agosto 09, 2006

LO ACUÀTICO Y LO TERRESTRE EN LA POESIA DE GUSTAVO ARMIJOS/ ARMANDO ARTEAGA

APROXIMACIÓN A LA LITERATURA PIURANA

 
LO ACUÁTICO Y LO TERRESTRE EN LA POESÍA DE GUSTAVO ARMIJOS
Por Armando Arteaga

 

I: UN POETA EN UNA INMENSA METRÓPOLI DESOLADA

Diré algunas palabras acerca de la poesía de Gustavo Armijos Morales (n. Piura, 1952). Con mucho gusto. Y recordando que el poeta Armijos, aparte de ser mi paisano, fue uno de mis más cercanos amigos en las tertulias literarias del Café Palermo, allá por la década del setenta.

 

Poeta Gustavo Armijos.

Nos juntábamos alrededor de varias tazas de café para conversar de poesía. Éramos unos “raros”, para hacer esas cosas todos los días. De estas conversaciones nació la idea de hacer una revista que nos representara, que más tarde va a ser ese famoso fanzine “La tortuga ecuestre”, donde han publicado casi todos los poetas peruanos contemporáneos.

Vi a Gustavo por primera vez allí en el Café Palermo y lo que más me impresionó de él fue su acento fonético, muy piurano, al hablar ( ese tono muy mangache que le ponía a sus palabras). Nos hicimos amigos muy rápidamente. Me obsequió entonces su pequeño opúsculo literario que se llamaba “Retrato Humano”. Todavía recuerdo de memoria algunos versos de aquel “Retrato Humano”:
“Oh ruidosa orfandad de mi infancia,
partida a porrazos...


 
Ultimo nùmero de La Tortuga Ecuestre con poemas de Ulises Valencia.

Se hizo promotor cultural después con las entregas siempre puntuales de “La tortuga ecuestre”. José Rosas Ribeyro y Alfredo Pita decían cuando asomaba la imagen de Armijos en la puerta del Palermo que daba de cara a La Colmena: “Llegó la tortura ecuestre”, ante la sonrisa casi de niños de José Cerna, de Elías Durand, de Enrique Verastegui, de Santiago López Maguiña, y de Omar Aramayo. No era fácil una vida muelle entre poetas de esos tiempos, a pesar de que todos éramos muy amigos, pero además, éramos muy críticos entre nosotros. Siempre nos andábamos poniendo zancadillas “por quítame estas pajas”. En ese ambiente contradictorio nació y fue avanzando la obra literaria de Armijos.

 

Libro: "Liturgia De La Vigilia"

Para mi gusto, entre sus libros, destacan: “Liturgia De La Vigilia”, que es un trabajo muy de cerca a la “beat generation” y a la poesía de Ernesto Cardenal, tiene algo de Nicanor Parra y Enrique Lihn, de la nueva poesía cubana y de “poesía en movimiento” de los poetas mexicanos. El poema “Los porrones de vino a la hora del desayuno” es de los mejores, digamos de antología. Lo recuerdo con mucho cariño, varias veces leído por Max Dextre, en algunas de nuestras numerosas conversaciones matinales de café. El poema “Transfiguración” merece especial atención porque allí el poeta es capaz de definir el perfil casi fotográfico del personaje André Derain. Esa manera de definir, de construir y de pintar personajes, ha sido uno de los aportes más interesantes de los poetas de la generación del setenta: en Oscar Aragón, en Enrique Sánchez Hernani, y en Juan Carlos Lázaro, también podemos encontrar este tipo de poemas. Tal como sucede en los libros de Fayad Jamis y en los de Rogelio “Wichi” Nogueras, poetas que hicieron del poema un pretexto para dibujar, fotografiar y hasta filmar personajes tomados de lo cotidiano y lo conversacional.
El poema “Foederis Arca” con el que termina el libro “Liturgia De La Vigilia” me parece que debe ser analizado con mayor destreza por los críticos. Es un poema muy bello, y Gustavo a tenido la suerte y la persistencia de haberlo escrito.

II: UN POETA VIAJERO DANDO VUELTAS EN LA MISMA ESQUINA

Pasaron varios años desde aquellas tertulias literarias de Palermo, y el poeta Armijos fue diseñando su propia poesía con mayor coraje y con la virtud preciosista de estar en los caminos de la moda literaria donde fue definiendo el devenir de su postura, en la coyuntura de los años setenta y ochenta, hasta que llegó la desastrosa experiencia política y la debacle del primer gobierno aprista, la destructiva y violenta presencia de Sendero Luminoso y el MRTA, sumándose a todo esta desventura nacional, el desenlace casi “novelesco” de la imposición de esa plaga social que aún recorre como fantasma malévolo el país y otras partes del continente latinoamericano: la corrupción social y política, que en nuestro caso se llama “fujimorismo”, modificando parte del escenario de la cultura peruana, que volvió a casi todos los poetas post-setenta en ineludibles autores de empalagosos y discordantes textos.

