Por: Juan Carlos Lázaro
Cesáreo Martínez nació en 1945 en Cotahuasi, distrito de la provincia de La Unión, en el sureño departamento de Arequipa. Establecido en Lima, ingresó a la antigua universidad de San Marcos y por un tiempo siguió estudios de Letras, en cuyas aulas adhirió a las posiciones políticas de un sector radical de la izquierda que se identificaba con la experiencia revolucionaria del maoísmo. Paralelamente a este episodio estudiantil, se sumió en una intensa bohemia cuyo punto neurálgico era el tradicional bar Palermo, en el centro de la ciudad. En esta etapa trabó gran amistad con otro poeta provinciano como él, de sorprendente parquedad y que solía vestir de negro: Juan Ojeda. Pese a su extracción social netamente popular, tanto Martínez como Ojeda eran unos sibaritas de la palabra, artífices de la magia verbal, cultores de imágenes soberbias y rebuscadas. Con el paso del tiempo –del breve tiempo de su vehemente juventud–, Ojeda se adentraría en una poética de honda connotación metafísica, en tanto que “Chacho” –como también llamábamos sus amigos a Cesareo Martínez – experimentaría en los derroteros de la poesía amorosa y de la protesta política. Ojeda, que había nacido en el puerto pesquero de Chimbote en 1944, concluyó sus días prematura y trágicamente a los 30 años de edad, lo cual no le impidió concretar una obra sólida y bien cincelada que se reunió y publicó póstumamente bajo el título de Arte de Navegar. Martínez murió víctima de un aneurisma cerebral el 29 de enero del 2002, antes de cumplir los 57 años. En vida llegó a publicar cuatro libros de poemas1 y tres plaquettes que propiciaron su reconocimiento como una de las voces más propias de la Generación del 70. Los dos autores, desde sus respectivas poéticas, recusaban el orden social existente y postulaban la revolución de signo marxista. Y es que ambos amigos –poetas, bohemios y socialistas– vivieron convencidos de que la poesía debía cumplir un papel fundamental en la lucha por la construcción de un nuevo orden de justicia social.
El contexto social que inspiró a Martínez sus dos notables libros de poesía política fue el de la dictadura militar inaugurada por el general Juan Velasco Alvarado en 1968, que seguía –según sus voceros políticos– un proceso revolucionario nacionalista y antioligárquico. En la oposición al velasquismo se ubicaban tanto la derecha civilista desalojada del poder, como el APRA de ambiguo predicamento populista, y la recalcitrante izquierda maoísta y trotskista. El 29 de agosto de 1975 Velasco Alvarado fue derrocado por su primer ministro, el general Francisco Morales Bermúdez, quien encabezó un proceso encaminado a desmantelar “la obra de la revolución”. Aplaudido y respaldado por los rezagos de la derecha oligárquica, el nuevo dictador pretendió atornillarse en el poder, pero en sus cálculos no consideró la oposición de un vasto movimiento popular, forjado sobre todo en los años del velasquismo y organizado en activos gremios de trabajadores, campesinos y estudiantes. Lo novedoso es que esta vez al frente de ese movimiento popular ya no estaba solo el APRA, sino también una izquierda renovada, joven y radical, además de la vieja izquierda estalinista. Fue este conglomerado izquierdista y sindical el que el 19 de julio de 1977 paralizó unánimemente al país en abierto desafío a la dictadura. Herida de muerte y sin el respaldo de quienes la aplaudieron en sus comienzos, la “segunda fase” del gobierno militar anunció la devolución del poder a los civiles y convocó a una asamblea constituyente para el año siguiente.
El más espectacular y rotundo paro protagonizado por el pueblo peruano en el siglo XX abrió así un nuevo escenario de incesante protesta social en el Perú, en el cual la izquierda ganó un protagonismo de primera línea e involucró al poeta en cuerpo y alma. Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga), publicado en Lima en 1978, surgió precisamente como un llamado a solidarizarse con una huelga del gremio magisterial en ese año. Los resultados de las elecciones para la asamblea constituyente revelaron a la izquierda como una verdadera fuerza política pese a su fragmentación. La esperanza popular crecía en torno a esta izquierda. Sin embargo no pasó mucho tiempo para que dentro de ella empezaran a primar los apetitos personales de sus dirigentes, lo mismo que las luchas facciosas motivadas por sus dogmatismos ideológicos. Hacia 1980, teniendo a la vista las elecciones presidenciales, los diferentes partidos de este conglomerado izquierdista intentaron la unidad en una frágil Alianza Revolucionaria de Izquierda (ARI). Los continuos forcejeos por el liderazgo de la ARI hicieron cada vez más precaria esta alianza, la cual finalmente estalló, dando al traste con las aspiraciones de un importante sector del país. Este fracaso sería el tema de Donde mancó el árbol de la espada y arcoíris en el que “Chacho” despotrica contra el sectarismo y la inconsecuencia de las dirigencias izquierdistas y, haciéndose eco de las demandas del pueblo, las conmina por última vez a la unidad so pena de ir a parar a un lugar aún más abyecto que el basurero de la historia. Huelga decir que las elecciones presidenciales de ese año le devolvieron el poder a la derecha.
