POETAS CAJAMARQUINOS DEL SIGLO XX
Por Armando Arteaga
Varios factores han incidido en mi interés por la poesía del Siglo XX de
Cajamarca. Tuve en el colegio como
profesor de castellano (en primero y en segundo de secundaria) a Einar Pereira
Salas, a quien con mis compañeros de clase llamábamos “puchito” por ser un
empedernido fumador de habanos y de cigarros negros. Con él aprendimos desde muy temprano a
desfogar en la gimnasia gramatical de
los escritores más representativos de la literatura peruana, pero sobre todo a
valorar la cultura y la poesía cajamarquina.
Años después comprobaría que Einar era hermano mayor de un numeroso clan
de los Pereira, grandes pintores cajamarquinos, con quienes hice amistad en los años 70, en El Wony: René, Luis, y César Pereira. Einer publicó hace unos años su novela “Celendín,
tablero de ajedrez”, y hace ya varios meses me enteré de su fallecimiento.
Había otra razón importante, en esos años, que también, atrajo mi atención
hacia la poesía norteña de Cajamarca.
Fui amigo de un singular personaje que todas las tardes y las noches aparecía en la bohemia literaria del Café
Tivoli de La Colmena, un hombre de barba, anteojos negros de carey, flaco,
abrazando libros entre sus chompas gruesas de colores grises y negros de lana
de alpaca para mitigar los inviernos limeños,
y con gran sentido del humor, pero que tenía altibajos de cierta crisis
de neurosis personal al que había que comprender con incansable paciencia, pues era la única manera de poder
ser amigo de él: Oscar Imaña, hijo del legendario poeta cajamarquino del mismo
nombre, y al que para entendernos mejor llamaré: Oscar Imaña Jr.; con quien entre tardes matinales de cafés,
íbamos al cine, era muy aficionado a la nueva ola francesa y al neo-realismo italiano, y a platicar: en los cafetines del centro
limeño, de los rezagos y hazañas del MIR de Luis de la Puente Uceda. Nos ilustraba perfectamente de las acciones
de Máximo Velando y Guillermo Lobatón, sucesos que me entusiasmaban oírlos de primera
versión, pues así conocía mejor, también,
de primera mano, entre otros episodios sociales, estos acontecimientos de la coyuntura
política-cultural limeña que, por
entonces, la gente conversaba de estos sucesos en voz baja: a diferencia de Oscar
Imaña Jr., pues este pregonaba a todos los vientos, en voz rebelde, casi a
gritos del silencio, las hazañas de los
guerrilleros del MIR.
Una tarde descubrí a mi amigo Oscar Imaña
Jr. caminando por La Colmena con los ojos vidriados y
hablando solo, comprendí entonces su difícil estado de salud mental y su
llamada enfermedad de los nervios de la que me habló mas de una vez con reticencia. Pasado varios otoños, un par
de años tal vez, Oscar Imaña Jr.
murió, llevándose varios secretos,
pues, él también era poeta; recordando además que, algunas tardes me mostró poemas inéditos de su
padre el poeta Oscar Imaña, que quería
publicarlos, suceso que no se cumplió.
Por momentos recuerdo con nostalgia y con
pesar, esas conversaciones con Oscar Imaña
Jr. Y pienso, que, se habrán estropeado y perdido valiosos
documentos y poemas inéditos del poeta minero de Huaygalloc, como lo llaman algunos entendidos al poeta
Oscar Imaña, que hizo Bohemia en Trujillo con el Grupo Norte, amigo personal de
Vallejo y de Orrego.
