Crónica
EN “EL ROSADO” DE TRUJILLO AÚN PRESERVA LA ESFERA INFINITA DE SALOMÓN
(MEDITANDO SOBRE EL CONÓMETRO DE LA PARED)
Por Armando Arteaga
El salmón, ese pez fisóstomo que vive en el mar, pero en otoño, sube a las montañas por los ríos para desovar, nadando contra la corriente: muchas veces, es tomado en cuenta, como un verdadero ejemplo de los hombres soñadores, que van contra el vaivén de la vida, contradiciéndola. Se contradice la mediocridad de la vida, para hacerla mejor, más dinámica, más justa, o más bella aún.
Salmodiando a los oboes, volver al pasado no es solo cosa de los nostálgicos. Hace ya varios meses, nos juntamos tres escritores piuranos para “nadar contra la corriente”, para volver a Piura, para hablar de poesía y pasarla bien unos días de relax (trabajando lo literario) y conversando de literatura. Fuimos hasta Trujillo, José Enrique Briceño Berrú que volvía desde Milán y yo que divagaba entre el norte piurano y el sur limeño, al final de cuentas: julio y agosto son meses fríos, y es buena señal, más hogareño, volver a la patria pequeña.
Lo primero que hicimos, José Enrique y yo, es irnos a Trujillo, de puros y tercos, para encontrarnos con Juan Félix Cortés Espinosa, que vive ya más de cuatro décadas en la ciudad de la eterna primavera. Nuestra primera estancia de este viaje.
José Enrique Briceño había estudiado en la ciudad del medallón de Estete, miraba las calles con admiración, como infinitas veces fuimos hasta la Plaza de Armas y nos sentamos en algunas de sus bancas soleadas, para seguir conversando. Allí estudié, me decía. Mirando hacia el frontis de la casona de la vieja Universidad de Trujillo, donde también estudió Vallejo. Al costado de esta Óptica Lux vivía una muchacha de la que estaba platónicamente enamorado, mataperrada de joven estudiante. “Confianza en el anteojo, no en ojo”, le contesto.
Juan Félix ama Trujillo, tanto como a Sullana, o a Chiclayo, o a Piura, o a Loja, o a Quito, o a Cuenca, o a Guayaquil…, pues se ha pasado las ultimas cuatro décadas viajando y visitando estas ciudades donde ha entablado gran amistad con diversos escritores de esta parte del norte sudamericano.
Juan Félix conoce el Trujillo actual - inundado de nuevos migrantes postmodernos- como la palma de su mano. En Trujillo, los lunes son de chambar, pero el resto de los otros días de la semana son libres para el ceviche de Huanchaco, o los tamales verdes de Moche, o un “seco de cabrito” a la norteña en cualquier restaurante de comida criolla de su centro histórico. Damos vueltas en lo mismo, conversando, libres, siempre felices de hablar de literatura y poesía.
Me toca a mí ahora, todo tiempo pasado. Etcétera. De pronto frente a “El Rosado”, aquel viejo café de la calle Pizarro pintada su fachada de color rosado, que ahora es solo peatonal, nos espera. Nos convida su café de Jaén o de Canchaque. El mozo es un joven ayavaquino muy atento. Allí están sus aceitunas, sus quesos mantecosos, sus jamones, sus panes del burgo. El tiempo se ha detenido. He regresado a mi infancia, allí tomaba el lonche de la tarde con mi tía Luzmila Urquizo. Los espejos parecen los mismo de siempre esperando al nuevo Narciso de la tarde.
Me miro en el espejo, ayer tarde me he mirado en el espejo…. El espejo tiene colgadores para sombreros. Sombreros de paja de toquilla o de paño como usaban los viejos de mi infancia. Parece que no ha pasado el tiempo. Vuelvo a realidad después de saludar a la dueña de “El Rosado”. La señora (que es la hija del dueño fundador) me dice que festeja 64 años ya. En la pared rosada del salón “El Rosado” se exhibe con orgullo un cuadro que muestra el afiche de las bodas de oro del bar café salón “Rosado”.
Todo esta perfectamente acomodado para este retorno de sus hijos pródigos. Pasos de “errar” son de peregrinos por este mundo peregrino. Los herrajes libres de los grandes caballos de los caballeros del mundo son siempre de oro y de plata. Aún así, los herrajes se gastan, y quedan como testimonios de lo caminado, de lo trotado. Salvajes caballos de la noche cuando empieza a dormir la ciudad de Trujillo, son los transeúntes desconocidos, que se disparan sin dirección exacta como vectores dispersos por las diversas calles de la ciudad, otra vez.
Trujillo, sus poetas, verdad que duelen: Vallejo, Orrego, Spelucin, caballeros del pasado vueltos tras la esquina de la vieja librería Guijón, la jugueria San Agustín, El Recreo, pero, en verdad era yo mismo de niño (pero ahora hombre en la estación de los desamparados) volviendo a pasar por esta misma calle de siempre, entre gente extraña, por esta Calle de la Pileta del Carmen.