad de los textos de todos estos poetas antologados. Existen además otros nombres, pero de menor importancia. Sería intere­sante tener pronto entre manos, para satisfacción de todos, una antología mayor, que comprenda todo el panorama vigente. Lelis Rebolledo tiene la palabra, claro está; él es uno de los pocos que, como Federico Chalupa, escriben solitariamente desde San Miguel de Piura.

(Publicado en el diario Expreso, Lima, 23-11-1983).

junio 02, 2006

JOSÉ EULOGIO GARRIDO Y EL "CARPE DIEM" MELODIOSO DE LA ALDEA/ ARMANDO ARTEAGA


APROXIMACION A LA LITERATURA PIURANA


JOSÉ EULOGIO GARRIDO
Y EL “CARPE DIEM” MELODIOSO DE LA ALDEA

Por Armando Arteaga

Varias veces, cuando era niño, vi caminar por las calles del medallón de Trujillo bajo la pálida neblina (aunque benigna), al narrador, escritor, y folklorista José Eulogio Garrido.  Con un gabán negro, una boina azul marino, una bufanda escocesa, y un bastón elegante (me parece). Caminaba por la calle Pizarro hacia el Barrio El Recreo. Nosotros vivíamos en la calle Estete, razón de costumbre matinal por la cual me resultaba tan familiar la patriarcal figura del escritor huancabambino. Se saludaba -amicísimamente- con mi tía Luzmila Urquizo. Eran -respetuosamente- muy amigos. Se saludaban con mucha reverencia y conversaban sobre cualquier trivialidad, parados al borde de la misma acera: las aceitunas de El Rosado, las jamones y los quesos mantecosos del Mercado, las flores de la salida de Mansiche, la miel de abejas o las piñas de Viru, o simplemente del tiempo: “¡Qué frío hay... Jesús!.


Lo recuerdo así, con mucha simpatía y veneración, pues, era un escritor –decía mi tía Luzmila- amigo de Cesar Vallejo. Y aprendí -desde lejos- a estimar su presencia, a mirarlo con admiración. Recuerdo que, a través de mi tía Luzmila, el viejo escritor me envió un obsequio que era de él: un libro con ilustraciones, un relato para niños, “El Príncipe y el Mendigo” de Mark Twain. Y fue más tarde, en mis tiempos de mozalbete de secundaria, cuando volvía a Trujillo de vacaciones, que pude volver a estrechar su mano, y luego tomarnos un café –histórico- en El Romano. Recuerdo haber conversado con él en esa oportunidad acerca de Vallejo y el Grupo Norte.

José Eulogio Garrido, n. en Huancabamba, en 1889,y murío en Trujillo en 1967. Fundó el Grupo “Bohemia” en Trujillo (“la ciudad de la eterna primavera”) en 1915. Publicó “Carbunclos” en 1945 (algo tarde me parece, no lo sé), con un fervoroso Proemio de Nicanor A. de la Fuente (Nixa): “Tónica y Maravilla de la Leyenda”. Su obra permanece dispersa, aunque en 1979, entiendo, se ha publicado sus “Visiones de Chan Chan”, nada de extraño tendría, la arqueología era otras de sus ocupaciones afines al periodismo.

Algunos creen que “Carbunclos” es un libro enigmático, telúrico, barroco, y hasta misterioso. “Carbunclos” es un piuranismo, son las brasas de carbón encendido que hacen su calor y brillan desde la oscuridad. Es también, rubíes, todas las piedras preciosas rojas y de color permanentemente encendido.

Octavio Paz en su ensayo “El Lenguaje” nos recuerda la relación entre el hombre y las palabras para entender más allá de la belleza de las obras literarias, y la comprensión que tiene toda la intención por principio del origen de las cosas vividas y de la profundidad del pensamiento, sea este filosófico, antropológico o matemático. Todo al final se transforma en una cuestión de lógica de nuestro razonamiento. Encontramos en “Carbunclos” aparte de la belleza del lenguaje de los textos, el retorno a la edad primaria de la infancia donde vivimos con una gran capacidad de fantasear sobre la realidad, pero ¿quièn ha tomado cuentas de nuestro lenguaje de niños, de nuestros vinculos afectivos con el lugar o el espacio en donde pasamos parte de nuestra infancia, y que a través del recorrido por tiempo se va olvidando, o archivando en la memoria? . Un registro de cada episodio de la infancia, no es cuestión de preocupación solo para el psicoanálisis de donde puede brotar el diagnostico más o menos inesperado de la personalidad humana. Cuando el escritor se atreve a transcender sobre el lenguaje: la vivencia contada, queda allí impregnada en el imaginario colectivo y para siempre, el lenguaje es en esencia la obra de un escritor. Pero esta actitud, es más lacerante, cuando la herida narcisista viene desde la infancia o es trastocada en nuestra transformación hacia la adultez.

Octavio Paz dice: “La historia del hombre podría reducirse a la de las relaciones entre las palabras y el pensamiento. Todo periodo de crisis se inicia o coincide con una crítica del lenguaje. De pronto se pierde fe en la eficacia del vocablo: "Tuve a la belleza en mis rodillas, y era amarga”, dice el poeta. ¿La belleza o la palabra? Ambas: la belleza es inasible sin las palabras. Cosas y palabras se desangran por la misma herida. Todas las sociedades han atravesado por estas crisis de sus fundamentos que son, asimismo y sobre todo, crisis del sentido de ciertas palabras. Se olvida con frecuencia que, como todas las otras creaciones humanas, los Imperios y los Estados están hechos de palabras: son hechos verbales”.


Es importante tener en cuenta para cualquier análisis del lenguaje de una obra como “Carbunclos”, primero: el testimonio, y luego: la toma de conciencia de la perdida de ese estado -tan feliz o tal vez desdichado- de la infancia, hasta que el escritor se atreve a trascender sobre aquella experiencia. Múltiples y diversos son estos testimonios sobre el recorrido literario y periodístico de José Eulogio Garrido.

