LAS ARMAS MOLIDAS
Escribe Tulio Mora (1995)
El nombre de Juan Ramírez Ruiz (JRR) está asociado a la creación del Movimiento Hora Zero. Fundador del mismo (con Jorge Pimentel), autor de los primeros conceptos sobre el "poema integral", base estética de este movimiento, y asimismo de dos libros claves para entender esa propuesta ("Un par de vueltas por la realidad", 1970, y "Vida perpetua", 1978), publicará en breve, después de 18 años, su tercer libro, de más de 200 páginas, en el sello editorial dirigido por Jorge Luis Roncal, que ya se anuncia como uno de los más importantes de este fin de siglo: "Las armas molidas".
Dos de las características de la poesía de JRR han sido la experimentación y la puesta en escena de la épica (de "épica urbana" se calificó a su primer libro), de la voz alta, de la reflexión pública y que en "Las armas molidas" adquiere dimensión de lo colectivo nacional, de lo histórico. El tema dolorosamente palpitante de la guerra le ha servido como gran telón de fondo para articular un discurso que por su unidad, por su profundidad y vibración debe asociarse a "España, aparta de mí este cáliz", de César Vallejo, a "Canto general" y "España en el corazón", de Pablo Neruda. Asociación en este caso no significa influencia sino coincidencia en el planteamiento del texto que se construye desde la voz de un emisor plural, abarcando un amplio horizonte temporal y espacial como hilo conductor, iluminador, del suceso histórico.
El sujeto poético entonces se sumerge en el tiempo para encontrar en los orígenes mismos ciertas claves que pudieran darle la lucidez que reclama al sentido de la violencia de su época. Dividido en tres partes, el libro es un rastreamiento del "rumbo", de la "huella" ("toda huella firma tiempo y vale espacio") que resultarán a la postre orientadores de una vocación de lo humano andino sobre la tierra ("casa tocada por la furia o la ternura").
En el primero nos propone la aparición del hombre en unidad "cordial" con la tierra y el todo natural (naturaleza y cosmos). En versos de un conceptismo riguroso y metáforas renovadas el poeta evoca los alcances del hombre en el pasado, tiempo al que atribuye un valor nutricio retroalimentador ("no es muro, sino vianda del futuro"). Según este pensamiento todo era reproducción del todo ("copias de gente brotaban del molde"), todo era habitable ("la respiración era mi casa") y hasta las fieras tenían un propósito preconcebido ("ubicada muy cerca del proyecto del puma"). Esta afirmación de lo absoluto no tiene, felizmente, el tono rezagante de la nostalgia arcádica (neoindigenista, diríamos, que se envuelve de los postulados de Valcárcel o de Vasconcelos), que podría restar méritos al texto, ideológicamente hablando, sino de distancia y objetividad. En efecto, ningún peruano podría desmerecer a nuestro pasado su grandeza (según decía Toynbee la peruana es una de las ocho grandes conquistas culturales del mundo), pero pocos sabrían despojarse, como JRR, de lo chauvinista para entregarnos un sentido de lo trágico al lado de lo demiúrgico.
Esto se entiende claramente en la segunda parte cuando con la cultura ("Huaca Prieta: mi valle de premaíz") JRR nos presenta también la guerra ("y ya también la guerra había comenzado"). El hombre toma rumbo, construye huella y ya tiene un nombre: "el golondrino", concepto sociológico que se adjudica contemporáneamente a los campesinos sin tierra que bajan de sus lugares de origen a los valles costeños en época de siembra y que para JRR identifica a los pobres de siempre, a los despojados de todas partes (en algún momento incluye también en ese calificativo a los islámicos, los chicanos, los papúas, es decir a toda la humanidad carente) que construye la historia con su voluntad de vida: "el golondrino, p.e., toma el rumbo/ y no por eso el amanecer suelta/ la muerte encuentra/ y no por eso la vida pierde". Este rumbo son las concreciones de todas las expresiones culturales que han hecho posible lo que Toynbee reconociera, rumbo que para JRR "pertenece al Tiempomundo/ al Astrocasa y al Cosmoamor". La armonía, según este postulado es el absoluto en perpetuo equilibrio, incluyendo el fatalismo de la guerra en un contínuum de millones de años ("15 millones de años -15/ mide el rumbo de un solo combate"). El golondrino es por eso "guerrero de un combate + antiguo/ que el oleaje de los mares -eslabonando a cadáveres recientes", y como tal protagonista que da sentido histórico a los posteriores sucesos del país.