Como bien observó la crítica en su momento, la poesía política de Cesareo Martínez fusiona el lenguaje coloquial con el estilo narrativo, así como la imprecación lírica con las imágenes de la naturaleza. Esta síntesis se plasma con gran equilibrio en Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga), en cuya lectura resulta inevitable la evocación de la poética arguediana. En Donde mancó el árbol de la espada y arcoiris, el poeta insistirá en la misma empresa, aunque deslizándose adrede en el panfleto y la diatriba. Al empezar, el poeta se anuncia con el mismo verso de Dante en La Comedia: “En medio del camino de mi vida…”. Su crítica contra los dirigentes de la izquierda, directa y áspera, va al meollo del problema: “Han discutido sobre un charco repetidas veces, y repetidas veces se han peleado por las puras”. También les recuerda la voz de quien los demanda: ¿Quién desconoce mi partido? Mi partido son esos infinitos rostros regados entre el bullicio de las calles, preñando las puertas malditas de la miseria”. Pero este libro es también una magnífica muestra de la mentalidad y del estado de ánimo de las izquierdas de los años 70, de sus equívocos y de sus excesos, de sus dogmas y de sus sueños. Y es que así pensaba y sentía una generación que por mucho tiempo creyó que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, pero en cuyo tránsito extravió el camino, cayó en la tentación del establishment político y finalmente se desfiguró. El tiempo y la realidad se encargarían del respectivo ajuste de clavijas, hasta volverla anacrónica y dejarla fuera de juego. El poeta lo advirtió a tiempo y, aunque siendo parte de esa izquierda, no le faltó razón en su crítica a la deshonestidad y el “oportunismo” que ya se anunciaba entre sus dirigentes que alguna vez postularon una revolución socialista. Por esto, intuyendo acaso el desenlace de esta historia, al cerrar su poema puso a buen recaudo su esperanza mediante la plena identificación con la comunidad: “En la construcción de los cielos redondos / En la construcción de las aguas nuevas / Y en la producción de los nuevos sueños / Todo con nosotros, nada sin nosotros”.
La reedición de este poema, tres décadas después de su primera publicación, confirma a Cesareo Martínez como la voz política por excelencia de la Generación del 70.
El contexto social que inspiró a Martínez sus dos notables libros de poesía política fue el de la dictadura militar inaugurada por el general Juan Velasco Alvarado en 1968, que seguía –según sus voceros políticos– un proceso revolucionario nacionalista y antioligárquico. En la oposición al velasquismo se ubicaban tanto la derecha civilista desalojada del poder, como el APRA de ambiguo predicamento populista, y la recalcitrante izquierda maoísta y trotskista. El 29 de agosto de 1975 Velasco Alvarado fue derrocado por su primer ministro, el general Francisco Morales Bermúdez, quien encabezó un proceso encaminado a desmantelar “la obra de la revolución”. Aplaudido y respaldado por los rezagos de la derecha oligárquica, el nuevo dictador pretendió atornillarse en el poder, pero en sus cálculos no consideró la oposición de un vasto movimiento popular, forjado sobre todo en los años del velasquismo y organizado en activos gremios de trabajadores, campesinos y estudiantes. Lo novedoso es que esta vez al frente de ese movimiento popular ya no estaba solo el APRA, sino también una izquierda renovada, joven y radical, además de la vieja izquierda estalinista. Fue este conglomerado izquierdista y sindical el que el 19 de julio de 1977 paralizó unánimemente al país en abierto desafío a la dictadura. Herida de muerte y sin el respaldo de quienes la aplaudieron en sus comienzos, la “segunda fase” del gobierno militar anunció la devolución del poder a los civiles y convocó a una asamblea constituyente para el año siguiente.
