febrero 25, 2015

Poesía y Audiencia / Por Jose Ruiz Rosas






Fuente:
Tarea
Lima : Tarea-Asociación de Publicaciones Educativas,  N° 5, oct. 1981, sin paginación

Sigue siendo un problema demostrar cómo las diversas regiones del país han venido produciendo una literatura que las singulariza y se inserta dentro de la vida nacional. He aquí un texto que nos entrega un balance de la producción poética mistiana, desde Melgar hasta los del 80’. Ruiz Rosas, inserta en este ensayo su preocupación por la recepción del texto poético, por eso se plantea analizar la ligazón texto-lector (o audiente) en torno al conjunto de la poesía arequipeña. Y demuestra una vez más, cómo las provincias, pese al centralismo -que también se expresa en el terreno literario-  sobresalen con sus propios valores, encuentran nuevas vías de expresión.


Poesía y Audiencia

José Ruiz Rosas (*)


Una cita de Virgilio y las de media docena de poetas arequipeños, a modo de frisos literarios en los arcos del Mirador de Yanahuara -por obra de un alcalde con aficiones literarias-, acercan al visitante a la idea de que Arequipa es, sin duda, no sólo tierra de poetas sino que tales poetas son honrados puntualmente por sus coterráneos. Sobradas pruebas hay en ello. El que los poetas, en su mayoría, no luzcan como los gerentes, las autoridades, los propietarios de tierras y de fábricas, los jefes militares, los vendedores de éxito o los profesionales liberales con abundante y rica clientela, no quita que sean considerados, especialmente en las reuniones de todo tipo, abierta o discretamente. E  inclusive, que en las gestas a las que pueden haber sido invitados con sincero interés y no como adorno por anfitriones cultos de todo nivel social o económico, promediada la alegría, se acuda a ellos en demanda de alguna composición como apertura  natural hacia el arte de la palabra, cuando ya el benemérito oferente agotó su discurso y a los festejantes; y se  acepte con absoluta comprensión el  reiterado fracaso del poeta no declamador ni repentista que farfulla excusas por su mudez sin que nadie insista en alterar su actitud y ofreciéndosele más bien, una tácita cordialidad colectiva; ocasiones éstas que en cambio, caen tan de perilla a los poetas  -porque los hay-  recitadores de su repertorio casi siempre rimbombante y estragador del gusto pero mantenedor, al fin y al cabo, del interés por el verbo, latente en la colectividad.

¿A qué se debe esto? y además, ¿qué le da el poeta a la sociedad a cambio, o qué espera ésta de él? En Arequipa, precisamente, donde puede enumerarse en estos días más de un centenar de poetas vivientes entre nativos y residentes, debería ser fácil hallar una respuesta a estas cuestiones.

Romanticismo y popularidad

Acaso las figuras de Melgar, principalmente, y de Bonifaz en segundo plano, expliquen el fenómeno de la popularidad de que goza la palabra "poeta" en el medio, por el aura de heroísmo con que esos nombres presiden la historia escrita y la tradición oral de la literatura, o a la inversa, por el aura de literatos con que aquellos enrostraron a la muerte.  Decir Melgar es decir no sólo fusilamiento en otras tierras por la causa emancipadora, sino también expresar romanticismo y yaraví, tragedia y sentimiento; y decir Bonifaz es igualmente aludir a lo romántico y a la muerte en combate. Cómo no va a estimular la poesía y por tanto, a seguir produciendo poetas, un pueblo que relaciona el arte de la palabra con el de la guerra justa y que la poesía de aquel prócer y de este revolucionario, impregnada de pólvora, iluminada por el fogonazo mortífero, doliente y solemne; poesía ligera algunas veces en Melgar, e hímnica, marcial, colérica y arrogante en Bonifaz.

No entraña por eso que en una picantería de Sachaca pudiera leerse, diez años atrás, aquella décima de la cristalina corriente, pintada en la pared como un permanente dazibao de la imagen literaria; y no extraña, tampoco, por eso mismo que, como queriendo contrariar al destino de la adversidad amorosa, venga tan repetido en los registros de nacimientos de Arequipa el nombre de Silvia, que fue, parece, homenaje del poeta a la poesía y a la amada indistintamente, llamando el autor de la Oda a la Libertad a la mujer ideal con el nombre humanizado de la poesía más libre de entonces; en cuanto a la estructura estrófica, la silva corporeizando en realidad al poema y atribuyendo a la mujer las virtudes estéticas del verbo creador.

Hay además un ente literario que se encargó, el siglo pasado, de incentivar la gloria de ambos poetas héroes: Jorge o el Hijo del Pueblo, figura del romanticismo que no es brote puro del pueblo sino vástago, de los llamados espurios, de la aristocracia, bien que noblemente renunciante de sus privilegios, pero que encarna los ideales de una época y de una nación: la Arequipa del medio siglo decimonónico. Allí, en las páginas olorosas a fuego de combate y con el fondo sonoro del somatén que nos dejó la Nieves volcánica y austera, reaparecen los dos poetas para asentarse en la conseja familiar y en la tertulia picanteril y de briscán como paradigmas, como máximas figuras del martirologio local, a las que vienen a reunirse en estos años de nobles bicentenarios los nombres de seis precursores que encaman con sus muertes la osadía, en épocas de todopoderosa represión (como que se ejecutaba en nombre del Rey y por consiguiente en nombre de Dios Todopoderoso), sino de un poeta, de un rústico versificador anónimo, autor de los pasquines protestatarios frente a los abusos taxativos del poder central y peninsular.

