DOLORES Y FLORA
Por Armando Arteaga
Por Armando Arteaga
Dolores.
Muchas veces en mis ratos de mayor depresión personal por diferentes motivos he tenido algunas sensaciones de barafobia. El miedo de salir a la calle ha sido una aguijoneada para tirarme a la cama, talvez, buscando una equivalencia al sueño. Pero, no me he dejado morir, ni llevar, por la equitación del ensueño. He vuelto siempre a la realidad o al episodio más cercano de la vida, que te vuelve a reclamar que eres un ser mortal. Siempre uno tiene que buscar el equilibrio de las cosas. Aún en los momentos más difíciles de la muerte reciente de mi madre Dolores he buscado la ecuanimidad, el triunfo de la razón sobre cualquier acontecimiento en que puedan ser exaltados los impulsos de los sentimientos personales o familiares.
En estos días difíciles, no sé porqué, he leído a Flora Tristán, sus Peregrinaciones de una paria, y he descubierto, su visión bondadosa y objetiva sobre la realidad peruana (tan deprimente por momentos y tan llena de miserias humanas). Su mirada, de una mujer sola contra el mundo, de madre epónima francesa, de hija querida para después por una parte del Perú, de hermana ausente y de gran muchacha llena de horarios no cumplidos, y con sed de justicia. Pero el mundo infame la olvidó.
Yo mismo en mis lecturas adolescente de los años setenteros la había leído a Flora Tristán con la observación de que era un personaje de la utopia social, y Florita, es un ser maravilloso, al mismo nivel de aquella lucha humana que Manuelita Sáenz. Leyendo a Flora (llena de amor), y recordando a mi madre Dolores Núñez Palacios, me doy cuenta, que las mujeres en este mundo son seres superiores a los hombres. Encima de su dolor de parir hijos, son seres más sensibles a los problemas humanos, y emprenden en lo individual –cada una a su manera de ser-, la tarea de llenar el mundo de belleza, pero con virtud cardinal como quería y reclamó -con prueba convincente- Flora Tristán.
En estos días difíciles, no sé porqué, he leído a Flora Tristán, sus Peregrinaciones de una paria, y he descubierto, su visión bondadosa y objetiva sobre la realidad peruana (tan deprimente por momentos y tan llena de miserias humanas). Su mirada, de una mujer sola contra el mundo, de madre epónima francesa, de hija querida para después por una parte del Perú, de hermana ausente y de gran muchacha llena de horarios no cumplidos, y con sed de justicia. Pero el mundo infame la olvidó.
Yo mismo en mis lecturas adolescente de los años setenteros la había leído a Flora Tristán con la observación de que era un personaje de la utopia social, y Florita, es un ser maravilloso, al mismo nivel de aquella lucha humana que Manuelita Sáenz. Leyendo a Flora (llena de amor), y recordando a mi madre Dolores Núñez Palacios, me doy cuenta, que las mujeres en este mundo son seres superiores a los hombres. Encima de su dolor de parir hijos, son seres más sensibles a los problemas humanos, y emprenden en lo individual –cada una a su manera de ser-, la tarea de llenar el mundo de belleza, pero con virtud cardinal como quería y reclamó -con prueba convincente- Flora Tristán.