mayo 09, 2016

SECHURA: HISTORIA Y LITERATURA

SECHURA:

HISTORIA Y LITERATURA

Por Armando Arteaga


Indios cocinando chicha.  Baltazar Jaime Martínez de Compañon.

Todo nos amenaza.  Es cierto, lo que dice Octavio Paz en su poema: “Más allá del amor”: “Todo nos amenaza:/ el tiempo,  que en vivientes fragmentos divide/ al que fui/ del que seré/ como el machete a la culebra;/”.  Por supuesto, el golpe del machete (como el tiempo histórico) divide en dos partes inertes el cuerpo deslizante y muerto de la culebra, o extingue al macanche, o mata al colambo, o diseca al jeñape bajo el sol del desierto, extinguiéndonos, aniquilando todo vestigio de vida; dejando atrás los milenarios “tiempos tallanes”.  La literatura y la lengua (hablada y escrita) es pues también un testimonio de todos los tiempos. 

Así se fue convirtiendo en lengua muerta el “sec”: la lengua de los tallanes, del que solo nos quedan unas cuantas palabras para luchar contra la adversidad de estos “tiempos modernos”. Por suerte, hoy sabemos que “chabot” era  un pez de agua dulce del río Chira, ahora extinguido, queda el vocablo “sec”.  El obispo Baltazar Jaime Martínez de Companón rescató en 1783 algunas palabras celebres del “sec”, gracias a que su sobrino José Ignacio de Lecuanda, remitió a España (en 1803) nueve tomos de materiales gráficos  que consideró la “Descripción geográfica del partido de Piura, perteneciente a la intendencia de Truxillo”, donde se registran actividades de agricultura, industria, minería, caza, pesca, deportes, música, danza, medicina, flora, fauna, y también asuntos militares, religiosos, del aporte nativo; donde la literatura importó muy poco, a pesar de que Martínez de Compañón era un religioso ilustrado que se preocupó por conocer detalles culturales de la diócesis que se le había encargado: mandó a pintar mapas, planos, dibujos y acuarelas, sin otros textos que títulos, rótulos, cuadros estadísticos, equivalencias filológicas y trascripciones musicales. 

El obispo Martínez de Compañón rescató algunos vestigios  (cerca de Sechura) de esta lengua de Colán: palabras tallanes que han  ido variando en su uso por los distintos pueblos; así tenemos, la palabra “Muerte” (en castellano), recogida después en diversas crónicas y estudios lingüísticos asumió otros significantes variados: “Lactuono” (en Sechura), “Dlacati” (en Colán), y “Lacatu” (en Catacaos).  Vocablos tallanes que le han ido dando nuevas formas y sonidos a  diversos “piuranismos” a través de la oralidad y de la literatura.  El botánico ingles Richard Spruce aún en 1864 reconoció treintaiseis palabras tallanes (“The cultivation of cotton in the Piura and Chira Valleys of northen Perú”, Londres, 1864).  

Aparte de Martínez de Compañón, han hurgado por este emporio lingüístico del “sec” a través de la historia: desde cronistas tempranos como el jesuita historiador Bernabé Cobo (“Historia del Nuevo Mundo”, 4 vols.  Sevilla 1890-1895) y Joseph de Acosta (“Historia Natural y Moral de las Indias”, 1590), y otros mas tardíos como Andrés García de Zurita  (Electo Obispo de Trujillo, 1649), Fray Antonio de la Calancha  (”Crónica Moralizada…”, 1638), Diego de Molina (temprano visitante de Piura que escribió en quechua “Sermones de la Cuaresma en lengua quechua” en 1649); y de los investigadores, viajeros,   y  estudios actuales,  desde  Paul Rivet, Antonio Raimondi, Héctor Cevallos Saavedra, Justino Ramírez, Carlos Robles Rázuri, Zuriel Mendoza, a Martha Hildebrandt y Alfredo Torero.

Siguiendo a Octavio Paz, y el rumbo de sus palabras: “Más allá de nosotros,/ en las fronteras del ser y el estar,/ una vida más vida nos reclama./”  Tallan y quechua,  es casi toda la toponimia piurana de los territorio donde pasiblemente se posesiono el “sec”, que fue una lengua expansiva.  Del “sec” solo nos quedan unas cuantas palabras desde que se fue convirtiendo en una “lengua muerta”. Algo que aún nos refriega en la memoria. Sabemos, “la modernidad” actual amenaza los aportes culturales de la “tradición” histórica, pero no solo para suplantarla dialécticamente por otros valores, sino que busca sepultarla, ignorarla, negarla, creando “otra” sociedad deshumanizada cada vez más. 