Detengámonos en Melgar, cuyo monumento orna y honra a la ciudad en una plaza descuidada y cuya casa natal parece irrescatable ya para museo. El joven, el adolescente traductor de Ovidio; el seminarista frustrado, porque no profesa, pero que realiza sin embargo la inquietud sembrada por Chávez de la Rosa, aquel Obispo de la Ilustración; el amante frustrado, porque no desposa, pero que triunfa eróticamente al mitologizar la realidad; el plenamente logrado libertario, porque no  [se] libera él mismo, pero con su convicción afirma que sí y así lo hace verdaderamente; el Mártir de Umachiri pasa a la posteridad y es inmortal no sólo por su adhesión patriótica y su fusilamiento sino porque expresa en el yaraví, como poeta, la esencia de su espíritu mestizo y del de sus paisanos.

Hay en la historia de la literatura una vida paralela a la de Melgar: se halla en la misteriosa Hungría, donde por la misma época nace, poetiza para el pueblo en versos renovadores y muere fusilado en plena juventud, luchando por su patria, otro poeta singular: Petöfi  Sandor. Aquí también, ahora, a siglo y medio de la muerte de Melgar, sucede en el Perú la de otro joven poeta, muerto también por sus ideales y como él amante del verso sencillo: Javier Heraud, acribillado en la selva con balas dum-dum cuando regresaba a su patria para luchar y vivir en ella y por ella. Melgar, amoroso y cívico, cívico total porque en la guerra es auditor y no soldado, aunque su pecho sea tan desafiante como el de otros y en el fragor de la batalla se haga artillero; Melgar,  culto y letrado, es natural que proyecte su sombra como tutelar de la profesión de poeta en Arequipa y que los mayores que ésta produce mantengan su prestigio por entre tanta celebridad de las ciencias y las artes como las que con justicia puede jactarse de producir esta región.

La Academia Peruana de la Lengua, al publicar, con minuciosas notas, en 1971 e iniciando su serie de "Clásicos peruanos", las Poesías completas de Melgar, corrige aquello de "desdeñado por los académicos" que anotaba Mariátegui al afirmar que Melgar sobreviviría a "Althaus, a Pardo y a Salaverry", porque "en sus yaravíes encontrará siempre el pueblo un vislumbre de su auténtica tradición sentimental y de su genuino pasado literario" (1). El mismo Mariátegui señala que "la muerte creó al héroe, frustró al artista" (2); e indirectamente subraya la importancia de la provincia, se infiere que de Arequipa sobre la de la capital, sosteniendo en contra de Riva Agüero que el poeta de los yaravíes es "el primer momento de la literatura peruana"(3). El Amauta insiste en criticar el academicismo, españolismo y aristocratismo literarios de Riva Agüero cuando éste minimiza a Melgar por sus temas y usos del lenguaje popular; y su crítica alcanzaría a Porras Barrenechea, quien lamenta que "el estro pindárico de Olmedo no puede ser igualado en verso por ninguno de los pedestres rimadores de la época. El único que alcanza a figurar al lado suyo, por la aureola del sacrificio y la enternecedora historia sentimental, es el poeta arequipeño Mariano Melgar, el desengañado amante de Silvia"; y sigue: "Melgar no atruena el espacio con el fúlgido destello de Olmedo, pero se queda gimiendo en las cuerdas de la guitarra y en los ayes lastimeros de la quena, porque inventó la forma más peruana de quejarse: el yaravi" (4). Porras no recordaba, al escribir esos párrafos casi caritativos, que el propio Bolívar comentó risueñamente, en carta a su cantor, la hiperbólica alabanza que le hizo Olmedo.

Ricardo Palma, por otra parte, declara que perteneció al "pequeño grupo literario del Perú después de su independencia.  Nacidos -dice-  bajo la sombra del pabellón de la República, cumplíanos romper con el amaneramiento de los escritores de la época del coloniaje, y nos lanzamos audazmente a la empresa", citando más adelante como los ejemplares de las bellas letras en el Perú a Caviedes, Peralta, Olavide, Valdés y Felipe Pardo, es decir, dos hispanos afincados, un limeño inaugurador de aquello del viaje a París y otro retornado de España, sí que todos excelentes ingenios, e ignorando a Melgar (5), que no hizo más travesía que la de Islay al Callao; y es curioso que tan grande escarbador de papelotes históricos y autor de la Lira americana no hallase nada digno de sus tradiciones en la azarosa vida de Melgar, salvo que el respeto le impidiese echar a broma algo relacionado con el no reconocido maestro, como no lo menciona siquiera en sus copiosas y hermosas tradiciones. Martín Adán, que anota el desconocimiento de Melgar por los bohemios o románticos tardíos de Lima, afirma que “el Melgar trascendentales el del yaraví" y dice que "el yaraví de Melgar más de Melgar y, en cierto modo, el mejor, es el que se le devuelve, enajenado e inalterable con razones de guitarra y de luna arequipeña"(6), aludiendo a la calidad de folklóricos, por anónimos y extendidos, que tienen los versos del poeta. Martín Adán vivió un tiempo en Arequipa. Luis Jaime Cisneros recoge algunos datos curiosos, como la descripción de yaravíes en Mercurio Peruano de 1791 y la del Manuscrito de Arequipa, de 1816 escrito por Antonio Pereira y Ruiz, donde se describe también el yaraví pero sin aludir a Melgar como el creador de su forma mestiza. Esto lo sanciona Juan Carpio Muñoz cuando al publicar su valioso estudio sobre el  yaraví arequipeño, recuerda que ni el propio Melgar tituló yaravíes sino “canciones " a sus breves poemas ,  y cuando define la actuación del “loncco" en el siglo XVIII como anticipador y creador del yaraví; y la intervención de Melgar, en los albores del  siglo XIX, como pulidor del canto popular e introductor de éste en la ciudad sin adulterarlo o transformarlo sino dándole mayor elegancia y soltura; agrega que "Melgar, que se convirtió con  su vida en leyenda y símbolo de lo arequipeño, al destilar el yaraví loncco, lo conquistó para la ciudad y hasta para la aristocracia republicana de Arequipa, que lo llegó a cantar, convirtiéndose Melgar como la firma necesaria para garantizar la bondad de un yaraví; por eso es tradicional, incluso hoy –concluye-, atribuirle todos los yaravíes existentes, es la  ‘marca registrada’ "(7). Con esto volvemos a la cuestión, o mejor, a la afirmación inicial: el yaraví es representativo de la poesía popular arequipeña y ésta se jacta de ser melgariana; el yaraví es lo arequipeño por antonomasia; se deduce que el símbolo de Arequipa es Melgar, un poeta.

