enero 01, 2012

“PAJAROS Y OTROS POEMAS” DE SAINT-JOHN PERSE / ARMANDO ARTEAGA

“PAJAROS Y OTROS POEMAS” DE SAINT-JOHN PERSE /

ARMANDO ARTEAGA



“La poesía se niega a disociar el arte de la vida y el amor del conocimiento. Es acción, poder, innovación que desplaza los límites… La oscuridad que se le reprocha no le es consustancial. Lo propio de la poesía es iluminar. . .”        Saint-John Perse



“Pájaros y otros poemas” (Editorial Visor, 1977) de Saint John Perse es un libro que leí con algo de duda.  El poeta francés, que había nacido en la isla caribeña de Guadalupe, me parecía tan trasparente, que algo me impedía ver su propio contenido poético.  Había un caos que me impedía entender el orden esperado al que uno aspira luego de leer cada uno de sus poemas. Los “pájaros” volaban como los "poemas" dispersándose por escenarios notables donde  uno apenas podía entender la blancura de la nieve, de ese desorden de metáforas donde aparecía la naturaleza como el origen de toda nuestra existencia, y de la libertad del individuo: sobrevivía  una sabiduría transformada en  una afirmación del propio poeta creador.

La poesía es una forma de conocimiento en Saint John Perse, una ciencia o un lenguaje diferente: inventado, transformado, lleno de metáforas sucesivas, que va  definiendo el poema como una unidad absoluta.  El poeta nos propone entender los elementos dispersos del poema como partes de un todo. Para lograr la inserción poética de su obra hay que estar atento al dictamen de lass propias normas de su lenguaje, que es el sentido común,  para entender la esencia de las cosas y de sus proyecciones anexas, o despearse en la utopía de “La Ciudad”:

La pizarra cubre sus techos, o bien la teja en que vegetan los musgos.
Su aliento se vierte por el tiro de las chimeneas.
¡Grasas!
¡Olor de los hombres urgidos, como de un soso matadero!,
¡agrios cuerpos de las mujeres bajo las faldas!
¡Oh ciudad contra el cielol
Grasas, aspirados alientos, y el vaho de un pueblo contaminado
-pues toda ciudad se ciñe de inmundicia.
Sobre la lumbrera del tenderete -sobre los cubos de basura del hospicio
-sobre el olor de vino azul del barrio de los marineros
-sobre la fuente que solloza en los patios de la policía
-sobre las estatuas de piedra mohosa y sobre los perros vagabundos
-sobre el chiquillo que silba, y el mendigo cuyas mejillas tiemblan
en la cavidad de las mandíbulas,
sobre la gata enferma que tiene tres pliegues en la frente,
la noche desciende, entre el vaho de los hombres...
-La Ciudad por el río mana hacia el mar como un absceso...
¡Crusoe! Esta noche, cerca de tu Isla, el cielo que se aproxima loará al mar,
y el silencio multiplicará la exclamación de los astros solitarios.
Corre las cortinas; no enciendas:

Es la noche sobre tu Isla y en su contorno, aquí y allá,
dondequiera se curva el impecable vaso del mar;
es la noche color de párpados, sobre los caminos entretejidos del cielo y del mar.
Todo es salado, todo es viscoso y pesado como la vida de los plasmas.
El pájaro se arrulla en su pluma, bajo un sueño aceitoso;
el fruto vano, sordo de insectos cae en el agua de las caletas, cavando su ruido.
La isla se adormece entre el circo de vastas aguas,
lavada por cálidas corrientes y grasas lechadas,
en la frecuentación de légamos suntuosos.
Bajo los manglares que lo fecundan, lentos peces entre el cieno
han descargado burbujas de su cabeza chata; y otros que son lentos,
manchados como reptiles, velan. -Los légamos son fecundados.
-Oye chasquear a las huecas bestias en sus conchas.
-Sobre un trozo del cielo verde hay un humo apresurado
que es el enmarañado vuelo de los mosquitos.
-Los grillos bajo las hojas se llaman dulcemente.- Y otras bestias que son dulces,
atentas a la noche, cantan un canto más puro que el anuncio de las lluvias:
es la deglutición de dos perlas hinchendo su gollete amarillo...
¡Vagido de las aguas girantes y luminosas!
¡Corolas, bocas de moaré: el duelo que apunta y se ensancha!
Son grandes flores móviles en viaje, flores vivientes para siempre,
y que no cesarán de crecer por el mundo...
¡Oh el color de las brisas circulando sobre las aguas calmas,
las palmas de las palmeras que se menean!
Y ni un lejano ladrido de perro que signifique la choza;
que signifique la choza y el humo de la tarde
y las tres piedras negras bajo el olor de pimiento.
Pero los murciélagos cortan la noche blanda con pequeños gritos.

