Sylvia Plath (USA, 1932-1963)
Espejo
Soy plateado y exacto. No tengo preconceptos.
Cuanto veo, lo trago inmediatamente
Tal cual es, sin empañar por amor o desagrado.
No soy cruel, sólo veraz:
Ojo de un pequeño dios, cuadrangular.
Casi todo el tiempo medito en la pared de enfrente.
Es rosada, con lunares. La he mirado tanto tiempo
Que creo que es parte de mi corazón. Pero fluctúa.
Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez.
Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,
Buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas mentirosas, las bujías o la luna
Veo su espada y la reflejo fielmente.
Me recompesa para ella. Que viene y se va.
Todas las mañanas su cara reemplaza la oscuridad.
En mí ella ahogó a una muchachita y en ní una vieja
Se alza hacia ella día tras día, como un pez feroz.
Cruzando el Agua
Lago negro, barco negro, dos personas negras recortadas
en papel.
¿Adónde van los árboles negros que beben aquí?
Sus sombras deben cubrir Canadá.
Un poco de luz se filtra de las flores acuáticas.
Sus hojas no desean que nos apresuremos:
Son redondas, chatas y cargadas de secretos consejos.
Mundos fríos se sacuden del remo.
El espíritu de la negrura está en nosotros, está en los peces.
Un tronco levanta ahora una pálida mano, como despedida;
Las estrellas se abren entre los lirios.
¿No te enceguecen estas sirenas sin expresíon?
He aquí el silencio de almas confundidas.
Espejo
Soy plateado y exacto. No tengo preconceptos.
Cuanto veo, lo trago inmediatamente
Tal cual es, sin empañar por amor o desagrado.
No soy cruel, sólo veraz:
Ojo de un pequeño dios, cuadrangular.
Casi todo el tiempo medito en la pared de enfrente.
Es rosada, con lunares. La he mirado tanto tiempo
Que creo que es parte de mi corazón. Pero fluctúa.
Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez.
Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,
Buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas mentirosas, las bujías o la luna
Veo su espada y la reflejo fielmente.
Me recompesa para ella. Que viene y se va.
Todas las mañanas su cara reemplaza la oscuridad.
En mí ella ahogó a una muchachita y en ní una vieja
Se alza hacia ella día tras día, como un pez feroz.
Cruzando el Agua
Lago negro, barco negro, dos personas negras recortadas
en papel.
¿Adónde van los árboles negros que beben aquí?
Sus sombras deben cubrir Canadá.
Un poco de luz se filtra de las flores acuáticas.
Sus hojas no desean que nos apresuremos:
Son redondas, chatas y cargadas de secretos consejos.
Mundos fríos se sacuden del remo.
El espíritu de la negrura está en nosotros, está en los peces.
Un tronco levanta ahora una pálida mano, como despedida;
Las estrellas se abren entre los lirios.
¿No te enceguecen estas sirenas sin expresíon?
He aquí el silencio de almas confundidas.