Detengámonos ahora más brevemente en el otro poeta: Benito Bonifaz. Bastarían los encendidos versos del  canto "A la brava 'Columna Inmortales' " y de "A los Hijos del Misti", para haber perpetuado a Bonifaz; pero se suman las páginas de María Nieves v Bustamante para levantar su monumento, el que no tiene en la ciudad, que sin embargo lo recuerda con tanto amor calificándolo de "Tirteo arequipeño" -aunque el parecido con el poeta griego sea forzado: Bonifaz era un oficial y nadie dudaba, ni dudaba, de su condición de bravío guerrero; el parecido se limita a los poemas-arenga de ambos-, Bonifaz es el poeta-soldado, como Trinidad Fernández y Trinidad Pacheco Andía, sólo que él muere a los veintiséis años y heroicamente, en una revolución, y sus versos son inflamados como su vida misma, pero no por eso fugaces ni perecederos: se mantienen en el recuerdo y allí quedarán como expresión literaria cabalmente arequipeña.


Poesía finisecular del XIX

Adentrémonos ahora un poco, y más superficialmente aún, en otros tiempos y otros poetas hasta llegar a estos días. Sabido es el desdén que inspira la poesía virreinal a la crítica literaria; y el escaso conocimiento y difusión de ella nos priva de considerarla, pese a la opinión entusiasta de Cervantes, él que con mayor autoridad podía ejercer la crítica pero que pecó sin duda de ditirámbico; y no importa si no circulan los versos de don Diego Martínez de Rivera, o que los de don Lorenzo Llamosas los conozcamos sólo gracias a la cuidadosa edición de Vargas Ugarte en 1951. Basta decir que se ha exagerado el desdén, que hace falta un estudio crítico desde la perspectiva local porque los juicios de los eruditos amplividentes no son infalibles como sugiere Alberto Tauro en su estudio sobre la Academia Antártica (8) y Antonio Cornejo Polar en su acucioso trabajo sobre el Discurso en loor de la poesía (9). Pero volvamos del lado de acá. Hubo el siglo pasado otros notables poetas, por cierto, como los recoge la Lira arequipeña de 1889. Los nombres de José María Corbacho, Ángel Fernando Quiroz, Manuel Castillo, José Mariano Llosa, Felisa Moscoso, Samuel Velarde, de carácter nacional todos ellos, son muestra de la gran inquietud y producción literaria de Arequipa el siglo diecinueve. Los poetas arequipeños de entonces fueron conocidos en todo el Perú y en el ámbito de la lengua. Felisa Moscoso, precursora quizás del feminismo si no pareciera más bien misantrópica, representó con altura la poesía arequipeña lo mismo que sus contemporáneos y antecesores mencionados. Es probable que la fama de Melgar, por mucho que lo ignoraran sus involuntarios herederos los románticos peruanos, y la de sus seguidores y epígonos como aquel gran poeta Manuel Castillo, a quien tan justificado elogio tributó Jorge Polar (10), haya eclipsado la poesía finisecular del XIX en Arequipa; la poesía que galanamente califica Jorge Cornejo Polar de "antiguo ejercicio de las gentes de Arequipa" (11).


Modernismo y vanguardia

Este eclipse termina con el advenimiento de los poetas modernistas y vanguardistas en los primeros años de este siglo nuestro. Ellos se encargaron de redespertar la admiración por la poesía y, por ende principalmente para nuestro propósito, por lo poético en Arequipa, como por algo siempre nuevo y no esclerotizado, con sus actitudes a veces estridentes y con versos que América toda leyó con atención. Habían transcurrido cien años desde Melgar y los poetas estaban listos para revalidar la poesía no ya bajo el patrocinio del poeta-mártir, que por su parte no lo necesitaba desde su gloria permanente, sino, acaso admirando la soberbia figura del poeta Quiroz que iluminara con verbo y actitud rebeldes el medio siglo XIX, enarbolando las banderas de otro tipo de rebeldía; y, la mayoría de ellos, con verdadero afán de gloria literaria por encima de todo, exacerbada hasta el extremo la egolatría en algunos casos y fielmente reverencial el amor al paisaje y sus pobladores en casi todos, como si existiera un mandato tutelar o, acaso, como la contrapartida por la que preguntábamos inicialmente, lo que le da el poeta a la sociedad, lo que ésta espera de él, ya no el sacrificio de su vida en el ara de la libertad sino el canto nacional, la consubstanciación del poeta y su paisaje. Los mayores poetas de la primera parte del siglo cantan al pueblo, la ciudad y el campo -manes de Basadre- de Arequipa y pulen con fruición el espejo poético en que se ve reflejado el arequipeño, pero lo hacen sin concesiones. Al contrario, tratan a la ciudad de aldea —muy a la moda de aquel tiempo, por lo demás, en América— y a los pobladores de rústicos; pero lo dicen con la franqueza y la autoridad de un auténtico amor, con la voz de un hermano dolorido por el medio pero no renegado de él, antes bien, si viajero lejano, añorándolo reiterativa, hasta fastidiosamente. Estos poetas del primer tercio del siglo recuperan la atención del hombre de la calle con sus desplantes y sus actitudes.

