septiembre 04, 2011

CAMBALACHE/ JORGE RENDÓN VÁSQUEZ

CAMBALACHE

Por Jorge Rendón Vásquez

La prensa de estos días da cuenta de que la Contraloría General de la República ha detectado más de diez mil casos de infracciones a la ley por funcionarios del Estado en los últimos tres años, desde el más grande hasta los más chicos, de los cuales la mayor parte son latrocinios de bienes del Estado, en dinero contante y sonante, coimas, ventas de influencia y demás zarandajas. En otras palabras, el equipo de gobierno cesante se ha levantado en peso al Estado, como una tribu de pequeños y protervos liliputienses llevándose a Gulliver atado, y si no avanzaron más fue porque el tiempo se les acabó.

Se sabía que los partidos políticos y otros grupos electorales de gran resonancia en los medios reciben fondos de sus patrocinadores, grandes y medianos empresarios, sin los cuales no podrían pagar su organización, locales, propaganda, sueldos, viajes, etc., un apoyo no desprovisto de interés, ni gratuito. Si los partidos y grupos destinatarios de ese apoyo logran colocar a su gente en los poderes Legislativo y Ejecutivo, o en los gobiernos regionales y municipales devuelven esa inversión con intereses leoninos, atendiendo a los requerimientos de significación económica de sus patrocinadores. Son las reglas del juego de la democracia buguesa, impuestas por los mismos grupos de poder y registradas en la Constitución del Estado (art. 35º). Los ciudadanos de a pie, digamos, sólo podemos participar en ese juego votando por alguna de las opciones inscritas.

Pero las cosas no se quedan ahí. El escandaloso y desvergonzado espectáculo desvelado por las denuncias de la Contraloría revela que algunos partidos y grupos políticos son, además, mafias organizadas para el asalto a la cosa pública y cuanta institución se ponga a su alcance, y academias de formación en esta metodología de trabajo, incluida la desaparición de pruebas.

Por mi profesión —abogado— leo siempre el Boletín de Normas Legales del diario oficial “El Peruano”. Desde 2007, me llamaban la atención los frecuentes cambios de funcionarios en los ministerios y otras dependencias del Poder Ejecutivo, como si se turnaran. Alguien me dijo que hacían cola en las células del partido de gobierno. Todos querían su parte.

Hay en nuestro país personas que no podemos pensar y actuar fuera de los valores éticos, y que mantenemos nuestra capacidad de indignarnos al tope. Pienso en un personaje que nos legó una célebre imprecación contra la inmundicia en la que tuvo que vivir y que pervive en todos los lados. Fue Enrique Santos Discépolo (Discepolín para sus amigos), el gran bardo argentino, filósofo de la vida de todos los días y autor de tangos, que vivió entre 1901 y 1951, y nunca dobló el espinazo. En 1935 escribió la letra y la música de su tango denuncia “Cambalache”, con verdades evidentes por sí mismas en una sociedad calificada para honrarse con este título. Un cambalache es un trueque de cosas de poca monta bien habidas y mal habidas, por lo general usadas, y, por extensión, la tienda, el quiosco o el puesto aplicados a practicarlo. Se le llama rastro en España, marché-aux-puces en Francia, swap en Londres, y en Lima, la Cachina. No lo inspiró la amargura, sino la indignación y la protesta. Con exagerado optimismo situó el período enfocado entre el 506 y el 2000. Se quedó corto. Transcurrida una década del siglo veintiuno, seguimos revolcados en el mismo merengue, como él dice. Lo sabemos muy bien en nuestro país.



He aquí la letra de este tango.

CAMBALACHE

Que el mundo fue y será
una porquería, ya lo sé.
En el quinientos seis
y en el dos mil, también.

Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
barones y dublés.

Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.

Vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo
todos manoseados.

Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador...

¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
que un gran profesor.

No hay aplazaos ni escalafón,
los ignorantes nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura,
colchonero, Rey de Bastos,
caradura o polizón.

¡Qué falta de respeto,
qué atropello a la razón!
Cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón...

Mezclao con Stravinsky
va Don Bosco y La Mignon,
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín...

Igual que en la vidriera
irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remache
ves llorar la Biblia
junto a un calefón.

Siglo veinte, cambalache
problemático y febril...
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil.
¡Dale, nomás...!
¡Dale, que va...!
¡Que allá en el Horno
nos vamo’a encontrar...!

No pienses más; sentate a un lao,
que a nadie importa si naciste honrao...
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura,
o está fuera de la ley...


La siguiente es la versión de “Cambalache” por Julio Sosa, el Barón del Tango: