PIURA EN UN MUNDO AJENO:
SIN “PIAJENOS” POR SUS CALLES
Armando Arteaga
No veo ningún “piajeno” en
Piura me dice mi interlocutora amiga, la
cineasta brasilera Belén Piñera, quien ha viajado conmigo a la ciudad de Piura
para realizar algunas locaciones en
Piura La Vieja, para una posible
filmación de un documental sobre Froilán Alama,
mientras tomamos un jugo de lúcuma, esa fruta increíblemente deliciosa,
en “El Rosita” de la céntrica Av. Grau,
y por allí empieza la discrepancia, mientras yo tomo una cremolada de mango
ciruelo, fruta tan exótica o más comparada a la lúcuma, que nos ayudan a
superarla sed y el calor sofocante,
tanto como Tabatinga y Leticia, las ciudades amazónicas donde reside nuestra
sorprendida visitante.
Hace un par de años, en plena
pandemia del Covid 19, caminábamos por
Piura en pleno protocolo sanitario, mientras ella disparaba, a diestra y siniestra, las tomas para sus
fotografías, sobre la gente inesperada que pulula con discreción la Plaza
Merino donde -le cuento- se reunían poetas jóvenes piuranos a leer sus poemas por las noches. Ahora, me
dispara a mí, más preguntas, quiere
conocer “La Casa Verde” (ya no existe, le respondo); Yapatera sí existe (el último asentamiento de
población afro-piurano), y la fiebre del
algodón, el oro blanco (mientras busco el número del celular de Jorge Arévalo
Acha, alguien me lo dio, y me dijo: allí
lo encuentras, allí vive); y le comunico
que ya estamos en el “huarique” de
Castilla donde beberemos chicha y comeremos un ceviche de caballa.
Mientras almorzamos. Es
cierto, los “piajenos” han desparecido del casco urbano de Piura, ella hace una
referencia a la recreación poética del “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez,
amigo de su niñez y juventud, recuerda
un inseparable asno pequeño, suave, blando, peludo, casi de algodón sin dureza
alguna, tan frágil, denota su malestar,
por acá, tan bandidos, en la
tierra de Froilán Alama, los hayamos reducido a bestias de carga. Le explico:
en toda la literatura piurana los “piajenos” son personajes sobresalientes,
épicos “compadritos” para el trabajo
fuerte, de mucha ayuda en los hogares pobres: de gran alivio humano -para
cargar bultos- en faenas campestres.
Mario Vargas Llosa tiene un
espectacular artículo periodístico (“La desaparición de los “Piajenos”), publicado en marzo del 2012, es una
aproximación a la Piura de su infancia y también de su juventud, donde los
“piajenos”: “Estoicos y pacientes cargaban costales de fruta, leña, gentes,
todo lo que podía cargar, y se los veía trotando día y noche por las calles de
altas veredas, soportando maltratos de los malhumorados y sádicos,
alimentándose de los que encontraban al paso o viviendo del aire y de su mera
terquedad de no resignarse a morir”. La
guadaña del tiempo se lleva todo: familiares, amigos, profesores, todo lo que a
cualquier vecino le importa. Por lo que recuerda también su etapa de san
miguelino, la puesta en escena de su primera “obrita” de teatro en el ya
desaparecido Teatro Variedades, “La huida del Inca”.
Otro escritor piurano que
refiere a la presencia del burro piurano en su libro “Romancero Piurano”, es
Teodoro Garcés, como un icono notable en “El escudo de mi pueblo”. Al igual que el algarrobo, y los Seminario:
familia multiplicada, que Seminario es de Piura, ó es Piura de Seminario. Donde
el algarrobo es el árbol plebeyo, hijo de la arena del desierto inmenso. El
burro piurano, es un filósofo paciente, no tiene descanso en trabajo rudo, no
entiende de treguas en su amor de fuego. Aguatero del pueblo, sufrido arriero, alcalde del progreso, Cuando el cansancio lo deja muerto, festín de
carne, para el gallinazo hambriento. “Lo que hizo el burro, no lo hizo nunca
ningún diputado”, refiere en un verso
solemne Teodoro Garcés.
El burro piurano, no tiene la
épica de los “caballos” (su más cercano semejante) en la Guerra de Troya, donde es “caballo de
batalla”, y/o argumento de ficción, en la
guerra, para engañar al enemigo,
el artífico bélico de los ejércitos aqueos contra la ciudad. Ni la gesta de
aquella “locura” de las novelas de
caballerías. Aunque, en “Los caballeros
del delito” de Enrique López Albújar donde el bandolerismo es una profesión, un
viaje de seres rabiosos, desesperados, histéricos, como los toreros, los
piratas, o los contrabandistas: el burro piurano es su aliado silencioso (casi
forzado con revolver en la cabeza) para
cargar lo robado (donde no tiene parte en el reparto de los amigos de lo ajeno).
Claro está, para cualquier filme, el bandolero es un personaje que odia la
ciudad, sus escenarios donde luce mejor son los rurales; odia el tren, el
avión, el auto, el teléfono, a los gendarmes, en cambio: ama sus caballos, sus
“burros” de carga para la “merca” robada, ama el río, el rancho, la quebrada,
el chicherio, el bosque, la cima, el caserío, y sus amores trágicos. Le roba a
los “sambios”, siempre “prevalicando”, piuranismos usados por el autor de “De
la tierra brava” en su glosario.