Hidalgo se jacta de su capa española y su sombrero enorme, su corbata de seda, su temo negro con zapatillas de baile o de torero, y dice pasearse por las calles de su astrosa ciudad lleno de majestad entre las gentes que ríen de él a carcajadas. Se presenta combativo: su Arenga lírica al emperador de Alemania es un himno bélico, y lo repite en su primer libro de aliento, que titula, además, Panoplia lírica, donde como tributo a González Prada, imprime "La religión del Yo”, diciendo "jamás escribo versos para el vulgo" y "me siento inmensamente superior a los hombres", exclamando que se parece [al] mar, y declarando "soy fruto de mi raza: quechuas y castellanos", "yo nací de una quechua y un español soldado", con orgullo chocanesco, como orgulloso y chocanesco y marcial es el soneto "Rendición", que empieza: "En las catorce lanzas de este rudo soneto". Pero ha advertido en uno de los epígrafes del libro, con frase de su admirado futurista Marinetti, que "contradecirse es vivir"; y pronto habrá de dar muestras de su intenso vivir en poesía. Desde aquella Panoplia y antes, en Arequipa, ha sido fidelísimo pintor del paisaje y el labriego arequipeño, afán que permanece implícito a lo largo de su extensa obra y destaca, en los otros moldes que ya le son propios, en su Carta al Perú y su Arbol genealógico.  Valdelomar, su prologuista, no se equivocó al saludar con tanto entusiasmo el libro de Hidalgo, el estilo pomposo del Conde de Lemos se ajustaba a la época y estaba bien que sirviese de tambor mayor y que se reclamase "ejemplo de abnegación" por estimular en Colónida a los nuevos exaltando la personalidad (12). Los poetas, entonces, publicaban en los periódicos como en su lugar natural y no por excepción de efemérides y relaciones sociales como ahora, en que prácticamente no hay un diarismo propio de la ciudad; y el pueblo podía, así, conocerlos casi directamente, en la medida de su escasa alfabetidad [sic.]; el libro, por lo general, venía a confirmar al poeta ya conocido, ya bautizado por chacareros, artesanos, peones y doctores en la picantería. Hidalgo, lamentablemente, hubo de alejarse físicamente de su país y pronto, mediante ediciones, habrá de recuperar la correspondencia y la audiencia, hoy tan menguadas, a su profundo amor y su gran obra poética.

Alberto Guillén se había trazado igual ruta que Hidalgo, pero la muerte cortó sus esperanzas. Pulsó lo popular  e incluso lo festivo en su Cancionero que es un rosario de coplas y agudezas,  y parece que habiendo sido tan breve su existencia y habiendo publicado tanto en ese lapso, fue mucho más lo que dejó inédito, material que ojalá pueda salir pronto a luz. Guillén anduvo de la mano con el escándalo y exhibió su condición de poeta como el  que más, empinándose más para ser  visto que para ver y para mayor gloria de las letras arequipeñas. Sus epigramas (hai-kais, coplas carnavalescas, etc.) eran en realidad un acercamiento a lo pueblerino, un cumplimentado deseo de llegar al hombre común, al bordoneo picanteril y la repetición de boca en boca, folklorizante. Dice: "Y un poeta popular (le) ha dicho una copla  (…) ese poeta popular soy yo"(13), lo que  es afín a sus gustos prometeicos si se  ve al griego mítico en su figura de dador de bienes al hombre-pueblo.     

Percy Gibson auscultó amablemente la esencia del chacarero arequipeño  y entre ese extremo y su afirmación personal distribuyó su elegante poesía; pintó, literalmente hablando, magistrales retratos y paisajes costumbristas y luego se alejó de por vida para realizar sus reflexivos poemas en impecables e indestructibles moldes tercamente modernistas.

César Atahualpa Rodríguez cultivó también el poema localista y gustó de  la plática sencilla; él que se sumergía desde joven en las lecturas filosóficas, alternaba la sociedad de los genios del pensamiento con el sabroso discurrir de los viejos amigos, dejando atrás del inicial revoloteo del Aquelarre irreverente. Retornó definitivamente a su ciudad y sin proponérselo  fue haciendo de ella su aula cotidiana.  La población urbana la conocía como poeta, y sabía que el exterior hosco ocultaba a un hombre tímido y poderosamente seguro de su valor, que no quiso acrecentar su fama pero tampoco pudo evitarla.   Dos breves viajes al extranjero a edad avanzada, le sirvieron para confirmar sus supuestos europeos y sudamericanos, y comprobar la universalidad del ser humano, sin alterar su serenidad.  Una multitud recoleta y solemne acompañó sus restos al cementerio, consciente de su talla enorme de poeta.