En la tercera parte el poeta se instala en las hecatombes de nuestro siglo y convoca a la memoria étnica (las minorías sobrevivientes de la amazonía), al martirologio fecundo y permanente del golondrino. De todo ello resulta explicable la guerra, escenario del que JRR ha resaltado sus símbolos (los apagones, las torturas, los desaparecidos, las fosas comunes) y sus hombres que los sufren. Hombres (golondrinos) que son nombres propios, individualidades heridas, universos frustrados, complejidades interrumpidas: "vi a Manuel Riego -jefe de la coop. Chota-/ embutir un huaype/ en muchas bocas que después ya no respiraron". Como este verso muchos otros construyen un discurso del nombre y una deuda de la palabra. El poeta ante su deber: "Aquí están muertos todos/ menos uno: yo, que no puedo callar". No callar es este libro como gran resultado, y su autor que expresa al final: "me han visto viniendo del gran amor/ por para labrar el libro de la guerra y de la paz".
Para construir este sólido discurso JRR se ha valido del tono imprecatorio, con el que recurrentemente va interpelando a diversos sujetos; de la sentencia breve y lúcida; de la metáfora reactualizada, con un poderoso ritmo que sugiere en algunos momentos la lectura en alta voz, de púlpito, de profeta. Estas características lo diferencian notablemente del tono actual de la poesía (aún narrativo, pero intimista, que confía más en el desarrollo de la imagen) para entroncarse, renovándola, con la tradición española.
Pero el libro de JRR tiene un segundo aporte importante que viene de su vena experimental. Así como se divide en varias partes sucesivas (temporales), también tiene una bipartición espacial (arriba/abajo) en cada página, que nos sugiere la aplicación estructural del pensamiento andino (Hanan/Urin). En la parte posterior se encuentra el discurso que ya hemos descrito y en la parte superior un "alfagrama", conjunto de signos recogidos por el autor de diversas fuentes (quipus, tejidos, ceramios) con los que construye un complejo sistema escritural (cuyas instrucciones nos da a conocer al final del libro) que él llama "andino". El resultado son criptogramas con los que redacta, es la cuarta parte titulada "Las excursiones", tres poemas que sin duda será incitante decodificarlos. Al entregarnos un sistema escritural inédito (lo único que lamentamos en este caso es que no tenga una correspondencia alfabética con el quechua o aymara), JRR se ha inscrito en la tradición de Guamán Poma, de Vallejo de "Trilce", de Churata de "El pez de oro", y los trasciende (no hablamos de calidad sino de desafío) porque lo que ha inventado es un lenguaje poético -y por tanto social.
"Las armas molidas" viene a ser uno de los tres o cuatro libros que se han escrito sobre la guerra (curiosamente todos sus autores pertenecen a la generación del 70) y con su publicación se instalará, con rastro y rumbo propios, en la memoria histórica peruana (y latinoamericana). Bien valió el largo silencio.
Escribe Tulio Mora (1995)
El nombre de Juan Ramírez Ruiz (JRR) está asociado a la creación del Movimiento Hora Zero. Fundador del mismo (con Jorge Pimentel), autor de los primeros conceptos sobre el "poema integral", base estética de este movimiento, y asimismo de dos libros claves para entender esa propuesta ("Un par de vueltas por la realidad", 1970, y "Vida perpetua", 1978), publicará en breve, después de 18 años, su tercer libro, de más de 200 páginas, en el sello editorial dirigido por Jorge Luis Roncal, que ya se anuncia como uno de los más importantes de este fin de siglo: "Las armas molidas".
Dos de las características de la poesía de JRR han sido la experimentación y la puesta en escena de la épica (de "épica urbana" se calificó a su primer libro), de la voz alta, de la reflexión pública y que en "Las armas molidas" adquiere dimensión de lo colectivo nacional, de lo histórico. El tema dolorosamente palpitante de la guerra le ha servido como gran telón de fondo para articular un discurso que por su unidad, por su profundidad y vibración debe asociarse a "España, aparta de mí este cáliz", de César Vallejo, a "Canto general" y "España en el corazón", de Pablo Neruda. Asociación en este caso no significa influencia sino coincidencia en el planteamiento del texto que se construye desde la voz de un emisor plural, abarcando un amplio horizonte temporal y espacial como hilo conductor, iluminador, del suceso histórico.
El sujeto poético entonces se sumerge en el tiempo para encontrar en los orígenes mismos ciertas claves que pudieran darle la lucidez que reclama al sentido de la violencia de su época. Dividido en tres partes, el libro es un rastreamiento del "rumbo", de la "huella" ("toda huella firma tiempo y vale espacio") que resultarán a la postre orientadores de una vocación de lo humano andino sobre la tierra ("casa tocada por la furia o la ternura").
