ROCK & POESIA [1-2]
Testimonio de Roger Santiváñez
Testimonio de Roger Santiváñez
Es extraño pero todo empezó con el rock. En la lejana Piura supe por vez primera lo que era el rock and roll, cuando mi mayor hermana Ruth una soleada mañana, me dijo esta es la música de Elvis Presley y comenzó a bailar. Esto debe haber ocurrido hacia 1960. Por esos días o mejor dicho años: los early 60s es que fui bombardeado a forro con todo lo de rock que llegaba a Piura. Recuerdo los 45 rpm de mi hermano Raúl entre lo que podía escuchar a Paul Anka, Little Richard, Elvis por supuesto, y también Neil Sedaka, Frankie Avalon, la fabulosa Dream de los Everly Brothers o temas de Connie Francis, Boby Darin y Sandra Dee –su linda chica rubia- , las Supremes o Brenda Lee. De manera que el fondo de mi arte poética esta teñido de rock en su más remota configuración. En este ambiente, mi conocmiento de los Beatles en 1963 y 64 –con los discos de mi hermana mayor Lola- vino a significar una especie de bomba atómica. Ahí sí que no podia comprender tanta belleza. Esa furiosa belleza. El impacto fue tan grande que sobre la pizarra donde practicaba mis tareas del colegio –una suerte de mural- escribí y dibujé la historia de los four fab sin saber nada de ellos, guiado simplemente por el poder de la imaginación de aquel niño de 7 u 8 años que yo era. La única fuente de información probablemente sería la revista Vanidades –lectura mensual de mi mamá- donde algo podia enterarse uno sobre rock en sus páginas sobre Hollywood ‘Del cine y sus estrellas’ y en ‘Reflector sobre Europa’ en cuyas columnas descubrí gente como los Rolling Stones o Herman y los Ermitaños. Lo increíble es que en esos mismos días me causó un shock emocional enorme la llegada a Piura de Los Shains, con Gerardo Manuel, para la inauguración de Canal 2 de TV, filial de América de Lima. Pero lo más loco fue mi visiónde Los Saicos en 1965, en dicho canal, un sábado en ‘El Show de Marco’ , el mismo que después –en 1968- llevó a Jean Paul, El trogodlita junto con Los Dreams de Lima. En 1965 o 66 llegó Paul Anka al Perú y eso lo disfruté en el silencio de mis lecturas solitarias de ‘Expreso’ y otros diarios de la capital que mi papá compraba en Piura todos los domingos. Igual que el arribo de Chubby Checker –el rey del twist- en el verano de 1963 o 64 a quien aluciné en la TV en Lima y vi todas sus fotos en Caretas, porque yo me encontraba en Limonta, como todos los veranos de mi infancia, pasando las vacaciones en la jato de mi abuela materna en Matienzo, rastro de Santa Rosa, en el mero Centro.
Durante mi último verano limeño –mi abuela murió en octubre de 1963- es decir en 1964 me ocurrió algo insólito. Un buena mañana y tras varios días dándole vueltas al asunto en la cabeza, escribí unos textos relativamente breves, una especie de canciones, pero que no lo eran. Había una canción –creo que de Fabian Forte- que a mi hermana Ruth le encantaba y por consiguiente a mi también. Multiplication era su nombre. Y partir de allí empecé a fabular unos juegos de palabras con ‘Multiplicar, Multiplication’ e inventando un cierto sentido narrativo a cada trozo –en base a otras canciones posiblemente u otros juegos de palabras-. Lo concreto es que quedaron como 4 o 5 bloques sobre mis renglones caligrafíados que al leerlos y releerlos me gustaban un montón. Pero tampoco eran historias propiamente dichas, sino pedazos de lenguaje articulado –intuitívamente- en busca de un placer verbal, completamente desconocido para mí, que allí se hacía presente. Y que sin duda, en su motivación más profunda estuvo el rock que escuchaba todos los días, dibujando en mi alma, la más íntima y personal idea de la belleza.