¡Alegría!. ¡oh alegría desatada en las alturas del cielo!

...¡Crusoe!, ¡estás ahí! y tu rostro se ofrece a los signos de la noche,
como una invertida palma de la mano.

Alain Bosquet ayuda a meternos en la indagación de su camino poético: “Esta poesía para los hombres, redactada aparte de los hombres, esta epopeya lujuriosa, ya no se contenta con menos que todo el planeta, y abstracta, ya que se dirige a los que fueron tanto como a los que serán, este obelisco a la gloria de la humanidad consustanciado en su verbo, esta estela conmemorativa de las batallas de silabas y el paisaje del Mar Rojo de tal sufijo soberbio: este mensaje finalmente, de profeta, de ermitaño y de soberano que conduce, más que la suya propia, la inmortalidad misma de sus gentes de bien y de sus gentes humildes, aquella poesía es la propia -aunque alienada de progreso de todos los tiempos- de S. J. Perse”.

Poemas  de la estirpe de Mares/ Estrechos son los bajeles  nos llevan por esos caminos inseguros, laberinticos, peligrosos, inmersos de un conocimiento  profundo de la vida y la naturaleza de las cosas vividas, que nos provocan  un enorme disfrute emocional, que estimula la sensibilidad del lector.  Es un ingreso difuso todavía en la sensibilidad y la modernidad de la poesía del siglo veinte:

Mares
Estrechos son los bajeles

I.  

Estrechos son los bajeles, estrecho nuestro lecho.
Inmensa la extensión de las aguas, más vasto nuestro imperio
En las cerradas estancias del deseo.

     Entra el Verano, que viene de mar. A la mar sola diremos
     Que extranjeros fuimos en las fiestas de la ciudad,
y qué astro ascendiente de las fiestas submarinas
     Vino una noche a husmear en nuestro lecho, el lecho de lo divino.

     En vano la tierra próxima nos traza su frontera.
Una misma ola por el mundo, una misma ola desde Troya
     Menea su cadera hasta nosotros. En la alta mar
muy lejos de nosotros se imprimió antaño ese soplo…
     Y el rumor una noche fue grande en las estancias:
¡la muerte misma, a son de caracolas, no se haría oír en ellas!

     ¡Amad, oh parejas, los bajeles; y la mar alta en las estancias!
     La tierra una noche lleva sus dioses, y el hombre da caza a las bestias leonadas;
las ciudades se desgastan, las mujeres sueñan. ..Que haya siempre a nuestra puerta
     Esa alba inmensa llamada mar -selección de alas y levantamiento de armas;
amor y mar del mismo lecho, amor y mar en el mismo lecho -

     y este diálogo aún en las cámaras.

II.
     1.

¡Amor, amor que tan alto tienes el grito de mi nacimiento,
que es de mar en marcha hacia la Amante! Viña vendimiada sobre toda playa,
beneficio de espuma en toda carne, y canto de burbujas sobre las arenas…
¡Homenaje, homenaje a la Vivacidad divina!

     Tú, el hombre ávido, me desnudas: patrón más tranquilo
que a bordo el patrón del navío. Y tanta tela se desata,
no hay más mujer que aparejada. Se abre el Estío que vive de mar.
Y mi corazón te abre una mujer más fresca que el agua verde:
semilla y savia de dulzura, el ácido a la leche mezclado,
la sal a la sangre muy viva, y el oro y el yodo,
y el sabor también del cobre y su principio de amargura
-toda la mar en mi llevada como en la urna maternal…

     Y sobre la playa de mi cuerpo el hombre nacido de mar se ha tendido.
Que refresque su rostro en la fuente misma bajo las arenas;
y se regocije sobre mi era, como el dios tatuado de helecho macho…
Mi amor, ¿tienes sed? Soy mujer a tus labios más nueva que la sed.
Y mi rostro entre tus manos como en las manos frescas del náufrago,
¡ah! que te sea en la noche caliente frescor de almendra y sabor de aurora,
y conocimiento primero del fruto sobre la ribera extranjera.


     Soñé, la otra noche, islas más verdes que el sueño…
Y los navegantes descienden a la ribera en busca de un agua azul;
ven -es el reflujo- el lecho rehecho de las arenas chorreantes:
la mar arborescente deja allí, filtrándose, esas puras huellas capilares,
como grandes palmeras martirizadas,
altas muchachas extasiadas y llorosas que la mar acuesta
con sus taparrabos y sus trenzas desatadas.