A Gustavo Armijos no le hizo mella nada de esto. Ni la pauperización de las masas, ni el nuevo movimiento migratorio de las poblaciones serranas hacia las ciudades de la costa, en actual vigencia. Siguió su camino de viajero por los continentes y los países más recónditos, y por los paisajes más exóticos aún de su propia poesía.

Roland Barthes en “El grado cero de la escritura” explica esta fenomenológica social y literaria entre los encuentros y los desencuentros que actualmente se dan en la prosa y en la poesía. En una nueva configuración de los nuevos “textos” literarios de la “nueva literatura peruana” de los últimos treinta años, deben utilizarse nuevos parámetros para el análisis literario, los instrumentos que han sido utilizados hasta ahora por la incipiente “crítica” literaria son obsoletos: sociologuistas y estilísticos. No valen mucho, si hablamos en serio. Debemos seguir buscando otros pretextos validos para otras interpretaciones también validas y actuales. Veamos con otros ojos la realidad literaria actual.
¿Existe una escritura poética? -se pregunta Barthes-. Y el mismo pionero de la “nueva” critica francesa se responde:

“En la época clásica, la prosa y la poesía son magnitudes, su diferencia es mensurable; no están ni más ni menos alejadas que dos cifras distintas, contiguas como ellas, pero distintas por la diferencia misma de su cantidad. Si llamó prosa a un discurso mínimo, vehículo más económico del pensamiento, y si llamo a, b, c, a los atributos particulares del lenguaje, inútiles pero decorativos, como el metro, la rima o el ritual de las imágenes, toda la superficie de las palabras se encontrará en la doble ecuación de Monsieur Jourdain:
Poesía = Prosa +a+b+c
Prosa = Poesía -a-b-c
De donde la Poesía es siempre diferente de la prosa, pero no se trata de una diferencia de esencia sino de cantidad. No atenta a la unidad del lenguaje, que es un dogma clásico. Hay una dosificación diferente de las maneras de hablar según las ocasiones sociales, aquí prosa o elocuencia, allí poesía o preciosismo, todo un ritual mundano de las expresiones, pero siempre un lenguaje único que refleja las eternas categorías del espíritu. La poesía clásica era sentida como una variación ornamental de la prosa, el fruto de un arte (es decir de una técnica), nunca como un lenguaje diferente o como el producto de una sensibilidad particular. Toda poesía no es entonces más que la ecuación decorativa, alusiva o cargada, de una prosa virtual que yace en esencia y en potencia en cualquier modo de expresarse. “Poética”, en la época clásica, no designa ninguna extensión, ningún espesor particular del sentimiento, ninguna coherencia, ningún universo separado, sino sólo la inflexión de una técnica verbal, la de “expresarse” según reglas más bellas, por lo tanto más sociales que las de la conversación, es decir proyectar fuera de un pensamiento interno que sale armado del espíritu, una palabra socializada por la evidencia misma de su convención.Sabemos que no quedan rastros de esta estructura en la poesía moderna, la que parte, no de Baudelaire sino de Rimbaud, salvo que se quieran tomar, según un modo tradicional modificado, los imperativos formales de la poesía clásica: los poetas instituyen en adelante su palabra como una naturaleza cerrada, que reúne a un tiempo la función y la estructura del lenguaje. La poesía ya no es una prosa ornamentada o amputada de libertades. Es una cualidad irreductible y sin herencia. Ya no es atributo, es sustancia, y por consiguiente, puede muy bien renunciar a los signos, pues lleva en sí su naturaleza y no necesita señalar afuera su identidad: los lenguajes poéticos y prosaicos están suficientemente separados para poder prescindir de los signos de su alteridad.Es más, las pretendidas relaciones entre el pensamiento y el lenguaje se invierten; en el arte clásico, un pensamiento ya formado engendra una palabra que lo “expresa” y lo “traduce”. El pensamiento clásico es sin duración, la poesía clásica sólo posee la necesaria para su disposición técnica. Por lo contrario, en la poética moderna, las palabras producen una suerte de continuo formal del que emana poco a poco una densidad intelectual o sentimental imposible sin ellas; la palabra es entonces el tiempo denso de una gestación más espiritual, durante la cual el “pensamiento” es preparado, instalado poco a poco en el azar de las palabras. Esta suerte verbal, de la que caerá el fruto madura de una significación, supone entonces un tiempo poético que ya no es el de una “fabricación”, sino el de una aventura posible, el encuentro de un signo y de una intención. La poesía moderna se opone al arte clásico por una diferencia que capta toda la estructura del lenguaje y que no deja entre esas dos poesías otro punto común que el de una misma intención sociológica.”
Walter Benjamín en “El surrealismo: la última instancia de la inteligencia europea” también habla de cómo van casi siempre en la misma vereda los acontecimientos sociales y las obras literarias, es decir los textos: “Las corrientes espirituales pueden alcanzar una pendiente suficientemente agudizada para que el critico edifique en ellas su central de fuerza”