Una aproximación brillante y dispersa elaborada con las secuencias literarias donde aparece José Eulogio como protagonista activo de esa experiencia, de su escritura vivida, sería la siguiente:

1918: Cesar Vallejo publicó “Los heraldos negros” donde dedica el poema “Bajo los álamos” a José Eulogio Garrido. 1924: Vallejo publicó en “L´Amérique Latine” de París la crónica “Literatura Peruana: la última generación”, la versión en castellano apareció en el diario “El Norte” de Trujillo, el 12 de Marzo de 1924”. Vallejo organiza allí el panorama de la literatura peruana de su época desde el punto de partida “generacional”. Es una hermosa apreciación y un valioso testimonio: “José Eulogio Garrido forma, con Valdelomar y Aguirre Morales, el triángulo de tales narraciones; tal lo dice su libro Las sierras, colección de admirables ambientes de las punas”.

En “Cesar Vallejo y su Obra Poética”, sección  “Apuntes Biográficos...”, André Coyné describe el ambiente de la "Bohemia de Trujillo" en la que se desarrolló la amistad entre Vallejo y Garrido. Sabemos –dice Coyné- que las primeras piezas (se refiere a los poemas de “Los Heraldos Negros”) fueron compuestas en el jugueteo del medio provincial, cuando se leían libros comunes y libros “codiciados” que venían de afuera, y se recitaban en las excursiones campestres o en las tertulias urbanas:

“Paralelamente a estas tareas profesionales, han surgido ya ante Vallejo perspectivas más amplias. El encuentro con Anterior Orrego es de 1915; lue­go el santiaguino participa en las diversiones y trabajos del grupo formado por José Eulogio Garrido, del cual se ha escrito mucho, sin que un sobrevi­viente de aquellos años nos haya ofrecido todavía su historia legítima. De todos modos, el grupo, integrado por elementos bastante numerosos, unidos más por los lazos de la amistad que por los de una formación o ideología común, es el que por sus manifestaciones y polémicas va a iniciar el despertar de la capital de La Libertad.

La presentación de su tesis de Bachillerato en Letras había sido para Vallejo un éxito completo: al publicar ese trabajo sobre El Romanticismo en la poesía castellana, lo dedica a su maestro, doctor Eleazar Boloña, por lo vis­to uno de los pocos maestros verdaderos con que contaba la Universidad de La Libertad, y a su hermano Víctor "en prueba de cariño y gratitud". El fo­lleto consta de dos partes:

1)Origen del Romanticismo, que pretende, con­forme la fórmula de Taine sobre la obra literaria producto de la raza, el medio y el momento, hacer la valoración, en el romanticismo español, de los elementos provenientes de la raza, la naturaleza y el momento histórico. (¿Tendrá repercusiones personales ese aserto de que "es un hecho compro­bado que la más alta y sincera poesía es lujo de la pobreza........."?);

2) Crítica del Romanticismo que integran unos esbozos monográficos de los principales representantes del romanticismo: Quintana, Heredia, Zorrilla, que da la no­ta española, Espronceda sobre todo, el hombre tipo del romanticismo de quien su hermano en el arte alaba el valor universal (el Diablo Mundo "hijo de las entrañas de la humanidad"). Son de destacar los breves párrafos en los cua­les Vallejo reivindica para cada tiempo o momento histórico el derecho, y aun la necesidad, de una "elocución nueva, de un modo nuevo de expresión". Después de hacer breve reseña del romanticismo peruano (en los poemas de Márquez y Salaverry encuentra los dos rasgos esenciales de los verdade­ros poetas: la emoción y la idea) concluye lamentando la decadencia del ro­manticismo cuya virtud esencial era la "sinceridad", y pidiendo la difusión de la cultura por el desarrollo económico del pueblo.


Simultáneamente, Vallejo, cuyo prestigio empieza a surgir en el círculo de sus amigos, colabora en todas las manifestaciones que organizan los más entusiastas de la juventud estudiantil. Cada año, el 23 de setiembre, el Cen­tro Universitario celebra con la mayor solemnidad la Fiesta de la Juventud; en 1915, durante el desfile, "leyó una bonita composición poética el estudian­te universitario Cesar Vallejo que mereció ser ovacionado" (La Industria, Trujillo, setiembre, 1915). En 1916, presencia esta fiesta el poeta Parra del Riego, quien al regresar a Lima presenta en un artículo del semanario Bal­nearios (22 de octubre de 1916), la "Bohemia" de Trujillo que, dice él, no es nada terrible sino más bien una bohemia mental en reacción sana contra el ambiente chato y calculador; luego, narra el agasajo que le proporciona­ron en casa de Garrido y traza breve semblanza de varios bohemios: José Eulogio Garrido, director de La Industria; Antenor Orrego, director de La Reforma; y como poetas, Oscar Imaña y Cesar Vallejo; "más hondo que "él (Imaña) y con más inquieta celebración y anchura en el miraje, es "paisajista sentimental y sugeridor. Casi por todos sus versos se nota el paso de aquel poeta que tenía vestida de ave del paraíso la emoción de Julio "Herrera y Reissig. Pero yo creo que se le puede poner en la frente una violeta de aquellas que con hojas de hiedra coronaban a Alcibiades, cuando "comparaba el discurso de Sócrates a la flauta del sátiro Marsyas, ebrio de "fervor y de vino en aquel divino banquete platónico, al que fue preciosista "de este verso: ¡un nido azul de alondras, que mueren al nacer!".