En el primero nos propone la aparición del hombre en unidad "cordial" con la tierra y el todo natural (naturaleza y cosmos). En versos de un conceptismo riguroso y metáforas renovadas el poeta evoca los alcances del hombre en el pasado, tiempo al que atribuye un valor nutricio retroalimentador ("no es muro, sino vianda del futuro"). Según este pensamiento todo era reproducción del todo ("copias de gente brotaban del molde"), todo era habitable ("la respiración era mi casa") y hasta las fieras tenían un propósito preconcebido ("ubicada muy cerca del proyecto del puma"). Esta afirmación de lo absoluto no tiene, felizmente, el tono rezagante de la nostalgia arcádica (neoindigenista, diríamos, que se envuelve de los postulados de Valcárcel o de Vasconcelos), que podría restar méritos al texto, ideológicamente hablando, sino de distancia y objetividad. En efecto, ningún peruano podría desmerecer a nuestro pasado su grandeza (según decía Toynbee la peruana es una de las ocho grandes conquistas culturales del mundo), pero pocos sabrían despojarse, como JRR, de lo chauvinista para entregarnos un sentido de lo trágico al lado de lo demiúrgico.
Esto se entiende claramente en la segunda parte cuando con la cultura ("Huaca Prieta: mi valle de premaíz") JRR nos presenta también la guerra ("y ya también la guerra había comenzado"). El hombre toma rumbo, construye huella y ya tiene un nombre: "el golondrino", concepto sociológico que se adjudica contemporáneamente a los campesinos sin tierra que bajan de sus lugares de origen a los valles costeños en época de siembra y que para JRR identifica a los pobres de siempre, a los despojados de todas partes (en algún momento incluye también en ese calificativo a los islámicos, los chicanos, los papúas, es decir a toda la humanidad carente) que construye la historia con su voluntad de vida: "el golondrino, p.e., toma el rumbo/ y no por eso el amanecer suelta/ la muerte encuentra/ y no por eso la vida pierde". Este rumbo son las concreciones de todas las expresiones culturales que han hecho posible lo que Toynbee reconociera, rumbo que para JRR "pertenece al Tiempomundo/ al Astrocasa y al Cosmoamor". La armonía, según este postulado es el absoluto en perpetuo equilibrio, incluyendo el fatalismo de la guerra en un contínuum de millones de años ("15 millones de años -15/ mide el rumbo de un solo combate"). El golondrino es por eso "guerrero de un combate + antiguo/ que el oleaje de los mares -eslabonando a cadáveres recientes", y como tal protagonista que da sentido histórico a los posteriores sucesos del país.
En la tercera parte el poeta se instala en las hecatombes de nuestro siglo y convoca a la memoria étnica (las minorías sobrevivientes de la amazonía), al martirologio fecundo y permanente del golondrino. De todo ello resulta explicable la guerra, escenario del que JRR ha resaltado sus símbolos (los apagones, las torturas, los desaparecidos, las fosas comunes) y sus hombres que los sufren. Hombres (golondrinos) que son nombres propios, individualidades heridas, universos frustrados, complejidades interrumpidas: "vi a Manuel Riego -jefe de la coop. Chota-/ embutir un huaype/ en muchas bocas que después ya no respiraron". Como este verso muchos otros construyen un discurso del nombre y una deuda de la palabra. El poeta ante su deber: "Aquí están muertos todos/ menos uno: yo, que no puedo callar". No callar es este libro como gran resultado, y su autor que expresa al final: "me han visto viniendo del gran amor/ por para labrar el libro de la guerra y de la paz".
Para construir este sólido discurso JRR se ha valido del tono imprecatorio, con el que recurrentemente va interpelando a diversos sujetos; de la sentencia breve y lúcida; de la metáfora reactualizada, con un poderoso ritmo que sugiere en algunos momentos la lectura en alta voz, de púlpito, de profeta. Estas características lo diferencian notablemente del tono actual de la poesía (aún narrativo, pero intimista, que confía más en el desarrollo de la imagen) para entroncarse, renovándola, con la tradición española.
Pero el libro de JRR tiene un segundo aporte importante que viene de su vena experimental. Así como se divide en varias partes sucesivas (temporales), también tiene una bipartición espacial (arriba/abajo) en cada página, que nos sugiere la aplicación estructural del pensamiento andino (Hanan/Urin). En la parte posterior se encuentra el discurso que ya hemos descrito y en la parte superior un "alfagrama", conjunto de signos recogidos por el autor de diversas fuentes (quipus, tejidos, ceramios) con los que construye un complejo sistema escritural (cuyas instrucciones nos da a conocer al final del libro) que él llama "andino". El resultado son criptogramas con los que redacta, es la cuarta parte titulada "Las excursiones", tres poemas que sin duda será incitante decodificarlos. Al entregarnos un sistema escritural inédito (lo único que lamentamos en este caso es que no tenga una correspondencia alfabética con el quechua o aymara), JRR se ha inscrito en la tradición de Guamán Poma, de Vallejo de "Trilce", de Churata de "El pez de oro", y los trasciende (no hablamos de calidad sino de desafío) porque lo que ha inventado es un lenguaje poético -y por tanto social.
"Las armas molidas" viene a ser uno de los tres o cuatro libros que se han escrito sobre la guerra (curiosamente todos sus autores pertenecen a la generación del 70) y con su publicación se instalará, con rastro y rumbo propios, en la memoria histórica peruana (y latinoamericana). Bien valió el largo silencio.