El “Canto de guerra de las cosas” de
Joaquín Pasos
Pedro Xavier Solís
Joaquín Pasos
Joaquín Pasos Argüello. (Granada, Nicaragua. Nació el 14 de mayo de 1914.
Murió, a la edad de 32 años, el 20 de enero de 1947). Incursiona con audacia
metafórica e imaginista en el misterio de la muerte, del amor y de la vida, de
lo indio (sus motivos indios son verdaderas etopeyas) y de lo apocalíptico. A
juicio de Cuadra, “es en la poesía nicaragüense el poeta lúdico por
excelencia”, que “en su mester de juglaría se adelanta a lo que años después,
en manos de Nicanor Parra, se llamaría la ‘anti-poesía’”. [1]
También con ese mismo sentido lúdico, en “Poemas de un
joven que no sabe inglés”, se apropió casi instintivamente de la lengua inglesa,
significando el segundo aporte nacional a la poesía en ese idioma (el primero
lo constituye Tropical town and other poems, de Salomón de la Selva).
Pero su poema más famoso: “Canto de guerra de las
cosas”, es uno de los testimonios más dramáticos del siglo XX. Es notable el
paso de sus inicios poéticos llenos de humor y de un sentido jubiloso de la
vida, a la visión descarnada y a la vez parturienta de este poema motivado por
el vértice de dos muertes: la del mundo en la Segunda Guerra Mundial, y la
cercanía prematura de su propia muerte.
Tampoco debe obviarse que desde el salto transformador
al bipedalismo, que representa la adaptación crucial en que el linaje del
hombre y el mono se divide, se avanzó en el siglo XX hasta lo que podía ser la
última aventura humana con el fraccionamiento del átomo. Pero los historiadores
y los científicos tuvieron mucho que decir aún antes de la Bomba Atómica,
durante las décadas de 1920 y 1930, sobre la Segunda Ley de Termodinámica (o
Ley de Entropía), que significa que la energía se degrada y que la Tierra será
algún día inadecuada como morada del hombre. Esta ley física se entendió como
una sentencia de muerte para la humanidad, que se vio de pronto condenada a la
futilidad. El hombre le da sentido a la obra creacional de Dios, pero en el
contexto de la vacuidad es la ausencia de sentido. Ello produjo en esta
generación mucha poesía pesimista. Ejemplos concretos de Pasos serían los
nihilistas “Nosotros” y “Cementerio”, piezas maestras de la “anti-poesía”:
En la tierra aburrida de los hombres
que roncan
se hizo piedra mi sueño, y después
se hizo polvo.
Estos poemas que preludian el “Canto de guerra de las
cosas”, no gozan de la esperanza que Pasos injerta a ese gran poema-testamento,
estructurado con la técnica admonitiva del sermón, en donde no deja de asomar
una fuerza positiva arraigada en la fe católica, como en un proceso de entropía
creciente tras el cual se inaugurará un ciclo nuevo. La historia había pasado a
ser nuestro mayor problema, y debía ser encauzada a fuerza de humanidad.
Sobre este poema afirma el poeta uruguayo Mario
Benedetti, que posee no menos hondura que el “Sermón sobre la muerte” de César
Vallejo, “Alturas de Machu Pichu” de Pablo Neruda, y el “Soliloquio del
individuo” de Parra. Y según el crítico italiano Oreste Macrí: “Es tal la
fuerza de la naturaleza tropical, intuida desde el punto de vista de los
muertos y que se devora en una confusión de los sentidos y de la vida-muerte,
que la ‘Tierra Baldía’ de Eliot parece ante ella como una pálida variación
libresca”.
Obviamente, las técnicas empleadas en ambos poemas
(escritos con 21 años de diferencia) son distintas. Como asevera el poeta
Álvaro Urtecho, “ambos son hijos de una gran crisis espiritual, social y moral;
ambos ofrecen un testimonio de la ignominia y la alienación de la época; ambos
auscultan sus respectivos abismos, formulan las grandes preguntas e intentan
descifrar las perspectivas del hombre en una de las encrucijadas más difíciles
de su historia”.