La presencia de Antenor Orrego es imprescindible para entender el momento que vivían los poetas y su relación con la vida universitaria trujillana. Vallejo, Garrido, Imaña, Orrego, eran provincianos – de muy adentro- como para no darse cuenta como funcionaban los fulgores urbanos en la literatura. El centro de gravedad de las discusiones se daba también en torno a la dualidad: nacionalidad versus universalidad. Orrego en sus “Discriminaciones” nos ayuda a entender mejor ese contexto:


NACIONALIDAD, UNIVERSALIDAD

“Llegar a la nacionalidad a través de la universalidad y llegar a la universalidad a través de la nacionalidad, he aquí la fórmula vital del hombre histórico. Aparentemente, parecen excluirse, pero, en realidad, ambas se integran y aclaran, ambas se organizan y se construyen. Universalidad sin nacionalidad es cosmopolitismo des­caracterizado; nacionalidad sin universalidad es chauvinismo deshumanizado y ciego. El universo no debe eliminar a las patrias; la patria no debe devorar al universo.

Así como el individuo para serlo debe partir de un centro bio­lógico, núcleo o foco organizativo de su ser, que es su realidad ¡individual y personal, para luego proyectarse a su periferia —fami­lia, patria, humanidad— absorberla y anegarse en ella para mejor

realizarse, así también la nación, la patria tiene que partir de sí misma irradiándose hacia el universo y absorbiéndolo, también pa­ra vitalizarse.

Cuando este doble movimiento de endósmosis y de ósmosis se interrumpe, por fuerza tiene que producirse un estado patológico. El deflagrante nacionalismo actual de Europa que está montado sobre un esqueleto de acero explosivo, que está hecho por la guerra, no será el cáncer que se genera porque la nacionalidad vuelta sobre sí misma, reabsorbida en su ombligo, convertida en lepra jingoísta, ha olvidado de que el universo existe y que las pa­trias no pueden vivir fuera de él, rompiendo su ligamen plasentario, permanente y vital”


Orrego siempre influyó para ir “Hacia un humanismo americano”, cosa que se entendía fácilmente en la poesía y en los medios literarios, pero que eran más un “hueso duro de roer” en los medios universitarios y políticos. Este humanismo americano terminó por perfilarase y viceversa como el indoamericanismo. Orrego es un extraño caso de escritor proteico, tanto en lo literario como en lo politico-filosófico.

Veamos como enfrenta este episodio normativo refiriendose a Vallejo, el más notable de los ejemplos en EL SOLECISMO DE SU POESÍA:

“Cesar Vallejo con un golpe genial de intuición poé­tica y con un coraje artístico sin precedente, emprende la tarea más escabrosa y difícil que se haya producido en la vida literaria de América. Crea dentro del castellano y sin modelo extranjero, un nuevo lenguaje poético, una nueva técnica literaria. Desde las primeras palabras del prólogo a la primera edición de Trilce hago referencia a tamaña empresa.

Todos los grandes creadores de la expresión litera­ria, todos los egregios renovadores del lenguaje no tienen sino un camino, el solecismo y la alteración semántica de los vocablos envejecidos, que han ido acumulando y transbordando a sus espaldas una carga inmemorial de oxida­ción histórica. El poeta no se propone nunca ser original sino que su originalidad emerge de la necesidad interna de su emoción, de su expresión poética virginal.


Pero, el solecismo de Vallejo tiene todavía otra raíz. Glosando un pensamiento de Hegel dije, cierta vez, que en la expresión estética perfecta, "forma y contenido eran idénticas en el espíritu". O dicho de otra manera, una de­terminación estética del espíritu, apareja, también, una única, determinada e intransferible forma de expresión. La forma es el resplandor físico del espíritu, no lo altera, ni lo deforma sino, que lo revela. La forma y el contenido nacen juntos, así como la estructura corporal de un niño, al surgir del seno materno, es la expresión directa, espon­tánea y original del espíritu individual que lo anima. En la realización de una gran estética, en la expresión estética de gran estilo, no hay ni pueden haber dos formas igua­les, así como tampoco hay dos niños de formas corporales ".



Valdelomar y el Grupo Norte, fotografìa tomada en 1918, en Chan-Chan. En primer plano y con una chalina a modo de turbante, Valdelomar, aparece tambièn Antenor Orrego, Josè Eulogio Garrido, Oscar Imaña, Macedonio la Torre, y otros.

Ernesto More también nos ayuda a reconstruir con su “Vallejo, en la encrucijada del drama peruano” la huella humana, descrita para conocer y para entender patéticamente las acciones vividas por los actores de este teatro donde está Vallejo y algunos de nuestros escritores –piuranos- que expurgamos por ahora, en está crónica anecdótica donde el pintor trujillano Macedonio de la Torre en el “Infierno Feudal” hace -casi en soledad- su monologo interior. Macedonio fue uno de los artistas protagónicos de ese tiempo de los más longevos y pudo contar sustanciosas historias con cada detalle, que me parece volver a verlo y escucharlo en el Café del Yugoslavo en el Jr. Moquegua -en el Centro de Lima- donde todavía llegue a conocer a Macedonio y a More, a principios de los años 70. More, y Macedonio, ambos, nos evocan, y son aún, todos estos escarceos, que por instantes nos parecen eternos:

—Nuestro grupo se componía de Vallejo, José Eulogio Garrido, Oscar Imaña, Eloy Espinoza, que era el benjamín de la partida y el niño engreído; Juan Es­pejo Asturrizaga, el negro Esquerre, el chino Julio Gálvez Orrego,, Antenor Orrego y Alcides Spelucín. Cons­tituimos el grupo "Norte", nombre con el que había después de bautizarse el periódico que dirigió Orrego. Me parece justo decir que Orrego fue el primero en descubrir el valor del cholo. Lo defendió a capa y es­pada contra los ataques de que Vallejo era víctima de parte de los magister.

