agosto 21, 2013

AXIOMAS MARITIMOS EN LA POESÍA DE MARIO MORQUENCHO / ARMANDO ARTEAGA

AXIOMAS MARITIMOS EN LA POESÍA DE MARIO MORQUENCHO

POR ARMANDO ARTEAGA




El mar ha sido siempre tema de inspiración poética, de superstición natural, de imaginación literaria, desde Homero y sus poemas homéricos, hasta nuestros días postmodernos: llenos de viajes insignificantes, hacia la ausencia perdida de los significantes. Los griegos se deslumbraron con la espuma fluorescente del mar aso­ciándola a la cerveza: de la cebada germanizada y tostada, brotada del lúpulo histórico de los bárbaros germanos, del buzach y fucca de los egipcios.

Los griegos —histórica y poéticamente hablando— ocupan muchos segmentos y sectores de nuestras vidas, incluso esta costumbre de mirar el mar para pescar nuevos acontecimientos de importancia dialéctica en el mar(asmo) de nuestra cultura occidental. Su literatura terminó embriagándonos con sus estupendos personajes de evocación fantástica salidos del mar, de los mares imaginarios, para ser más exactos, y por supuesto: del mosto de las uvas, alegría de sátiros destemplados en la vinolencia (suena a violencia, pero es más bien una fiesta): crearon dioses y personajes notables, tal vez cansados de tanta imaginación vinícola-literaria que los embotaba y los atormentaba en sus orgías pantagruélicas y gargantúalicas.

De esos sueños irreales y maravillosos surgidos de la siesta del vino deben haber avizorado: Zeus y todo su Olimpo, es fermento de uvas, Cíclopes y Penélope, Marte y Minerva, Afrodita y Mercurio, personajes de carne y hueso de esa locura meditabunda y mediterránea, surgidos de la ebriedad denotada del vino, de la fascinación marítima originada en las peripecias de los viajes de la Edad Oscura: escrituras sagradas, lenguas extrañas, dialectos indígenas como el cartaginés, que nos rompen hoy los esquemas, que nos arrojan inevitablemente a la conversación social, a la charla amorosa en la taberna, a la tertulia fabril en el taller, a la pronunciada ociosidad de escribir, qué importa: mentiras o verdades.

Mare Nostrum. Hasta nuestras costas de arenas tibias y pacíficas llegaron también imágenes raras de viracochas, la impúdica necesidad del zafio marítimo, tan enclaustrados andábamos en nuestro propio dédalo de montañas andinas y universos paganos, que nos sorprendió lo bizantino, el renacimiento del terreno ve­dado europeo, la imaginación de los misterios que acunaban las bibliotecas de abadías, conventos y universidades. Libros raros que nos fueron invadiendo, polvo y basura en oscuros desvanes plagados de ratones y constantes goteras.

La incertidumbre de la sabiduría humana nos abruma, termina sobredimensionando nuestro entusiasmo: provincia del imperio después de todo, los poetas buscaban diamantes enterrados, manuscritos perdidos y algunos se sumaron a la aventura de escribir especímenes exóticos: Comentarios Reales, Crónicas de Buen Gobierno, libros como estatuas, camafeos, medallas, que ahora llenan museos olvidados del mundo.
La misma impetuosidad de la barbarie se manifiesta en algunas de nuestras escrituras modernas de nuestra poética, no son ruinas romanas, no son civilizaciones en zozobras, algunas excavaciones de viajeros y arqueólogos nos van entregando algun maukallactas, comienzan aparecer las primeras heridas narcisistas de nuestros antepasados. Nuestra escritura eran piedras de esa infancia, muros de piedras besando los acantilados, y el sonido del mar en Pachacámac.

Tenemos modernidad del mar en nuestra tradición poética. Neruda bañó sus crepúsculos con gestos melancólicos y de nocturnos destemplados. Valdelomar nos replicó las sinfonías de los campanarios de las pequeñas aldeas provincianas besando la brisa oceánica, hubo una especial para él: Pisco, un pájaro mitológico. Oquendo de Amat bajó hasta el mar como un cóndor pensativo para mirar su humana universalidad, para sentir su tempo magnético, su sagrada magnitud oceanográfica y tipográfica. De todos estos escenarios yungas: pintados por poetas, o pintores marinos, en amores destemplados, y algo de malicia en sus ofrendas (como los griegos a Baco) a la natura, a la vida: todos admiran, y sintieron la grandeza del mar.

Mama Kocha. Mar que embriaga. Erase una vez el mar. Mario Morquencho vuelve ahora con este libro de sugerente título: Un mar alcoholizado, tomando distancia hacia un lirismo más puro que el de su anterior y primer libro: Ciudadelirio (2010), donde se imponía más la tendencia hacia el poema con intensidad prosaica. Aquí se muestran una serie de poemas desolados que le cantan al mar, a la mochik tierra que bordea la cabellera del mar Pacífico, a la arena del desierto piurano, a la energía de las olas marítimas con caletas de pescadores bebiendo el mar, viviendo y pescando su propia alegría. Morquencho escribe con rabia y con ternura acerca de sus recuerdos de amores marineros.

Los poemas de Mario Morquencho no son necesariamente Alcools como los de Apollinaire, aunque por momentos oscila y enrumba hacia los albores del malabarismo de los calligrammes atávicos, lo salva: su manera libre de poetizar, impone la mesura abstracta de su irrupción poética personal. Tiene voz propia ya, eso se nota desde su primera entrega. Hay instantes en que de manera apomecométrica aparecen las pavesas poéticas de Ginsberg y/o Bukowski y/o Ferlinghetti, dándole un toque enérgico, expectorante y relajado, lejos de una posible etiqueta de influencia de lo beat. No hay tampoco una áspera ruptura con ellos, aunque sí, apostadamente, aparece más libre: el aposento de la poesía de los sesenta: Techo de la Ballena, Tzantzicos, Nadaistas, y algo más cerca de los ochentas: de la Celebriedad del poeta ecuatoriano Edwin Madrid.

La poesía de Morquencho tiene su propia originalidad, es autodidacta, autobiográfica y auténtica. Veamos aquí, v.g.:
la playa
tiranos del muelle
nadar hasta el frente de nuestras vidas
bajar a pechopelao los inmensos campanazos de las olas
todo es insolación perpetua
de nuestra sangre pueblerina provinciana playera
estas historias caen como algarrobos en la mesa
rebotan dulces en nuestras sienes
y todo el mundo se nos hace salvaje

Mario Morquencho en sus poemas abre el mar como si fuera el Mar Rojo. El mar es escenario de muchas penurias, de diversas alegrías, es el paisaje natural de vivencias nativas, de peces muertos y cangrejos, de pescadores angustiados por la extrema belleza y por la violencia de las olas. El mar es alimento perpetuo. Es camisa de fuerza, te quita y te da: es vida, y es muerte, te rescata lágrimas. Te envuelve en fantasías marítimas donde se pueden ver, y crecer: «niágaras desde tus senos verdes». La poesía es una manera de salirse de lo cotidiano, es una visión alucinante de la realidad. Morquencho nos ha dado en su poética un testimonio del mar peruano y piurano (para ser más exacto).