Jaques Derrida en “De la gramatologia” también refiere a la relación entre la sociedad y el escritor, relación por demás desastrosa cuando se dan terremotos sociales donde algunos autores reverenciados en ciertas décadas terminan olímpicamente olvidados e ignorados debido a la presencia del mercadeo de las editoriales y al gusto del público que cambia, pero que nada tiene que ver con la buena literatura. Si después de la tempestad viene la calma, solo quedan los “textos” del escritor para ser analizados. Sobre esta relación entre “el escritor y sus fantasmas”, es valida la propuesta de Sartre en su libro ¿Para qué sirve la literatura?, pero siempre deben quedar los “textos” del escritor para el posterior análisis literario.
Derrida ha dicho: “No hay oposición ni distinción social entre texto y practica social. Toda practica social pasa por el texto, y todo texto es en si mismo una practica social”.

En el caso de Gustavo Armijos para analizar al poeta y su “descolocada época”, bien vale recurrir a sus “textos literarios” que el siempre asume como poemas, porque reclama para sí su propio recurrente creativo. Ir a sus “Tierras de exilio”, que es su libro de poeta mochilero, es también pasear por los desastres y esplendores de toda una època.
Los poetas de la generación del 70 siempre emprendieron el viaje hacia cualquier parte del planeta. Era una manera de salvarse. Se buscaba el destierro voluntario o el exilio obligado. No lo sé. Me acuerdo sí que casi todos se largaron de viaje a países exóticos, lejanos, o hacia sus respectivas provincias, algunos rechazados, otros integrados, por flujos y reflujos, donde -nuevamente- luego del impulso emigrante hacia la metrópoli limeña, quedó la experiencia de haber estado en alguna parte muy especialmente distinta a la estancia de Lima, o en ningún otro escenario, cada cual forjó su propio espacio para emprender la experiencia personal del poema hacia el “eterno retorno” en un lenguaje divergente a los demás poetas latinoamericanos de cierto prestigio, o por fin ir hacia el seno maternal de la poesía peruana. Todos habitaban fuerzas centrípetas y centrífugas, todos viajaban por placer, ninguno por necesidad de trabajo como lo expresan ahora los jóvenes “sudacas” en Europa y los “peruchos” en Estados Unidos. Volviendo a los poetas del setenta, muchos regresaron, otros volvieron a largarse Algunos no regresaron nunca, Y otros no regresaran jamás porque ya pertenecen a “la sociedad de los poetas muertos”. La generación del setenta fue contestataria, y Armijos es un digno representante de aquella época. Sus libros son su mejor respuesta de esa experiencia del viaje.

 
Libro: "Tierras de exilio".

"Tierras de exilio” es de alguna manera ese libro puro y por momentos difícil que da testimonio del viaje personal, gesto que está también en la novela “En el camino” de Jack Kerouac, o en la búsqueda de los jóvenes “nadaístas” y de la “literatura de la onda”. Ir tras aquella alucinante y libre trayectoria mental de la libertad espiritual para liberarse de la alineación o el stress urbano, que termina casi siempre arruinando a los viejos, volviéndolos locos y solitarios. Los jóvenes de todas las generaciones siempre se largan de sus casas, se van, eso es siempre la moda. Algo que nunca incomodó a ninguna generación.

Los poemas más resaltantes y eficaces de “Tierras de exilio” son “El motorista” que es un poema que nos lleva por el desenfreno caribeño de un lenguaje muy libre, por momentos parece incoherente, pero vuelve a recuperar su plenitud inductiva para configurar al personaje que resalta en el poema, que va en dos tiempos y en dos espacios literarios, pero con mucha unidad. Ciudades como Cartagena de Indias, Medellín, la Bahía de Veracruz, Bogota, y Cali, van definiendo el recorrido del viaje del poeta desterrado, lleno de premuras y de exóticos néctares que en el vagabundeo el poeta va bebiendo para aplacar la sed humana y desaforante que surge de aquel cielo caluroso, sofocante y solariego, de esas calles llenas de mujeres exóticas y de paisajes sinfónicos que el lector puede siempre ir descifrando, allí donde siempre: “El ceremonial humano entristece el ojo de Dios”. Allí también, el poeta acepta las ganas de vivir, el compromiso de acceder a los sueños propios.
 