Más próximos a nosotros se hallan otros representantes de eso años: Federico Segundo Agüero Bueno, Manuel Gallegos Sanz, Pedro Arenas y Aranda, Guillermo Mercado y los fallecidos Mario Chabes y Carlos Manchego Rendón.  Chabes no repitió los éxitos  de sus libros  Alma, El cantar del payaso y Cocca y falleció en abril último sin haber prolongado su juvenil irrupción en la poesía. Carlos Manchego, de sostenida bohemia, intentó en sus postrimerías, con la publicación de sus obras teatro, reacercarse al pueblo que las nutrió antaño, sin llegar a verlas nuevamente en escena. La muerte sorprendió su euforia vital  y frustró el tomo de poemas  que recogería su obra dispersa en revistas y tertulias. Una muchedumbre acompañó a pie, su féretro hasta el cementerio. De los mencionados, él estuvo más cerca del tema humilde de la ciudad, del tema popular,  del lustrabotas y el canillita refregados y urgidos por la miseria. Pero muy cerca también en el medio mismo de aquello, transcurre hasta hoy la poesía de Gallegos Sanz: la copla carnavalera no tiene secretos para él, cosechador de anécdotas, con la misma afición que Iñigo López de Mendoza por los refranes -el encargo real se basó en ella, sin duda- y el mismo gusto que los poetas montañeses de España por el jolgorio. Sigue publicando sus redondillas para la tonada de carnaval, y hace doce años reunió en dos libros, Cantares cholos y Guitarra melgariana, parte de su producción como testimonio de afecto a su pueblo, que centrado en el de Cayma, se lo devuelve con verdadera reciprocidad. Años hace que su cabellera cana pasea, soberbia y descubierta, las calles de Arequipa, cuyos secretos conoce y de los que suele hablar en sus reuniones o escribir en esporádicos artículos periodísticos. Agüero Bueno prolongó hasta hoy su obra, la de Ex-Corde y de Loor, en manojos de poemas dispersos en su libro en prosa, Semen, que es un diálogo de amigos en torno a lo cotidiano local y universal y donde, como racimos espléndidos, brotan entre las páginas las poesías, de las que puede entresacarse bastantes para un buen par de libros. Arenas y Aranda se dio a la docencia y no volvió a publicar sus polifonías tonantes.

Guillermo Mercado es otro poeta- símbolo que el pueblo reconoce como suyo y a quien atiende como el maestro que es. El da aquello que el pueblo espera también del poeta: poesía a manos llenas, hasta en el habla corriente y mucho más en sus recitales, que lo son de veras: resonante la voz, pausado el gesto, calmo el paseo al revivir en la memoria los versos, rubricantes los brazos y las manos. Mercado posee el carisma del vate y su enorme capacidad de metáfora lo lleva con paso seguro al corazón del auditorio, o, mejor dicho, lo mantiene en él, que nunca se alejaron, porque este auditorio es lo mismo el de sencillos pobladores que el de citadinos cultivados. Así lo sabe la gente; bastaría revisar su temática, sus personajes.  En Mercado, el paisaje es más bien escenario para lo humano, telón de fondo, pincelada prosopoyéyica. Pero aquella capacidad de metáfora basta para asegurar la atención del oyente, que sabe reconocer la valía del poeta por entre los demás hombres para reinventar la realidad con palabras. Todo hablante recurre al símil y a la imagen para expresarse, usa el tropo por placer o por necesidad; de ahí que todo hablante puede también jugar al imaginero abundoso, al tropófero vital como lo es Mercado, lleno de aciertos en su misión de poeta medidor del contorno -los hechos, las cosas- con el cartabón de lo novedoso posible, dador a las cosas y los hechos de la dimensión más alta y más amplia que podrían alcanzar, de aquello a lo que más se parecen o a lo que se parecen llanamente; y Mercado lo hace de modo totalmente inteligible, con recursos del uso general. Es lo que da a la sociedad y a manos llenas. Le dice dónde duele y le hace doler, pero con la delicadeza de una palabra precisa tomada de la nube, de la planta, del agua, de la lágrima misma, rocío del dolor y la ternura. No le dice sino que deja que se intuya por qué duele. Y es eso lo que recibe el oyente, el puro ser de la poesía que transforma y eleva, que transporta. Todos los poetas lo hacen, o dejarían de ser tales; pero en mayor o menor grado, y éste tiene la virtud de persistir y de dirigirse, es decir, de ir derechamente al auditorio como el aeda de los tiempos helénicos, como el haraui de los antiguos tiempos peruanos. Virtud admirable.

La estada de Oquendo de Amat en Arequipa parece no haber influido localmente en lo poético, pero la aureola de su nombre revive ahora en el Perú y en el Sur, desde su Puno originario, como ejemplo de auténtica poesía: un breve libro puede bastar, por su calidad, y convertirse en prototipo de una corriente(14).


Los poetas del 50

Indica Jorge Cornejo Polar en su ensayo sobre la poesía en Arequipa en los años 60 (15), que si hubiera que generacionar los grupos de poetas, en Arequipa, la del 50 sería la generación siguiente a la de la década del 20, y que del medio siglo para acá vendrían dándose generaciones cada diez años, observación que tiene visos de acertado vaticinio. En efecto, entre los  poetas mencionados hasta aquí y pertenecientes, por su obra o su nacimiento, al siglo XX, y los que rodean, lustro más, lustro menos, la cincuentena, no se puede hablar de generaciones propiamente dichas sino de poetas, de personas aisladamente aparecidas en la poesía y que así permanecen o que declinaron el canto. Permanece, por ejemplo, con un breve libro publicado en el 76 y titulado Sicovitrales, Rubén Darío Pacheco Cárdenas, poeta de lo cívico y lo rural como sus antecesores y divulgador de la literatura a través de una labor editorial lamentablemente detenida hace más de veinte años; dueño de una variada veta romancesca y de una perenne actitud de real desprecio por las convenciones del burgo, solitario en esos años, se convierte en un mantenedor del oficio en el medio. Hay, por supuesto, cantidad de nombres, pero algunos tienen la obra oculta o muy difícil de hallar, y es frecuente oír el elogio, por cercanas amistades, de poetas prácticamente inéditos, que han mantenido en reserva su producción. En ellos el aura de poeta es más adivinada que sabida por la gente.