—La vida en Trujillo transcurría con esa inso­portable placidez de convento. Todo era barato. El kilo de carne costaba 15 centavos, el litro de leche va­lía medio, y el ají y las verduras se daban de yapa. Un sueldo de cien soles correspondía a un jefe de ofi­cina, y quien lo ganaba constituía un buen partido casamentero. El alquiler de una casa costaba una li­bra. Todo era barato a condición de permanecer en­claustrados. ¡No había nada que hacer!...


—Valdelomar introdujo en Trujillo los vicios des­critos por Claude Farrére. Y tuvo buenos discípulos. Había un joven, cuyo nombre callo, que solía distri­buir éter en una gran lata, a golpe de campana, pues pasaba por las calles golpeando con un palo la lata en que estaba el tóxico para que lo tomara el que quisie­ra. Era un verdadero apóstol y misionero...


—Y después de algunos años, vuelvo a encontrar al cholo en París, el año 25, la época en que Uds. lle­garon a la gran ciudad. Como era natural, los prime­ros años fueron de tremenda desorientación para Cesar. Escribía poco, sus crónicas para "Mundial" y "Va­riedades", y casi nada más. Poéticamente, estuvo co­mo paralizado algunos años. Tengo para mí que el cholo no debía haberse separado de Henriette, esa mu­jer tan abnegada que sufrió en silencio y compartió su miseria valientemente, muchas veces trabajando.


Macedonio tendría mucho que decir, pero no ha­ce sino apuntar y perderse.


—Una vez fui invitado a comer en casa de Vallejo cuando ya estaba con Georgette Nos presentó una buena mesa. La casa estaba bien puesta y no fal­taba nada. Al terminar, el cholo, saboreando un pla­cer que no pudo reprimir, dirigiéndose a su mujer, le dijo: "Tócanos un poco de Beethoven". Había ciertos principios de burguesía. . . ¿O sería que me había acostumbrado a ver al cholo viviendo otro género de vida?...


—Con Cesar hemos pasado muchas, como a ti te consta. Pero hay una aventura singular. Hubo un momento, entre los muchos difíciles, en que era preci­so empeñar algo para vivir un poco. Y ese algo era un abrigo de pieles de mi mujer. Y aunque las pieles son allá corrientes, las que componían el abrigo tenían cierto valor. Hicimos nuestros cálculos y pensamos po­der sacar unos 200 francos en la peña. Acudí a Vallejo, quien estaba munido de su carnet de identidad. Y salimos con él y con Juan Luis Velásquez. En el mon­te de piedad nos dijeron que esos objetos debían ser presentados en Una caja. Salimos a comprarla y encon­tramos una de cartón que nos pareció aparente. • Me­timos en ella el abrigo y volvimos campantes. Nos di­jeron entonces que la caja debía ser de madera. La cosa era ya más grave. No había cajas de madera y tuvimos que ir en busca de un carpintero, lo que allá no es tan fácil de encontrar como aquí. Para pagar la caja, hubo necesidad de convencer a Velásquez que empeñara su reloj. Con el importe, pagamos al carpin­tero, metimos en ella el famoso abrigo y nos precipita­mos nuevamente a la peña. Cuál no sería nuestra sor­presa cuando nos dijeron que el abrigo debía venir en­vuelto en tela, dentro de la caja. Compramos tela, en­volvimos con ella la prenda, y retornamos, haciéndonos esta vez preguntas mentales sobre lo que todavía falta­ría por hacer. En efecto, faltaba coser la tela. Tuvi­mos que salir por cuarta vez para hacerla coser. Nue­vo retorno. Larga espera. La gente hacía cola, y cada cliente esperaba que se cantase el precio que se podía dar por su prenda. En eso oímos un grito del emplea­do: ¡Un franco!. . ., al que respondió otro, dado por una mujer, grito que fue un verdadero alarido: ¡Oui! (Sí). Era una mujer que aceptaba que se le diera un franco por la prenda. Fue el grito de la miseria que —me acuerdo muy bien— hizo temblar a Vallejo y nos llenó de emoción a los tres. A nosotros nos dieron una bicoca, y como tuvimos que sacar el reloj de Velásquez, sólo nos quedó un saldo de unos 22 francos, con los cuales nos fuimos los tres al Mille Colonnes, donde comimos confortablemente. El primer abrigo debe ser para el estómago, mi viejo —nos dice Macedonio-, como rememorando aquella época gloriosa en que la camaradería ponía un fulgor de oro sobre la vida miserable..."


1942: Carleton Beals publicó “Fire on the Andes”, a nivel internacional y sin mucha repercusión literaria y política, pues la coyuntura nacional para los “indoamericanistas” ya no era la misma de antes, y los tiempos agitados habían cambiado. Su “Fuego en los Andes” es un libro polémico donde este peruanista (británico) expone sus simpatías y sus vivencias acerca del Perú, sus hombres, sus ideas, sus pasiones, sus paisajes y sus costumbres. No por nada las páginas de “Carbunclos” de Garrido están dedicadas a esa “generación perdida” de los más representativos escritores y artistas de esa “Bohemia”: Arturo Jiménez Borja, Cesar Vallejo, Carlos Camino Calderón, Abraham Valdelomar, José Alfredo Hernández, Cesar Atahualpa Rodríguez, José Sabogal, Luis Valle Goicochea, Carlos Alfonso Ríos, Edmundo Jibaja, Néstor S. Martos, Alicia Martos de Castañeda, Julia Codesido, Juan María Merino Vigil, y Camilo Blas.

Carleton Beals visitó a José Eulogio Garrido en Trujillo, en esa oportunidad, a fines de 1940, ya en el crepúsculo solitario del escritor. Quedaban en la memoria de aquellas tardes, las sombras de aquella “Bohemia”, esos días estupendos que ya habían pasado, pero “donde hubo fuego, quedan las cenizas”, y todavía ostentaba el brillo de cierto sinsabor (que nadie puede negar, tal grandeza literaria, la de Garrido), de aquella tertulia literaria y de aquella acelerada experiencia, de este hijo de Huancabamba, en su morada provinciana y trujillana:

“La vida es sencilla en Moche. Las gentes no leen muchos libros, la mayor parte de ellas están ocupa­das en sus cultivos, en negocios insignificantes, en sus familias, en sus hijos, en sus asuntos amorosos. Moche vegeta, sencillamente.

