noviembre 04, 2012

El “Canto de guerra de las cosas” de Joaquín Pasos / Pedro Xavier Solís


El “Canto de guerra de las cosas” de Joaquín Pasos

Pedro Xavier Solís

Joaquín Pasos

Joaquín Pasos Argüello. (Granada, Nicaragua. Nació el 14 de mayo de 1914. Murió, a la edad de 32 años, el 20 de enero de 1947). Incursiona con audacia metafórica e imaginista en el misterio de la muerte, del amor y de la vida, de lo indio (sus motivos indios son verdaderas etopeyas) y de lo apocalíptico. A juicio de Cuadra, “es en la poesía nicaragüense el poeta lúdico por excelencia”, que “en su mester de juglaría se adelanta a lo que años después, en manos de Nicanor Parra, se llamaría la ‘anti-poesía’”. [1]
También con ese mismo sentido lúdico, en “Poemas de un joven que no sabe inglés”, se apropió casi instintivamente de la lengua inglesa, significando el segundo aporte nacional a la poesía en ese idioma (el primero lo constituye Tropical town and other poems, de Salomón de la Selva).
Pero su poema más famoso: “Canto de guerra de las cosas”, es uno de los testimonios más dramáticos del siglo XX. Es notable el paso de sus inicios poéticos llenos de humor y de un sentido jubiloso de la vida, a la visión descarnada y a la vez parturienta de este poema motivado por el vértice de dos muertes: la del mundo en la Segunda Guerra Mundial, y la cercanía prematura de su propia muerte.
Tampoco debe obviarse que desde el salto transformador al bipedalismo, que representa la adaptación crucial en que el linaje del hombre y el mono se divide, se avanzó en el siglo XX hasta lo que podía ser la última aventura humana con el fraccionamiento del átomo. Pero los historiadores y los científicos tuvieron mucho que decir aún antes de la Bomba Atómica, durante las décadas de 1920 y 1930, sobre la Segunda Ley de Termodinámica (o Ley de Entropía), que significa que la energía se degrada y que la Tierra será algún día inadecuada como morada del hombre. Esta ley física se entendió como una sentencia de muerte para la humanidad, que se vio de pronto condenada a la futilidad. El hombre le da sentido a la obra creacional de Dios, pero en el contexto de la vacuidad es la ausencia de sentido. Ello produjo en esta generación mucha poesía pesimista. Ejemplos concretos de Pasos serían los nihilistas “Nosotros” y “Cementerio”, piezas maestras de la “anti-poesía”:
En la tierra aburrida de los hombres que roncan
se hizo piedra mi sueño, y después se hizo polvo.
Estos poemas que preludian el “Canto de guerra de las cosas”, no gozan de la esperanza que Pasos injerta a ese gran poema-testamento, estructurado con la técnica admonitiva del sermón, en donde no deja de asomar una fuerza positiva arraigada en la fe católica, como en un proceso de entropía creciente tras el cual se inaugurará un ciclo nuevo. La historia había pasado a ser nuestro mayor problema, y debía ser encauzada a fuerza de humanidad.
Sobre este poema afirma el poeta uruguayo Mario Benedetti, que posee no menos hondura que el “Sermón sobre la muerte” de César Vallejo, “Alturas de Machu Pichu” de Pablo Neruda, y el “Soliloquio del individuo” de Parra. Y según el crítico italiano Oreste Macrí: “Es tal la fuerza de la naturaleza tropical, intuida desde el punto de vista de los muertos y que se devora en una confusión de los sentidos y de la vida-muerte, que la ‘Tierra Baldía’ de Eliot parece ante ella como una pálida variación libresca”.
Obviamente, las técnicas empleadas en ambos poemas (escritos con 21 años de diferencia) son distintas. Como asevera el poeta Álvaro Urtecho, “ambos son hijos de una gran crisis espiritual, social y moral; ambos ofrecen un testimonio de la ignominia y la alienación de la época; ambos auscultan sus respectivos abismos, formulan las grandes preguntas e intentan descifrar las perspectivas del hombre en una de las encrucijadas más difíciles de su historia”.
Pero “La tierra baldía” (1922) de Eliot está llena de citas, notas explicativas y alusiones a una gran variedad de fuentes que van desde Shakespeare, Dante, Baudelaire, Wagner, Ovidio, San Agustín, sermones budistas, folklore, interpolación de lenguas extranjeras; su autor usa deliberadamente la fragmentación y la discontinuidad, los cambios de perspectiva, dejando que el lector construya sus propios patrones del hilo discursivo, destruyendo así los hábitos lineales de lectura, pero contribuyendo a la imagen general de la desintegración cultural expresada en el poema, y creando una nueva tradición del lenguaje literario.