Otro suceso ligado a la poesía cajamarquina es
haber confraternizado muchas tardes de conversaciones en el Café de Huérfanos,
a espaldas de la antigua Biblioteca Nacional de la Av. Abancay, unido por cierta amistad con Francisco
“Pancho” Izquierdo Ríos y su infaltable
amigo el poeta Mario Florián. Don Mario
era profesor de literatura en el colegio secundario Bartolomé Herrera de San
Miguel, su barrio donde también vivía, y tenía pues siempre vocación de maestro
ante mi preciado interés por los poetas-filósofos de Cajamarca: Antenor
Orrego, y Mariano Ibérico; por los románticos:
Pedro Barrantes Castro y Guillermo Luna Cartland; por los vanguardistas: Oscar
Imaña, Armando Bazán, y Alcides Spelucín; por los indigenistas y regionalistas:
Nazario Chávez Aliaga, Anaximandro D. Vega, y Carlos H. Berrios; por los más
cercanos contemporáneos: Julio Garrido Malaver, Marco Antonio Corcuera,
Demetrio Quiroz Malca, y por el mismo
Mario Florián; la conversación se prolongaba llenando la mesa de
deslumbrantes tazas de té o de humeante
café, en cada uno de estos encuentros que llegábamos a abordar con amplitud la
obra de algunos poetas recientes como Jorge Díaz Herrera, Yolanda Westphalen,
Manuel Ibáñez Rosazza, y Elqui
Burgos. Florián andaba muy bien enterado
de las últimas propuestas de la poesía cajamarquina de entonces.
Entre otras tardes, el poeta Florián, por ese entonces (al final de los setenta),
era un asiduo concurrente al local de la ANEA
en el Jirón Puno. Florián, desde los
comienzos de la década de los setenta, logró realizar un esquema de la
evolución de la “Literatura Kechua” (Publicaciones Herrerianas, XXV
Aniversario. Ed. Mimeo, 1972), este sumario
y didáctico trabajo como él mismo lo llamó, era una “hoja de ruta” para que los
estudiantes secundarios indagasen acerca de la “Poesía Kechua”, que es un breve
documento, irrebatible e irrefutable, pues es sin lugar a dudas la
síntesis de un posible y extenso estudio de la “Literatura Kechua” que Florián
realizaba, dividiendo esta literatura en periodos desde el siglo XII D.C.:
Clásico, Colonial y Del Resurgimiento.
Lo particular de esta tesis que desarrolló Florián es que esta “Literatura Kechua” comprendía
géneros, espacios sociales: culta y popular, y creadores. El “Resurgimiento”
empezaba de 1780 D.C. a 1970 D.C., desde la revolución de Túpac Amaru hasta
nuestros días, más de dos siglos de duración.
El iniciador de este “Resurgimiento” de “La Poesía Kechua” era Juan Wallparrimachi Mayta, indio del Alto Perú que
resucitó la antigua poesía de los haravikus inkáikos, de manera insuperable,
así como cultivó el haráwi amoroso y los
cantos kechuas populares: el waynu, el táki, etc. Florián nos demostró, y se
demostró así mismo de la vitalidad y de la existencia vigente de la “Literatura
Kechua”. Este, esfuerzo intelectual, le
abrió las puertas para la consolidación de otros trabajos de mayor alcance: “La
épica inkaika” (Lima, 1980) y “La narrativa oral popular de Cajamarca y su
ordenación por clases” (Lima, 1988), donde restaura lo histórico y admite la
vigencia de la oralidad en el entusiasmo creativo del pueblo cajamarquino. Toda
esa década del setenta hasta los ochenta, que siempre conversaba con Don Mario
en el Café de Huérfanos, acerca de estos temas afines a la literatura
cajamarquina y lo nacional, por lo que
supongo, fue ensalzando el estudio de toda esta invención literaria
de lo campesino, recopilada y
sistematizada por Florián, que nos
abrió las puertas del filón inagotable de esta literatura popular, hacia la poesía cajamarquina
Es, a
partir, de este acercamiento por lo
enigmático surgido de la tierra, y
también por la obra “Urpi” de Florián, que empiezo la retrospectiva y la reflexión
hacia el pasado de lo literario en Cajamarca, pero sobre todo, después de leer y querer entender la
filosofía existencial, y la fenomenología heideggeriana
de Mariano Ibérico (el poeta
Pablo Guevara me refirió cierta vez de Mariano Ibérico como un enigmático
profesor de San Marcos por su parecido a Bela Lugosi); y es que así de un registro de recodos urbanos,
fui esbozando una idea más conceptual y una visión más
certera acerca de la poesía cajamarquina. Por sus “Notas sobre el paisaje de la
sierra” de Mariano Ibérico, fue el despertar de una nueva visión, a muchos
otros poetas de mi generación, nos
abrieron los ojos para una mirada
reflexiva y de absorto mítico acerca del hombre cajamarquino, para
tener y para realizar un ordenamiento normativo de la poesía en
Cajamarca.