Pero me agrada Moche. Y me gusta no por otra razón sino porque allí vive mi amigo Garrido. Garrido, ligeramente magullado, calvo, hace una vida de recluso, no es fácil de abordar; sus silencios son largos y por­tentosos. Pero es gentil, considerado, docta su palabra. Además de ser editor de un diario de Trujillo, es un poeta, cuya alma está dividida entre las altas sierras en donde nació y Moche, en donde vaga trajeado con su overall azul. Sus hermosos poemas andinos, que versan 'Casi todos ellos acerca de su ciudad nativa —Huancabamba—, son vibrantes, plenos de emoción; cada flor, cada peñón, salta a la vista con pura y sagrada afección.


Aunque visité los Andes movido por la curiosidad, no podré quererlos jamás. Son demasiado brutales, de­masiado amplios, demasiado remotos. Me han produ­cido terrible agonía espiritual y corpórea, aterrándo­me, por lo que siempre traté de escapar de ellos rápi­damente. En oposición a las ásperas montañas de Mé­xico y California o a las colinas boscosas de Nueva In­glaterra, los Andes no me atraen con tan irresistible fuerza. Pero, cuando menos, gracias a Garrido, aprendí a comprenderlos mejor; descubrí que existían, aun en esa abrupta amplitud, delicadas notas menores; que palpitaba la vida humana, que eran sombríos, pero vá­lidos y plenos de esperanza. Mas, quizás debido a que durante muchos siglos el pueblo andino ha olvidado el significado interior de los Andes y de ellos mismos, hasta Garrido tuvo que marchar a las tierras bajas, hasta Moche, para descubrirlas. Sin embargo, por mu­cho que esta plácida ciudad, ubicada en el llano, di­fiera de los ásperos Andes, ambos son lugares en donde otrora imperó la antigua sabiduría incaica.


Garrido vive cerca de la estación del ferrocarril, en una amplia casa colonial, circundada por grandes galerías, enfrentada por majestuosas palmas mecidas por el viento. Enormes habitaciones se suceden unas a otras, interminablemente. Y también la brisa marina sopla incesantemente por entre aquellos largos y an­tiguos corredores.


Garrido vive allí. Los viejos pisos de madera, ple­nos de nudos, carcomidos por el tiempo, están cubier­tos por alfombras indígenas; existen escasas sillas, pero abundan los divanes, cómodas rinconeras de las que penden tejidos indios plenos de colorido, muchos estantes de Libros y elevadas paredes cubiertas con di­bujos de Sabogal, Camilo Blas y otros artistas, consi­derados como los mejores del Perú. Las amplias habi­taciones, a veces sombrías, desamparadas, conducen, inevitablemente, a la meditación pacífica. Me he sen­tado allí, solo, matizados mis pensamientos por ine­vitable melancolía, como si hubiera perdido algo en la vida, una paz nunca hallada. Desde que abandoné Trujillo y Moche he deseado mucho conocer toda la historia de aquella casa. Jamás le pregunté a Garrido. Y ambos detestamos escribir cartas.


El atardecer se cierne sobre el mundo. Garrido en­ciende una lamparilla y lee aquellos profundos poemas de los lejanos Andes, tan remotos y, sin embargo, tan cercanos.


Garrido fue uno de ese raro grupo del cual Haya de la Torre fue miembro. Estudiantes que salieron de la Universidad de Trujillo hace quince años, muchos de los cuales han formado el núcleo del movimiento aprista. Pero Garrido edita un diario conservador y sus vie­jos camaradas lo consideran un renegado. Como no es un político ni un amante de la lucha inmediata, su ver­dadera vida la constituye Moche. Allí busca paciente­mente algo, hurgando en su nebulosa juventud, pasa­da en los Andes, en la más arraigada parte de la vida peruana, aquella que ha sobrevivido por más siglos que la era cristiana, que tuvo sus glorias en la época de Gre­cia: la comunidad india".


2005: Mayo. En la Galería de Escritores, en la casa del poeta Cesar Vallejo, en Santiago de Chuco se exhibe -fue para mi una grata sorpresa ver- una fotografía de José Eulogio Garrido, tal como lo he descrito a comienzos de este escrito en la estancia de la infancia. Volver a encontrarlo, aunque solo sea en el imago de ese retrato colgado en la escarchada pared de barro de aquella sencilla casa serrana, me ha regresado inmediatamente a una nueva y atenta lectura de “Carbunclos”. Gran libro, olvidado. Gran fiesta, volver a caminar por la aldea de la infancia.

Volviendo a Octavio Paz , y también a los textos/re-creativos de “Carbunclos”, que siempre me han parecido prosas-poéticas, y que bien pueden ser considerados atributos notables del lenguaje espontaneo de los niños. Sobre ese aspecto del aporte de este lenguaje cognoscible a través de la belleza re-creativa, Octavio Paz dice: “La palabra es el hombre mismo. Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento: lo primero que hace el hombre, frente a una realidad desconocida es nombrarla, bautizarla. Lo que ignoramos es lo innombrado. Todo aprendizaje principia como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas y termina con la revelación de la palabra-llave que nos abrirá las puertas de saber. O con la confesión de ignorancia: el silencio. Y aun el silencio dice algo, pues está preñado de signos. No podemos escapar del lenguaje”.

