A.A. en el claustro antiguo de la Universidad de Trujillo donde estudió César Vallejo.
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La esfera terrestre del amor
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La esfera terrestre del amor
Armando Arteaga, autor de esta Ponencia, en la Pza. de Armas de Trujillo, 1972.
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OH ESTRUENDO MUDO: ¡ODUMODNEURTSE!
Por Armando Arteaga.
Muchas veces en algunos de mis profanos viajes de mi peregrina vida: "Rumbé sin novedad por la veteada calle que yo me sé". La verdad, no sé que extraña herida estrega en mí cuando camino siempre por las calles de Trujillo, tal vez vuelva la infancia perdida, los años vacacionales vividos en el Barrio El Recreo: en la calle Estete, tantos sueños sentados en el sillón ayo de los más soberbios bemoles, tantas ilusiones ídas.
Allí están los desayunos dormidos, los panes dulces y las aceitunas secas con cebollas que tanto le gustaban a mi tía Luzmila, sus dormidas manos, explorando ternura y tremenda humanidad.
Después, amistado otra vez con la fatalidad de los ofendidos, quién hubiera pensado me fui volviendo escritor de domingos. Esperaba los domingos para escribir lisuras casi sin novedad en el frente: mirándome en el espejo eterno de la adolescencia, frente al mar, o al bodegón triste que las moscas se cagaban en la sala de la casa.
Podría decir para salvarme: César Vallejo, te odio con ternura. En suma, el verbo con que escribo fue el mismo escándalo de miel de los crepúsculos. Mi generación fue parricida, es cierto. Me he puesto a roer los días. Me he puesto a recordar los días de veranos idos, tu entrar y salir, Vallejo, hermano, poeta, amigo de las tardes, siempre galoneándome de ceros a la izquierda.
Viví siempre cerca de Vallejo, aunque no niego, me alejé de él en los caminos iníciales de la escritura por quítame esta paja, por nada, César, no tenía fuerza de razón distanciarse. Uno amanece a ciegas muchas veces.
Vusco volvvver de golpe siempre a Vallejo. Tardaron siempre los lenguajes explicados entre mis parientes por el lado familar paterno: los Arteaga, los Paredes, los Urquizo, los Zavala, los Valderrama, los Delgado, los Blas, los Rodríguez, los Carranza, me hablaron siempre de tu invicto lenguaje, cautivo, libre, pálido, rojo, celeste, taciturno, bueno como el pan del burgo. Explicación: esta lágrima que brindo por la dicha de los hombres.
Viví parte de mi infancia por parajes y lares de Otuzco, Huamachuco y Santiago de Chuco. Allí en el paisaje metafísico andino pasé fugaz jugando con mis hermanas Ayda y Alicia entre vacas que comían flores. Vi como pasaban volando las vagonetas llenas del metálico -argumento- mineral de Quiruvilca. Quería volar también, libre, subido en su vagabundear, por el cielo azul serrano donde -hoy- toda esa belleza se ha perdido para siempre. Más tarde leí El Tungsteno.
Mi padre Américo me contaba, después, que le pasaba lo mismo: se acostaba niño sobre una enorme piedra milenaria, cerraba los ojos y se iba por otros mundos desprendidos de la lluvia que siempre lo despertaba.
En suma, no poseo sino para expresar en esta parte de mi vida, que explicar el testimonio del saqueo de la escalonada naturaleza, lo que es vivir libre: que se lleven todos los minerales del país los usureros pero que no se lleven la alegría de mi infancia, pensaba. Después vino la muerte del abuelo Manuel, al viejo le importaban los otoños, un oxido profundo de tristeza fue volver a su extenso comedor rural junto a Juanita, la mejor amistad admitida en esa infancia: carpintera y alfarera. Me convidó claridad esa tarde en el loco postulado de esa fonética liberteña: ¿poesía, di?. Lección de filosofía en el cementerio de Casmiche.
Bueno, digo que Vallejo me es tan familiar como el sombrero negro en la percha de la casa trujillana, el poncho de nogal, los zapatos mineros, la bufanda. Por eso, ya universitario, más tarde fui también a mojarme por los caminos de Santiago, y aún:
Estoy cribando mis cariños más puros.
Me despedí una tarde de Santiago de Chuco, de su sabor de cañas de
Mayo del lugar, de sus choclos en la cocina a oscuras, conversando
contigo y sentado en aquel poyo cerca de la tía Julia dando vueltas en tu
casa. Te recuerdo siempre César Vallejo.
Me esperará el patio, el corredor de abajo con sus fonos y repulgos de fiesta. Y llorará en las tejas un pájaro salvaje. Mi testimonio habla de frío serrano y de un canto rural de un gallo al alba en estos versos:
Madre voy mañana a Santiago,
a mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.
ENCUENTRO INTERNACIONAL/ CAPULÍ 6/ VALLEJO Y SU TIERRA/
TELÚRICA DE MAYO EN SANTIAGO DE CHUCO
20, 21, 22 DE MAYO, Año 2005.