No debo dejar de olvidarme de mi amistad con
Demetrio Quiroz Malca en las tardes del Café Palermo, también profesor de secundaria, a quien siempre admiré por su impecable elegancia en su poesía que conocí en ese golpe sentimental llamado “Oh, ternura” (1971). Mi relación con Demetrio era más amical, de
bohemia, de tertulia, algo alcohólica,
lo que no significa necesariamente menos literaria. Mentor literario del poeta Rodolfo Hinostroza, lo ayudó a
publicar su cuento “El noveno tranvía”, en el suplemento dominical de La
Crónica (29/06/1958) que dirigía Manuel Jesús Orbegoso.
Hacer un estudio de la poesía de la región
Cajamarca, aunque este sea algo somero,
es tarea ardua y difícil, tal vez por las características especiales que
tiene la región de poseer territorios
vastos y dispersos, muchas veces
no comunicados entre si: a través de su
devenir histórico, pueblos que han convivido aisladamente, donde cualquier
antologador por más experto que sea,
sucumbe en esta hazaña (por ser región literaria de mayores dificultades) para una comprensión
integral y para la realización de algún
ensayo aproximativo al tema de esta poesía cajamarquina, que pueda ser cabal,
fiel y esclarecedor.
Para lograr un acertado panorama actual de la
poesía cajamarquina, hay que pasar por lo menos el "hito" histórico de Horacio
Villanueva Urteaga en su “Cajamarca, apuntes para su historia” (Cuzco, 1975), o
por las desbordantes paginas de noticias y memorias de la Cajamarca
prehispánica: en las visiones de Francisco de Xerez, Miguel de Estete, Pedro
Pizarro, el otro Pedro Sancho de la Hoz, y Cristóbal de Mena; pasar por la
Cajamarca Virreinal en las paginas de Pedro Cieza de León, de Felipe Guaman Poma
de Ayala, de Antonio Vásquez de Espinoza, de Andrés García de Zurrita, de Josep García
de la Concepción, de Cosme Bueno, de José Ignacio de Lecuanda, y de Tadeo Haenke; pasar
por lo retrospección viajera de Alejandro de Humbold, de William B. Stevenson, de Henry Lister Maw, de Antonio
Raimondi, de Charles Wiener, de Ernesto W. Middendorf, o de algún relato de Amalia Puga;
renegar por la narrativa virtuosa del renegado
Eudocio Ravines Pérez, o ser deslumbrado por la prosa poética de Mariano
Ibérico. O, haberse mojado en el carnaval
cajamarquino, o dejarse pintar la cara
por alguna bella muchacha caxa, mientras uno toma caña y escucha el sonido de algún
lejano clarín, viendo bailar la “cachua” a alguna pareja campesina: al golpe de
caja y una estridente flauta, por lo
menos. No olvidar, para nada, el
testimonio de la visita a Cajamarca en 1918 de Abraham Valdelomar, que
reconstruyó con prolijidad el historiador Waldemar Espinoza Soriano.
Sin embargo, la poesía cajamarquina es una
“summa” de poetas, todos ellos con obras respetables, atractivas y de gran valor literario: histórico y
poético. Cuando uno hurga por el devenir de esta poesía cajamarquina, no es tan
fácil argumentar un esquema histórico, y menos ubicar tendencias y escuelas
literarias. Cada uno de los poetas tiene
un conjunto de obras dispersas, publicaciones inhallables, otros poetas
cajamarquinos han trascendido el escenario cultural puramente
cajamarquino, que es extenso, y dispersado
en otras regiones: Piura, Lambayeque, La Libertad, Ancash, Lima, destacando con
brillo propio. Tal es el caso de Antenor
Orrego, el trayecto del joven Orrego: que empieza su labor literaria con la
publicación de sus “Notas Marginales” en 1922, y posteriormente irá agregando
más títulos a su producción intelectual como su “Monólogo Eterno” en 1929, pero
también por su “background” de grandes referentes poéticos y filosóficos.