Por demás, aceptar que Sechura: “Érase un pueblo de pescadores”, no es faltar a la verdad, aunque es limitarla, por cierto.  Los sechuras también eran agricultores, eran hombres de invención tecnológica (haciendo intercambio comercial con Centroamérica desarrollaron balsas enormes manipuladas a vela grande en donde viajaban hasta sesenta personas con sus respectivas cargas.  Agustin de Zarate (“Historia del descubrimiento y conquista de las Provincias del Perú…”, Amberes, 1555) los vio navegar, confundiéndolos con una carabela turca o portuguesa, sus adversarios marítimos de España, tal describe en su “Libro I, Capítulo sexto de su Relación del Descubrimiento y Conquista del Perú”.  La balsa de vela la usaron también para la pesca, tal el grabado que publicó Gerónimo Benzoni en “Storia del Mondo Nuevo” (Venecia, 1565). Aunque,  a tener en cuenta, también la “Miscelánea Antártica” de Miguel de Cabello Balboa, es la obra más literaria, por su riqueza y destreza, conoció la zona norteña (con estada en  Quito) y hasta escribió una relación con la provincia de Esmeralda: “Verdadera descripción y relación con la provincia y tierra de las Esmeraldas”, lo mismo que: la Leyenda de Naymlap. 

Los sechuras han demostrado a través de la historia que tienen una gran imaginación literaria y filosófica.  El humor sechurano es rebelde.  Eran rebeldes y constructores para dominar el territorio, al posesionarse en espacios difíciles (el desierto siempre amenazado por diversos fenómenos atmosféricos y marítimos) desde los tiempos pre-cerámicos, que avizoran en sus estudios arqueológicos investigadores como Edward Lanning (“A ceramic sequere for the Piura and Chira coast, north Perú” (Berkeley, 1963): el primer investigador social  que diseño el esquema del cronograma arqueológico,  y otros investigadores como  David Kelley, Paul Tolstoy, Elena Decima Zamecnik, James B. Richardson, y Mark A. Mc Conaughy (en las décadas del sesenta y setenta).  En esa apertura,  dan testimonios muchos estudios de la arqueología en Piura, especialmente este ultimo aporte de Paolo Pastori  (arqueólogo italiano) que ha publicado la Municipalidad Provincial de Sechura: “Chusís, Un pueblo Moche en la antigua Sechura” (2015).  Testimonio que Pastori confirma: en el manejo adecuado del medio ambiente por los sechuras, siempre amenazados por las lluvias y el Fenómeno del Niño desde tiempos remotos.  Para corroborar esto,  ver también el inventario de Víctor Eguiguren en “Las lluvias en Piura”, y la presencia prodiga del mar, pleno de recursos marinos,  que sustentaron una autosuficiencia alimentaria en la región.  Los sechuras, fueron originarios y respetuosos  del “derecho”  cuando reclamaron sus tierras y las compraron.  Fueron indómitos desde antes de la ocupación chimú, y aún más tarde cuando les cae la desventura de la presencia de los incas en los territorios del Bajo Piura.

Un día de marzo, del verano de 1972, de estos temas  perpetuos conversábamos bajo la héjira filosófica de la tradicional “fresca” vespertina sechurana  con uno de sus más destacados escritores de la literatura piurana, Jorge E. Moscol Urbina: autor de “Cuentos sechuras” (1967) y “Mangacheria rabiosa” (1986), entre otros libros; a la “fresca” vespertina, que consiste en beber chicha (en la alegría que trae el “pachuco”) debajo de los soportales de una vivienda piurana elaborada de “quincha tallán” al vaivén de una hamaca, cuando la conversación se elaboraba en “asuntos difíciles de entender” pregunté (¿incrédulo de su existencia?) a Moscol Urbina acerca de “la despenadora”: personaje “mochik” y mítico (que aplica la eutanasia a un viejo enfermo que va a morir ahorcándolo), y que aparece, desde ya,  en un cerámico vicus, costumbre “practica” en comunidades andinas del norte peruano que hasta el siglo pasado se ha realizado; y que,  otros escritores peruanos como Ventura García Calderón, Francisco Vega Seminario, Aurelio Arnao, Fernando Romero,  y hasta el propio Vargas Llosa: precisaron en sus paginas.   

De esas “cosas increíbles”,  uno pasaba el “respetado”  tiempo piurano,  conversando con “Jemu”  (Moscol Urbina): uno de los escritores que conocía perfectamente “el universo filosófico del  sechura”, legado coloquial que uno puede seguir encontando cuando lee a otros escritores sechuranos que aun conservan la tradición de la “fresca”  vespertina, y que expresan lo mejor de la cultura sechurana: Félix Puescas Montero, Antonio Rumiche Ayala, Gilberto Vegas Núñez, Emilio Amaya Chunga, Raúl Mendoza Agurto, Santos Liborio Fiestas, y Jorge Tume, que en sus  paginas literarias muestran las semblanzas de las vicisitudes del pueblo sechurano. 


Indios colando chicha.  Baltazar Jaime Martínez de Compañon