DE BOECIO Y DE OJEDA / Armando Arteaga
Juan Ojeda es un navegante de la tradición clásica. Si la poesía es una forma de conocimiento a través de la palabra, la poesía de Ojeda es una actitud directa para indagar de manera natural la realidad y la historia de la realidad: donde la poesía es un “Arte de Navegar”. Pero, es también una mirada de la realidad con una actitud filosófica de admiración, de asombro, y llena de un deseo por explicar los problemas más elevados que escapan a la simple experiencia, a la espontaneidad sin excepción, para descubrir al hombre desde dentro de su ser ontológico. Este poema “Crónica de Boecio”, es uno de los primeros poemas que leí de Ojeda publicado en la revista Harawi N- 14 (setiembre de 1968) de Francisco “Paco” Carrillo. Me llamó la atención la metafísica que desprende Ojeda en este poema. Desde el primer episodio de Boecio, Ojeda lo convoca en la tragedia de la historia por tener una visión mística. Veamos y recordemos. Dante en la Divina Comedia lo coloca en el Paraiso a Boecio (450-524 D.C.): político y filósofo romano entre los doctores de la Iglesia como a Santo Tomás de Aquino, y León XII ratificó por decreto de 1879 su culto religioso. Boecio, es un neo-platónico que se entusiasmó por el cuadrivio: de la aritmética, de la música, de la geometría y de la astronomía, que son los verdaderos principios de la escolástica. Ojeda destaca en “Crónica de Boecio” su mensaje aséptico de lucha contra la realidad pedestre, donde los hombres sólo hablan una lengua falsa, las circunstancias de su muerte (martirio bizantino), el carácter de sus sueños “raros” y de sus visiones en "De substantia divinitatis y De persona et natura" impregnadas de una aureola del arrianismo de Teodorico. Personaje salido del martirio cristiano medieval que Ojeda reivindica. (A.A.)
CRÓNICA DE BOECIO / JUAN OJEDA
He oído las voces, he oído los clamores,
absurdamente sostenidos como en una feria.
He comprendido el propósito y la argucia,
y todas las cosas hacia atrás revolviéndose.
El dolo preside en el consejo de los hombres y sólo la futilidad.
Oh el tiempo, el tiempo de morir
y sobre la tierra una ausencia de dioses.
Hurtas voces
para el día que no amarás, y cuando lo puro te anuncia
no hallas en tu paso sino un camino mondo.
Sobre el reseco musgo de ruinas se arrastra el día,
quebradizo como imposible vuelo de crisálida.
Dioses.
Y sumergir gastados brazos en la irrealidad del camino,
chapotear entre alas rotas, gajos de luz dura,
mano de criptas que se elevan la garra humedecida de sombras.
"En un puñado de polvo juzgarás el reino, y caminaremos
sin pregunta posible que aplaque nuestro desconcierto.
” Oh, este es un tiempo de prodigios. Escarbamos
las anchas tierras con manos seguras,
y nada hay allí que nos consuele. Duras astillas
de algún viejo cráneo, sucio por los cuervos,
este horrible viento que baja de las colinas próximas,
arrastrando el hedor de los muertos, y no hay consolación.
Todo se oscurece presagiando la muerte del día, y ya no habrá
más días sobre la tierra árida, o no habremos nosotros.
¿Cómo los dioses custodian lo eterno? ¿Quiénes
oprimen con gravedad el sentido del mundo?
Dioses. Dioses.
Los he visto danzar con movimientos horribles:
el viento removía el seco polvo de la Tierra Colorada,
y yo huía enloquecido, soportando las revelaciones.
Arrastrarse hasta esos maderos hundidos,
el agua del mar dejando una fetidez maldita,
y hundirse entre el agua y la arena.
"Soporta, soporta este Reino" .
Oh, es el exilio.
¿Pero dónde contemplaré un Origen
que ordene este universo absurdo?
La vida desciende en medio de las cosas,
vacía y sorda, y un ojo atento
rueda a contemplar el osario del mundo
y se anuda como un viejo vicio a cada objeto improbable.
Pero ya sabemos que todo lo real es precario,
y en qué sentido.
Así, oh alma mía, abstente de indagar o abandona el camino.
¿De quién es esa torpe mano que bate, angustiada, las sombras?
Oh, escucho todavía el vano estrépito de las voces que huyen.
Así, pues, qué sabias palabras no podrán importunarnos, qué gestos
que no posean avara suficiencia en medio del Caos,
y cómo viviremos estos días sin desesperarnos, y cómo hablar
y en qué sentido.
Oh alma mía, nada queda ya sobre la tierra
que hayas odiado con cierta humillación, la dorada máscara
que repite el esplendor de aburridos gestos
aprendidos, sin duda, para consolarnos
y no hay consolación.
Oh, es el exilio.
Y no obstante,
sobre nobles manuscritos convertí mis ojos al sabio ejercicio,
y allí todo era tan desolador como la misma realidad.
¿Acaso alimenta al espíritu el errante curso de los astros?
Oh, toda verdad hedía como un tiesto de ramas muertas.
Así, hemos elegido, tal vez, un lenguaje que los dioses,
ahítos ya de días, abominan con innoble desencanto.
Tierra de los dioses que el hombre habita,
y bajo el murmullo del tiempo una muerte segura.
Pero los dioses se cuidan de ser demasiado terrestres,
Y esa es nuestra futilidad.
"Entre la realidad y la irrealidad
conocerás el Reino".
Y sabemos ciertamente
Que el tiempo es menos real que los sueños, y chapoteamos
con nuestras pobres voces en un tiempo perdido.
Ahora los hombres sólo hablan una lengua falsa, ¿los escuchas?
Nada hay allí que pueda servirte, todo es como una burla
o una insidiosa pesadilla.
Ya hemos levantado sobre los días hórridos un tiempo más puro,
y no escuchamos sino las obcecadas voces de los desgarrados.