En el otoño de 1968 llegó a Piura Jean Paul, el trogodlita. Un año antes se había producido en Estados Unidos el summer of love que desencadenó masivamente el movimiento juvenil de los hippies. En la remota Piura fuí notificado vía prensa escrita y televisiva de los alcances de la nueva consigna paz, música y amor que me conmovió profundamente y cuyo emblema cultural fue –sin duda- el rock. Identificado con ésto, vi en la TV al Trogodlita y asistí a una de sus presentaciones públicas –en un restaurant campestre de la ciudad- adonde arrastré a mis padres para poder ir. Sus otras presentaciones –las auténticamente rock- fueron en el night club La Huaca, un sótano del exclusivo –antes de Velasco- Country Club de Piura. A raíz de dichos conciertos y su onda expansiva se produjo el primer gran escándalo de la marihuana en mi conservadora ciudad natal. Chicos bien –como se decia en esa época- se portaron mal, al decir de los titulares sensacionaliastas. Eran los primeros jóvenes piuranos que fumaban marihuana y yo los veía de lejos, porque era un churre todavía. Y en esa mancha de implicados estuvo Kike Aldana, baterista de Los Ayars grupo de rock piurano. Otro grupo eran Los Stones quienes –un poco después- ensayaban o hacían tocadas cerca de mi casa en Santa Isabel, jato de Toya Yapur, y para mí eran un paraíso ya que podia treparme al muro de afuera y escuchar rock en vivo y en directo. Ya hacia 1969 era en la casa de la Diabla García –mi vecina- donde se armaban los mejores tonos rock, pero yo todavía era muy chico –o muy tímido- para entrarle de lleno a esas fiestas. Sin embargo la vocación pudo más, así que en mayo de 1970 empecé a tocar la guitarra, basicamente con el Atleta –Jorge Gacía Diaz-, Balto León y Carlos Silva en la esquina de mi barrio. Hendrix, Santana, Doors, Iron Butterfly,The Who y luego Grand Funk, CC Revival, los peruanos Traffic Sound, Telegraph, We All Together , PAX y un grupo mexicano llamado La Revolución de Emiliano Zapata, eran nuestras bandas favoritas. Por eso tuvo un enorme significado para mí, el concierto “North Woodstock” organizado por Cecilia Yapur en el Paque Infantil de Piura en marzo de 1971 teniendo como estrella principal a The Telegraph Avenue de Lima. Eso fue lo máximo. Tenía 14 años y no puedo recordar sin la más exultante emoción el instante en que Alex Nathanson clamó: ‘One, two, three, Telegraph’ y se mandaron con ‘Let me start’ con tal potencia y carisma que hasta hoy tengo la impresión de que fue la noche más increíble de mi pubertad.
Mike Jagger en el Perú, se pasó pal Cusco...
En el otoño de aquel 1971 –sin saber porqué- escribí mi primer poema en un aula de mi colegio. Estaba en cuarto de secundaria y me escapaba de clases para esconderme en la parte posterior de la oficina de un cura que era mi pata, para ponernos a tocar con el Atleta y el Pepe Vinatea que agarraba las baquetas. Pero nunca logramos armar una banda. Prácticamente yo no tenía noticia de la poesía hasta ese momento en que escribí lo que llamé un poema, motivado exclusívamente por una desgarrada desolación e insatisfacción interior. A partir de allí empecé a leer poesía. De todos modos, el rock seguía siendo mi primera pasión. Y el cine. En ese tiempo vi Easy Rider ( ‘Busco mi destino’ para el habla hispana), y la película del Festival de Woodstock, las cuales me marcaron de manera indeleble: asumí la idelogía hippie-rock como algo propio y personal y me volví un consumidor habitual de ‘Pelo’ la excelente revista argentina de rock de esa época. En las vacaciones del verano me iba a Lima, a la casa de una tía en Pueblo Libre y ahi veía en las paredes de la Av Brasil los afiches del Dr. Wheat , los Cooking Morning y El Alamo, grupo del que me compré su LP en Piura. Y lo escuchaba por las tardes a la salida del coelgio componiendo poemas. En quinto de media me tocó una noche inolvidable para mí, cantar ‘Something Going’ mi canción predilecta de los Telegraph, con el Loco Alvarez, el Chino Montenegro, Arrese en la batería y Campolo en el bajo, o sea: Aroma de la ciudad de Piura en ‘Fresco Mar’ un local criollo donde no sé cómo hubo un tono rock. Esa noche me regresé a mi casa caminando sobre las nubes. El Loco Alvarez se parecía a Mick Jagger y le sacaba partido a ello. Hacía poco yo había visto en Caretas, la nota de Mirko Lauer sobre la presencia del líder de los Rolling en el Crillón de Lima, con fotos de Jesús Ruiz Durand, una de las cuales usó para un famoso afiche que me compré en la librería del Sótano en la Plaza San Martín y lo tenía en la cabecera de mi cama en Piura. El afiche consignaba la famosa frase de Paris, Mayo 68: ‘Seamos realistas, exijamos lo imposible’.