“Antología de la Poesía Cajamarquina” (1967) que tiene
una presentación del poeta-pintor Andrés Zevallos de la Puente
Dos antologías de la poesía cajamarquina ayudan a tener una visión y un panorama. En primer lugar “Antología de la Poesía Cajamarquina” (1967) que tiene una presentación del poeta-pintor Andrés Zevallos de la Puente, es allí donde se pretendía dar un itinerario cabal. Zevallos es un intelectual, promotor cultural, y un hombre metido en el quehacer literario y pictórico de la región, de allí que es muy respetable su esquema literario para ubicar los espacios poéticos, las tendencias, las escuelas y los momentos históricos donde uno puede intentar dar un acertado testimonio de este proceso poético cajamarquino. La Antología de la Poesía Cajamarquina de Zevallos pretendió sentar las bases para discusiones posteriores, pero creo que no ocupó el verdadero interés de los grandes libros, las intenciones de las grandes obras poéticas cajamarquinas del Siglo XX, importante sí para el despegue de esta poesía regional norteña, además de ser un rápido viaje por el esplendor de esa poesía, apenas comprende desde Amalia Puga de Losada (1866- 1963) hasta Einar Pereira Salas (1932-2009). Estudio que va de la mitad del siglo XIX hasta una década más de la otra mitad del siglo XX.
La otra antología, “Poetas de Cajamarca” (1986) de Luzmán Salas Salas es
más didáctica, ubica a los poetas en sus
tendencias y escuelas literarias, indaga en lo bibliográfico y lo
biográfico de los poetas, traza un diseño para su estudio, y discute los paradigmas
estéticos, sociales y políticos, que tal vez moldean o le dan forma al
contenido de esta poesía cajamarquina. La poesía cajamarquina ha evolucionado
últimamente muchísimo, tiene una enorme vitalidad que expresa las esperanzas,
las ilusiones y los sueños del hombre actual.
Es un cuaderno muy extenso, diverso, de gran nivel literario. Por lo que, encuentro también que “Poetas de
Cajamarca” de Luzmán Salas es un
explicito esfuerzo por mostrar las tendencias literarias más representativas y
recientes de los poetas de Cajamarca, una de las poéticas regionales más
importantes del norte peruano.
“Poetas de
Cajamarca” de Luzmán Salas
Para adelantarnos en el tema de la propuesta poética de los interiores regionales del país, en la partitura del olvido: en la imaginación razonada de la historia literaria, tenemos que partir, por el norte cercano: Caxamarka..., por allí empezó la escritura y la historia en el Perú, donde aparece una destacada porción de lo más interesante del discurso poético nacional. Esta breve introducción al tema de la poesía en Cajamarca (cambio a la escritura tradicional del nombre), en lo personal, me recuerda unas palabras sentidas de José Sabogal hablando del paisajismo, resumido en una declaración acerca del indigenismo precursor: “Buscamos nuestra identidad integral con nuestro suelo, su humanidad, y nuestro tiempo”.
No es el único pintor que habla del paisaje
cajamarquino, de luz y de colores, de
ese paisaje de la campiña. Habló, y pintó,
también, desde la misma ortodoxia: Camilo Blas. Otro que divagó, por lo bucólico, del mismo paisaje campesino y rural: Mario
Urteaga Alvarado. Pero, no quiero ver
solo pintores en la consagración artística del paisaje cajamarquino, sino
pensar, y hablar del sentir de algunos poetas de Cajamarca que entronizaron
con el mismo paisaje.
Nadie habló al extremo -tan metafísico- del
paisaje cajamarquino como Mariano Ibérico: filosofo y poeta, desde sus “Notas sobre el paisaje de la
sierra” (1937), aunque sus intenciones eran filosóficas; Ibérico: para mi
entender, quedó también como poeta, no
en vano divagó por escenarios literarios como “Jorge Manrique, poeta de la
añoranza” (1960), Arte Poética (1965), El sentido del tiempo en la poesía de
Vallejo (1965), y “Variaciones sobre un tema de Quevedo: el tema del río (1966). Ibérico es un poeta
metafísico, un hábil creador que se mueve muy bien en la “prosa poética”.
No es el único intelectual, en esculcar ese
paisaje telúrico, recordemos a Antenor Orrego, sus “Discriminaciones” (1965)
son extremos de “prosas poéticas” de gran contenido filosófico. De manera que tanto Orrego como Ibérico
expresan esta visión filosófica de lo poético,
ya como una tendencia sustancial dentro de la poesía cajamarquina.
