mayo 23, 2017

EL BARROQUISMO DE JUAN DE ESPINOZA MEDRANO


EL LUNAREJO, UN INDIO ILUSTRADO

Por Armando Arteaga



 Cuando uno camina por las glaciales calles del pueblo de Calcauso, en la provincia de Antabamba, en el departamento de Apurímac, el visitante foráneo tiene la impresión de estar viviendo en otro tiempo. Los niños que juegan canicas o fútbol en la plaza actual del centro poblado que da al atrio de la Iglesia Virgen del Carmen de Calcauso retienen el tiempo, el pasado en el presente, dan brincos, cantando los chopos reflejados en los charcos de agua que ha dejado la lluvia, kimsa, pichqa, tawa, gritan, y hacen más grata la estancia, estas piruetas infantiles sobre el paisaje verde andino y el cielo serrano, azul e intenso. Aquí en Calcauso nació y pasó parte de su infancia uno de los hombres más inteligentes y cultos que ha tenido la literatura: Juan de Espinosa Medrano, El Lunarejo.

En realidad, el escritor del “Apologético en Favor de D. Luis de Góngora” se llamaba Juan Chancahuaña, por eso todavía los campesinos lugareños lo llaman cotidiana y cariñosamente “Juanito”. Queda -in promptu- su casa que ha sido declarada monumento histórico de la nación, pero nada se ha realizado hasta ahora por restaurar y poner en valor este inmueble sencillo y humilde, de adobes y techo de paja (que ahora remplaza in extremis la calamina).

“Juanito” era un vivaz muchachito calcausino que sus padres entregaron al cura pueblerino como ayudante, pero al destacar por sus dotes de inteligencia, sobresalió entre los demás.  Andaba siempre con la oreja pegada -tocando madera- sobre la puerta de la sacristía, por lo que era cierta alma privilegiada para la flor de la liturgia. Este cura pueblerino le dio su apellido y lo llevó a estudiar al Cusco, donde Juan de Espinosa Medrano terminó de Obispo, y se le llamó el “Demóstenes Indiano”, por su brillante oratoria.

Una hermosa niña me queda mirando y tiene en la cara el famoso lunar que ostentaba el escritor apurimeño, y que recuerda el mote que los lugareños dan a los calcausinos, mollebambinos, silqueños y viteños.

Este hombre que tradujo a Virgilio al quechua era diestro en escribir haylle y huayllias.  Al referirse sobre la textualidad quechua que cesó de fluir momentáneamente en la extirpación de idolatrías, según Edmundo Bendezú en “La Otra Literatura Peruana”, siguió fluyendo nuevamente por las venas del pueblo indígena y cantando en los taquis religiosos, paganos y cristianos, y criollos como el gongorino Juan de Espinosa Medrano. Fue grande su obra desperdigada en quechua, con voz tan personal como la de Kilku Warak’a. Testigo de este acontecimiento es El Hijo Pródigo, que duerme en alguna vitrina del Museo de Berlín, cuyo original sirvió para la traducción al alemán que hiciera Middendorf.

Luis Alberto Sánchez en “Los Poetas de la Colonia y de la Revolución” asegura:  Este Juan de Espinosa Medrano era natural del pueblecito de Calcauso, de la doctrina de Mollebamba, en la provincia de Aimaraes, donde nació en 1632, y no en Lima, como equivocadamente cree Menéndez y Pelayo, aunque más adelante, incurriendo en evidente contradicción, lo llama cuzqueño. El Apologético de Espinosa Medrano esta escrito en limpio y claro estilo, no exento de leves enmarañamientos.