Otros poemas reconfortantes son “Las autopistas de América Central”, “Hamburguesas de exilio” y “Una barroca estancia en La Panamericana”. Armijos sigue la transición de la poesía del setenta, conversacional y prosaica, en deuda con el imaginismo de Pound.
Así en el exilio, como en el destierro, que no siempre es lo mismo para el poeta, es eximia siempre la experiencia. La estancia de la alegría es un férvido homenaje a esa experiencia, es el fuego de los incendios. Todo el viaje del exilio es “como un viejo filme en que los amantes buscan un nido de amor en un fin de semana”. Algo exótico, algo imposible, cazar rinocerontes en el Perú.

III: LO ACUATICO Y LO TERRESTRE EN LA POESIA DE GUSTAVO ARMIJOS

Vivimos entre el agua y la tierra. No nos queda más como seres mamíferos de esta preciada vida. Armijos ha querido poetizar los destellos y los instantes donde el agua y la tierra se encuentran. El fuego puede desvanecer lo sólido, evaporar el agua, y también volver en cenizas la tierra. Somos, indescriptiblemente, hijos del sol. La tierra fue alguna vez una bola de fuego, pero también es una esfera de nieve, dando vueltas, con mucha agua en sus océanos, y en diversas etapas de nuestras edades geológicas.

 
Libro: "Acuàtico/Terrestre".

Todo viene del agua, o del cielo, que es un espacio infinito, que es una manera muy particular de observar el universo lleno de helio, que es otra versión del infierno. La realidad verdadera del poeta es entonces, la tufa volcánica del sillar arequipeño, el sol de Paracas, el clítoris escarlata y húmedo de una mujer, el cuerpo de la araña pegado a la camisa, y hasta los pensamientos brillan mezclados con agua azulina, y el otoño en la tierra tiene otro espectro, donde se evocan soledades, la inmensidad tiene un limite, y la tierra siempre corre el peligro de desintegrarse, pero queda la poesía. La visión del poeta es ecologista, mirando millares de seres bajo su cabeza, mirando las estrellas. El astronauta o el poeta, miran este desolada paraje que se llama tierra.
El poeta nuevamente recrea en su desdicha terrestre la presencia indiscutible de un pescador en el Puerto de Paita, don Paulino Yarleque Simbala, narrador de historias de sirenas, de brujas legendarias, de piratas y corsarios, que asolaban no solo el puerto de Paita (siempre histórico para los recuerdos), e incluso Sechura, tierra triste de mujeres vestidas de negro (en luto permanente) y de hombres vestidos de blanco (en pureza celestial y campesina). El mundo de la infancia del poeta es marino, como una ilusión felliniana, es festiva, y tiene una suerte de ultraje, de imágenes que pasan como alimañas, El poeta vuelve en la memoria al recuerdo de don Paulino, le pone flores en el cementerio de su reposo, y se despide, también, de la tierra. Los tiempos han cambiado: “tiempos de bus malísimos para la paz de la tierra, les dije lo que de repente es la última visita de mi vida”, termina así la sentencia del poeta su última visita al puerto de Paita.

La poesía de Armijos ha llegado a cierta madurez esperada por él mismo, se ha ido transformando en un zahorí rural contra la estupidez urbana. El poeta sigue visitando ciudades internas del país, vuelve a Zaña siempre en ruinas, en busca de un amor perdido en los reflectores de la distancia y el glamour de la farándula, brilla nuevamente la luz arequipeña en ese canto de sillar, tal vez buscando su reclamado dialogo entre el arquitecto y el poeta, buscando "la arquitectura del poema". La poesía de Armijos ha regresado triunfante al amor terrestre, con mayor rigor, buscando la transparencia siempre aceptada del agua. El poeta se ha transformado en un ser más diáfano. Navegante sincero por ciudades muertas que viven en la memoria de su escritura: acción y experiencia del lenguaje asumido. Vive siempre el poeta, naturalmente, para recordar su propia historia, que en Gustavo Armijos, como rebelde tallan, es antiquísima.

Bibliografía:
-Gustavo Armijos, “Liturgia de la Vigilia”, Editorial Juan Mejia Baca, 1979.
-Gustavo Armijos, “Tierras de Exilio”, Ediciones Arte Reda, 1982.
-Gustavo Armijos, “Acuático/ Terrestre” Edición del Instituto Cultural de la Universidad Enrique Guzmán y Valle “La Cantuta”, 2005.