El más espectacular y rotundo paro protagonizado por el pueblo peruano en el siglo XX abrió así un nuevo escenario de incesante protesta social en el Perú, en el cual la izquierda ganó un protagonismo de primera línea e involucró al poeta en cuerpo y alma. Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga), publicado en Lima en 1978, surgió precisamente como un llamado a solidarizarse con una huelga del gremio magisterial en ese año. Los resultados de las elecciones para la asamblea constituyente revelaron a la izquierda como una verdadera fuerza política pese a su fragmentación. La esperanza popular crecía en torno a esta izquierda. Sin embargo no pasó mucho tiempo para que dentro de ella empezaran a primar los apetitos personales de sus dirigentes, lo mismo que las luchas facciosas motivadas por sus dogmatismos ideológicos. Hacia 1980, teniendo a la vista las elecciones presidenciales, los diferentes partidos de este conglomerado izquierdista intentaron la unidad en una frágil Alianza Revolucionaria de Izquierda (ARI). Los continuos forcejeos por el liderazgo de la ARI hicieron cada vez más precaria esta alianza, la cual finalmente estalló, dando al traste con las aspiraciones de un importante sector del país. Este fracaso sería el tema de Donde mancó el árbol de la espada y arcoíris en el que “Chacho” despotrica contra el sectarismo y la inconsecuencia de las dirigencias izquierdistas y, haciéndose eco de las demandas del pueblo, las conmina por última vez a la unidad so pena de ir a parar a un lugar aún más abyecto que el basurero de la historia. Huelga decir que las elecciones presidenciales de ese año le devolvieron el poder a la derecha.
Como bien observó la crítica en su momento, la poesía política de Cesareo Martínez fusiona el lenguaje coloquial con el estilo narrativo, así como la imprecación lírica con las imágenes de la naturaleza. Esta síntesis se plasma con gran equilibrio en Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga), en cuya lectura resulta inevitable la evocación de la poética arguediana. En Donde mancó el árbol de la espada y arcoiris, el poeta insistirá en la misma empresa, aunque deslizándose adrede en el panfleto y la diatriba. Al empezar, el poeta se anuncia con el mismo verso de Dante en La Comedia: “En medio del camino de mi vida…”. Su crítica contra los dirigentes de la izquierda, directa y áspera, va al meollo del problema: “Han discutido sobre un charco repetidas veces, y repetidas veces se han peleado por las puras”. También les recuerda la voz de quien los demanda: ¿Quién desconoce mi partido? Mi partido son esos infinitos rostros regados entre el bullicio de las calles, preñando las puertas malditas de la miseria”. Pero este libro es también una magnífica muestra de la mentalidad y del estado de ánimo de las izquierdas de los años 70, de sus equívocos y de sus excesos, de sus dogmas y de sus sueños. Y es que así pensaba y sentía una generación que por mucho tiempo creyó que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, pero en cuyo tránsito extravió el camino, cayó en la tentación del establishment político y finalmente se desfiguró. El tiempo y la realidad se encargarían del respectivo ajuste de clavijas, hasta volverla anacrónica y dejarla fuera de juego. El poeta lo advirtió a tiempo y, aunque siendo parte de esa izquierda, no le faltó razón en su crítica a la deshonestidad y el “oportunismo” que ya se anunciaba entre sus dirigentes que alguna vez postularon una revolución socialista. Por esto, intuyendo acaso el desenlace de esta historia, al cerrar su poema puso a buen recaudo su esperanza mediante la plena identificación con la comunidad: “En la construcción de los cielos redondos / En la construcción de las aguas nuevas / Y en la producción de los nuevos sueños / Todo con nosotros, nada sin nosotros”.
La reedición de este poema, tres décadas después de su primera publicación, confirma a Cesareo Martínez como la voz política por excelencia de la Generación del 70.
Lima, marzo 2012
Notas:
*Juan Carlos Lázaro, Poeta, editor y periodista peruano. Autor de Gris amanece la urbe del hambre (1978), La casa y la hojarasca (2001) y Entre la sombra y el fuego (2008). En 2010, en colaboración con Héctor Rosas Padilla, publicó el volumen antológico Andanzas, travesías y naufragios. Dirige la revista de arte, cultura y utopías Sol & Niebla.
1 En vida publicó los libros: Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga) (1978); Donde mancó el árbol de la espada y arcoíris (Bando para que la dirigencia se alinee con las masas) (1980); Celebración de Sara Botticelli (1983) y El sordo cantar de Lima (1993). Póstumamente se publicó Sol de ciegos (2008).