ATUSPARIA,
TODAVIA DUERME
Por
Armando Arteaga
“Atusparia, todavía duerme” de Ted Stead
Tenía yo en junio
de 1972 un incauto interés por la
legendaria figura de Pedro Pablo Atusparia, este mítico personaje líder de la
sublevación de los indios del Huaraz de 1885, que era entonces: en ese momento
de efervescencia nacionalista, un icono
social, al igual que Juan Chocne, Juan
Santos Atahualpa, y José Gabriel Túpac Amaru, lideres históricos de los
campesinos que inspiraron desde el Taky Onkoy (en Ayacucho, en 1565), pasando por el Movimiento de Yanahuara (en
Apurímac, en 1596), el Movimiento de los Chunchos: liderado por Apu-Inca Juan Santos en las
conversiones del Gran Pajonal, y el
levantamiento de Túpac Amaru en 1780; sucesos históricos que -por justica- ayudaron y ocasionaron esta apertura de cambio,
para impulsar la reforma agraria del General Velasco: que devolvía la tierra a los campesinos y que
modernizó las estructuras de la sociedad peruana y las relaciones de propiedad
en el agro, liquidando para siempre el atraso socio-económico originado por el
gamonalismo imperante desde la colonia y la república.
El libro "El Amauta Atusparia" de Ernesto Reyna Zegarra con el que trabajé el guión para el filme de Ted Stead
La dimensión eufórica de
este acontecimiento se podría sintetizar en las palabras del General Juan
Velasco Alvarado, en un discurso del 24
de Junio de 1969: “De hoy en adelante, el campesino del Perú no será más paria
ni el desheredado que vivió en la pobreza, de la cuna a la tumba, y que miro
impotente un porvenir igualmente sombrío para sus hijos”.
Desde 1969 hasta ese Junio del 72, había estado estudiando cinematografía en la Academia de Cine, con Armando Robles Godoy, allí en el tercer piso del edificio del Jirón Washington 1308. La cosa empeoraba: no había señales de Ley de Cine, y ya empezaba a desvanecerse mi entusiasmo por la creación del Instituto Nacional de Cine, donde un grupo de estudiantes esperábamos consolidar más aún estos estudios cinematográficos. Pero, todo se fue al “diablo”, que era la palabra que siempre empleó Robles Godoy para resumir la situación del poco interés que producía entre las autoridades de ese momento aperturar un centro de estudios superiores para la industria cinematográfica.
Tratando de pisar en tierra
firme, empezaba -entonces- a retomar mis estudios de arquitectura cuando el
mismo Robles Godoy me presentó a Ted Stead, un poeta y director de cine amateur neoyorkino. Un gringo viejo, y borrachoso, que había
venido al Perú para filmar una película sobre Atusparia. Ted, me escogió para hacer el guion
cinematográfico, nos fuimos a Huaraz y empecé
a investigar acerca de la sublevación de los campesinos del Callejón de
Huaylas. Trabajé cerca de seis meses en este proyecto Atusparia, le entregué el
guión a Ted, y no supe más de él, salvo en cartas donde me contaba algunas de
sus hazañas para el “underground” cinematográfico norteamericano.
Atusparia, icono popular.
Aunque, después, hace dos
años atrás, un día cualquiera de julio,
antes de fiestas patrias, se apareció en mi casa John Stead, hijo de Ted, quien
para esta visita había digitalizado el
“copión” de “Atusparia, todavía duerme” realizado por su padre. Me contó que Ted había fallecido, y que él se
dedicaba a la fotografía periodística. Ver “Atusparia, todavía duerme”, fue
todo un suceso alucinante, soportar el espécimen cinematográfico de Ted, donde
Atusparia aparece como un indio cheroque hablando en ingles con una “unancha” incaica y un “tusuq” rodeado de aparentes pallas
coronginas, y teniendo como fondo sonoro
y musical : una chuscada del conjunto ancashino Atusparia. De mi guion de este
“entremés” apenas pude reconocer los instantes del envenenamiento, y además cuando Atusparia entrega a su hijo al General Cáceres para que lo eduque. Para saltar
las lagrimas, casi cine hindú actual. Documento fílmico para el recuerdo, esperpento que tiene una duración de 15 minutos.