Diré algunas palabras más sobre este libro “Carbunclos” de José Eulogio Garrido donde conmueve volver al estado salvaje, inofensivo y concreto de la infancia, para ir en cada detalle nombrando el nombre de las cosas que hasta el final de la vida nos envuelven con su lenguaje: el padre, la madre, la casa familiar, los hermanos, los amigos, los parientes, la escuela, la aldea misma y su paisaje telúrico, todos esos objetos tan cercanos en la infancia que -tal vez- hasta el final de la vida nos rodean, y que terminan convirtiéndose en pertenencias preciosas y queridas, humanizándose la vida. Textos como “Mi tío Ricardo”, “El Cometa”, “El arco de siete colores”, “El duende” . Casi todo el libro. Me parece de una gran fiesta por ese paso que todos hemos vivido de la infancia, pero recordado con inteligencia en las abrumadoras palabras de José Eulogio Garrido con mucha vivacidad y una indescriptible ternura, donde todavía vive el “carpe diem” melodioso de la aldea serrana. En mejores palabras de lo que he dicho, y con mayor conocimiento respectivamente sobre “Carbunclos” se ha referido Nicanor A. de la Fuente, el gran Nixa: “Volver a los años que se han ido, es como darse un baño con lágrimas de las almas que nos asisten en este miedo de la vida. Es el refresco de los años, que vuelven a beber agua de la tinaja, donde los helechos se pusieron sus mejores verdores para vivir en el recuerdo de la humedad de las palabras de la abuela, de los regaños de las tías y los gritos de los muchachos. Es vivir toda la provincia en este libro, porque “la noche estaba metida toda en el traspatio y en el callejón, la lluvia era su voz”.

Cuando el poeta (o escritor) bebe del seno materno de la fuente original que es el terruño, no hay ningún problema con la adaptación sublimada de la realidad. El poema o texto, cuando aborda con creatividad absoluta el problema del lenguaje, el texto se transforma para siempre en creación universal, original y única, y porqué no, en telúrica experiencia.



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BIBLIOGRAFIA:

-José Eulogio Garrido. “Carbunclos”. Lima-Perú. Librería e Imprenta D. Miranda. 1948.

-Cesar Vallejo. “Literatura Peruana: La última generación”. Diario “El Norte” Trujillo. 12-03-1924.

-Cesar Vallejo. “El Romanticismo en la Poesía Castellana”. Juan Mejia Baca & P.L. Villanueva Ediciones. Lima-1954.

-Luis Monguio. “Cesar Vallejo, Vida y Obra”. Editora Perú Nuevo. Lima-Perú. 1952.

-André Coyné. “Cesar Vallejo y su Obra Poética”. Lima. Editorial Letras Peruana. 1957.

-Antenor Orrego. “discriminaciones”. Universidad Nacional Federico Villarreal. Facultad de Educación y Ciencias Humanas. Lima. Perú. 1965

-Antenor Orrego. “Hacía Un Humanismo Americano”- Librería-Editorial Juan Mejía Baca. Lima. 1966.

-Ernesto More. “Vallejo, en la encrucijada del drama peruano”. Librería y Distribuidora Bendezú. Lima. 1988.

-Carleton Beals. “Fuego Sobre los Andes”. Empresa Editora Zig-Zag. S.A. Santiago de Chile. 1942.






TEXTOS DE “CARBUNCLOS” DE JOSÉ EULOGIO GARRIDO
 
CREPÚSCULO TERCERO
 
El Cometa

Para Tí, padre.


La tarde había sido trágica. La clase de Aritmética y de Historia Santa resultaron desastrosas. Los muchachos, más preocupados con la idea de salir temprano a volar "las pavas" y "los barriles", no tuvimos tranquilidad para -desarrollar los problemas ni para aprender la historia de Esaú y Jacob. Y así fue como mi padre, a la hora de la lección, nos pilló azorados y sin una idea fija en la cabeza.

La mortandad fue inevitable. Uno tras otro mis compañeros oyeron una salmodia de calificativos humillantes y aún sintieron coscorrones de cierta magnitud en la "tutuma". Yo no podía escapar a la suerte co­mún. En el magín me danzaban una idea absurda los "complejos" y el plato de lentejas de Jacob y a la hora que mi padre me interrogó hice una mescolanza desconcertante. El apenas me miró en relámpago, a través de sus cejas espesas tan temibles para mí. No me dijo nada. Pe­ro ya sabía yo que la tormenta se desencadenaría después.

— A repasar de nuevo, sin moverse de aquí! ¿Ya entiende usted? Sin moverse. Esto de "sin moverse" resultaba para mí más pavoroso que el más áspero adjetivo y más que tres coscorrones de ley. Significaba no poder ir a corretear, no poder ir a la "otra casa", donde mi mami­ta; no poder ir al rezo de noche; no poder........ en fin........

Bajo el peso del castigo tuve que sentarme en un rincón con la pi­zarra, el lápiz, la embrollada Aritmética de García Godos y la chismosa Historia Santa. Y la danza en mi cabeza fue más tremenda. Eso por un rato prudente, mientras oí los paseos y refunfuños de mi padre, en los altos. Cuando éstos cesaron me entretuve en fojear la Historia en busca de "las figuras".

A poco hubo alboroto en la casa.

— ¡El cometa! ¡El cometa! ¡Vengan a ver el cometa! Carreras de mis hermanos a los altos.

Yo creí que se trataba de alguna cometa grande y me pareció de­masiado aspaviento.

— ¡Ven, hombre, a ver el cometa!

—¿Qué cometa? ¿De quién es?

—¿De quién? ¡Tonto! Si no es cometa de papel. ¡Ven para que lo veas!, me dijo Máximo subiendo de dos en dos los peldaños de la es­calera.

—¿Y si "me trata" mi papá?

— ¡No seas zonzo! Sube un momento y vuelve a repasar.

Yo me había convencido desde antes y alcancé a Máximo.

Salimos al balcón largo de la casa que se abría sobre la plaza. Hacía el extremo, mi padre rodeado de mis hermanas, miraba hacia el lado por donde se ocultaba el sol.

