NO ESTROPEAR LOS DOMINGOS
(cuento)
Por Nelson Castañeda
(cuento)
Por Nelson Castañeda
Nelson Castañeda en el cementerio de Highgate en Londres ante la tumba de Karl Marx, no empezaba ni siquiera su edad de piedra, ya habìa publicado en "Los nuevos nuevos" con Fernando Ampuero y Cèsar Vega Herrera.
Se conocieron en octubre del 73; el 8 de noviembre cumplieron un mes de verse, cada domingo, en la misma discoteca.
Ambos se hallaron respectivamente decepcionados: ella de los hombres, él de las mujeres; juntos, sin embargo, fueron haciendo un buen amor. En marzo del año siguiente arribaron al convencimiento de que habían nacido el uno para el otro; ella cumplió años y él vino con un regalo. Contemplándolo se pasaron casi toda la noche en silencio. El domingo próximo ella se desmayaba en cada beso y él hurgó su cuerpo con manos crecidas y desesperadas.
Un domingo, tres años después, ella le contó la animación que hubo en la boda de su hermana menor. Él la escuchaba como quien escucha llover, tomando apenas en cuenta el movimiento familiar de la boca, cierta inflexión y las patitas de gallo que tenía amontonadas en los ojos. Por otro lado, interiormente, sin asombro, seguía el ritmo de la música percibiendo el cambio de la moda, la ausencia de viejos discos. Recordó nombres y contorsiones y empezó a recrear un ritmo viejo con la punta de los pies.
-No me escuchas, se sorprendió ella.
-Si te escucho, dijo él y luego trató de cantarle al oído unas canciones de ayer. Ella se rió, de buena gana, a carcajadas. Se despidieron con un beso ligero y él se quedó un rato más en la discoteca buscando alguien que lo llevara a su pueblo.
-¿No me echas de menos el lunes –le preguntó ella un domingo-, el martes, los otros días de la semana?. El se quedó pensando que ella acaba de decir algo demasiado profundo. Habían pasado quince años. El no lo sabía y dijo: no lo sé. Y no dijo: “Ni siquiera se me había ocurrido pensarlo”.
Años después ya no bailaban; sólo se cubrían de atenciones como dos ancianos. Al ingresar a la discoteca él dejaba al guardarropa el bastón y el sombrero. El doctor les había recetado a ambos un zumo de frutas diferente, lo bebían como remedio sin cruzar una mirada, y ninguno osaba probar el de otro. A medio apagar la visión y la memoria se sentaban muy juntos sin incomodarse, ni sorprenderse y quedaban colgados de los asientos como las dos hojas últimas de cualquier árbol en el otoño. Un domingo él no apareció y ella se sintió demasiado vieja para ir en busca del cadáver.
Recital de Poesìa de los 70. De izquierda a derecha: Nelson Castañeda, Juan Carlos Làzaro, Enrique Sànchez Hernani, Armando Arteaga y Guillermo Falconi, tiempos inèditos.Se conocieron en octubre del 73; el 8 de noviembre cumplieron un mes de verse, cada domingo, en la misma discoteca.
Ambos se hallaron respectivamente decepcionados: ella de los hombres, él de las mujeres; juntos, sin embargo, fueron haciendo un buen amor. En marzo del año siguiente arribaron al convencimiento de que habían nacido el uno para el otro; ella cumplió años y él vino con un regalo. Contemplándolo se pasaron casi toda la noche en silencio. El domingo próximo ella se desmayaba en cada beso y él hurgó su cuerpo con manos crecidas y desesperadas.
Un domingo, tres años después, ella le contó la animación que hubo en la boda de su hermana menor. Él la escuchaba como quien escucha llover, tomando apenas en cuenta el movimiento familiar de la boca, cierta inflexión y las patitas de gallo que tenía amontonadas en los ojos. Por otro lado, interiormente, sin asombro, seguía el ritmo de la música percibiendo el cambio de la moda, la ausencia de viejos discos. Recordó nombres y contorsiones y empezó a recrear un ritmo viejo con la punta de los pies.
-No me escuchas, se sorprendió ella.
-Si te escucho, dijo él y luego trató de cantarle al oído unas canciones de ayer. Ella se rió, de buena gana, a carcajadas. Se despidieron con un beso ligero y él se quedó un rato más en la discoteca buscando alguien que lo llevara a su pueblo.
-¿No me echas de menos el lunes –le preguntó ella un domingo-, el martes, los otros días de la semana?. El se quedó pensando que ella acaba de decir algo demasiado profundo. Habían pasado quince años. El no lo sabía y dijo: no lo sé. Y no dijo: “Ni siquiera se me había ocurrido pensarlo”.
Años después ya no bailaban; sólo se cubrían de atenciones como dos ancianos. Al ingresar a la discoteca él dejaba al guardarropa el bastón y el sombrero. El doctor les había recetado a ambos un zumo de frutas diferente, lo bebían como remedio sin cruzar una mirada, y ninguno osaba probar el de otro. A medio apagar la visión y la memoria se sentaban muy juntos sin incomodarse, ni sorprenderse y quedaban colgados de los asientos como las dos hojas últimas de cualquier árbol en el otoño. Un domingo él no apareció y ella se sintió demasiado vieja para ir en busca del cadáver.
GUADIX-ESPAÑA 1977.
Nelson Casteneda: www.xanga.com/neptuno