AXIOMAS
MARITIMOS EN LA POESÍA DE MARIO MORQUENCHO
POR
ARMANDO ARTEAGA
El mar ha sido siempre tema de inspiración poética, de
superstición natural, de imaginación literaria, desde Homero y sus poemas
homéricos, hasta nuestros días postmodernos: llenos de viajes insignificantes,
hacia la ausencia perdida de los significantes. Los griegos se deslumbraron con
la espuma fluorescente del mar asociándola a la cerveza: de la cebada
germanizada y tostada, brotada del lúpulo histórico de los bárbaros germanos,
del buzach y fucca de los egipcios.
Los griegos —histórica y poéticamente
hablando— ocupan muchos segmentos y sectores de nuestras vidas, incluso esta
costumbre de mirar el mar para pescar nuevos acontecimientos de
importancia dialéctica en el mar(asmo) de nuestra cultura occidental. Su
literatura terminó embriagándonos con sus estupendos personajes de evocación
fantástica salidos del mar, de los mares imaginarios, para ser más exactos, y
por supuesto: del mosto de las uvas, alegría de sátiros destemplados en la
vinolencia (suena a violencia, pero es más bien una fiesta): crearon dioses y
personajes notables, tal vez cansados de tanta imaginación vinícola-literaria
que los embotaba y los atormentaba en sus orgías pantagruélicas y
gargantúalicas.
De esos sueños irreales y maravillosos
surgidos de la siesta del vino deben haber avizorado: Zeus y todo su Olimpo, es
fermento de uvas, Cíclopes y Penélope, Marte y Minerva, Afrodita y Mercurio,
personajes de carne y hueso de esa locura meditabunda y mediterránea, surgidos
de la ebriedad denotada del vino, de la fascinación marítima originada en las
peripecias de los viajes de la Edad Oscura: escrituras sagradas, lenguas
extrañas, dialectos indígenas como el cartaginés, que nos rompen hoy los
esquemas, que nos arrojan inevitablemente a la conversación social, a la charla
amorosa en la taberna, a la tertulia fabril en el taller, a la pronunciada
ociosidad de escribir, qué importa: mentiras o verdades.
Mare Nostrum. Hasta nuestras costas de arenas tibias y
pacíficas llegaron también imágenes raras de viracochas, la impúdica necesidad
del zafio marítimo, tan enclaustrados andábamos en nuestro propio dédalo de
montañas andinas y universos paganos, que nos sorprendió lo bizantino, el
renacimiento del terreno vedado europeo, la imaginación de los misterios que
acunaban las bibliotecas de abadías, conventos y universidades. Libros raros
que nos fueron invadiendo, polvo y basura en oscuros desvanes plagados de
ratones y constantes goteras.
La incertidumbre de la sabiduría humana nos abruma, termina
sobredimensionando nuestro entusiasmo: provincia del imperio después de todo,
los poetas buscaban diamantes enterrados, manuscritos perdidos y algunos se
sumaron a la aventura de escribir especímenes exóticos: Comentarios Reales,
Crónicas de Buen Gobierno, libros como estatuas, camafeos, medallas, que
ahora llenan museos olvidados del mundo.
La misma impetuosidad de la barbarie se manifiesta en
algunas de nuestras escrituras modernas de nuestra poética, no son ruinas
romanas, no son civilizaciones en zozobras, algunas excavaciones de viajeros y
arqueólogos nos van entregando algun maukallactas, comienzan aparecer
las primeras heridas narcisistas de nuestros antepasados. Nuestra escritura
eran piedras de esa infancia, muros de piedras besando los acantilados, y el
sonido del mar en Pachacámac.
Tenemos modernidad del mar en nuestra
tradición poética. Neruda bañó sus crepúsculos con gestos melancólicos y de
nocturnos destemplados. Valdelomar nos replicó las sinfonías de los campanarios
de las pequeñas aldeas provincianas besando la brisa oceánica, hubo una
especial para él: Pisco, un pájaro mitológico. Oquendo de Amat bajó hasta el
mar como un cóndor pensativo para mirar su humana universalidad, para sentir su
tempo magnético, su sagrada magnitud oceanográfica y tipográfica. De
todos estos escenarios yungas: pintados por poetas, o pintores marinos, en
amores destemplados, y algo de malicia en sus ofrendas (como los griegos
a Baco) a la natura, a la vida: todos admiran, y sintieron la grandeza del mar.
Mama Kocha. Mar que embriaga. Erase una vez el mar.
Mario Morquencho vuelve ahora con este libro de sugerente título: Un mar
alcoholizado, tomando distancia hacia un lirismo más puro que el de su
anterior y primer libro: Ciudadelirio (2010), donde se imponía más la
tendencia hacia el poema con intensidad prosaica. Aquí se muestran una serie de
poemas desolados que le cantan al mar, a la mochik tierra que bordea la
cabellera del mar Pacífico, a la arena del desierto piurano, a la energía de
las olas marítimas con caletas de pescadores bebiendo el mar, viviendo y
pescando su propia alegría. Morquencho escribe con rabia y con ternura acerca
de sus recuerdos de amores marineros.
Los poemas de Mario Morquencho no son
necesariamente Alcools como los de Apollinaire, aunque por momentos
oscila y enrumba hacia los albores del malabarismo de los calligrammes atávicos,
lo salva: su manera libre de poetizar, impone la mesura abstracta de su
irrupción poética personal. Tiene voz propia ya, eso se nota desde su primera entrega.
Hay instantes en que de manera apomecométrica aparecen las pavesas
poéticas de Ginsberg y/o Bukowski y/o Ferlinghetti, dándole un toque enérgico,
expectorante y relajado, lejos de una posible etiqueta de influencia de lo beat.
No hay tampoco una áspera ruptura con ellos, aunque sí, apostadamente, aparece
más libre: el aposento de la poesía de los sesenta: Techo de la Ballena,
Tzantzicos, Nadaistas, y algo más cerca de los ochentas: de la Celebriedad del
poeta ecuatoriano Edwin Madrid.
La poesía de Morquencho tiene su propia originalidad,
es autodidacta, autobiográfica y auténtica. Veamos aquí, v.g.:
la
playa
tiranos
del muelle
nadar hasta el frente de nuestras vidas
bajar a pechopelao los inmensos campanazos
de las olas
todo es insolación perpetua
de nuestra sangre pueblerina provinciana
playera
estas historias caen como algarrobos en la
mesa
rebotan dulces en nuestras sienes
y todo el mundo se nos hace salvaje
Mario Morquencho en sus poemas abre el mar como si
fuera el Mar Rojo. El mar es escenario de muchas penurias, de diversas
alegrías, es el paisaje natural de vivencias nativas, de peces muertos y
cangrejos, de pescadores angustiados por la extrema belleza y por la violencia
de las olas. El mar es alimento perpetuo. Es camisa de fuerza, te quita y te
da: es vida, y es muerte, te rescata lágrimas. Te envuelve en fantasías
marítimas donde se pueden ver, y crecer: «niágaras desde tus senos verdes». La
poesía es una manera de salirse de lo cotidiano, es una visión alucinante de la
realidad. Morquencho nos ha dado en su poética un testimonio del mar peruano y
piurano (para ser más exacto).