diciembre 27, 2021

EL CUENTO PIURANO: UNA TRAYECTORIA IMPECABLE Armando Arteaga

EL CUENTO PIURANO:

UNA TRAYECTORIA IMPECABLE

Armando Arteaga

Siempre es un riesgo aventurar opiniones sobre un problema candente: el cuento piurano. Los historiadores de la literatura regional piurana tocan siempre con prudencia los preferentes asuntos rurales que se contraponen sobre  los asuntos urbanos, cuando tienen que señalar  sus preferencias sobre las bondades  temáticas del cuento  piurano.

No es nada difícil ubicarlos cronológicamente a los escritores para alguna antología, lo importante se vuelve una desconfianza tradicional cuando hurgas sobre el material que conforman libros, autores, representatividad de la producción narrativa, y abordar la problemática del ámbito cultural en donde se desenvuelven los puntos de vista distintos de los cuentistas piuranos.



“Esto que parece cuento no lo es, pero puede tomarse como tal” -emprende Enrique López Albújar (1872-1966) en su cuento “La tristeza del Faucett” de su libro “La diestra de Don Juan” (1973), donde su reciedumbre norteña llega a mostrar los extremos de su interioridad vital-. Cuentos pioneros publicados tardíamente por el patriarca, textos diversos e intensos donde Piura lejos de guiñarle el ojo, tiene  una mirada enigmática confrontada a respuestas de cuestiones existenciales urbanas.

 


Lo rural, es cierto, tiene en “Cuentos de  Don Miguel” (1963), del religioso y antropólogo  huancabambino: Justino Ramírez Adrianzén (1906-1985), la reivindicación humanista y el advenimiento de la épica de una cultura agraria. Relatos de divergencias costumbristas,  con un reproche a la feudalidad, inmersos de ironía moralizante. “Yo me llamo Antón”, es un relato corto y moderno, lejos de las tediosas descripciones de otros narradores indignados por la cuestión social.


Cuando Rómulo León Zaldívar (1885-1969) publicó sus “Cuentos Piuranos” (1958), es claro que, llega tarde esa narrativa al debate académico, pero pretende recuperar un largo silencio;  sus cuentos insisten en exaltar aspectos tradicionales: “Acciones borran pasiones”, supone la exuberancia localista que recupera y denuncia la realidad, de entonces, tal como ocurre: el realismo, un testimonio, un documento.


La realidad piurana siempre ha sido una verdad candente para los narradores,  de allí,  hay que  entender el interés de José  Diez Canseco (1904-1949) en sus “Estampas Mulatas” (1930) al abordar en su cuento “El velatorio” la conversación iconoclasta, el fallido intento de rebuscan en el lenguaje callejero la expresión violenta del suburbio, la venganza del personaje burlado.

También, Hildebrando Castro Pozo (1890-1945),  expresa con su libro “Celajes de la sierra (Leyendas y cuentos andinos)” (1923): una narrativa lúdica, socialmente hablando, pero marginada en el mundo urbano. Tiene una intención de denuncia, sus  méritos y valores se dan en el aspecto de rescatar valores humanos, tal el caso del  texto: “Rumor de noche buena”.





El cuento piurano como género literario alcanza lectores más exigentes  con sus propios entusiasmos regionales con la aparición de libros como “Horizontes de sol” (1957) de Raúl Estuardo Cornejo Agurto (1936- 2017), el primer narrador que introduce el personaje de “Froilán Alama” en dos de sus cuentos; Teodoro Garcés Negrón (1897-1981) quien en su libro “La embestida del carnero y otros cuentos norteños” (1897-1981) presenta en su cuento “Mi amigo el despenador” el ancestral tema de la eutanasia; Francisco Vegas Seminario (1899-1988), aunque gran novelista, escribió estupendos cuentos en dos libros notables: “Chicha, sol y sangre/  Cuentos Piuranos” (1946) y “Entre algarrobos” (1955), de donde destaca justificadamente por estructura y lenguaje: “Taita Dios nos señala el camino”; Jorge E.  Moscol Urbina (1916-2001), periodista que escribía con el seudónimo de “JEMU” publicó sus “Cuentos Sechuras” (1964) y “La Despenadora” (1944): un muestrario de excelentes recursos narrativos donde destacó “La respetación”, infaltable creación literaria llena de humor piurano; y Juan Antón y Galán (1928-2009) editó dos libros de cuentos: “La Respuesta de San Jacinto/ Relatos Piuranos” (1968) y “El churuco/ Cuentos y Leyendas” (1990), por el contexto y el  clima narrativos, ficciones de sello costumbrista.