     Y éstas son figuraciones del sueño. Pero tú, hombre de frente recta,
tendido en la realidad del sueño, bebes en la propia boca redonda,
y sabes su revestimiento púnico: carne de granada y corazón de tuna,
higo de África y fruto de Asia. ..Frutos de la mujer,
oh mi amor, son más que frutos de mar: de mí, ni pintada ni adornada,
recibe las arras del Estío de mar…”


     2.

En el corazón del hombre, soledad.
Extraño el hombre, sin ribera, cerca de la mujer, ribereña.
Y mar yo mismo a tu oriente, como a tu arena de oro mezclado,
que vaya yo aún y demore en tu ribera,
en el desatarse muy lento de tus anillos de arcilla
-mujer que se hace y se deshace con la ola que la engendra…
     Y tú, más casta de estar más desnuda, de tus solas manos vestida,
no eres Virgen de los grandes fondos,
Victoria de bronce o de piedra blanca que se extrae, con el ánfora,
en las grandes redes cargadas de algas de los destajeros de mar;
sino carne de mujer a mi rostro, calor de mujer bajo mi olfato,
y mujer que prende su aroma
como la llama de fuego rosa entre los dedos semicerrados.

     Y como la sal está en el trigo, la mar en ti en su principio,
la cosa en ti que fue de mar, te ha dado ese sabor de mujer feliz
y a la que uno se acerca…
Y tu rostro está invertido,
tu boca es fruto para consumir a fondo de barca, en la noche.
Libre mi aliento sobre tu garganta, y la crecida, por todas partes,
de las capas del deseo, como en las mareas de luna próxima,
cuando la tierra hembra se abre al mar salaz y flexible,
ornado de burbujas hasta en sus charcas, sus pantanos,
y el mar alto en la pasturanza hace ruido de noria,
y la noche está llena de eclosiones.

     Oh amor mío con sabor de mar,
que otros pazcan lejos de mar la égloga al fondo de valles cerrados
-mentas, toronjil y meliloto, tibiezas de alisón y de orégano,
y hable allí el uno de colmenas y el otro trate de rediles,
y la oveja afelpada bese la tierra al pie de los muros de polen negro.
En la época en que se anudan los melocotoneros y se desbrozan las vides,
yo corté el nudo de cáñamo que mantiene el casco sobre su anguila,
en su cuna de madera. ¡Y mi amor está en los mares!
¡Y mi quemadura está en los mares!…

     Estrechos son los bajeles, estrecha la alianza;
y más estrecha tu medida, oh cuerpo fiel de la Amante…
¿Y qué es ese cuerpo mismo, sino imagen y forma de bajel?
Barquilla y navío, y nave votiva, hasta en su apertura mediana;
industriado en forma de carena, y sobre sus curvas modelado,
plegando el doble arco de marfil al gusto de las curvas nacidas de mar.
…Los ensambladores de cascos, en todo tiempo,
tuvieron esta manera de ligar la quilla al juego de las cuadernas y varengas.

     Bajel, mi hermoso bajel, que cede en sus cuadernas
y porta la carga de una noche de hombre, eres bajel portador de rosas.
Rompes sobre el agua cadena de ofrendas. Y henos aquí, contra la muerte,
sobre los caminos de acantos negros de la mar escarlata…
Inmensa el alba llamada mar, inmensa la extensión de las aguas,
y sobre la tierra hecha sueño en nuestros confines violetas,
¡toda la marejada a lo lejos se levanta y se corona de jacintos
como un pueblo de amantes!

     No hay usurpación más alta que en el bajel del amor.”

III

 1.

Mis dientes son puros bajo tu lengua.
Pesas sobre mi corazón y gobiernas mis miembros.
Patrón del lecho, oh mi amor, como el Patrón del navío.
Dócil la barra a la presión del Patrón, dócil la ola en su poderío.
Y es otra en mí quien gime con el aparejo…
Una misma ola por el mundo, una misma ola hasta nosotros,
en lo más remoto del mundo y de su edad…
Y tanto oleaje, y por doquiera, que sube e irrumpe hasta en nosotros…

     ¡Ah! no seas un patrón duro por el silencio y por la ausencia,
¡piloto muy hábil, amante demasiado atento!
Toma, toma de mí más que don de ti mismo.
Amando ¿no querrías ser también el Amado?…
Temo, y la inquietud habita bajo mi seno.
A veces, el corazón del hombre a lo lejos se extravía,
y bajo el arco de su ojo hay, como en los grandes arcos solitarios,
ese muy grande lienzo de mar de pie en las puertas del Desierto…

     Oh tú, obsedido, como el mar, por cosas lejanas y mayores,
te he visto, cejijunto, buscar más allá de mujer.
La noche en que navegas ¿no tendrá, pues, su isla, su ribera?
¿Quién, pues, en ti siempre se aliena y se reniega? -Pero no, has sonreído,
eres tú, vienes a mi rostro, con toda esa gran claridad de umbría
como de un gran destino en marcha sobre las aguas
(¡oh mar repentinamente herido de brillo entre sus grandes sementeras
de limo verde y amarillo!) y yo, tendida sobre mi flanco derecho,
oigo latir tu sangre nómade contra mi pecho de mujer desnuda.