Máximo y yo nos acercamos sigilosamente para que no nos sintie­ra mi padre. Ya detrás del grupo, nos empinamos para mirar.

No pude reprimir un ¡Oh! ¡Oh! gutural.

Un lucero enorme con una gran cola brillante parecía prendido en el cielo sobre el testuz del cerro Gutiligún.

El cielo, hacia el Poniente, y las nubes que bogaban cerca pare­cían en llamas.

— ¡Oh! ¡Oh! ¿Oué es eso papá?

La pregunta me salió borboteante y cuando quise contenerla ya estaba fuera. Esperé la tempestad y bajé la cabeza.

Mas, sólo oí la voz de mi padre, grave y serena:

— ¡Es un cometa! Un astro que sólo aparece cada muchos años. Ya después lo entenderás mejor........ Acércate para que lo mires bien.....

Y me jaló hacia sí. Yo me acerqué a la baranda.

La mano de mí padre sobre mi hombro y su voz, tan llena de se­renidad, al decirme:— ¡Qué hermoso es!.— abrieron los primeros goz­nes de mis ojos ante la belleza.




CREPÚSCULO SÉPTIMO

Mi tío Ricardo

De tiempo en tiempo me viene, con el recuerdo agraz y radiante de mi adolescencia, la sombra de un hombre cargado de años y de bondad.

Esa sombra es la de mi tío Ricardo. Una sombra, mas no un volumen; un gesto paternal, mas no un grito.

Esa sombra dibujó una viñeta al margen de mi niñez y de mi juventud; una viñeta más lírica que concreta, muy simple, pero con tin­tura imborrable.

Recuerdo que, desde muy niño mis gentes me dijeron que el tío Ricardo había sida mi padrino de confirmación. Así sería, aindamente, pero yo recuerdo también haberlo querido por su melancólica placidez, por su carácter parco y por su estar silencioso y recogido. Y ahora que devano mis visiones de antes, pienso que yo quería al tío Ricardo, porque era distinto a todos mis parientes, más quieto, más contenido, más hermético, pero cuánto más misericordioso y más miel de buen panal.

El tío Ricardo me quería a mí también, me quería más que a todos sus otros sobrinos........ Me quería........ me quería........ ¡sabe el buen Dios porqué!...... Por un poco de compasión quizás...... por el rezumo de su soledad........ porque quien sabe vio en mí un niño alelado y titubeante......

¡Quién sabe porqué me querría!

Al tío Ricardo lo conocí cuando ya sus años necesitaban de bastón para seguir caminando. Pequeño, enjuto, un poco moreno, de barba en­trecana y rala calvicie. Vivía solo. Vivía en una habitación que no sé sí la arrendaba o se la daba algún pariente por el  qué dirán. La habitación se abría hacia la calle más dramática de Huancabamba........ Digo la más dramática porque es la calle "rajada", la que se está resbalando hacia el río, desde hace años y años; la calle que se sigue resbalando y que nadie sabe cuando acabará de resbalarse. Es seguro que, ahora, si es que aún está en pié la habitación donde pasaba sus noches y dormía el tío Ricardo, ya no estará al frente de la casa que tuvo como espejo durante la vida de su único morador. Ya otra casa, que antes estaría más arriba, habrá caminado y estará al frente de la puerta que solía abrir sigilosamente el tío Ricardo, a cada amanecer, para arrojar el agua de su jofaina franciscana.

Mi tío Ricardo estaba pegado a la casa de mi padre. Pegado con levadura doble: la levadura del pan de cada día y la levadura del cora­zón........ Lo veo así y lo siento así, ahora, con mis ojos acostumbrados a medir y a pesar las cosas con el termómetro y la balanza del tiempo y la distancia.

Cuando muchacho no supe explicármelo nunca.

Mi padre era escribano público del pueblo y consultor público del pueblo también. Y mi tío Ricardo fue su amanuense años y más años.

Fresca aún la mañana el tío Ricardo iba a esperar que mi padre abriera la Escribanía. Se saludarían a sordos refunfuños, entiendo, que mi padre era otro gran silencioso también.

Todas las mañanas se las pasaba el tío Ricardo garrapatea que ga­rrapatea minutas, bajo el dictado tajante e imperativo de mi padre, unas veces; y copia que te copia, otras veces, "testimonios" y "copias simples" para el señor Zutano, para el hacendado Mengano, para el Man­dón cualquiera, o para el Timoteo de Pundín, o la Conseciona de Sapalache; ¡sábelo Dios!

Siempre callado, siempre calmoso, el tío Ricardo, no hizo mayor ca­so nunca de las cóleras de mi padre, y a lo sumo, cuando la borrasca amenazaba mucho, él se levantaba, guardaba sus anteojos venerables, agarraba su sombrero bien hormado y su bastón y se salía sin decir una sílaba...... Y era seguro que después el desenlace se desencadenara en la casa, pues mi padre no se resignaba fácilmente a.pasárselas sin el tío -Ricardo, a pesar de las "malas ausencias" que alguna vez hiciera de él. Y es que no sólo se había acostumbrado a él, sino que lo quería entrañablemente también, pienso ahora.

El tío Ricardo no iba por las tardes a la Escribanía. No iba, porque las tardes las dedicaba a su esparcimiento personal. Y ese esparcimiento consistía en la libación de unas cuantas copitas de aguardiente de caña de Canchaque, famoso en la comarca.

Y para hacerlo, sólo o en muy rala compañía, siempre se iba a una tienda de nuestra misma casa, cerca de la Escribanía.

