Por Armando Arteaga
Es inminente que cuando uno viaja por las miríficas páginas de “Arco iris de Magdalena” de Fransiles Gallardo, un abrasante encuentro humano entre poesía e ingeniería se da de mil maneras, es una ósmosis entre literatura de sentimientos y matemática exacta de palabras que vacacionan por las querencias silvestres de esta Magdalena en Cajamarca. Allí uno fácilmente encumbra lo que Alberto Hidalgo llamó la química del espíritu, ese juego lúdico de sus “poemas propios” que hacen de este poeta un serio romántico y un visionario a la manera de William Wordsworth en sus ¨Atisbos de la inmortalidad en los recuerdos de la primera infancia¨.
En estas “odas” a la inmortalidad de las cosas se registra en Fransiles Gallardo una intuición pagana y campesina de la existencia de una vida interior y anterior al nacimiento de uno mismo, vida que se va aniquilando dialécticamente en este mundo de la materia, pero que puede “recuperarse” en algunos momentos afortunados, ante la observación de la naturaleza misma. Ante “el resplandor del césped” del “Camposanto en el sur de Escocia” o ante el “esplendor del ichu serrano” del “Rainbow of Magdalena”, no hay ninguna diferencia, es casi lo mismo, uno tiene la impresión de estar leyendo a un poeta universal cuando estamos ante la poética de Fransiles Gallardo, o simplemente ante las imágenes brillantes y románticas tomadas de Wordsworth.
Ya quisiéramos muchos de nosotros escribir como Fransiles Gallardo con una impecable soledad, con un impertérrito compromiso hacia el terruño. Sus poemas están ordenados en una morfología gramatical notable y con gran limpieza del lenguaje. Son versos de juventud escritos con ímpetu, en donde la naturaleza y la palabra del poeta se unen y se bifurcan espontáneamente, la contemplación y la soledad del poeta se unen y se bifurcan en senderos de tiempos distintos, expresan la estética del mensaje romántico. Vive su poesía en un tiempo dulce y rumoroso.
No puedo dejar de pensar cuando leo tus poemas, mi querido Fransiles, qué hermosa es la vida de los campesinos de Magdalena, llena de multicolores incendios del sol y de crepusculares paisajes de belleza inusual, y qué estéril el contraste con Lima de gris cielo impersonal y de concreto armado desarmando el alma de los hombres, entre los paisanos, el arenal, el cerro y la miseria urbana. Prefiero al color de los poetas, “ser como los pájaros”, disfrutar el infinito de otros cielos, y por qué no: retornar a los árboles queridos. Las traducciones al ingles que ha realizado Adelmar Plascencia de estos poemas son satisfactorios. No teniendo como el poeta Fransiles: “Magdalenas para otros amaneceres”, y conociendo varias Magdalenas, pero nunca esta de Cajamarca, me quedo con mis madrugadas literarias del tibio aire y el pan dulce serrano, observando el vuelo de una fresca golondrina del Cumbe. Y saludo con entusiasmo este “arcoiris” del norte andino peruano.
El poeta e ingeniero civil Fransiles Gallardo Plascencia nació el 24 de julio de 1955 en la Magdalena de Cajamarca, y es uno de los más representativos poetas de la generación del 70. Empezó desarrollando su entusiasmo poético en el grupo literario “Raíz cúbica” (N elevada a 1/3) fundado en 1978 en Cajamarca, con otros poetas, entre quienes recuerdo a Bethoven Medina Sánchez (Trujillo, 1960), a Manuel Alcalde Palomino (Cajamarca, 1957), a Walter Terrones Mendoza (Casa Grande, 1955), a Darío Estrada Saldarriaga (Samanco, 1959), y a Ángel Gaviria (Santiago de Chuco, 1952).
La poesía de Fransiles Gallardo viene de ancestros cajamarquinos. Desde la emoción romántica de Pedro Barrantes Castro que hablaba de “una bondad de recuerdos del amor que fue proscrito”, de la inquietud modernista de Oscar Imaña (el amigo -que vino de Hualgayoc- de Vallejo): “Nadie comprende el alma de la nube”, de la inmensa ternura de esa poesía llena de imágenes auríferas de Alcides Spelucin: “una tarde dorada, oxidada, amarilla, en que ardía la pipa de la evocación” (en “El salmo de los puerto”), de Demetrio Quiroz Malca, por su purismo y acercamiento a lo diáfano y a lo sencillo, siempre vanguardista: “el pan, el noble pan que abre de par en par sus ventanas de libertad al hombre, sus ventanas de paz, al mundo” (en “El poema de la vida”), y algo de su coetáneo más cercano Manuel Ernesto Ibáñez Rosazza: “Una postal alegre, con palabras muy tristes al reverso” (de “Palomas sobre los tejados”).
En fin, estas palabras de admiración por la poesía de Fransiles Gallardo, no son más que el testimonio mío de una admiración sincera, por este segmento de poesía que cobija en su regazo la gran lírica cajamarquina del siglo XX. Y los dejo allí, con esta “feria del arcoiris”, en una mirada sin fin, que son así como asumen sus verdades los campesinos de Magdalena, a quienes el poeta Fransiles Gallardo les ha devuelto sus mágicas y sabias palabras. Son ellos los que han hablado en voz alta en este hermoso libro “Rainbow of Magdalena”.
El poeta Fransiles Gallardo y Armando Arteaga celebrando en la presentación del libro "Arcoiris de Magdalena".