     Estás ahí, amor mío, y lugar sólo tengo en ti.
Elevaré hacia ti la fuente de mi ser, y te abriré mi noche de mujer,
más clara que tu noche de hombre:
y la grandeza en mí de amar te enseñará tal vez la gracia de ser amado.
¡Licencia entonces a los juegos del cuerpo! ¡Ofrenda, ofrenda, y favor de ser!
La noche te abre una mujer: su cuerpo, sus puertos, su ribera;
y su noche prístina en que yace toda memoria.
¡Amor haga de ella su guarida!

     …Estrecha mi cabeza entre tus manos, estrecha mi frente ceñida de hierro.
Y mi rostro comible como fruto de ultramar: el mango ovalado y amarillo,
rosa fuego, que los corredores de Asia sobre losas de imperio, depositan una noche,
antes de medianoche, al pie del Trono taciturno…
Tu lengua es en mi boca como salvajería de mar; el sabor del cobre está en mi boca.
Y nuestro alimento en la noche no es alimento de tinieblas, ni nuestro brebaje,
en la noche, es bebida de cisterna.

     Estrecharás el círculo de tus dedos sobre mis muñecas de amante, y mis muñecas serán,
entre tus manos, como muñecas de atleta bajo su banda de cuero.
Llevarás mis brazos anudados más allá de mi frente; y uniremos así nuestras frentes,
como para la realización conjunta de grandes cosas en la arena.
de grandes cosas a vista de mar, y yo misma seré tu muchedumbre en la arena,
entre la fauna de tus dioses.

     O bien, ¡libres mis brazos!…y mis manos tienen licencia
en el atelaje de tus músculos -sobre todo ese altorrelieve de la espalda,
sobre todo ese nudo movedizo de los riñones,
cuadriga en marcha de tu fuerza como la musculatura misma de las aguas.
¡Te loaré con las manos, poderío! y tú, nobleza del flanco viril,
pared de honor y de altivez que guarda todavía, desnuda,
como la huella de la armadura.

     El halcón del deseo tira de sus pihuelas de cuero.
El amor cejijunto se inclina sobre su presa.
Y yo, yo he visto mudarse tu rostro, ¡depredador!
como acontece a los rateros de ofrendas en los templos,
cuando cae sobre ellos la irritación divina…
Tu dios nuestro huésped, de paso, Congrio salaz del deseo,
remonta en nosotros el curso de las aguas.
El óbolo de cobre está sobre mi lengua,
el mar llamea en los templos, y el amor ruge en las caracolas
como el Monarca en las salas del Consejo.

     ¡Amor, amor, faz extranjera!
¿Quién te abre en nosotros sus vías de mar?
¿Quién toma el timón, y con qué manos?…
¡Corred a las máscaras, dioses precarios!
¡cubrid el éxodo de los grandes mitos!
El Estío, cruzado de otoño, rompe en las arenas recalentadas
sus huevos de bronce jaspeados de oro
en que crecen los monstruos, los héroes.
Y la mar a lo lejos huele fuertemente a cobre y al olor del cuerpo masculino…
¡Alianza de mar es nuestro amor que sube a las Puertas de Sal Roja!”.

     2.

Amante, no levantaré techo para la Amante.
El Estío caza a la jabalina sobre los surcos de mar.
El deseo silba sobre su era.
Y yo, como el gavilán de las playas que reina sobre su presa,
he cubierto con mi sombra todo el esplendor de tu cuerpo.
¡Decreto del cielo y que nos ata! Y no es hora ya, oh cuerpo oferto,
de elevar en mis manos la ofrenda de tus senos.
¡Un lugar de rayo y de oro nos colma de su gloria!
Salario de brasas, no de rosas. ¿Y provincia marítima alguna fue,
bajo las rosas, más sabiamente pillada?

     Tu cuerpo, oh carne regia, madura los signos del Estío de mar:
manchado de lunas, de albugos, moteado de miel y de vino púrpura
y pasado como arena por el cedazo de los lavadores de oro
-esmaltado con oro y apresado en las grandes y luminosas redes
barrederas que tastrean en agua clara.
¡Carne regia y firmada con firma divina! De la nuca a la axila,
a la sangría de las piernas, y del muslo interno al ocre de los tobillos,
buscaré, baja la frente, la cifra oculta de tu nacimiento
entre las siglas reunidas de tu orden natal
-como esas enumeraciones estelares que suben, cada noche,
de las mesas submarinas para ir, lentamente,
a inscribirse al Oeste en las panegirias del Cielo.

