julio 24, 2012

Augusto Monterroso: Decálogo del escritor

Augusto Monterroso: Decálogo del escritor

 Augusto Monterroso.  Guatemalteco: 1921-2003.

Primero
Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

Segundo
No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.

Tercero
En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: "En literatura no hay nada escrito".

Cuarto
Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamas escribas nada con cincuenta palabras.

Quinto
Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

Sexto
Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

Séptimo
No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.

Octavo
Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.


Noveno
Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.

Décimo
Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

Undécimo
No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

Duodécimo
Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecera tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te señalara con el dedo en el supermercado.
El autor da la opción al escritor, de descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez.

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Augusto Monterroso es un escritor guatemalteco que nació en Tegucigalpa, capital de Honduras y desde 1944 fijó su residencia habitual en México, país al que se trasladó por motivos políticos.
Comienza a publicar sus escritos en 1959, con Obras completas (y otros cuentos).
Y se destaca su inclinación por la parodia, la fábula y el ensayo, el humor negro y la paradoja.
Recibió el premio Villaurrutia en 1975 y en 1988  la condecoración del Águila Azteca. En 1996, año en que dio por concluido su exilio, se le otorgó el Premio Juan Rulfo de narrativa y reunió en el volumen Cuentos, fábulas y lo demás es silencio toda su obra de ficción.
Obras:
Obras completas (y otros cuentos)(1959) colección de historias donde ya se prefiguran los rasgos fundamentales de  su personalísima narrativa.
La oveja negra y demás fábulas (1969)
Movimiento perpetuo (1972)
La novela Lo demás es silencio (1978)
La letra e: fragmentos de un diario (1987)
Viaje al centro de la fábula
La palabra mágica (1983).
*Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí… está considerada como el relato más breve de la literatura universal.
 

julio 11, 2012

ILUSIÓN DE UNA SINFONÍA: LA AMAZONÍA. Por Armando Arteaga



Presentación del libro "Sinfonía de ilusiones" de Juan Rodríguez Pérez, a cargo de Maynor Freyre, Armando Arteaga y Juan Benavente. En "El Ekeko" de Barranco.

Cuando se hable de la narrativa de la Amazonía Peruana siempre se recordarán las bellas paginas de la novela “Sangama” de Arturo Hernández que exalta su vorágine-zagala, el cromático paisaje-exuberante  de la novela “Paiche” de Cesar Calvo de Araujo, el exotismo-mágico  de los personajes ribereños de los cuentos de Francisco Izquierdo Ríos, la exaltación geográfica-difícil de los relatos de Fernando Romero.
Dentro de veinte años,  cuando se vuelva la mirada hacia atrás, y algunos como Lot, nos encontremos como estatuas literarias, se recordará esta “Sinfonía de Ilusiones” (Cuentos de Juan Rodríguez Pérez).
La verdad es que estoy sorprendido con el manejo temático amazónico de este libro “Sinfonía de Ilusiones” de Rodríguez Pérez.  Rodríguez Pérez es un acertado constructor, de secuencias y “ritmos interiores” contables, de ciertas historias inverosímiles de nuestra Amazonía, que este joven escritor de la región San Martín hace con destreza.
En el primer cuento “Mami Juana, no veía mejor que Papá Leo”, la lluvia y la Amazonía con su estruendo musical: enriquecen tremendamente el contexto narrativo de aquel viejo sentado sobre un petate en la puerta de su casa que espera ver el regreso del hijo peregrino que se ha ido a la ciudad.  La lluvia y la “shapaja” del techo de la casa definen las pautas del contexto narrativo. Me parece estar atrapado por aquella atmosfera del “tropo-tropel- pluvial” que Gabriel García Márquez le da a su cuento “Isabel viendo llover en Macondo”.  Pero,  no solo eso, sino que este personaje cuya figura fantasmal divaga por el Ucayali, y nos descubre una calle del pueblo de Huinguillo también es “macondiano”.  En la Amazonía, todo es posible, menos que el hijo peregrino vuelva hijo prodigo recuperado desde el olvido o desde la memoria recobrada, para encontrarse nuevamente con el padre.  Detalle bíblico, pero sin religión alguna, que Rodríguez Pérez, trae para la narrativa joven de nuestro país.
En el cuento “Se acabaron tus minutos”, el Ing. Cappillo se hace viejo mirándose a través del “espejo de su vida” en búsqueda de “otra” felicidad, otra mujer, a lo mejor, que lo salve de su matrimonio de pacotilla, que lo libere, o que lo delate cruelmente: tal el “olor” de la crema dentífrica en la celosa imaginación de su mujer.  Aquí el amor, otorga a los seres infelices y terrestres cierta mediocridad enmarañada en su propio laberinto humano, esta mediocridad los ayuda a vivir.  La vida cotidiana tiene cierta importancia y brillo en cada circunstancia, que así nomas  cualquiera de estos seres no tiene sumaria posible.  Pareciera que el tiempo real, vuelva a estos seres humanos (sujetos extremos) en personajes feos y nefastos (objetos muertos en vida), atrapados en su propia vorágine prodigiosa. Aquí, solamente el tiempo real, los minutos contados, logran despejar todas las mentiras del mundo.
La “Sinfonía de Ilusiones”, me resulta casi un suceso familiar,  para los que conocemos la Amazonía en su verdadera dimensión, nos resulta un hecho inserto en la propia vida de sus pobladores:  el acontecimiento de la muerte, la influencia del fenómeno mortuorio en la vida misma de sus personajes, de vital importancia, porque la muerte no termina nunca, al contrario prolonga los pesares y las nostalgias, trastoca todos los sueños, hasta convertir a todos los individuos en hombres anónimos y vulgares.  El cuento “Anónimo Vulgar”, es la prolongación de las ilusiones, es por eso que Rodríguez Pérez reflexiona –camusianamente- diciendo: “Tanto luchar, para terminar apestando”, aunque el rio de la vida, recordemos a Heráclito, siga discurriendo siempre: prudencialmente, provocativamente, provenzalmente.