Mientras que Pasos, en el “Canto de guerra de las cosas” (1943), no se propone innovar el lenguaje literario, sino transmitir el dolor humano producido por la conmoción de las cosas ante la crisis cultural del siglo, con un sentido no franciscano de comunión con la naturaleza, sino profundamente doloroso. Es quizás en ese sentido que hay que interpretar a Macrí, cuando afirma que “La tierra baldía” parece sólo “una pálida variación libresca” del “Canto de guerra de las cosas”. Imponderada o no dicha afirmación, lo cierto es que es una injusticia que el “Canto de guerra de las cosas” no ocupe un lugar especial en la literatura en lengua española, como lo ocupa “La tierra baldía” en la literatura inglesa.
Esa tierra que es calificada por Eliot de baldía, es también en el poema de Pasos, una tierra de nadie (“la ración humana en forma de pequeños ataúdes”). La bella escena surrealista de los marineros, por ejemplo, denota el sentimiento predominante del siglo XX: la angustia. Los marineros ven que algo está pasando, que se ha cerrado la fraternidad cósmica, que ha quedado una sensación de soledad y algo peor: una falta de dirección, y por tanto, de sentido. Incluso, ya han perdido el habla: es la consumación de la incomunicación.
Los marineros están un poco excitados. Algo les turba su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la tierra y escudriñan el aire.
Pero no hay nada
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
(…)
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan
¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No pasa nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.
Ante la hecatombe, el sentido interpelativo y de denuncia de Pasos se adhiere al texto en un proceso de cristalización negativa. Es un poema para un tiempo de apocalipsis.
…florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la espada,
somos una vegetación de sangre,
somos flores de carne que chorrean sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Sin embargo, la tierra es a la vez Ara y Orco: de ahí su “santidad y hediondez” compaginadas. Por tanto, se puede afirmar –por deducción y por inducción– que los últimos versos que sentencian a la existencia a ser ausencia, no son excluyentes sino episódicos, solamente cierran un círculo:
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.
Pues en la ausencia se atisba una nueva presencia: Dios puede llamar a la existencia a lo que no existe. Por eso es muy significativo el epígrafe de San Pablo, por el que el poema advierte ab initio la esperanza cristiana aún desde la rudeza del espíritu humano. La visión apocalíptica es una virtud salvífica. “Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. (…) Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo”. (Rom 8, 18-23). El “pathos” humano tiene sentido en la esperanza de la resurrección. Como explican los teólogos, el “destino trascendente” dado por Dios a la Creación está en íntima relación con la realidad evolutiva de un mundo que va gestando en su seno otro mundo, que no será totalmente distinto de éste, aunque lo supere en plenitud. Esta zona paulina influyó profundamente en el “Canto de guerra de las cosas”.
El fin del mundo es, al fin y al cabo, sólo el fin de un mundo. Y la muerte es para cada hombre, cabalmente, el fin del mundo. No obstante, la disolución del mundo no conlleva la anulación del diálogo de la fe con el mundo: Dios es la última realidad.
Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado en seco.
No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por las ciudades vacías de casas, ni por los campos llenos de huérfanos.
Es el dolor entero.
Como en el viejo tiempo de Israel (sobre todo Dt., Jos., Jue., Sam.), en que las guerras culminaban cada vez en una teofanía, con la incisión de Dios en el curso de la historia, el poema de Pasos adquiere rasgos metahistóricos y entra en la apocalíptica cristiana moderna.

