marzo 14, 2007

MAX CASTILLO: EL PLACER DEL TEXTO/ RÒGER SANTIVAÑEZ

MAX CASTILLO: EL PLACER DEL TEXTO

Por Róger Santiváñez


Novela breve.

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La historia de Max Castillo no es nueva en la literatura peruana aunque sí poco conocida y –hasta cierto punto- marginal. Digo hasta cierto punto porque para quienes nos iniciábamos en la poesía hacia 1979-80-83 y frecuentábamos el restaurant-chifa Wony sito en el jirón Belén del centro de Lima, Castillo era un asiduo personaje de la bohemia nocturna de aquella dorada época de nuestra juventud perdida. Con sus lentes cuadrados de carey demodé y un look que recordaba al gran JP Sartre, Max Castillo derrochaba inteligencia y sensibilidad entre las mesas rojas del bar y sorprendía con la multiplicidad de sus lecturas y lo caleta de su talento. En aquel tiempo se juntó con Oscar Orellana para lanzar Campo de Concentración y simultáneamente con Armando Arteaga en Penélope. Ambas revistas llegaron a publicar tres números en dicha coyuntura dando a conocer el trabajo de los más jóvenes autores del momento. También la mítica e inolvidable Haraui de Francisco Carrillo ofreció una página central con la obra de Max Castillo. Era un personaje tan especial y –a su modo- carismático que los editores de Omnibus le dedicaron una emisión de su revista en forma de tríptico. Y en el primer número de Macho Cabrío –casi íntegramente compuesto por la nueva poesía- pueden verse textos suyos. Ex-alumno jesuíta y brumoso habitante de La Punta, Castillo desaparece del mapa literario de Lima por casi todos los restantes años 80, aparentemente abstraído en las urgencias de la lucha por la vida. Pero en los 90s resurge entre los bares y aceras de la neobarrosa calle Quilca, entregando un poema –justamente- para el primer y único número de Killka Blues revista elaborada noche tras noche en las mesas plenas de botellas del Queirolo hacia la mitad de la década. De este tiempo datan también sus colaboraciones en la sección cultural del diario El Peruano y algunas –un poco después- en Somos de El Comercio.

Max Castillo: poeta, narrador, y periodista, leyendo pasajes de su ùltima nouvelle "Angeles Quebrados". Fue muy aplaudido esa noche en el Centro Cultural España. Foto: Armando Arteaga.
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Ha pasado el tiempo y no en vano ya que ahora Max Castillo nos entrega su primera obra narrativa, la nouvelle Angeles Quebrados. Se trata de un relato histórico que recuerda –por momentos- la novelística de Alejo Carpentier. Sin embargo, el texto de Castillo posee un matiz particular: la primorosidad del estilo, lo cual sería precisamente una herencia carpenteriana, pero en este caso, hay una controlada contensión que libera al texto del –a veces- excesivo barroquismo del notable cubano, otorgándole una frescura y fluidez naturales que colocan a Max Castillo como uno de los prosistas más elegantes, sensuales y finos de la literatura peruana de la actualidad. El brillo y perfección rítmicos nos devuelven al viejo y siempre nuevo placer de la lectura, objetivo central de la creación literaria y que Castillo nos restituye por todo lo alto. La descripción de armas y enseres de época –circa 1789- es realmente exquisita: “Cañones adornados por angelillos, esos pequeños deliciosos puttis italianos”, cuando no la de los personajes. Por ejemplo de uno de ellos, el portugués Álvaro de Albuquerque se nos dice: “Señor solitario del Mar Índico, bello como el sol”. Precisamente este caballero –esclavista navegante- es el principal protagonista de la trama que gira en torno a sus peripecias –a bordo del Durandarte- por distintos mares y costas de Europa, África y Asia, fascinado por Oriente desde su niñez cuando la esclava Rita de Pernambuco le leía libros que iluminaban os misterios de Shiva Deus Indiano. El otro personaje importante es el jesuíta o ex jesuíta José María de la Trinidad y Paz, jovencito que escribía poemas en la Lima virreynal de 1746 –año del terremoto que azotó la ciudad- sometido a la violencia castrense de su padre.
Lo interesante es –por un lado- que la trama histórica del “Gran Miedo de julio y agosto de 1789” es decir el estallido de la Revolución francesa se fusiona con una matanza de infieles en la selva amazónica, por la cual Castillo eleva –discreto pero claro- su voz de protesta ante la colonización occidental de esa zona: “Tanta dulzura barroca que escupe humo, fuego y deja charcos de sangre en el Pastaza impenetrable” y tras llorar la muerte del salvaje Attlé concluye –con equitativa iluminación mística- que selváticos y parisienses “mutuamente no se conocían y van al Paraíso con ángeles custodios, al son de cantos gregorianos, sin violencia, con un aliento de justicia y felicidad”. Y por otro lado el reclamo y postulación de una sensibilidad gay frente a toda la vida: “Esos amores prohibidos, contra natura, esos amores expulsados, todos los días de la Historia” enhebrada a su defensa universal del abusado indio: “jóvenes membrudos. Ápolos de fuego, tallas humanas perfectas y libres revientan en sangre ese 14 de julio de 1789”. Hay aquí no sólo compasión y piedad sino exaltación de la belleza, “deseo, pasión y fuerza es la constante” afirma el narrador.
Finalmente sucumben los dos personajes principales. Albuquerque en Bab El Mandeb por obra de un marinero italiano –Torcuato- y JM de la Trinidad y Paz convertido al Islam en Eritrea. Pero aparece un tercer personaje, Benjamín, cronista de los hechos, quien tiempo después sería (según mi interpretación) un mendigo en la Lima de los días previos a la proclamación de la Independencia. En efecto, el 5 de julio de 1821 un joven oficial patriota –Carlos de Vivanco- encuentra un legajo manuscrito (propiedad del mendigo) que –en nítida metaficción- conformaría el relato que hemos estado leyendo, en momentos en que una asonada de esclavos negros del Rímac provoca lo que al parecer es un considerable incendio en la Ciudad de los Reyes y todo –absolutamente todo- se pierde entre el fuego de las llamas voraces. Un final apocalíptico adecuado para una historia que –en gran medida- se ha basado en la máxima de Virgilio: Trahit sua quemque voluptas es decir, A cada uno arrastra su gusto. Corydón y Alexis, los pastores del genio mantuano parecen estar en bambalinas detrás de los arquetipos de Max Castillo, quien ha sido capaz de ofrecernos un magnífico retrato de época en su bruñido estilo -y al mismo tiempo- el testimonio de una sensibilidad y su reivindicación humana en un campo poco transitado de la literatura de ficción peruana.