     El estío, quemador de cortezas, de resinas,
mezcla al ámbar de mujer el perfume de los pinos negros.
Atezado de mujer y bermejo de ámbar son de julio el olor y el mordisco.
Así los dioses, ganados por un mal que no es nuestro,
se hacen de oro de laca en su piel de muchachas.
Y tú, vestida de un tal liquen, dejas de estar desnuda:
la cadera adornada de oro y los muslos pulidos como muslos de hoplita…
Loado seas, alto cuerpo velado por su esplendor,
contrastado como el oro en flor con el cuño de los Reyes.
(¿Y quién, pues no ha soñado desnudar esos grandes lingotes de oro pálido,
vestidos de ante muy suave, que hacia las Cortes viajan en los pañoles,
bajo sus bandeletas de grueso cáñamo
y sus grandes ligaduras entrecruzadas de espartería?) (…)

IV

 Quejas de mujer sobre la arena, jadear de mujer en la noche
no son sino arrullo de tempestad en fuga sobre las aguas.
Torcaz de huracán y acantilado, y corazón que rompe sobre las arenas,
¡cuánto mar hay aún en la dicha llorosa de la Amante!…
Tú, el Opresor y que nos pisoteas, como nidadas
de codornices y corrientes de alas migratorias,
¿nos dirás quién nos congrega?

     Mar a mi voz mezclado y mar en mi siempre mezclado, amor,
amor que grita sobre los rompientes y los corales,
¿dejarás medida y gracia en el cuerpo de mujer demasiado amante?…
Queja de mujer y estrujada, queja de mujer y no herida…
¡dilata, oh Patrón, mi suplicio; prolonga, oh Patrón, mi delicia:
¿Qué tierna bestia arponada fue, más amante, castigada?

     Mujer soy y mortal, en toda carne donde no está el Amante.
Para nosotras el duro tiro en marcha sobre las aguas.
¡Que nos pisotee con el casco, y nos hiera con el espolón,
y con el timón tachonado de bronce nos golpee!. ..
Y la Amante tiene al Amante como un pueblo de gañanes,
y el Amante tiene a la Amante como una reyerta de astros.
Y mi cuerpo se abre sin decencia al Garañón del rito
como la mar misma en la embestida del rayo.(…)

V

A tu lado arrumbada, como el remo a fondo de barca;
a tu lado adujada, como la vela con la verga, al pie del mástil anudada…
Un millón de burbujas más que dichosas, en la estela y so la quilla.
Y la mar misma, nuestro sueño, como una sola y vasta umbela…
Y su millón de cabezuelas, de flósculos en vías de diseminación…

     ¡Supervivencia, oh prudencia! Frescura de tormenta y que se aleja,
párpados macerados, del azul de tormenta… Abre la palma de tu mano,
dicha de ser… ¿Y quién, pues, estaba ahí, que no es más que favor?
Un paso se aleja en mí que no es de mortal.
Viajeros a lo lejos viajan que no hemos interpelado.
Tended la tienda impregnada de oro, oh pura umbría de trasvida…

Y la grande ala silenciosa que tan largo tiempo
fue tal, a nuestra popa, orienta todavía en el sueño,
orienta todavía sobre las aguas,
nuestros cuerpos que tanto se han amado,
nuestros corazones que tanto se han conmovido…
A lo lejos la carrera de una última ola,
alzando más alta la ofrenda de su freno…
Te amo -estás aquí- y toda la inmensa dicha de ser
que fue aquí consumada. (…)

VI

  Un poco antes de la aurora y las cuchillas del día,
cuando el rocío de mar enluce los mármoles y los bronces,
y el ladrido lejano de los campos hace deshojarse a las rosas en la ciudad,
yo te vi, velabas, y fingí el sueño.

     ¿Quién, pues, en ti se aliena siempre con el día?
Y tu mansión, ¿dónde, pues, está?…
¿Te irás mañana sin mí por la mar extranjera?
¿Quién, pues, tu huésped, lejos de mí?
¿O qué Piloto silencioso sube solo a tu bordo,
de ese lado de mar que no se aborda?

     Tú, a quien he visto crecer allende mi cadera,
como inclinado sobre el borde de los acantilados,
no conoces, no has visto, tu faz de águila peregrina.
¿El pájaro tallado en tu rostro horadará la máscara del amante?