Recuerdo "como si fuera ayer", que siempre, cuando yo salía de la Escuela, por las tardes, encontraba al tío Ricardo, sentado en la puer­ta de la tienda preferida, con su sombrero encasquetado, mudo y apo­yando el mentón sobre las manos juntas que empuñaban el bastón.   A veces lo hallaba dormitando.... Y entonces lo despertaba, porque siem­pre tenía para mí algún envoltorio de golosinas en uno de sus bolsillos.   El escuchaba mis quejas pueriles y mis quisquillosidades de muchacho. Y siempre me consolaba con su "Ya verán''..., o con algún medio en plata, que me resultaba de lo más reconfortante.

De la tienda, donde muy rara vez tomaba parte en el chismorreo y despellejamiento del "género humano", mi tío Ricardo se iba todas las noches -a prima noche- un poco tambaleante y adormilado, hacia su . aposento, a través de una calleja, a veces transida de obscuridad y de silencio y otras veces con farol de luna y borboteante de muchachos gritones.

Posiblemente la gente de entonces -"familias" o no- no sabrían qué pensar del tío Ricardo, juzgándolo quizás un poco raro o un "candelojón", como pintorescamente se calificaba en mi tierra a toda persona poco aficionada a los corrillos y a los "cuentos".

Se extrañarían de su persistente silencio, de su parquedad, de su ningún afán de hacerse el importante.
Llegó el día en que a mi padre se le ocurrió que ya tenía que mandarme a un colegio, a Piura o a Trujillo, y uno de los nudos más indesatables se me hizo en la garganta cuando quise anunciarle al tío Ri­cardo la inminencia de mi viaje, para mí, entonces, tan monstruoso como inútil.

Al fin, no llegué a decirle nada.  Además, ya lo sabía... Só­lo recuerdo que la víspera de mi viaje, como de costumbre, lo busqué en la tienda consabida. El Sol ya no brillaba sino en rescoldos granates sobre las piedras llagadas del Pariacaca. Hallé a mi tío Ricardo más que nunca dormido, más taciturno que dormido quizás (luego supe que había llegado más callado que nunca y luego de sorberse una co­pa de aguardiente, se sentó en su sitio de siempre, a mirar la plaza primero y a dormitar después, apoyado el mentón en las manos viejas y éstas en el viejo bastón).

Lo moví casi sin querer molerlo. Pero se incorporó ligeramente, y metiéndose la mano en el bolsillo de costumbre, la sacó vacía y sin mirarme, me dijo con voz temblorosa:

— ¡Ahora no tengo nada que darte, muchacho!

¡Y nada más!......-. Volvió a su postura de antes, y yo no sé cómo pude despréndeme del sitio y correr lejos.

Años más tarde regresé a mi pueblo, y hallé al tío Ricardo "igualito"; aún que sí algo más envejecido y titubeante. Siempre iba a la Escribanía por las mañanas, pero ya desganado y arrastrando los pies. Por las tardes no iba nunca, pero sí se pasaba las horas en la tienda de antes, sentado en su silla, en su sempiterna actitud distraída y somnolienta.

Yo, grandullón y colegial, con pretensiones y merendengues de señorito "regresado de la costa", y a pesar de eso, no dejé de verlo todos los días y estar siquiera unos minutos cerca de él en sus estáticas sentadas frente a la Plaza. Me quería como antes, más que antes, quizás, pero parecía como acobardado delante de mí, como si se sintiera inferior -¿inferior de qué?, ¿inferior por qué?- pero siempre, con movimiento maquinal, se llevaba la mano al bolsillo, y al sacarla vacía, avergonzado, me decía:

- ¡Siempre me olvido de que ya no eres chico, muchacho!

¡Buen tío Ricardo!

Y, siempre en las noches -pero más temprano que en las noches de antes- se iba a su casa a paso tardo, tanteando las paredes con su bastón más despierto que él. Y algunas veces alguien lo acompañaba conmiseradamente.

De nuevo, a otro mandato de mi padre debí partir del pueblo a "se­guir los estudios"... para ser doctor!... Enraizado otra vez a mi pueblo y a mis gentes, tuve que obedecer, a pesar de los pesares.
Mi tío Ricardo, a quien sí le dije esta vez mi congoja, me conforto con voz trémula:

- ¡Anda, no más, mocito, adonde te manda tu padre!... Anda... que ha de ser para tu bien!... Anda... y no te olvides de tu pobre viejo...!

Y me vine...y ni volví... ¡ni he sido doctor... tampoco...!

Y mientras tanto, en el trajín de mi ausencia, un cierto día mi tío Ricardo, ya no fue a sentarse en la tienda de la esquina de la Plaza...

Se había enfermado, y días más tarde, con pies ajenos, se fue al Pan­teón para siempre; al Panteón que él había mirado tanto y tanto, desde su silla todas las tardes, mientras la luz crepuscular se volantineaba y bordaba arabescos sobre las laderas del Pariacaca...

Años más tarde, distante yo de mi pueblo -en la doble lejanía del tiempo y la distancia- me puse, cierta tarde de otoño, a morder este recuerdo en llaga, y al escribirlo, se fue muriendo la luz fuera de mi aposento, sobre el jardín inmóvil.

Pero cuando mi mano, que parecía estar devanando telarañas de lágrimas, escribía:

"Y, mientras tanto... en el trajín de mi ausencia, un cierto día, mi tío Ricardo ya no fue a sentarse en la tienda de la esquina de la Pla­za..." vi al través de la ventana florecer un agapanto y cómo se en­cendió, el cerro Chipitur, en telón de lejanía, con un morderé del otro mundo, precisamente a la hora en que allá lejos, en mi tierra, se estarían incendiando de crepúsculo las piedras llagadas del Pariacaca, a cuya fal­da seguiría durmiendo mi tío Ricardo, su último sueño largo!...

Y por su recuerdo y para su recuerdo salí y corté el agapanto recién florecido bajo ese crepúsculo de mayo, y ya con él cerca, seguí escribiendo estas remembranzas con las cuales tropieza mi pluma como mariposa ciega entre mariposas ciegas...




José Eulogio Garrido: Grabado de Mariano Alcantara.