La poesía de Gustavo Valcárcel es el nexo entre las dos grandes épocas, y pronto pasa de un depuradísimo lirismo a una fuerte y al mismo tiempo tierna poesía de combate social. Gustavo Valcárcel se hiere con las espinas de sus propias rosas de canto y despierta airado y dolorido al tema del hombre explotado por el hombre. Es el que retoma la continentalidad de los poetas de principios de siglo y liega a lo popular por el tema de sus versos de madurez.

La revista Texao es, paralelamente, el signo de esos años, los del 50, anunciándose como una publicación que va "de la ciudad al país, en busca de nuestra propia expresión".

El medio siglo, con sus cambios internos a compás de los mundiales, se manifiesta en Arequipa con la aparición de nuevas voces que en muchos casos destacan hasta hoy. Algunos de ellos foráneos, como el combatiente Luis Nieto -cronológicamente más cercano a los anteriores-, cusqueño del Sur, quien por los años 50 vive en Arequipa y cuyos romances "del pueblo en armas” circulan manuscritos, en una "Cadena de la libertad" que se inicia en retazos de papeles que él da a las lecheras desde sus escondites en los distritos, con la anotación de ser copiados tantas veces y distribuidos. Su poesía conoce así verdadera popularidad y llega a oírla él mismo recitada al aire libre, con acompañamiento, como composición anónima, premio tan importante como el Texao de Oro que, junto a Hidalgo, Rodríguez y Mercado, le confiriera la ANEA. Foráneo también es el parco Eleodoro Vargas Vicuña, de la misma época y partícipe de los mismos episodios gloriosos cantados por Jorge Bacacorzo  en Las eras de Junio. Un numeroso grupo de poetas  -Portocarrero, Bacacorzo, Vega, Del Carpio, Reynoso, Yáñez, Luna, Morante-  aparece en aquel momento, unos para perseverar y otros para silenciar su voz o ejercitarla muy esporádicamente, pero todos con tono lo suficientemente alto y airoso como para llenar la primera década del segundo medio siglo. Se reúnen en grupos, como Avanzada Sur. Aparecen estudios y  antologías, como el de Oscar Silva y la de Luis Yáñez. Al lado de ellos hay voces aisladas, circunstanciales mayormente. Pero todos suman un gran aporte, un gran llamado de atención hacia la poesía y hacia la literatura en general y hacia el periodismo y las ciencias sociales. De entonces acá se produce el fenómeno de las décadas generacionales a que aludía Cornejo Polar. Las publicaciones Creación, de este último, y Hombre y Mundo (primera época), al lado de otras menores como Vencer, atestiguan principalmente este momento del segundo medio siglo. Un hecho sin precedentes altera, conmueve el clima poético por esos años: el Congreso Nacional de Poesía organizado por Jorge Cornejo Polar desde la Universidad San Agustín, en 1958 (diez años después  Antonio Cornejo Polar habría de convocar a los narradores peruanos con igual trascendencia). El periodismo difunde el concilio de poesía y sus enconadas discusiones sobre poesía pura y poesía social; el dilema queda, pero también una poderosa corriente de atención hacia el hecho poético.


Localismo y diversificación de lo poético

El 60 aparecen nuevos poetas en Arequipa, con una característica cada vez más acentuada: muchos de ellos son afincados parcial o definitivamente en la ciudad, que empieza a cosmopolizarse, y proceden de diversos departamentos,  y como los inmediatamente anteriores, están desligados o casi todos del vanguardismo, y son experimentadores de lo que podría denominarse neovanguardismo, esa diversificación de la poesía en  numerosos cauces universales que convergen en la poesía coloquial y, más hacia la época, en la experimental y como de laboratorio lingüístico.  La celeridad y diversificación de las comunicaciones influyen en ello modo violento: los tiempos son de  rápidas transformaciones, y debe pensarse que las preferencias literarias del  público se transforman a un ritmo más lento, por lo que hay una cierta indiferencia, un cierto rechazo reminiscente  de formas anticuadas, que no amenguan sin embargo la atención hacia el poeta y su poesía. Del 60 son los nombres de Bueno, Valdivia, Guevara, Brunilda, Joyce, Neyra, Rubio Ramírez, Aramayo, Portugal, Mayrene, Márquez, Luque, Ayalamacedo entre los jóvenes, y de Maldonado, Camacho, Chávez, entre los mayores. Todos ellos con libros editados y notoriamente presentes casi todos, hasta hoy en el ámbito poético local. La mencionada diversificación de la poesía en numerosas corrientes permite que la profusión de libros no sea una masa informe sino una atractiva variedad. Sin embargo, permanecen circunscritos a la ciudad; su obra rara vez repercute en la extensión nacional: algún comentario sobre la de Bueno en un dominical de Lima, la publicación de poemas de Valdivia, en la revista Amaru y la inclusión de ambos en La rama florida marcan la presencia en Lima y a través de Lima en el Perú y más allá, de esta constelación. Otro hecho notable viene a desvelar el misterio del fenómeno poético, si eso es posible: la realización de una Feria de Arte y Poesía en el parque 28 de Febrero, realizada afines de la década del 60 a iniciativa de Jorge Bacacorzo y con el concurso [falta línea impresa]  [de escritores y ar]tistas. El público, abandonado ya por los periódicos, que empiezan a repetir anualmente los poemas épicos de efemérides, sabe que existen siempre tales marginados pero no llega a escucharlos, cuando no se aburre ante sus lecturas en locales sociales de barriadas e instituciones con más entusiasmo que verdadera comunicación; la Feria consigue esto último, pero tiene fijada una fecha de clausura. Posteriormente hay diversos intentos de repetir su éxito, sin alcanzarlo. He aquí que la masificación de las informaciones y las comunicaciones atenta contra la poesía y favorece a la música, arte que se entroniza por sobre todas las demás gracias al disco, la radio, la electrónica, el amplificador, fenómeno universal, si esta comprobación sirve de consuelo.