¿Quién eres, pues, Patrón nuevo?
¿Hacia qué tendido, en que no tengo parte?
y ¿sobre qué borde del alma irguiéndote,
como príncipe bárbaro sobre su montón de arreos?;
¿o como ese otro, entre las mujeres, husmeando la acidez de las armas?

¿Cómo amar, con amor de mujer -amando, a aquel
por quien nadie puede nada? ¿Y de amor qué sabe él?(…)

VII

 Llegado el invierno, la mar de caza, la noche remonta los estuarios,
y los veleros votivos se acunan en las bóvedas de los santuarios.
Los jinetes del Este han aparecido sobre sus caballos color de pelo de lobo.
Las carretas cargadas de hierbas amargas se empinan sobre las tierras.
Y los bajeles en seco son visitados por pequeñas nutrias ribereñas.
Los extranjeros ve nidos de mar serán sometidos a censo.

     Amiga, he visto tus ojos rayados de mar, como los ojos de la Egipcia.
Y las barcas de placer son traídas bajo tos pórticos,
por las alamedas bordeadas de caracolas, de bocinas;
y las terrazas desunidas son invadidas
por una población tardía de pequeños lirios de las arenas.
La tormenta anuda sus trajes negros y cielo caza anclado.
Las altas mansiones sobre los cabos son apuntaladas con tablones.
Se entran las jaulas de pájaros enanos.

     Llegado el invierno, la mar a lo lejos, la tierra nos muestra sus rótulas.
Se queman la pez y la brea en los peroles de hierro colado.
Es tiempo, ¡Oh Ciudades! de blasonar con una nave las puertas de Cibeles
y es también venido el tiempo de celebrar el hierro sobre el yunque bigornia.
La mar está en el cielo de los hombres y en la migración de los techos

Hoy, globalización al tope, escribir de esta manera tan diáfana me parece un tonteo de la postmodernidad, tal como lo realizan algunos jóvenes poetas.  La abstracción del lenguaje hace años que la inicio Saint John Perse con sus poemas diáfanos, pulcos y llenos de cierto purismo simbólico.

“Pájaros”, el poema que da titulo al libro, está inspirado en la pintura de Georges Braque (1882-1963), son versos puestos en “libre albedrio”, van desbordando la imaginación del lector, supongo que traducen las imágenes de las pinturas de Braque en signos y símbolos literarios: materia viva del planeta, arenas, maderas, colores reflexivos. Trata de liberar la materia del contenido mismo de la naturaleza buscando nuevas formas.  Este poema “Pájaros”  tiene una excelente traducción de Manuel Álvarez Ortega, quien conoce muy bien toda la cultura inmensa que alude la visión poética de Perse, que es un poeta difícil para ponerlo en cualquier lengua.

Alexis Léger, conocido por los pseudónimos Alexis Saint-Léger Léger y sobre todo Saint-John Perse, fue un poeta y diplomático francés. Nació el 31 de Mayo de 1887. Bajo el seudónimo de Saint-John Perse, Léger obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1960. Tras la obtención del premio continuó escribiendo y publicando hasta su muerte. Falleció en Giens el 20 de septiembre de 1975.

Perse es un poeta de gran nivel, su poesía adquiere un alto desarrollo de sensibilidad poética en el canon de descifrar lo primitivo, construye largos escenarios de naturaleza viva que nos deslumbra como en este poema descriptivo “Nieves”:

Y, luego cayeron las nieves, las primeras nieves de la ausencia, sobre los grandes anchos tejidos por el sueño y por lo real; y remitida toda pena a los hombres memoriosos, hubo una frescura de telas en nuestras sienes. Y esto fue en la mañana, bajo la sal gris del alba, un poco antes de la hora sexta, como en un puerto de azar, un lugar de gracia y de merced en donde licenciar el enjambre de las grandes odas del silencio.

Y toda la noche, a hurto nuestro, bajo este alto hecho de pluma, llevando muy alto vestigio y cura de almas, las altas ciudades de piedra pómez horadadas de insectos luminosos no habían cesado de crecer y sobresalir, en el olvido de su peso. Y sólo supieron algo aquellos cuya memoria es incierta y su relato aberrante. La parte que tomó el espíritu en esas cosas insignes, la ignoramos; nadie ha sorprendido, nadie ha conocido, en el más alto frente de piedra, la primera afloración de esta hora sedosa, el primer contacto de esta cosa ágil y muy fútil, como un roce de pestañas. Sobre los revestimientos de bronce y sobre los lanzamientos de acero cromado, sobre los morillos de tosca porcelana y sobre las tejas de grueso vidrio, sobre el cohete de mármol negro y la espuela de metal blanco, nadie ha sorprendido, nadie ha empañado este vaho de un soplo en su nacimiento, como el trance primero de una espada desenvainada. . .