Pero “La tierra baldía” (1922) de Eliot está llena de
citas, notas explicativas y alusiones a una gran variedad de fuentes que van
desde Shakespeare, Dante, Baudelaire, Wagner, Ovidio, San Agustín, sermones
budistas, folklore, interpolación de lenguas extranjeras; su autor usa
deliberadamente la fragmentación y la discontinuidad, los cambios de
perspectiva, dejando que el lector construya sus propios patrones del hilo
discursivo, destruyendo así los hábitos lineales de lectura, pero contribuyendo
a la imagen general de la desintegración cultural expresada en el poema, y
creando una nueva tradición del lenguaje literario.
Mientras que Pasos, en el “Canto de guerra de las
cosas” (1943), no se propone innovar el lenguaje literario, sino transmitir el
dolor humano producido por la conmoción de las cosas ante la crisis cultural
del siglo, con un sentido no franciscano de comunión con la naturaleza, sino
profundamente doloroso. Es quizás en ese sentido que hay que interpretar a
Macrí, cuando afirma que “La tierra baldía” parece sólo “una pálida variación
libresca” del “Canto de guerra de las cosas”. Imponderada o no dicha
afirmación, lo cierto es que es una injusticia que el “Canto de guerra de las
cosas” no ocupe un lugar especial en la literatura en lengua española, como lo
ocupa “La tierra baldía” en la literatura inglesa.
Esa tierra que es calificada por Eliot de baldía, es
también en el poema de Pasos, una tierra de nadie (“la ración humana en forma
de pequeños ataúdes”). La bella escena surrealista de los marineros, por
ejemplo, denota el sentimiento predominante del siglo XX: la angustia. Los
marineros ven que algo está pasando, que se ha cerrado la fraternidad cósmica,
que ha quedado una sensación de soledad y algo peor: una falta de dirección, y
por tanto, de sentido. Incluso, ya han perdido el habla: es la consumación de
la incomunicación.
Los marineros están un poco
excitados. Algo les turba su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el
agua,
se asoman a la tierra y escudriñan
el aire.
Pero no hay nada
No hay peces, ni olas, ni estrellas,
ni pájaros.
(…)
Y no camina el barco. Se quedó
quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan
¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No pasa nada. Están un poco
excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán
el ancla.
Ante la hecatombe, el sentido
interpelativo y de denuncia de Pasos se adhiere al texto en un proceso de
cristalización negativa. Es un poema para un tiempo de apocalipsis.
…florecimos en la trinchera como el
moho sobre el filo de la espada,
somos una vegetación de sangre,
somos flores de carne que chorrean
sangre
y sube y baja según su peligrosa
marea.
Sin embargo, la tierra es a la vez
Ara y Orco: de ahí su “santidad y hediondez” compaginadas. Por tanto, se puede
afirmar –por deducción y por inducción– que los últimos versos que sentencian a
la existencia a ser ausencia, no son excluyentes sino episódicos, solamente
cierran un círculo:
He aquí la ausencia del hombre, fuga
de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se
quemó allá lejos.
Pues en la ausencia se atisba una nueva presencia:
Dios puede llamar a la existencia a lo que no existe. Por eso es muy
significativo el epígrafe de San Pablo, por el que el poema advierte ab
initio la esperanza cristiana aún desde la rudeza del espíritu humano. La
visión apocalíptica es una virtud salvífica. “Porque estimo que los
sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de
manifestar en nosotros. (…) Pues sabemos que la creación entera gime hasta el
presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que
poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro
interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo”. (Rom 8, 18-23). El “pathos”
humano tiene sentido en la esperanza de la resurrección. Como explican los
teólogos, el “destino trascendente” dado por Dios a la Creación está en íntima
relación con la realidad evolutiva de un mundo que va gestando en su seno otro
mundo, que no será totalmente distinto de éste, aunque lo supere en plenitud.