Orrego no es un poeta a tiempo completo con la poesía, la hizo
marginalmente, dejó algunos poemas
publicados póstumamente, pero sí agitó el mundo literario desde el grupo Norte
con César Vallejo, Alcides Spelucín, Oscar Imaña, Macedonio de la Torre. Escribió ensayos literarios a manera de
prólogos acerca de varios libros claves de la poesía peruana: “Trilce” (1922)
de César Vallejo y “El libro de la nave
dorada” (1926) de Alcides Spelucín, “Las barajas y los dados del alba” (1926)
de Nicanor A. de la Fuente, “Palabras de tierra” (1944) y “La dimensión de la
piedra” (1955) de Julio Garrido Malaver.
Hay que reconocer que una de las grandes
voces de la poesía cajamarquina es Julio Garrido Malaver por su libro “La
dimensión en la piedra”, de quien en su
prólogo Orrego refiere: “El sabe que las
palabras. Aún aquellas que acaban de troquelarse, son vasos materiales
quebradizos y frágiles, canales rígidos que, para expresar el asombro del
espíritu, tienen que matarlo, de alguna manera.
Sabe que las palabras son conceptos disimulados, agazapados en la
sombra, prontos a surgir por la escotilla de la frase, creados por la mente
racional del hombre para apoderarse de la maravilla impalpable de la vida y
agostarla en esquemas generales; sabe que todos los signos y las cifras, todos
los símbolos y emblemas son temporales y, por eso, asesinos de las realidades
permanentes y de toda fluencia vital, y que, cuando intentan expresarlas y
transmitirlas, las matan vaciándolas de su esencia concreta primigenia”. Los poetas conmueven como las piedras,
con sus palabras le dan un sentido humano y perenne a la vida.
Debo recordar además algunos aportes significativos de narradores
importantes de la Región Cajamarca, a
Alfonso Peláez Bazán por su cuento “Querencia”, a Armando Bazán Velásquez por
“Será un vagabundo”, y, a Amalia Puga de Lozada por obras ensayos como “La
felicidad” (1887), “La literatura en la mujer (1891), y por sus cuentos
“Tragedia inédita (1948), y por “El jabón de hiel” (1948). Cajamarca tiene una narrativa y una oralidad
literaria muy importante.
Para concluir, diré que
pasado ya el tiempo històrico de estos poetas del siglo XX, creo que urge estudiarlos con
mayor rigor, re-publicar sus libros, hurgar sobre su propia sensibilidad
literaria, mirar las cosas de un modo
distinto tal como ellos miraron la vida y su tiempo, aceptando que los poetas
que he mencionado pertenecen a la modernidad de esta poesía cajamarquina,
ininteligible y disparatada para algunos en los primeros momentos de sus
publicaciones romanticas y modernistas, pero "expresión propia" y de trascendente altura poética para
otros.
Acerquémonos a ellos, a su
poesía, discutamos con vehemencia y con objetividad lo que muchos no supieron
entender, por parecer escandalosamente “modernos”, pero que hoy nos pertenecen,
le pertenecen a los pueblos y a las comunidades
campesinas y urbanas de
Cajamarca, sobre todo.
Cajamarca es poseedora de una poesía moderna, y contemporánea, plenamente vigente, para estos tiempos tan apurados. Ya lo dijo Fernando Silva Santisteban al referirse al pintor cajamarquino Andrés Zevallos, pasa lo mismo, con los poetas, que con los pintores, busquemos sus discursos poéticos tal como ellos los postularon y tratemos de entender esos mensajes que están llenos de contenido humano, busquemos en ellos, dijo Silva Santisteban: "esa luz que no divaga ni embota los contornos, sino que plasma los objetos".
Cajamarca es poseedora de una poesía moderna, y contemporánea, plenamente vigente, para estos tiempos tan apurados. Ya lo dijo Fernando Silva Santisteban al referirse al pintor cajamarquino Andrés Zevallos, pasa lo mismo, con los poetas, que con los pintores, busquemos sus discursos poéticos tal como ellos los postularon y tratemos de entender esos mensajes que están llenos de contenido humano, busquemos en ellos, dijo Silva Santisteban: "esa luz que no divaga ni embota los contornos, sino que plasma los objetos".
Conferencia en
“XI Encuentro Nacional de Escritores
Manuel Jesús Baquerizo”
Cajamarca: 14-17 de Noviembre 2012.