La sublevación de los campesinos del Callejón de Huaylas se produjo en 1885 en Huaraz y en otras poblaciones aledañas como Carhuaz, Yungay y Aija, donde las repercusiones fueron fuertes. A la cabeza de este levantamiento de masas campesinas estuvieron dos campesinos: Pedro Pablo Atusparia del pueblo Marián, estancia cercana de Huaraz, y el otro, era “Uchcu” Pedro, de Carhuaz. Una de las causas de este levantamiento campesino fue la situación de pobreza que arrastraban desde la Colonia, y en la República, el latifundio había conservado las mismas condiciones de extrema pobreza. Los servicios de los “tápacos”, que es una manera del “pongismo” de las haciendas sureñas peruanas, se había mantenido: en la prestación de servicios a los dueños de estos fundos ancashinos, por los que recibían en usura a cambio la utilización en usufructo de pequeñas parcelas pobrísimas de terreno. Otra causa, determinante, que desencadeno la furia de los campesinos fue el impuesto de dos soles por año determinado por orden del Gobierno del General Iglesias, teniendo en cuenta la situación en bancarrota y la falta de fondos en el erario nacional después de la Guerra con Chile. De esta conmoción social han quedado crónicas y artículos publicados en “El Tiempo” de Huaraz por el escritor Ladislao F. Meza.
Atusparia, icono popular. Otra versión.
Catorce poblaciones enviaron
a sus respectivas autoridades comunales a Huaraz para reclamar al Gobierno en
contra del abusivo impuesto por las autoridades corruptas coludidas con el
centralismo limeño. No se les atendió y
como afrenta para humillarlos ante sus representados se les cortó los cabellos
que usaban estos “varayoc” en forma de largas trenzas. Cortar sus trenzas fue un deshonor para
ellos. Vueltos a sus pueblos, instaron a
sus coterráneos a sublevarse, el 2 de
Mayo de 1885 estalló la sublevación. Los campesinos cercaron y tomaron la
ciudad de Huaraz, algunas autoridades huyeron, y otras fueron ajusticiadas
en plazuelas y calles. Atusparia asumió
la dirección de los insurrectos y tomo el cargo de prefecto en Huaraz, trato de
apaciguar los ánimos y a la vez dar una solución inmediata al impase social
ocurrido: la insurrección fue reprimida a sangre y fuego, pero los campesinos resintieron, hubo descalabro de ambos bandos en Yungay, Carhuas,
Aija, y el centro del foco subversivo fue
en Huaraz.
Atusparia, por su actitud concertadora, fue envenenado. “Uchcu” Pedro asumió la dirección de la
insurrección. Las primeros contingentes
que el gobierno envió para reprimir la sublevación, fueron destruidas. “Uchcu” resistió cinco meses, hasta que por
traición de un indicado compadre, le tendieron una celada cuando asistía a una
fiesta. Fue llevado a Casma y fusilado
detrás de una iglesia. Murió en su ley, resintiendo y sonriendo. Luego de este fusilamiento, el gobierno envió
más fuerzas represivas, los campesinos ya desorganizados y sin caudillos fueron
reprimidos y vencidos. Así terminó este episodio de la sublevación de los indios en el
Callejón de Huaylas.
Esta anécdota de “Atusparia,
todavía duerme” tiene sentido contarla porque no volví a tener ninguna otra
inquietud, ni siquiera literaria, acerca de Atusparia. Salvo, en los álgidos ochenta, tuve una conversación
con Oscar Colchado. Me contó su interés por Atusparia y por “Uchcu” Pedro. Me contó que trabajaba una novela acerca de
estos personajes.
Otro encuentro –después- con
Atusparia, ha sido cuando tuve
nuevamente entre mis manos el libro “Atusparia y la revolución campesina de
1885 en Ancash” del profesor C. Augusto Alba Herrera, al que hice una nota
periodista en la columna “Biblio Marka” para El Diario Marka” (Jueves 28-03-85),
que trascribo como un certero documento
de este interés por seguir escudriñando acerca de nuestro personaje en mención,
artículo que firme con el seudónimo de Vicente Soler:
“Acaba de aparecer en
librerías la obra “Atusparia y la revolución campesina de 1885 en Ancash” del
profesor C. Augusto Alba Herrera que llena ese vacio existente en torno a la
figura histórica de Pedro Pablo Atusparia.