 

 



Esta primera etapa del desarrollo del cuento piurano que ocupa casi todo el siglo XX se cierra con reconocimiento al primer libro de cuentos “Los Jefes”  de Mario Vargas Llosa, Premio “Leopoldo Alas” 1958, España. Tanto en “Los Jefes” y en “El desafío”, son cuentos que  ubican escenarios donde la realidad piurana es protagonista principal. En “Los Jefes”, la deslumbrante dimensión exacta de un realismo contundente nos muestra Piura con su torturante calor acostumbrado: “El pavimento hervía: parecía un  espejo que el sol iba disolviendo”. Lo mismo, el escenario del centro urbano de Piura: “Salimos. Hasta el borde de los escalones que vinculaban el colegio San Miguel con la Plaza Merino se extendía una multitud inmóvil y anhelante”. En “El desafío”, el cuento impone el escenario piurano del bar, el río Piura, y la ciudad, un hombre que ve morir a su hijo en un duelo a cuchillo. Un relato lineal, narrado en tiempo pasado y en primera persona.

Durante todo el siglo XX,  el cuento piurano se ha debatido entre la dicotomía de la consolidación de su tradición y la ruptura con esta tradición. Lo rural y lo urbano se han mantenido como ejes consagratorios de su propio lenguaje. El realismo literario ha sido la tendencia más fuerte. Dentro de una suma de sucesos narrados y  el desarrollo de temas posibles: a la épica piurana le faltó mayores propuestas. Los escritores piuranos,  han consolidado un conjunto de cuentos  publicados que lamentablemente no están ni estudiados ni catalogados   en  las pocas antologías del cuento piurano publicadas. L a narrativa piurana a través del cuento ha caminado su propio sendero muchas veces a tientas y con tiesura.


diciembre 19, 2021

AUGUSTO LUNEL Y/O “ESTAMOS EN CONTRA DE TODAS LAS LEYES, EMPEZANDO POR LA LEY DE LA GRAVEDAD” / Armando Arteaga

Lunel en México

 

AUGUSTO LUNEL

Y/O

“ESTAMOS EN CONTRA DE TODAS LAS LEYES,

EMPEZANDO POR LA LEY DE LA GRAVEDAD”

 

Por Armando Arteaga

 


 Cuando uno lee los poemas del libro “Los Puentes” (1955) de Augusto Lunel, se tiene la impresión de estar ante un despliegue de imágenes, aparentemente inexplicables, que revelan un mundo onírico, rehusado y confuso, influido por la realidad existente. 

 

El ojo infinito de la poesía de Augusto Lunel -como un hontanar de imágenes- parece esperar que el brillo de una navaja metálica anuncie la rasgadura de esa visión atávica y escurridiza de ciertos paradigmas del mundo “occidental”;  como en los primeros planos del filme “Le chien  andalou” (“Un perro andaluz”, 1920) de Luis Buñuel, cuando la navaja rasga el ojo,  produciendo un derrame de imágenes.  En estos poemas de Lunel,  las imágenes van ortopédicas y sesgadas en una especie de grito existencial. 

 


Se presume el contraste, donde pronto asoma el cuerpo de la historia,  desangra la vida humana, y la histeria social del hombre contemporáneo que ocupa un escenario incierto; hambre de amor y hombre con odio al prójimo: el horror por las intermitentes guerras interoceánicas y fulgurosas explosiones nucleares, la invasión de una polución total del universo, y la infección contagiosa de una política internacional corrupta en favor de un poder central, único e imperial. 

 

Las imágenes se desbordan como abyectas escenas inusitadas, son provocaciones de acontecimientos insólitos que aparecen desenfrenadas, surgen de lo ilusorio, imágenes que invaden como un conjunto de irreverentes iconografías solapadas.  Una lectura aceptable de estas imágenes, que nos perturban por insólitas, van desde lo semántico,  persisten acápites escenográficos, acaso también, imantadas al consenso de cierto desprecio por la historia,  por sucesos que, nos llevan hacia una posible religión moderna: las acciones drásticas, acosadas por penurias humanas, eclipsadas situaciones vivenciales, o por el temor al cáncer urbano, u otras enfermedades desastrosas, tenebrosas, que azotan la belleza de la tierra y sus fronteras naturales. 

 

Elijamos que, hasta aquí, es este sistema del capitalismo en que vivimos, un “apocalipsis now”, y el poeta es el único ser que puede mirar el mismo fuego del futuro (invención primitiva)  con desobediencia civil, y sin tener que quedarse ciego, ante la intensa luz de los conocimientos humanos, en la búsqueda de cierta resurrección, de la aparente eternidad de las cosas, ni “quemarse” como individuo ante la civilización, con las palabras en la sangre hirviente, el lenguaje ortodoxo  como una herramienta de su postura, para encontrar la verdad de las cosas.  Sordo de azul, el poeta tiene que enfrentar el misterio de la creación y seguir la peripecia del destino del hombre, desde una “prisión dorada”: la poesía.  Desde esa pertenencia, o mirada fugaz, es la perspicua observación del poeta hacia la realidad, lo que,  en verdad, lo transforma en un ser pertinaz.

 


El surrealismo ha presumido siempre de una omnipotencia de la poesía contra el poder, tiene el poeta un afán de trascender, expresa la autenticidad de las cosas frente a la sociedad maquillada, mecanizada, o parametrada, por absurdas leyes éticas y sociales, soportadas sobre falsos y arbitrarios criterios.  Lunel es uno de los poetas más provocadores del surrealismo peruano y latinoamericano.  El surrealismo de Lunel es político, es revolucionario (esa palabra que a otros les da asco), quiere que se transforme la vida, quiere que se cambien “la condición humana”, al igual que André Malraux: Lunel presiente “el carácter catastrófico de nuestra época”.  Lunel es un disturbador letal del establishment, con sus palabras atávicas de amautas incas o mayas, es el embajador de una nueva belleza emocional: “intenta dar a los hombres conciencia de su propia grandeza, que ignoran casi siempre”. 

 

Del perfil literario de Augusto Lunel poco se sabe, apenas en el “Diccionario manual de literatura peruana y materias afines” (U.N.M.S.M., 1966) de Emilia Romero de Valle, se refieren a él  advirtiéndonos que se trata del seudónimo de Augusto Gutiérrez, que nació en Lima, en 1923, y que publicó su libro “Los Puentes” (México, 1955).  Un misterio lleno de timidez abruma su biografía de escritor: un solo libro…, hasta entonces.  Lunel siempre vivió en el silencio literario total. 

 


Fue también en el año de 1971, en que Lunel vuelve a romper el absoluto silencio cuando la Universidad Nacional de Educación, publica en la Serie “La Flor de Cantuta” (poesías), su pequeño y discreto libro “Espejos paralelos” (1971) con el reducido tiraje de 300 ejemplares, y con seis ilustraciones del profesor y poeta piurano Manuel Velásquez Rojas (hijo del legendario poeta ayabaquino Juan Luis Velásquez, amigo de Vallejo en la vanguardista y resistencia francesa, quien vivió también en México, fue secretario de Trotsky, en los momentos no siempre coincidentes que Breton agitó el ambiente intelectual mexicano, con César Moro,  y los surrealistas mexicanos); y la caratula de Pablo Medina V.

 

En la revista “Auki” N- 3 (1976), por el entusiasmo de sus integrantes (La Hoz, Arteaga, Santiváñez, y Aragón) se publicaron poemas de Lunel; donde se confesó también una admiración literaria por Rodolfo Milla, el autor de la columna “La Pistola de Señales” en la revista “Idea”  de Manuel Suarez Mirabal:   revista donde se puede entender algunas de las elucubraciones estéticas de los poetas surrealistas peruanos. Confesa y pública admiración, que empezó en esas lecturas,  por “Los puentes”  de Lunel que nos llevó a publicar algunos de sus increíbles poemas como “El cuerpo alucinado”, “El día tiene veinticuatro veranos”,  “La magia dorada”, “La sombra de la luz”, y “El habitante del sol”, entre otros poemas.  Lunel siempre fue un desconocido total en el panorama de la poesía peruana del Siglo XX.  Tuvo que aparecer nuevamente el poeta Luis la Hoz rescatando en su antología “Diez aves raras de la poesía peruana” (2007)  donde publica poemas de Lunel junto a otros “raros”.

 


La imaginación de Lunel  es de las más atrevidas del surrealismo, tiene una facultad científica y de desarrollo de la “analogía”  para enfrentar la lógica de la realidad.  Nunca pierde la “anosmia” frente a la podredumbre social, delira ansiosamente entre los estragos del dolor humano para lograr con su poesía para lograr importaciones hacia el centrobárico de su interés por el absurdo, capaz de lograr sensibilizar hasta en el mas mínimo detalle de lo anfractuoso, que es el duro devenir, de este itinerario histórico del hombre contemporáneo. 

 La poesía surrealista en el Perú.