FEDERICO LATORRE ORMACHEA
Y EL RESURGIMIENTO DE LA LITERATURA APURIMEÑA
Y EL RESURGIMIENTO DE LA LITERATURA APURIMEÑA
Por Armando Arteaga
Eran tiempos difíciles, de guerra, todo andaba trastocado en Apurímac. Sendero Luminoso atacaba violentamente por un extremo de la convulsionada ciudad de Abancay, y por el otro extremo, inesperadamente, las fuerzas policiales hacían casi lo mismo, reprimiendo cualquier intento de desobediencia civil proveniente de la ciudadanía pensante que estaba asqueada de esta situación. Cada vez era más insoportable vivir atrapado como “presa fácil” en ese sándwich de “pan con pescado” engendrado por esta violencia que nos tenía a todos podridos.
Fue una situación -tan impune y miserable- de la que se fueron aprovechando algunos buitres nocturnos que actuaron a la sombra de cierta complicidad sistemática. Vivir en una ciudad así –convulsionada por la violencia- se hizo cada vez más insoportable. La mayoría de la gente buena, hizo sus maletas, y se largaron de la que había sido esa bucólica ciudad de Abancay, y de Apurímac. Se cerraron todos los espacios para la reflexión literaria y menos para la expresión poética. La gente vivía en permanente sospecha y en total desconfianza. Ese era el escenario cultural en el que muchos escritores apurimeños estúpidamente tuvieron que desarrollar su propio silencio. Poner su propia lapida mortuoria a cualquier intento de apertura para la literatura. Allí, en ese teatro del terror (de “tempestad en los andes”) fomentado por Sendero Luminoso y por las Fuerzas Policiales (Estado), un hombre solitario y amante de la literatura no se inmutó para nada, sino que al contrario, hizo su propia batalla para ganar el espacio libre de la imaginación creativa y la promoción de la literatura apurimeña.
Hace ya un puñado de años conocí al profesor Federico Latorre Ormachea, bajo el volcán (curiosamente llevaba ese mediodía en el cartapacio la novela de Malcolm Lowry): en la puerta de ingreso de la Casa de la Cultura de la ciudad de Abancay (Apurímac), mientras litigaba e investigaba sobre algunos aspectos relacionados con el Patrimonio Cultural, Arqueológico y Arquitectónico de la Región Apurímac. Fue un encuentro muy rápido, casi brusco, promovido por el mismo profesor Latorre Ormachea, con quién esa tarde luego del intercambio de los respectivos saludos y de nuestras credenciales personales, en pocos minutos nos hicimos amigos y almorzamos en el más cercano restaurante de la esquina más certera, mientras conversamos sobre la literatura y los escritores de Apurímac.
El libro "Dios, el Gran Poeta:Antologìa de Poetas Apurimeños, realizada por el profesor Federico Latorre Ormachea.
El profesor Latorre Ormachea tiene en su haber publicados un sin número de libros en los respectivos géneros literarios de: el cuento, la poesía, la leyenda, el ensayo, y la novela. Algunos libros suyos se difunden por su obstinada abnegación de maestro, por su vocación de escritor, y por ser el mismo un autentico promotor cultural. Latorre Ormachea ha publicado libros como “Canto a mi tierra” (poemario), “Leyendas de Oro de Apurímac” (narrativa), “Lecturas Selectas” (Poesía Apurimeña), y este último de su cosecha que lleva el misterioso resumen de “Dios, el gran poeta” (Poetas representativos de Apurímac): que se ocupa de mostrar parte del panorama actual de la poesía apurimeña.
El profesor Federico Latorre Ormachea ha publicado multiples libros sobre la literatura de Apurìmac
Del profesor Latorre Ormachea se puede decir lo mismo que Mario Vargas Llosa escribió de la memoria de Sebastián Salazar Bondy: “ocupa todos los quehaceres de la literatura: la poesía, la ficción, la crítica, etc. Donde no hay nada, lo viene realizando todo, para darle sentido a su trabajo literario”.