Esta zona paulina influyó profundamente en el “Canto de guerra de las cosas”.
El fin del mundo es, al fin y al cabo, sólo el fin de
un mundo. Y la muerte es para cada hombre, cabalmente, el fin del mundo. No
obstante, la disolución del mundo no conlleva la anulación del diálogo de la fe
con el mundo: Dios es la última realidad.
Por fin, Señor de los Ejércitos, he
aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin
subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a
nosotros el dolor parado en seco.
No es un dolor por los heridos ni
por los muertos,
ni por las ciudades vacías de casas,
ni por los campos llenos de huérfanos.
Es el dolor entero.
Como en el viejo tiempo de Israel (sobre
todo Dt., Jos., Jue., Sam.), en que las guerras culminaban cada vez en una
teofanía, con la incisión de Dios en el curso de la historia, el poema de Pasos
adquiere rasgos metahistóricos y entra en la apocalíptica cristiana moderna.
NOTA
1. Ya desde
1954 Pablo Antonio Cuadra ubicaba a Pasos entre los cinco poetas más
representativos de Hispanoamérica, en “Dos mares y cinco poetas”, Torres de
Dios. Adicionalmente pueden consultarse a Steven White, “El viaje
escatológico en la poesía de Joaquín Pasos, Vicente Huidobro y T. S. Eliot”, en
La poesía de Nicaragua y sus diálogos con Francia y Estados Unidos,
1992; y a Eduardo Zepeda-Henríquez, “Joaquín Pasos: sabiduría y temporalidad.
Estudio de la poesía de un nuevo clásico”, en Linaje de la poesía
nicaragüense, 1996. La obra de Pasos se reduce a los siguientes títulos,
todos póstumos: Breve suma (1947), Poesía (1960), Poemas de un
joven (1962), Prosas de un joven (1995).
CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS / Joaquín Pasos
Cuando
lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que
llegáis a viejos,
si es que
entonces quedó alguna piedra.
Vuestros
hijos amarán al viejo cobre,
al hierro
fiel.
Recibiréis a
los antiguos metales en el seno de vuestras
familias,
trataréis al
noble plomo con la decencia que corresponde a su
carácter dulce;
os
reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el
bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el
oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se
quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño
mimado,
vestido de
terciopelo, arropado, protegido por el resentido
acero...
Cuando
lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que
llegáis a viejos,
si es que
entonces quedó algún oro.
El agua es
la única eternidad de la sangre.
Su fuerza,
hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento
anhelo de viento y cielo,
hecho
sangre.
Mañana dirán
que la sangre se hizo polvo,
mañana
estará seca la sangre.
Ni sudor, ni
lágrimas, ni orina
podrán
llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana
envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro
palpitante,
la
constancia viva de un grifo,
el grueso
líquido.
El río se
encargará de los riñones destrozados
y en medio
del desierto los huesos en cruz pedirán en vano
que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.
Dadme un
motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un
cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin
dolor.
Dadme por
fuera un cuerpo de metal y por dentro otro
cuerpo de metal
igual al del
soldado de plomo que no muere,
que no te
pide, Señor, la gracia de no ser humillado por
tus obras,
como el
soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu
día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu
metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu
agua devolverá su sangre.
Y que quiere
ser como un cuchillo, al que no puede herir
otro cuchillo.
Esta cal de
mi sangre incorporada a mi vida
será la cal
de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí
está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la
ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la
ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través
de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la
carne.
Y luego,
decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los
campos no están sembrados de bayonetas,
si no han
reventado a su tiempo las granadas...
Decid si hay
algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea
un fecundo nido de bombas robustas;
decid si
este diluvio de fuego líquido
no es más
hermoso y más terrible que el de Noé,
¡sin que
haya un arca de acero que resista
ni un avión
que regrese con la rama de olivo!
