Domingo, 17-01-2021.
Mi artículo publicado en el Suplemento Dominical
Semana, Diario El Tiempo, Piura.
Uno nunca termina de entender cómo es que la “piuranidad” acaba metiéndose en los huesos y en el alma del “ser piurano”. Siempre que ando por Piura, el mensaje sonoro retoma un dialogo persistente con los “pasillos” y los “tristes”, sobre todo con ese ruido mundano que viene de rockolas. Mi abuela materna, Carmen, de Sullana, me decía, cuando era niño, que escuchar pasillos era cosa de “montubios”.
Así, con esa identidad musical, dejé Piura de niño, y volví a encontrarme con el “pasillo”, el “sanjuanito”, los “albazos” y los “pasacalles”, en mis tiempos universitarios, en Ayabaca, cuando el exalcalde Teófilo Flores me invitaba a las serenatas de las noches ayabaquinas, que los parroquianos muy “soferos” calentaban a punto de “canelazos”. Después, años más tarde, descubrí que también había una ruta musical del “pasillo” en Huancabamba.
Claro está, que por Ayabaca ha llegado la importa del “pasillo” cuencano y lojano. Lo trajeron, en sus cantos, ritmos y melodías, los estudiantes universitarios que iban al Ecuador, a estudiar, a la Universidad de Loja, porque no tenían vacantes en las universidades peruanas. Regresaban las “rondallas” de alegres muchachos en las vacaciones con sus guitarras, bandurrias, laudes, y requintos, que le daban vida testimonial, y ficciones nocturnas amorosas, donde el “pasillo” era el monarca local de los géneros musicales.
Varias generaciones de ayabaquinos se forjaron escuchando “pasillos” y dando serenatas. Eso no significaba, tampoco, que entre pasillos van, y vienen, siempre aparecía el valse criollo peruano. Aquí nadie se pasó al otro bando, la resistencia musical de estos pueblos fronterizos era la alternancia, la combinación y la hermandad musical con el país norteño.
En los años 90, cuando estuve por Ayabaca, fui consciente ciudadano, de reconocer mi admiración por la belleza del “pasillo”. Llevaba en mi mochila la novela experimental de Jorge Enrique Adoum: “Entre Marx y una mujer desnuda”, y la preste a un amigo, de las serenatas, que se interesó por la novela. En la próxima serenata, ese amigo, se me acerco con su guitarra y me dijo: “Adoum, el novelista ecuatoriano, ha compuesto este “pasillo”, y tocó “Vasija de barro”, que en realidad es un “danzante”.
Yo conocía la canción, y la historia de la canción escrita por varios autores ecuatorianos, reconocidos poetas y escritores: Jorge Carrera Andrade, Hugo Alemán, Jaime Valencia, Jorge Enrique Adoum, y la música de Luis Alberto Valencia y Gonzalo Benítez. El mensaje de la canción es algo recurrente con lo histórico, recupera el amor por lo ancestral: “Yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados/ en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro”.
Alguna vez conversando con Chalena Vásquez, la musicóloga piurana, le pregunté: ¿La poética del “pasillo” es algo muy habitual a la teleología de la cultura de los piuranos? Me aseguró: que en realidad, “el acomodo del prolijo social era de protesta”. No estoy tan seguro de esa aseveración de Chalena Vásquez, pero echemos una mirada por la historia. En resumen, en las guerras por la independencia contra España, las migraciones de los pueblos fueron muy fuertes, y entramos en contacto con la música del norte: Colombia, Venezuela y Ecuador. Por allí viajo el “pasillo” en las “montoneras”, de esas que hablaba Francisco Vega Seminario en su novela del mismo nombre. Que para hacer una síntesis musical tenemos ahora: un pasillo costeño, un pasillo lojano, otro cuencano, y el quiteño. No se trata, del entusiasmo, por quedarse en el infinito del cielo: “Viendo a mis lindas Tres Marías”. El famoso pasillo, “Las Tres Marías”, que cantaban las Hermanas Mendoza Sangurima, ha unido pueblos y literaturas, de ambos lados. El destello galante de este “pasillo” ha removido sentimientos a prueba dura de amistad sincera, entre nuestros dos países.
El pasillo costeño desde Guayaquil tiene excelente autores: Nicasio Safadi, Carlos Solís Morán, Carlos Silva Pareja, Carlos Rubira Infante, entre otros. En Portoviejo: Constantino Mendoza. En el pasillo lojano, los nombres de: Segundo Cueva Celi y Salvador Bustamante Celi. En el pasillo cuencano: Francisco Paredes Herrera. Y, en el pasillo quiteño: Carlos Amable “Pollo” Ortiz, así como Homero Iturralde, Víctor Aurelio Paredes y Ramón Moya Alzamora. Por último, para mi gusto, existen “pasillos inmortales”, tales como: “Ángel de luz” (Benigna Dávalos Villavicencio); “Cantares del alma” (Carlos Bonilla Chávez); “El aguacate” (César Guerrero); “Rosales mustios” (José Guerra Carrillo), y “Romance de mi destino” (Abel Romero Castillo). Una prueba más, de que las canciones y la poesía: no tienen visiones localistas. Las rockolas del atardecer piurano muchas veces nos enseñan a buscar cataclismos sentimentales.