En una Región como Apurímac, donde el escritor casi no existe, para los incrédulos e incultos, no pasa de ser cualquier personaje: un ser pintoresco, extraño, fuera de serie, o cualquier loco venido a menos. Allí donde casi nadie lee, ni siquiera periódicos (hasta hace un par de años llegaban solo media decena de ejemplares de “El Comercio” vía terrestre, que lo compraban algunos ciudadanos notables). No había ediciones, ni de “El Peruano” en la Presidencia de la Región y menos en la Corte Suprema. En el Hotel de Turistas ponían un solitario ejemplar de “Expreso” en una mesa del salón de espera, donde alguna vez pude leer mi propia y drástica critica de cine. La literatura casi no tiene adeptos, nadie lee nada, y existe la prematura chatura de llamar “intelectual” a todo aquello que no se entiende fácilmente, y de mediocrizar casi con uniformidad la “inopia cultural” de algunos despistados profesores que confunden a Vargas Vicuña con Vargas Vila. Sobre las cenizas de esta “inopia cultural” ha resurgido el profesor Latorre Ormachea, como la “Ave Fénix”, simbolizando la eternidad entre los antiguos y modernamente la resurrección. Llevó hacía Apurímac, como a Bitinia, el culto de los dioses griegos por la poesía. Se puede decir de él que inventó también el alfabeto y la escritura rural, del castellano vigente, sobreponiéndose al predominio del quechua hablante, reviviendo el idioma actual: utilizando aquel gusano de la literatura para volver a teñir de color púrpura las “nuevas” letras apurimeñas, que son al fin y al cabo, parte de su batalla por devolverle a su región: la transparencia de un propio lenguaje. Batalla que por cierto ha ganado.
Sobre estas cenizas ha resurgido el profesor Latorre Ormachea como la “Ave Fénix”, ya les dije, con sus libros para espetarles de frente a los desertores, a los que no creen en nada, para hacernos saber que la literatura apurimeña existe desde la noche de la historia como en otras regiones del país, que la literatura apurimeña sigue teniendo vigencia. Que la Región Apurímac no es un número insólito, ni la desgracia estadística siempre marcada por la pobreza, el analfabetismo y la marginalidad. Se escribe y se habla en Apurímac, en quechua, pero también se escribe y se habla, en castellano, es una literatura bilingüe, con vigor actual. Y los escritores siempre le han dado vida natural a esta Región del Apurímac. Los escritores no son desertores, ni mediocres. Los escritores tienen el compromiso con su pueblo y su lenguaje. Los escritores viven con pasión su verdadera vocación literaria. El profesor Latorre Ormachea ha empezado desde hace varios años esta tarea de recuperar su propio brillo literario regional. Batalla que va ganado, y que yo admiro por eso, por su tenacidad y su forma de vida asumida, sin resquebrajamiento provinciano, con estoica actitud de maestro, e investigador. Fiel a su vocación y a su oficio vital: de escritor.
El escritor apurimeño no es marginal, ni bisiesto. Ni es un escritor para los domingos, vive: materialmente y espiritualmente, su dura realidad, pero a pesar de llevar una vida de desarraigo, de olvido y de fundamentales premuras, ya se vislumbra en Apurímac una literatura que puede ser vista también en “vitrina” (como paradójicamente se llamaba la revista del poeta Feliciano Mejía en los años setenta). Perdurar, este ha sido el esfuerzo que hay que subrayar del profesor Latorre Ormachea. Vocación de trascender, estudio y respeto por las diversas manifestaciones culturales y literarias que han desarrollado los diversos escritores del “papel arrugado” como llamó Raimondi a Apurímac.
En una Región como Apurímac, donde el escritor casi no existe, para los incrédulos e incultos, no pasa de ser cualquier personaje: un ser pintoresco, extraño, fuera de serie, o cualquier loco venido a menos. Allí donde casi nadie lee, ni siquiera periódicos (hasta hace un par de años llegaban solo media decena de ejemplares de “El Comercio” vía terrestre, que lo compraban algunos ciudadanos notables). No había ediciones, ni de “El Peruano” en la Presidencia de la Región y menos en la Corte Suprema. En el Hotel de Turistas ponían un solitario ejemplar de “Expreso” en una mesa del salón de espera, donde alguna vez pude leer mi propia y drástica critica de cine. La literatura casi no tiene adeptos, nadie lee nada, y existe la prematura chatura de llamar “intelectual” a todo aquello que no se entiende fácilmente, y de mediocrizar casi con uniformidad la “inopia cultural” de algunos despistados profesores que confunden a Vargas Vicuña con Vargas Vila. Sobre las cenizas de esta “inopia cultural” ha resurgido el profesor Latorre Ormachea, como la “Ave Fénix”, simbolizando la eternidad entre los antiguos y modernamente la resurrección. Llevó hacía Apurímac, como a Bitinia, el culto de los dioses griegos por la poesía. Se puede decir de él que inventó también el alfabeto y la escritura rural, del castellano vigente, sobreponiéndose al predominio del quechua hablante, reviviendo el idioma actual: utilizando aquel gusano de la literatura para volver a teñir de color púrpura las “nuevas” letras apurimeñas, que son al fin y al cabo, parte de su batalla por devolverle a su región: la transparencia de un propio lenguaje. Batalla que por cierto ha ganado.