Un recinto, París en el exilio del puneño-arequipeño Omar Aramayo, es como el puerto donde acodera la poesía de los años 60, y de donde sale vivificada y vivificante. Otro elemento, la profesionalización universitaria, es su cara adversa, su enemiga por lo que tiene de frustrante lastre convencional.  Dos revistas, Jornada poética y Homo representan los quehaceres del 60, con esporádicos acompañamientos como Casa de Cartón, la segunda época de Hombre y Mundo Sur. De hecho, lo bucólico, campestre, eglógico, campesino, rural, campirano o como quiera llamársele, abandona el círculo poético y se refugia en los versos costumbristas, de importancia mayor en el terreno de la lexicología. Cabe sin embargo, destacar la perenne labor de los poetas y recitadores "lonccos", por la radio o por ediciones privadas y en las reuniones de amigos fiesteros. El fallecido Artemio Ramírez Bejarano, autor de Poemas lonccos, es ejemplo de esa forma perviviente de poesía popular propia de Arequipa, y con él Gamarra, Fernández, Zavala y muchos otros mantenedores del verso tradicional octosilábico o seguidores de rumbos libres, repletos de arequipeñismos siempre y costumbristas a carta cabal. Aparte debe mencionarse un sabroso libro de Isacc Torres Oliva, El espejo de tu tierra, de fina sátira en agradables alejandrinos ilustrados con igual agudeza por De La Riva.


Disidencia y marginalidad

Una nueva década, la del 70, llega con nuevos poetas dispuestos a indagar por la poesía, a conversar con los anteriores en busca de razones de ser, y a restituir los conciliábulos, el grupo disidente de lo burgués y de la abulia, como hacían los del Aquelarre. Su actitud tiene éxito y de la mano, en compañía de otros artistas como inevitablemente sucede  -fovistas allá, colónidas e indigenistas después  acá-, se lanzan a decir y contradecir. Pero es ensordecedor aquello de la electrónica y acaso pasan aún desapercibidos para la población que los intuye y sin saberlo los alienta, porque finalmente los ha producido. Lo más característico de esa década recién concluida es la aparición de Roña, cuya sola denominación habla claro de actitud asumida. Oswaldo Chanove, Alberto Gamero y Rosa Elena Maldonado publican un folleto original y pronto se unen a ellos otros poetas: Misael Ramos, Rosario Núñez, Alonso Ruiz Rosas, Luis Garaycochea. Su trabajo trasciende y hay un feliz enlace con los creadores de Lima, que sigue siendo imán de provincianos. La casa del Rolo es su refugio, su cenáculo, y aún llegan más: Alfredo Márquez, Dino Jurado. Dos de aquellos poetas obtienen a fines del 79 distinciones nacionales que la difusión local en buena cuenta ignora. El fenómeno universal de las comunicaciones sigue, pues, ensordeciendo, aplastando las novedades de este tipo y los poetas reaccionan corno es natural: una especie de cofradía nacional los une soterrada, silenciosa, casi cabalística, casi heréticamente. Llegan a Arequipa -ya desde el 60,  recuérdese-  numerosos poetas viajeros, errabundos, no a lo Rimbaud sino  a lo Whitman o lo Kerouac. El último de ellos, entre los de otros países, el  infatigable boliviano Humberto Quino; y Lima, quizás atraída al principio por Tacna la prolífica, pone los ojos en Arequipa cada vez con mayor interés. La fraternidad de los poetas vence a los celos del oficio, el peor enemigo, pero los poetas, que están muy cerca del pueblo y en o [falta línea impresa] [permane]cen sin embargo marginados de la audiencia mayoritaria. La revista Ómnibus, órgano el más eficiente [que] recorre el país en mochilas y bolsillos urgidos de dinero y repletos de ideal. Antes había logrado publicarse entusiastamente un primer número de una revista de enlace: Mesa de partes, que no volvió a salir por las razones económicas de costumbre, entre otras; y la revista Margen, dirigida por Misael Ramos, que aportó los nombres de Fausto Ávila y Leandro Medina, junto a los ya conocidos de Alfredo Márquez y Rosario Núñez.

El fervor de la poesía en Arequipa tiene como un eco en Lima con dos libros singulares de un arequipeño del 50: Pedro Cateriano, que de sus breves apariciones en El Pueblo o en Creación de aquellos años pasa a primer plano con La siesta del haragán y Más amigo de Platón.

