enero 25, 2008

JUAN RAMÌREZ RUIZ, UN HOMBRE CON UNA FILIACIÒN Y UNA FE/ GUILLERMO FIGUEROA LUNA


JUAN RAMÍREZ RUIZ,
UN HOMBRE CON UNA FILIACIÓN Y UNA FE


Guillermo Figueroa Luna


JRR: La doble Fe de Juan: Chiclayo y la poesìa.
Sólo hablé 4 veces con Juan Ramírez Ruiz, pero las cuatro veces son inolvidables.
La primera vez, cuando nos presentaron, luego de un evento en la Biblioteca Municipal de Chiclayo.
La segunda, cuando me pidió información acerca de mis trabajos historiográficos sobre la región, los esclavos, los "indios" y las mujeres lambayecanas, pues ya tenía algunas referencias según parece por parte de su hermano José Ramírez, ex director del diario La Industria, donde yo había publicado cerca de 300 artículos sobre temas históricos, sociales y políticos. Para satisfacer en algo su sed de lectura, le dí uno de mis libros (Lambayeque en el Perú Colonial), que le gustó mucho, porque --según dijo— renovaba la visión de la historia. Le interesó entonces mucho saber qué acogida tenía el trabajo de mi agrupación, el Taller de Investigación en Ciencias Sociales, TAICS Ciencia y Pueblo. "Mientras tengan ustedes acogida, aunque sea reducida, su trabajo no está perdido" --nos dijo a mi esposa y a mí.
La tercera vez, tomando un café en mi casa, fuí yo quien le interrogué sobre su vida, su trabajo, sobre Hora Zero y los temas sociales y políticos de nuestra generación --que está vigente, montada sobre dos milenios--, pues ambos nos habíamos formado en las movidas y exaltantes décadas del 60 y 70. Fue entonces que confirmé lo que ya advertía en lo poco de su obra que he leído: que su actitud de renovación en lo artístico era parte de una actitud renovadora integral, que Juan Ramírez aspiraba a "un Perú nuevo en un mundo nuevo", como había postulado José Carlos Mariátegui.
Los años acumulados, las dificultades de la vida, los éxitos y reveses, la masiva deserción de casi toda la intelectualidad progresista en las oscuras décadas de los 80 y 90, los hoy predominantes "sentidos comunes" que se adaptan al sistema capitalista y se acomodan a la corrupción, nada de eso había mellado un ápice sus convicciones socialistas, su identificación con los trabajadores, su rechazo al pesimismo y desesperanza posmodernos. Juan Ramírez vivía una juventud perenne y seguía trabajando en lo suyo, movido por un afán renovador que les falta a tantos jóvenes prematuramente envejecidos.
Como lo sostuvo en la entrevista que le hizo Wolfgang Luchting, Juan Ramírez sentía y vivía --en su poesía y en todo-- el conflicto social. Y si algunos le han encontrado una actitud hostil o gestos acres, es porque él no conciliaba con las ideas y las prácticas que --por convicción o por dinero-- defienden el pasado sin esperanza. No comulgaba con el "arte puro", no estaba de acuerdo con la teoría de "los demonios interiores" de Vargas Llosa, no toleraba que se pasase gato por liebre ni en la literatura ni en nada.
Lejos de una actitud amargada o hermética, en nuestras conversaciones -- cada una de la cuales fue de más de 2 horas y la cuarta y última hasta la una de la madrugada en la Plazuela Elías Aguirre-- yo lo encontré cordial y comunicativo, actitud que procuré estimular para aprender de su vuelo intelectual y su experiencia. En suma, lo he conocido entusiasta y nunca con la actitud de "estar jugando los descuentos" o escribir su "libro final". Al contrario, por su dedicación al trabajo en serio, parecía tener toda una vida por delante.