Con los poetas: Arteaga, Aragón y La Hoz.
Cuando salí del coelgio –verano de 1973- llegó a Piura un muchacho muy metido en el rock: Jorge Heredia Ugarte, quien también leía (recuerdo que me prestó el Libro Verde Olivo del Che) y pintaba. Era un poco menor que yo pero congeniamos maravillosamente. Tocábamos un poco de guitarra y soñábamos con una banda, pero yo ya me iba directo a la poesía, cada vez más. Sin embargo ese año paraba con dos patas Kiko Chalupa y Jimmy Atkins con quienes me encerraba en la jato del primero, a escuchar a todo volumen material de Led Zeppelin, Deep Purple, Cat Stevens, Black Sabbath y los 3 discos de Woodstock y del Concierto por Bangla Desh. Tardes imperecederas después de salir de “la Privada” o sea, la Universidad del Opus Dei en Piura, donde –quizá por eso mismo: la rigidez del Opus- la vocación por la poesía se instaló definitivamente en mí. Kiko Chalupa empezó a escribir poemas también, así que podría decirse que nos identificábamos como poetas-rock.
Aquel verano del 73 llegó a la librería Studium de Piura, el tomito naranja denominado ‘Estos 13’ y aparte de Verástegui y otros poetas de Hora Zero, lo que más me gustó fueron los poemas rock de Oscar Málaga. De ésta nota me conversaba mucho Luis La Hoz al año siguiente cuando lo conocí en Lima, llevado por Armando Arteaga, autor del poema ‘Mi abuelo, una rolling stone’ emblemático del momento. Claro que por esos días oía hablar en el Palermo de ‘Sister Heroína’ de César Valcárcel y –de hecho- me había fascinado el que Jorge Pimentel citara deslumbrado In-A-Gadda- Da-Vida abriendo una de las secciones de su alucinante ‘Kenacort y Valium 10’ o Juan Ramírez Ruíz la ‘Balada de John y Yoko’. Indudablemente que la mejor plasmación del pensamiento hippie en poesía está en Contranatura de Rodolfo Hinostroza, libro que descubierto por mí en el verano de 1974, era tema central de mis conversaciones con Lucho La Hoz, Oscar Aragón y Armando Arteaga, en la casa de Nicolás Yerovi en la calle Francia de Miraflores, donde llegábamos a escuchar el disco blanco de los Beatles, cuya canción Happiness is a warm gun siempre coreada por los concurrentes en el cielo de la exultación, fue citada por Lucho en su hermoso poema Constanza de la plaquette El oro de Acapulco un minuto antes de que yo lo conociera al llegar a Lima, en ese ondeado verano de 1974. A través de La Hoz, tomé conocimiento de la poesía de Luis Hernández, cuyos cromáticos cuadernos de poesía caligrafiada y dibujada, están teñidos –entre otras cosas- del más puro amor al rock. [Continuará]
El oro de Acapulco