Pocos se han ocupado
minuciosamente del tema que comprende la lucha de esta sublevación que
Atusparia emprendiera contra el poder,
la explotación económica, la hegemonía política de los terratenientes, y los
diversos abusos que el gamonalismo ancashino ejercía sobre los campesinos
pobres de ese departamento. Alba Herrera en una ardua
labor de más de veinte años nos lleva por un documentado relato de los sucesos
que removieron los cimientos de la sociedad peruana en la coyuntura de aquella
crisis que propició el ambiente ubicado para todas las querellas y recelos
posibles. Hechos como la orientación “cacerista” dentro del campesinado, así
como ciertas ideas que recogían las banderas incendiarias de la Comuna de París
que inspiró en parte a algunos lideres urbanos de esta rebelión, todo el clímax
y el desenlace de los hechos, son explicados en la “trenza” histórica de de estos sucesos.
“Atusparia y la revolución campesina de 1885 en Ancash” de C. Augusto Alba Herrera
La sublevación de Atusparia
se extendió como un reguero de pólvora originando la insurrección general en
todo el departamento ancashino, la protesta comprometió compartimentos rurales
y urbanos. Alba Herrera nos lleva con
lujo de detalles por el “pusch” de la insurrección. Ha desempolvado partes de guerra, archivos
municipales, cartas, las páginas de los periódicos pueblerinos de la época y ha
realizado un levantamiento de los sucesos históricos del más real. Y, tiene un balance de los acontecimientos de lo
más objetivo.
Atusparia está pues en un perfil de alcalde de campo que se levantó contra las injusticias y dentro de las esperanzas de los pobres. Resalta en este relato biográfico los retratos humanos de los líderes campesinos de la revolución, que tuvo como foco a los pueblos del Callejón de Huaylas y la región de Conchucos. Allí encontramos a Atusparia y a “Uschu” Pedro en su verdadera dimensión humana, así como datos del hijo del caudillo. También están presentados los otros personajes de la revolución indígena, con sus glorias y sus miserias: el prefecto Mosquera, el periodista e ideólogo L. F. Montestruque, las familias terratenientes y el pueblo de la resistencia minero-campesina.
Pedro Pablo Atusparia,
llamado también “El Amauta”, valorado por José Carlos Mariátegui, citado y
estudiado por Santiago Antúnez de Mayolo, Jorge Basadre, William Stein, y por otros estudiosos del tema, más recientes como Ernesto Reyna y Wilfredo
Kapsoli. Consolida su figura de caudillo
nuevamente en este trabajo de Alba Herrera, su dimensión histórica exacta y una
difusión memoriada del significado histórico que tiene en la revolución
campesina de 1885, en Ancash. No nos
olvidemos tampoco que J.R. Ribeiro ha desvelado los rasgos de Atusparia en una
obra de teatro que lleva el nombre del líder campesino.
Saludamos, pues, el merito del profesor Alba Herrera, así como el de su editor Juan A. Salazar Vallejos, que han hecho posible esta pulcra edición que trae carátula y diagramación de Rudy Maguiña. Recomendamos su lectura”.
C. Augusto Alba Herrera y Armando Arteaga en Huari.
Me vale –ahora- recordar, pensado en Atusparia, y en los
campesinos que se inmolaron en estos gestos libertarios para modificar los
extremos de la dominación oligárquica que imperó durante todos estos años de
hegemonía republicana. Estos campesinos
no lucharon en vano, quisieron echar abajo los duros cimientos de la
explotación feudal y capitalista en el campo. Y, Huaraz, no quedaba lejos de
esta necesidad de cambiar las caducas y arcaicas formas de vida, que en tiempos de Atusparia, aplastaban la convivencia humana y democrática para una adecuada manera de vida entre los campesinos pobres de Ancash.
Publicado en la revista AEPA N- 4. Asociación de Escritores y Poetas Ancash.
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Foto de Heber Ocaña. El libro "El Amauta Atusparia" de Ernesto Reyna, con fondo del Centro Comercial del Real Madrid.