A José Carlos Mariátegui le faltó vigor en su visión del colonialismo supérstite, habría que rebuscar un poco más en aquello de la irremediable mediocridad de la literatura de la Colonia. No obstante supongo válida su apreciación sobre el tiempo colonial, El repertorio colonial se compone casi exclusivamente de títulos que a leguas acusan el eruditísimo, el escolasticismo, el clasicismo trasnochado de los autores. Fue injusto Mariátegui cuando escribió en 7 Ensayos: El Lunarejo, no obstante su sangre indígena, sobresalió sólo como gongorista, esto es en una actitud característica de una literatura vieja que, agotado ya el renacimiento, llegó al barroquismo y al culteranismo. El “Apologético en Favor de Góngora” desde este punto de vista, está entro de la literatura española. No obstante, creo, El Lunarejo siempre representó una fuerza centrífuga, pero indiana.

Hasta Rafael de la Puente Benavides (Martín Adán) en su  tesis “De lo Barroco en el Perú” ninguneó a El Lunarejo, fue bisoño al no entender sino al gongorismo como una historia inverosímil, síntoma de la invasión y de la confluencia y no de la síntesis. Apenas es tangencial: En oriundez de El Lunarejo, defensor de Góngora en el siglo XVII; en el Cuzco, convertido a mestizaje, y en sitios semejantes, voces airadas predican contra la forma diferente en diferente idioma, contra la élite a la francesa en el pasmo de la indiada. Difícil de entender, pero vale. Mejor, Martín Adán,  cuando refiere: Razones -van y vienen- en discursos enzarzados y estériles; y el Perú padece en acrecentado menester y aprieto.

Tres escritores diferentes sí avistaron el mensaje de El Lunarejo, o conocieron otras obras como Philosophia Thomística o La Novena Maravilla.

Mariano Picón-Salas en su libro De la Conquista a la Independencia exalta la obra de crítica literaria más curiosa que produjera toda nuestra época colonial, y explica: El Lunarejo, que a veces escribe con un estilo digno de Gracián y dice, por ejemplo, “el bulto del libro sólo denota que tiene mucho papel.   No crecen  los tomos para echar hojas, sino para madurar frutos, que eso les quedó a los libros de su linaje de árboles”...,  y va un poco más: El auto de El Hijo Pródigo cuyo autor se supone fue el gran mestizo cuzqueño Espinosa Medrano, me parece dentro de la literatura americana la obra maestra de ese teatro indígena.

Dámaso Alonso en su Ensayo de Métodos y Límites Estilísticos - Poesía Española, alabando las bondades del estilo literario del escritor apurimeño dice: Ya vimos cómo Espinosa Medrano notó el valor expresivo de los esdrújulos (“con su acento dactílico y despeñado” admirable formulación del Lunarejo).

En los años 70, Luis Loayza en El Sol de Lima dijo algo admirable sobre el prestigio literario que muchos sentimos dio la obra de El Lunarejo, para la posteridad: Un americano podía ser superior a un europeo por la cultura y la víctima de la demostración sería un lejano crítico portugués ya desaparecido, una sombra. Al final quedó fortalecido el prestigio de Góngora, pero sobre todo su defensor ganó su propio combate. Los españoles que elogiaron el libro del Lunarejo no sospechaban que les estaba cobrando un desquite.

Por el vector de la literatura coma vocación, como verdadero oficio, es intachable el aporte de El Lunarejo, por allí apunta El Lunarejo en Asturias de Mario Vargas Llosa, compañero y amigo de aventuras literarias de Luis Loayza.

Algunos otros escritores locales paisanos antabambinos de El Lunarejo han escrito sendos ensayos apologéticos sobre su obra literaria, J. Agustín Tamayo Rodríguez y Antonio Centeno Zela, aparte del sureño chileno Gastón Toro.

Para terminar recordaré al personaje Plutón en el Auto Sacramental del Robo de Proserpina y Sueño de Endimión que, para muestra un botón, es parte de la poética de El Lunarejo, versos limpios:

El sol, la luna, la estrella Venus,
el rayo hebra reluciente,
la aurora anunciadora del día...




Calcauso, julio de 1999.

 Del libro: "La Literatura en Apurimac".