Amazonía, selva exuberante y narrativa como la de Horacio Quiroga, agua, música, ríos que abren senderos, tiempo y ficción, cotidianidad: se entrecruzan en estos cuentos donde “lo amazónico” siempre está presente con todas sus alegrías y todos sus miedos, como en el cuento “¿Pazos?”.  Una mirada “realista” se expresa en “Fin de Semana”, aquí también (como en “Se acabaron tus minutos”), el Ing. Cappillo, como Astolfo: el padre del niño que relata en primera persona la infelicidad y el amor,  se asfixian en la modesta vida pueblerina, van siempre de la mano con la mnemotecnia popular.  Los personajes siempre se traicionan a ellos mismos y a la gente que los rodea.  Rodríguez Pérez extrae estos detalles humanos, sin menoscabar la belleza exuberante del laberinto selvático, para decirnos que allí también, en ese estupendo escenario sus personajes se angustian y viven su propio sufrimiento existencial.
La sopa de zapato que Arturito toma, no es más que una indicación de la pobreza material sublimada con la ironía que le pone el escritor, en esa realidad están sumergidos estos personajes, pero es también algo real.  La fantasía más extraordinaria que recoge este libro de cuentos se da en este simple dialogo:

-No tengo hambre- contesta Arturito.
-¿Qué haz comido que no tienes hambre?.

El hambre es el lenguaje que hablan estas familias pobres, un ensañamiento discreto de sus propias debilidades, enmascaradas dentro de su propia vida en el esplendor del paisaje selvático, donde toda imaginación es posible.  El autor usa casi siempre diminutivos como Arturito, Felipito, Jorgito, otorgándole a estas “creaturas”: roles infantiles y familiares, dentro de todo este laberinto literario y misterioso, del que por supuesto, sale airoso.
Podemos decir, que la narrativa amazónica, nos trae ahora personajes menos épicos, de carne y hueso, pellejos humanos: no tan éticos, nada felices,  y más silvestres.  Algunos de estos personajes ya están en la tradición narrativa y discursiva de Hernández, Izquierdo Ríos, Calvo de Araujo y Romero, y otros personajes: los que ha inculcado la narrativa de Rodríguez Pérez,  traen los problemas actuales de la indisposición actual y la indigencia moral de la situación actual y coyuntural de nuestra Amazonia.  Son más cercanos a nuestra percepción vigente. Encuentro mucho de equilibro literario en este libro de cuentos entre la realidad y la ficción, pero sobre todo madurez, para ser su primer libro.  Saludo entonces, la llegada puntual de esta narrativa de Juan Rodríguez Pérez como un destacado escritor, sumándose al lado de otros jóvenes narradores, que para mi gusto son los que destacan: Fernando Ampuero, Teófilo Gutiérrez, Cronwell Jara, Oscar Colchado, Dante Castro y Zein Zorrilla.

El Ekeko, Barranco.  Septiembre, 1995.
Juan Rodríguez Pérez. Suiza, 1992, en la ciudad de Lugano.