Nevaba, y he aquí que diremos de ello maravillas: el alba muda en su pluma, como una gran lechuza fabulosa presa de los soplos del espíritu, inflaba su cuerpo de dalia blanca. Y por todos lados nos era prodigio y fiesta. Y la salud sea sobre la faz de las terrazas, en donde el Arquitecto, el otro estío, nos mostró huevos de chotacabras.
Yo sé que navíos en zozobra en todo ese pálido ostral lanzan su mugido de bestias sordas contra la ceguera de los hombres y los dioses.

Yo sé que en las caídas de los grandes ríos se anudan extrañas alianzas entre el cielo y la tierra: blancas bodas de noctuelas, blancas fiestas de frigáneas. Y bajo las vastas estaciones ahumadas de alba como palmares bajo vidrio, la noche lechosa engendra una fiesta del muérdago.

Y hay también esa sirena de las fábricas, un poco antes de la hora sexta y el relevo de la mañana, en ese país, allá arriba, de muy grandes lagos, en donde los astilleros iluminados toda la noche tienden sobre la espaldera del cielo una alta parra sideral: mil lámparas mimadas por las cosas crudas de la nieve. . . Grandes nácares en crecimiento, grandes nácares sin defecto ¿meditan su respuesta en lo más profundo de las aguas? — ¡oh cosas todas por renacer!, ¡oh vosotras, todo respuesta! ¡Y la visión, por fin, sin falla y sin defecto! . . .

Nieva sobre los dioses de fundición y sobre las fábricas de acero cimbreantes de breves liturgias; sobre la escoria de hierro y la inmundicia y sobre el herbazal de los terraplenes; nieva sobre la fiebre y sobre la herramienta de los hombres —nieve más fina que en el desierto el grano de coriandro, nieve más fina que en Abril la primera leche de las bestias jóvenes. Nieva allá lejos, hacia el Oeste, sobre los silos y sobre los ranchos y sobre las vastas llanuras sin historia bajo las zancadas de los pilonos; sobre los trazados de ciudades por nacer y sobre la ceniza muerta de los campamentos levantados;  sobre las altas tierras no abiertas, envenenadas de ácidos, y sobre las hordas de negros abetos trabados de águilas arpadas, como trofeos de guerra. . . ¿Qué decíais, armador de trampas, con vuestras manos despedidas? Y sobre el hacha del pionero ¿qué inquietante dulzura puso esta noche la mejilla? . . . Nieva fuera de cristiandad sobre las zarzas más jóvenes y sobre las bestias más nuevas. ¡Esposa del mundo mi presencia! Y en alguna parte del mundo donde el silencio alumbra un sueño de melaza, la tristeza levanta su máscara de sirvienta.

No era suficiente que tantos mares, no era suficiente que tantas tierras hubiesen dispersado el curso de nuestros años. Sobre la nueva ribera en que sigamos, creciente carga, la red de nuestras rutas, todavía era menester todo este canto llano de las nieves para arrebatarnos la huella de nuestros pasos. . . Por los caminos de la más vasta tierra ¿extendéis el sentido y la medida de nuestros años, nieves pródigas de la ausencia, nieves crueles para el corazón de las mujeres en los que se agota la espera?

Y Aquella en quien yo pienso entre todas las mujeres de mi raza, desde la hondura de su larga edad levanta hacia su Dios su faz de dulzura. Y es un puro linaje que tiene su gracia en mí. “Que nos dejen a los dos con este lenguaje sin palabras de que hacéis uso, ¡oh vos toda presencia!,  ¡oh vos toda paciencia!” Y como una gran Ave de gracia sobre nuestros pasos canta quedamente el canto purísimo de nuestra raza. Y hace tan largo tiempo que vela en mí esta ansia de dulzura. . .

Dama de alto paraje fue vuestra alma muda a la sombra de vuestras cruces; pero carne de pobre mujer, en su ancianidad, fue vuestro viviente corazón de mujer en las mujeres martirizado… En el corazón del bello país cautivo en donde quemaremos el espino, qué gran compasión por las mujeres de toda edad a quienes el brazo del hombre faltó. ¿Y quién, pues, os conducirá en esa mayor viudez, a vuestras iglesias subterráneas en donde la lámpara es frugal y la abeja divina?

… Y todo este tiempo de mi silencio en tierra lejana, en las pálidas rosas de los zarzales he visto palidecer la usura de vuestros ojos. Y vos sola habéis gracia en este mutismo en el corazón del hombre como una piedra negra. . . Pues nuestros años son tierras movedizas de las que nadie tiene feudo, pero como una gran Ave de gracia sobre nuestros pasos, nos sigue de lejos el canto del puro linaje; y hace tan largo tiempo que vela en nosotros esta ansia de dulzura . . .