Vosotros,
dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios
fundidos.
Vuestras
casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras
lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones
de bakelita,
vuestros
risibles y hediondos pies de hule,
todo se
funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se
funde y se escapa con rencor el acero que ha
sostenido una estatua.
Los
marineros están un poco excitados. Algo les turba
su viaje.
Se asoman a
la borda y escudriñan el agua,
se asoman a
la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay
nada.
No hay
peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor
capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos
más tarde.
Cuando
hayamos llegado.
Los
marineros quieren lanzar el ancla,
los
marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es
nada. Están un poco excitados.
El agua del
mar tiene un sabor más amargo,
el viento
del mar es demasiado pesado.
Y no camina
el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los
marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido
el habla.
No ha pasado
nada. Están un poco excitados.
Nunca
volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.
No había que
buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos
de la cábala.
En todas las
cartas estaba, hasta en las de amor y en las
de navegar.
Todas los
signos llevaban su signo.
Izaba su
bandera sin color, fantasmas de bandera para ser
pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que
cuando flotaba al viento parecía que flotaba el
viento.
Iba y venía,
iba en el venir, venía en el yendo, como que si
fuera viniendo.
Subía, y
luego bajaba hasta en medio de la multitud y
besaba a cada hombre.
Acariciaba
cada cosa con sus dedos suaves de sobadora
de marfil.
Cuando
pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando
pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante
el vidrio de todas las vitrinas,
Sobre el río
de todos los puentes,
por el cielo
de todas las ventanas.
Era la misma
vida que flota ciega en las calles como una
niebla borracha.
Estaba de
pie junto a todas las paredes como un ejército de
mendigos,
era un
diluvio en el aire.
Era tenaz, y
también dulce, como el tiempo.
Con la opaca
voz de un destrozado amor sin remedio,
con el hueco
de un corazón fugitivo,
con la
sombra del cuerpo
con la
sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el
espacio vacío de una mano sin dueño,
con los
labios heridos
con los
párpados sin sueño,
con el
pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del
resentimiento
y el
narciso,
con el
hombro izquierdo
con el
hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas
que aún están adentro
y no han
salido,
con el
porvenir sin premio con el pasado sin castigo,
con el
aliento,
con el
silbido,
con el
último bocado de tiempo, con el último sorbo de
líquido
con el
último verso del último libro.
Y con lo que
será ajeno. Y con lo que fue mío.
Somos la
orquídea de acero,
florecimos
en la trinchera como el moho sobre el filo de la
espada,
somos una
vegetación de sangre,
somos flores
de carne que chorrean sangre,
somos la
muerte recién podada
que
florecerá muertes y más muertes hasta hacer un
inmenso jardín de muertes.
Como la
enredadera púrpura de filosa raíz,
que corta el
corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y
baja según su peligrosa marea.
Así hemos
inundado el pecho de los vivos,
somos la
selva que avanza.
Somos la
tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano
corrompido que burbujea mariposas y arco-iris.
Donde tu
cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro
dolor brillante en carne viva,
oh santa y
hedionda tierra nuestra,
humus
humanos.
Desde mi
gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo
y tardo, ya encanecido,
desde el
fondo de un vértigo lamoso
sin negro y
sin color completamente ciego.
Asciendo
como topo hacia el aire
que huele mi
vista,
el ojo de mi
olfato, y el murciélago
todo hecho
de sonido.
Aqui la
piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede
imaginar si vamos o venimos,
pero
venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos,
ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta
cruel mudez que quiere cantar.
Como un
súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el
violento deseo de sufrir,
y luego el
llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso
corazón ladrando en la puerta.
Y en la
puerta un cubo que se palpa
y un camino
verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más
hondo aún, hasta el agua,
y en el agua
una palabra samaritana
hasta más
hondo aún, hasta el beso,
Del mar
opaco que me empuja
llevo en mi
sangre el hueco de su ola,
el hueco de
su huida,
un
precipicio de sal aposentada.