NOTA
1. Ya desde 1954 Pablo Antonio Cuadra ubicaba a Pasos entre los cinco poetas más representativos de Hispanoamérica, en “Dos mares y cinco poetas”, Torres de Dios. Adicionalmente pueden consultarse a Steven White, “El viaje escatológico en la poesía de Joaquín Pasos, Vicente Huidobro y T. S. Eliot”, en La poesía de Nicaragua y sus diálogos con Francia y Estados Unidos, 1992; y a Eduardo Zepeda-Henríquez, “Joaquín Pasos: sabiduría y temporalidad. Estudio de la poesía de un nuevo clásico”, en Linaje de la poesía nicaragüense, 1996. La obra de Pasos se reduce a los siguientes títulos, todos póstumos: Breve suma (1947), Poesía (1960), Poemas de un joven (1962), Prosas de un joven (1995).

 


CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS / Joaquín Pasos

Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras
                                                                                    familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su
                                                                                    carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño
                                                                                    mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido
                                                                                    acero...
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.
 
El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro
                                                                                    palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano
                                    que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.
 
Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin
                                                                                                            dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro
                                                                                                cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por
                                                                                                tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir
                                                                                                otro cuchillo.
Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la
                                                                                                carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas...
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
decid si este diluvio de fuego líquido
no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
¡sin que haya un arca de acero que resista
ni un avión que regrese con la rama de olivo!
 
Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios
                                                                                                fundidos.
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones
                                                                                                de bakelita,
vuestros risibles y hediondos pies de hule,
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha
                                                                        sostenido una estatua.
Los marineros están un poco excitados. Algo les turba
                                                                                                su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
Cuando hayamos llegado.
Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua del mar tiene un sabor más amargo,
el viento del mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No ha pasado nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.
 
No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos
                                                                                                de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las
                                                                                                de navegar.
Todas los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasmas de bandera para ser
                                                pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el
                                                                                                            viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si
                                                                                    fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y
                                                                        besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora
                                                                                    de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
Sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una
                                                                                    niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de
                                                                                                mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.
 
Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio,
con el hueco de un corazón fugitivo,
con la sombra del cuerpo
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el espacio vacío de una mano sin dueño,
con los labios heridos
con los párpados sin sueño,
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del
                                                                                                resentimiento
y el narciso,
con el hombro izquierdo
con el hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas que aún están adentro
y no han salido,
con el porvenir sin premio con el pasado sin castigo,
con el aliento,
con el silbido,
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de
líquido
con el último verso del último libro.
Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.
 
Somos la orquídea de acero,
florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la
espada,
somos una vegetación de sangre,
somos flores de carne que chorrean sangre,
somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un
inmenso jardín de muertes.
 
Como la enredadera púrpura de filosa raíz,
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.
Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arco-iris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.
 
Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia el aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aqui la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.
 
Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso,
Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
en el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.
 
Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que vista en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta.
tu, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas, sobre
                                                                                                            la verja
tú que miraste a un caballo del tiovivo
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen
                                                                                    los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.
 
Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera
                                                                                    sonámbula, sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficientes para morir las semillas del
                                                                                    cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de
                                                                                    la boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles
                                                                                    inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.
¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!
 
Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado
                                                                                    en seco.
 
No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de
                                                                                                huérfanos.
Es el dolor entero.
 
No pueden haber lágrims ni duelo
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
¡puedes pasar en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.


Joaquín Pasos
Nació el 14 de mayo en Granada (Nicaragua). Comenzó a escribir poesía, siendo muy joven. Desde 1929, con tan sólo 16 años, entra a formar parte del grupo "Movimiento de Vanguardia", en el que se cuentan, entre otros, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Manolo Cuadra y Luis Alberto Cabrales.
Pasos fue el miembro más joven del grupo, y abanderó la tendencia que se conoció como "Anti-Parnaso", por la decisiva lucha contra las formas parnasianas imperantes en las letras nicaragüenses de aquella época. En 1932 se graduó en el Colegio Centroamérica.
Colaboró en diversas publicaciones vinculadas a las vanguardias literarias de la época, como el periódico La Reacción, o la revista humorística Los Lunes, donde alcanzó notable popularidad. En varias ocasiones fue encarcelado por sus sátiras contra el dictador Somoza.
En 1939 escribió junto a José Coronel Urtecho una pieza teatral titulada Chinfonía burguesa.
Murió en Managua un 20 de enero de 1947, debido a problemas de salud provocados por el alcoholismo sin haber llegado a reunir su obra poética en forma de libro. Su muerte provocó una gran conmoción en las letras nicaragüenses. Ese mismo año fue publicada una antología de su obra titulada Breve Suma. En 1962 Ernesto Cardenal realizó una nueva antología más completa bajo el título de Poemas de un joven
Sus poemas fueron agrupados de acuerdo al plan que el mismo Joaquín había diseñado: Poemas de un joven que no ha viajado nunca (que incluía poemas sobre países que nunca visitó); Poemas de un joven que no ha amado nunca (que incluía sus poesía amorosa); Poemas de un joven que no sabe inglés (que incluía sus poemas en esa lengua, que aprendió sin maestro desde niño); y además, Misterio indio (sus poemas de temática indígena). Su poema Canto de guerra de las cosas está considerado como el más importante de su producción; su poema Coral de mendigos es digna de la antología latinoamericana más exigente.