18 de enero de 2007
Collingswood, New Jersey
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"...la primorosidad del estilo, lo cual sería precisamente una herencia carpenteriana, pero en este caso, hay una controlada contensión que libera al texto del –a veces- excesivo barroquismo del notable cubano, otorgándole una frescura y fluidez naturales que colocan a Max Castillo como uno de los prosistas más elegantes, sensuales y finos de la literatura peruana de la actualidad. " RS.

Celebrando esa noche en el Centro Cultural España la novela de Max Castillos. Sus amigos de izquierda a derecha: Josè "Pepe" Falconì, Josè Antonio "Pocho" Rìos, Max Castillo (el autor), Armando Arteaga, y Walter Peñaloza.


Àngeles quebrados de Max Castillo
Por Carlos Espinal Bedregal

Nacer para morir no tiene sentido, reconocer que estamos aquí para ser pasto de la muerte abruma y atormenta. Por eso la cultura construye bellos artificios, como la escritura que permite cada cierto tiempo, a pocos elegidos, el estado de gracia de perdurar más allá de la muerte. Lowry, Sade, Kawabata, Capote, Borges, Kafka, Baudelaire, Poe son sólo algunos de ellos. Que también entendieron que escribir es un acto de audacia, un bizarro desafío, un acto de sublime moral y de resistencia. Max Castillo Rodríguez pertenece a esa raza de escritores tremendos y brutales que tienen el valor de explorar las pasiones del alma humana, ese aspecto oscuro, conflictivo y atormentado de nuestra propia condición y regresar invicto de esa aventura con un libro entre las manos. Un libro insospechado y sin precedentes en la literatura local, un libro de verdad, por un autor sin psaado que por fin nos devuelve el gusto por la literatura.

FICHA

2007 Castillo Rodríguez, Max. Ángeles quebrados. Hipocampo Editores; Lima. 96 pp.

SERIE CAVALTS ARMATS
DE HIPOCAMPO EDITORES

Ángeles quebrados, el libro de Max, comienza su propio camino como sujeto literario. Novela corta hecha a la medida de un lector que degusta, que ficciona, que juega con el lenguaje, que interpela a la historia y a sus actores para mostrarnos un fresco del que pareciera no podremos escapar sin ser parte de una trama hábilmente tejida por este artífice que recién se anima a expulsar sus demonios narrativos.

El libro tiene un diseño de tapa de Lorenzo Osores y las páginas interiores de Alicia Santos. Con Ángeles quebrados Hipocampo Editores inicia la colección Cavalts Armats, que presenta como característica gráfica un formato de bolsillo (17x12 cm.). Luego seguiremos entregando otros títulos de esta serie pensando siempre en el lector de la buena literatura.