La marginalidad, condición de la existencia del poeta pero que no tiene que ser necesariamente total, parece que tiende a desaparecer por el temperamento extrovertido de varios de los más jóvenes de los poetas arequipeños, los que se inician el 80 ó poco antes, editan revistas que agotan considerables tirajes y, provenientes de las aulas universitarias, no encuentran toda vía sus propios caminos. Dos grupos, principalmente, con revistas (Eclosión y Polen), se manifiestan. Pronto se agregarán a ellos otros jóvenes, adolescentes aún, con nuevas publicaciones. Parece, así, que con recitales bien promocionados y con el apoyo de la música y el teatro, estos jóvenes intentan recuperar cierto interés ciudadano y popular por la poesía. Así sea y en buena hora; es finalmente lo que muchos esperan: saber lo que hacen, conocer personalmente, oír a los poetas, esos seres autoexiliados física o espiritualmente del medio y del término medio, asumidores de actitudes diferentes a las del resto y mantenedores de ella hasta el final, que eso es también lo que respeta el género humano en el poeta. Los de Ómnibus (Oswaldo Chanove, Dino Jurado, Misael Ramos, Alonso Ruiz Rosas, unidos a dos poetas de Lima: Patricia Alba y Oscar Malea) también han concitado público en Arequipa, con lecturas de gran originalidad, manteniendo una saludable vinculación con Lima que se ha concretado en el recién nacido número cero de Macho cabrío. Pero su poesía no es fácil de captar de oídas y no se adapta al gusto popular, ni ellos, honradamente, lo presumen. Sus versos van dirigidos más hacia el poblador medio, al cambio de mentalidad necesario en las capas ciudadanas conservadoras si no arribistas. Ponen énfasis en la poesía y marchan por ella con paso decidido, felizmente. El 80, además, -la década- se inicia con la reaparición en diciembre y con dos excelentes libros, Laberinto para ciegos y El amor que recogimos de Oscar Valdivia, vínculo generacional y uno de Horacio Zeballos, Alegría de la prisión.


Epílogo

La poesía actual, en general, se presta poco o nada al canto y, en cambio, se intelectualiza o se sublimiza en sus verdaderos valores. Gana una nueva eufonía a la que los oídos no están aún habituados, pese a medio siglo de esfuerzos en todo sentido. La popularidad, así se dificulta una vez más y, sin notarlo o sin reconocerlo, la condición de poeta la reciben éstos por analogía con la de aquellos que la tradición marcó indeleblemente  -Melgar es la síntesis-. El poeta podría prescindir de su escritura y quedar en su mundo, pero una necesidad instintiva le impele a escribir, es decir, a dialogar, a comunicar, por mucho que desdeñe la fanfarria. Sigue la realidad de un auditorio más atento a la canción que al poema y acaso más intervasado en la anécdota que en la imagen. El tiempo descubrirá quiénes hacen poesía mientras apuntan a tal o cual solideo y quiénes la hacen porque es lo único para lo que se sienten aptos y llamados, cualquiera sea el costo personal o familiar o el resultado.



(*) Escritor. Tiene varios poemarios publicados y colabora en la revista Marka. Ha obtenido el premio Hispanoamericano de Poesía (UNAM, 1979); recientemente acaba de aparecer su último libro, Elogio de la danza.





Notas

(01)  Mariátegui, José Carlos. “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”. Lima, Empr. Edit. Amauta, 35a. edición, 1977; p. 244.
(02)  lbid., p. 266.
(03)  lbid., p. 267.
(04)  Porras Barrenechea, Raúl. El sentido tradicional en la literatura peruana. Lima, Instituto Raúl Porras Barenechea, 1969; p. 39.
(05)  Palma, Ricardo. La bohemia de mi tiempo. Lima, Edit. y Libr. Bendezú, 1971; p. 71.
(06)  De la Fuente Benavides, Rafael (Martín Adán). De lo barroco en el Perú. Pról. de Luis Alberto Sánchez. Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1968; pp. 117, 115.
(07)  Carpio Muñoz, Juan Guillermo. El yaraví arequipeño. Un estudio histórico-social y un cancionero. Arequipa, Talleres La Colmena, 1976; p. 115.
(08)  Tauro, Alberto. Esquividad y gloria de la Academia Antártica. Lima,  Edit. Huascarán S.A., 1948; p. 18.
(09)  Cornejo Polar, Antonio. Discurso en loor de la Poesía. Lima, Separata de la Revista Letras No. 68-69, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1964; p. 84.
(10) Polar, Jorge. “Manuel Castillo” en Lira arequipeña.  Artemio Peraltilla Díaz. 2da. ed. ordenada y aumentada por Arequipa, Impr. Edit. El Sol, 1972; I., pp. 105-108.
(11)  Cornejo Polar, Jorge. Antología de la poesía en Arequipa en el siglo XX.  Arequipa, Instituto Nacional de Cultura, 1976; p. 7.
(12)  Valdelomar, Abraham. “Exégesis estética” en Panoplia lírica de Alberto Hidalgo. Lima, Impr. Víctor Fajardo, 1917; p. XXIV.
(13)  Bermejo, Vladimiro. Alberto Guillén o el vuelo interrumpido. Arequipa, public, de la Universidad Nacional San Agustín, 1961; p. 47.
(14)  Carlos Oquendo de Amat.  5 metros de poemas, 2da. ed. Lima, Edit. ; Decantar, 1969; y 3ra. ed., Ediciones Copé, Lima, 1980.
(15)  Cornejo Polar, Jorge. La nueva poesía en Arequipa. Separata de la Revista Homo No. 1, Arequipa, Edit. Miranda, 1966. pp. 3-4.               


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