¿Nevaba, esa noche, de ese lado del mundo en donde juntáis las manos? . . . Aquí, hay un gran ruido de cadenas en las calles, por las que van los hombres corriendo a su sombra. Y no sabía que hubiera todavía en el mundo tantas cadenas para equipar las ruedas en fuga hacia el día. Y hay también gran ruido de palas a nuestras puertas, ¡oh vigilias! Los negros barrenderos van sobre las aftas de la tierra como gente de gabela. Una lámpara sobrevive al cáncer de la noche. Y un ave de ceniza rosa, que fue de brasa todo el estío, alumbra de repente las criptas del invierno, como el Ave de Fase en los Libros de Horas del Año Mil. . . ¡Esposa del mundo mi presencia, esposa del mundo mi espera! ¡Que nos arrebate de nuevo el fresco aliento de la mentira! … Y la tristeza de los hombres está en los hombres, pero también esta fuerza que no tiene nombre, y esta gracia, por instantes, de la que es preciso hayan sonreído.

Sólo en hacer la cuenta, desde lo alto de este cuarto de esquina que rodea un Océano de nieves— Huésped precario del instante, hombre sin prueba ni testigo, ¿desataré mi lecho como una piragua de su caleta? . . . Aquellos que acampan cada día más lejos del lugar de su  nacimiento, aquellos que llevan cada día su barca a otras riberas, saben mejor cada día el curso de las cosas ilegibles; y remontando los ríos hacia su fuente, entre las verdes apariencias, son ganados de súbito por ese esplendor severo en que toda lengua pierde sus armas.

Así el hombre semidesnudo sobre el Océano de las nieves, rompiendo de repente la inmensa libración, persigue un singular designio en el que las palabras no tienen ya asidero. ¡Esposa del mundo mi presencia, esposa del mundo mi prudencia! … Y hacia el lado de las aguas primigenias volviéndome con el día, como el viajero, en la neomenia, cuya conducta es incierta y su andadura aberrante, he aquí que tengo el designio de vagar por entre las más viejas capas del lenguaje, por entre las más altas vetas fonéticas: hasta lenguas muy remotas, hasta lenguas muy enteras y muy parsimoniosas, como esas lenguas dravídicas que no tuvieron palabras distintas para “ayer” y “mañana”. . . Venid y seguidnos, que no tenemos palabras que decir: remontamos esa pura delicia sin grafía por la que corre la antigua frase humana; nos movemos entre claras elisiones, residuos de antiguos prefijos que perdieron su inicial, y anticipándonos a los bellos trabajos de lingüística, nos abrimos nuestras sendas nuevas hasta esas locuciones inauditas, en las que la aspiración retrocede más allá de las vocales y la modulación del aliento se propaga, al gusto de tales labiales semisonoras, en busca de puros finales vocálicos.

… Y esto fue en la mañana, bajo el más puro vocablo, un bello país sin odio ni roñería, un lugar de gracia y de merced para la ascensión de seguros presagios del espíritu; y como una gran Ave de gracia sobre nuestros pasos, el gran rosedal blanco de todas las nieves a la redonda. . . Frescura de umbelas, de corimbos, frescura de arilo bajo el haba, ¡ah! ¡tantos ácimos aún en los labios del vagabundo!.. . ¿Qué flora nueva, en lugar más libre, nos absuelve de la flor y del fruto? ¿Qué lanzadera de hueso en las manos de las mujeres de larga edad, qué almendra de marfil en las manos de las mujeres de edad  moza nos tejerá tela más fresca para la quemadura de los vivos? . . . ¡Esposa del mundo nuestra paciencia, esposa del mundo nuestra espera! . . . ¡Ah, todo el yezgo del sueño a piel de nuestro rostro! ¡Y todavía nos arrebata, ¡oh mundo!, tu fresco aliento de mentira! . . . Allí donde los ríos son todavía vadeables, allí donde las nieves son todavía vadeables, pasaremos esta noche un alma sin vado … Y más allá están los grandes anchos del sueño, y todo ese bien fungible en el que el ser empeña su fortuna . ..


Estas han sido, pues, algunas de mis impresiones personales cuando a partir de los años setenta fui descubriendo la poesía de Perse, observando su influencia poética: sujeta al suceso de las causas y los efectos que (su prestigio personal y literario) le  iba imprimiendo un simbolismo desbordante  para la poesía moderna,  de cierta manera ilustrativa  y conmovedora, y lo que (entendí) al final del inventario,  la poesía de Perse producía  esa influencia de un  simbolismo abstracto (entonces) en  algunos poetas latinoamericanos y peruanos.