Si algo
traigo para decir, dispensadme,
en el bello
camino lo he olvidado.
Por un
descuido me comí la espuma,
perdonadme,
que vengo enamorado.
Detrás de ti
quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros
muertos, árboles sin riego.
Una hiedra
marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada
exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que
la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que
vista en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la
invitada al viento en fiesta.
tu, la dueña
de una cotorra y un coche de ágiles ruedas, sobre
la verja
tú que
miraste a un caballo del tiovivo
y quedar
sobre la grama como esperando que lo montasen
los niños de la escuela,
asiste
ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.
Los frutos
no maduran en este aire dormido
sino
lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los
insectos se equivocan en esta primavera
sonámbula, sin sentido.
La
naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni
fuerzas suficientes para morir las semillas del
cultivo
y su muerte
se oye como el hilito de sangre que sale de
la boca del hombre herido.
Rosas
solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor
de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles
inscritos.
Ni un solo
grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido
de un bravo asesino con su cuchillo.
¡Qué dieras
hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras
por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras
porque sembraran en tu carne un hijo!
Por fin,
Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin
lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor
verdadero.
Por fin,
Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado
en seco.
No es un
dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la
sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos
ni por las
ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de
huérfanos.
Es el dolor
entero.
No pueden
haber lágrims ni duelo
ni palabras
ni recuerdos,
pues nada
cabe ya dentro del pecho.
Todos los
ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los
hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de
este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o
lleno.
Las vidas de
los que quedan están con huecos,
tienen
vacíos completos,
como si se
hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a
este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver
cielos e infiernos.
Mira mi
cabeza hendida por millares de agujeros:
a través
brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi
mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
¡puedes
pasar en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la
ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas,
almas, fuego.
Todo se
quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.
Joaquín Pasos
Nació el 14 de mayo
en Granada (Nicaragua). Comenzó a escribir poesía,
siendo muy joven. Desde 1929,
con tan sólo 16 años, entra a formar parte del grupo "Movimiento de
Vanguardia", en el que se cuentan, entre otros, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Manolo
Cuadra y Luis Alberto Cabrales.
Pasos fue el
miembro más joven del grupo, y abanderó la tendencia que se conoció como
"Anti-Parnaso", por la decisiva lucha contra las formas parnasianas
imperantes en las letras nicaragüenses de aquella época. En 1932 se graduó en el Colegio Centroamérica.
Colaboró en
diversas publicaciones vinculadas a las vanguardias literarias de la época,
como el periódico La Reacción, o la revista humorística Los Lunes,
donde alcanzó notable popularidad. En varias ocasiones fue encarcelado por sus
sátiras contra el dictador Somoza.
En 1939 escribió junto a José Coronel Urtecho una pieza teatral
titulada Chinfonía burguesa.
Murió en Managua un 20 de
enero de 1947,
debido a problemas de salud provocados por el alcoholismo sin haber llegado a
reunir su obra poética en forma de libro. Su muerte provocó una gran conmoción
en las letras nicaragüenses. Ese mismo año fue publicada una antología de su obra
titulada Breve Suma. En 1962 Ernesto Cardenal realizó una nueva antología más
completa bajo el título de Poemas de un joven
Sus poemas fueron
agrupados de acuerdo al plan que el mismo Joaquín había diseñado: Poemas de
un joven que no ha viajado nunca (que incluía poemas sobre países que nunca
visitó); Poemas de un joven que no ha amado nunca (que incluía sus poesía
amorosa); Poemas de un joven que no sabe inglés (que incluía sus poemas
en esa lengua, que aprendió sin maestro desde niño); y además, Misterio
indio (sus poemas de temática indígena). Su poema Canto de guerra de las
cosas está considerado como el más importante de su producción; su
poema Coral de mendigos es digna de la antología latinoamericana más
exigente.