abril 06, 2012

EL MANIFIESTO / Por Armando Arteaga

Cuento


EL MANIFIESTO / Por Armando Arteaga



No hay más razón para no darse cuenta que algunas cosas están bien muertas.  Muerto está el pasado de este pueblo.  Nadie se acuerda cómo era la vida en este pueblo hace solo veinte años atrás.

Divagaba el estoico Tacho Salhuana mirando por la celosía de la ventana sentado desde su escritorio de periodista pueblerino en la redacción de su diario La Calle.
-Este pueblo no solo es una porquería  -volvió a divagar-. Tiene dos caras, un día es azul y al siguiente es rojo.  Nada tiene sentido con un pueblo así.  Estamos condenados al infierno. Ni Madre, ni Dios. La selva es un dédalo.

-La selva es el infierno –volvió a divagar- siempre en su soledad Don Tacho Salhuana, el único hombre de letras de este averno tropical.

En el pueblo de Fitzcarrald empezó a llover a cántaros sobre los techos de shapaja de las casas.  Todos se paraliza en este pueblo cuando llueve.  Es la hora –nuevamente- para divagar.  Y empezar a poner las cosas en orden.
-¿Porqué se  llama Fitzcarrald, el pueblo, papá? –preguntó la niña-.
-Era un gringo loco, aventurero, que llegó hasta aquí buscando oro y caucho –respondió Tacho Salhuana-.  Anda a merendar, niña, acotó.
Va a ser hermosa, divagó, se casará con algún apuesto turista y se largará de este infierno.
-Yo no me voy a ir de este lugar –advirtió la niña como si estuviese leyendo el pensamiento de su padre-.
-Esta niña, tiene el don de leer el pensamiento de los adultos –volvió a cavilar el director del diario  La Calle-.
-Papá.
-Que.
-Hay un hombre tocando la puerta.
-Pregúntale qué desea.
-Papá, está con una capucha –alcanzó a decir la niña.

El hombre encapuchado había forzado la puerta de un puntapié, entró hacia el centro del recinto de la oficina.  Tenía una metralleta en la mano.  La niña se apachanó hacia el más cercano rincón como dejando que este ajuste de cuentas sea –exclusivamente- entre los dos hombres mayores.
Salhuana no se amilanó ante la presencia del encapuchado.
-¿Qué se le ofrece?.
-Queremos que se publiqué El Manifiesto.
-Es ilegal.
-Entonces, es Ud. hombre muerto.
-Me voy a demorar un par de horas por lo menos en publicarlo.
-No importa,  Todo la casona está rodeada por mi gente.
-Esta bien, siéntese.

Salhuana también se sentó frente a su máquina de escribir, y empezó a transcribir el documento a mano escrito -con tinta seca roja sobre un papel cuadriculado y arrugado- que le entregó el hombre encapuchado.
Mientras iba por el sexto renglón medio borroneado del documento, el encapuchado le alcanzó una cajetilla de cigarros.
-Me hacía falta –dijo Salhuana-.
-Fúmese todos los que pueda, son suyos –le confirmó el advenedizo-.
¿Esta voz me parece que la conozco? –volvió a divagar Salhuana-.
-Listo.
Salhuana se levantó de su madero sillón y caminó hacia la otra sala en donde estaba la máquina de la imprenta.
-Hemos batido récord –dijo Salhuana-.
-Es un buen Manifiesto- dijo el encapuchado.

La niña que había permanecido estática sentada en la perezosa del rincón izquierdo de la oficina se había quedado dormida. La niña soñó que ya era una señorita, que se casaba con un turista francés como Jean Lonzoy, ese hippie medio loco que anda por el puebo de Fitzcarrald con una motoneta coleccionado mariposas de toda la amazonía, y  que luego las manda disecadas para Miami.
(Con ese gringo loco me casaría, porqué qué no...,  podría ser novia de ese gringo, cómo dicen que se llamaba, F-i-t-z-c-a-r-r-a-l-d..., buscador de oro, rico, loco, aventurero...).

-Hemos terminado –dijo Salhuana.
-Quedó bien.
-Soy un profesional en esto.
-No sé cómo agradecérselo.  ¡La revolución se lo agradece!.  Se lo agradecerá después.
-Cuando triunfe la revolución, ya seré hombre muerto -divagó Salhuana-.

El hombre encapuchado salió corriendo con el paquete del Manifiesto publicado.  En la esquina  de la redacción de La Calle lo esperaban otros cinco hombres en tres motonetas que se perdieron por el fin de la calle principal del pueblo de Fitzcarrald.

Salhuana le tocó el hombro a la niña.
-Despierta.
-Papá, qué pasó.
-Eran los cumpas, los tupac´s...

Unas ratas salvajes haciendo ruidos chillones  en el depósito de papeles viejos frente al patio cauteloso de La Calle, imaginó  Salhuana, su pesadilla kafkiana: el final de este episodio.

-¿Qué querían?.
-Nada. Ya se fueron.  Sembrar terror, pánico entre los habitantes  del poblado. La vida pasa en las canoas de los piros. No has probado bocado todavía en todo el día, y ya es tarde.

-Papá.
-¿Qué?.
-Soñé que me casaba.
(Con ese gringo loco se casaría, ¿porqué no?...)
-Ya sé, hija, y te ibas lejos de este infierno. Yo también sé leer el pensamiento. ¿O no es verdad?.

La lluvia acabó de llorar.  El pueblo estaba nuevamente mojado, y la calle era todo un lodazal.

Diciembre. Año 1999...



Del libro: "Los pobres diablos".