Sobre estas cenizas ha resurgido el profesor Latorre Ormachea como la “Ave Fénix”, ya les dije, con sus libros para espetarles de frente a los desertores, a los que no creen en nada, para hacernos saber que la literatura apurimeña existe desde la noche de la historia como en otras regiones del país, que la literatura apurimeña sigue teniendo vigencia. Que la Región Apurímac no es un número insólito, ni la desgracia estadística siempre marcada por la pobreza, el analfabetismo y la marginalidad. Se escribe y se habla en Apurímac, en quechua, pero también se escribe y se habla, en castellano, es una literatura bilingüe, con vigor actual. Y los escritores siempre le han dado vida natural a esta Región del Apurímac. Los escritores no son desertores, ni mediocres. Los escritores tienen el compromiso con su pueblo y su lenguaje. Los escritores viven con pasión su verdadera vocación literaria. El profesor Latorre Ormachea ha empezado desde hace varios años esta tarea de recuperar su propio brillo literario regional. Batalla que va ganado, y que yo admiro por eso, por su tenacidad y su forma de vida asumida, sin resquebrajamiento provinciano, con estoica actitud de maestro, e investigador. Fiel a su vocación y a su oficio vital: de escritor.
El escritor apurimeño no es marginal, ni bisiesto. Ni es un escritor para los domingos, vive: materialmente y espiritualmente, su dura realidad, pero a pesar de llevar una vida de desarraigo, de olvido y de fundamentales premuras, ya se vislumbra en Apurímac una literatura que puede ser vista también en “vitrina” (como paradójicamente se llamaba la revista del poeta Feliciano Mejía en los años setenta). Perdurar, este ha sido el esfuerzo que hay que subrayar del profesor Latorre Ormachea. Vocación de trascender, estudio y respeto por las diversas manifestaciones culturales y literarias que han desarrollado los diversos escritores del “papel arrugado” como llamó Raimondi a Apurímac.
Federico Latorre Ormachea escribe poesìa, narrativa, ensayo, y es ademas un investigador expontaneo sobre la literatura de Apurìmac
Latorre Ormachea tal vez sea su más preclaro escritor en permanente lucha contra el pendón mortal del olvido, que ha tenido a bien reunir a un conjunto de poetas en esta Antología con el desenfrenado nombre de “Dios, el Gran Poeta”. Esta Antología, ayuda a vislumbrar con mayor interés este aparente desolado panorama, que hasta hace poco era “el vacío desalentador”, lo que parecía ser el canon literario en Apurímac.
Latorre Ormachea ha trabajado con bastante esmero sobre la historiografía literaria de la región Apurímac, y sigue investigando actualmente. En “Dios, el Gran Poeta” aparece por primera vez y reivindicada en esta “Antología” el coloquio navideño de Josefa Francisca de Azaña y Llano (1696), religiosa apurimeña, del Monasterio de las Descalzas Concepcionistas de la Villa de Cajamarca, que hacía versos sacramentales. Lily Flores Palomino, una de las más destacadas poetas mujeres que escribe en quechua, aparecen los poemas de su destacado Troj (1971). Lo mismo, José María Arguedas y su Katatay; Jorge Flores Ramos (a quien recordamos como uno de los grandes exponentes de la literatura apurimeña por su libro “Grito”); Julio César Sanabria Hermoza (quién ha realizado también una Antología de dos volúmenes de "La Literatura Apurimeña"); Abel Gutiérrez Ocampo y su poesía metafísica. También poetas como, Hugo Tello Prado (de quien ha incluido su facticio poema “Sabascha”; Erasmo Montoya Obregón y Luis Rivas Loayza, entre otros. Todo este trabajo silencioso y fructífero de Latorre Ormachea, merece nuestra mayor consideración y permanente atención.