HUERTO AGNÓSTICO PARA VARGAS VILA
Por Armando Arteaga
A mi tío Don Leobardo Núñez Palacios,
por sus libros y conversaciones
por sus libros y conversaciones
sobre el escritor colombiano.
Apunte: Nelsón Castañeda.
Debo confesar que cada vez estoy más convencido que la frivolidad es una filosofía interesante, tal como lo entendía Valdelomar. El snob tiene una manera elegante y sentimental de vivir, su gusto por motivos banales y sensuales le dan a este personaje una refinadísima sensibilidad interior. Por eso viaja incansablemente por fiestas galantes, sueños diurnos, licores exóticos que lo llevan por visiones fugaces, que lindan con el delirio, y también hay que reconocerlo, con extrema lucidez de un zahorí.
Vargas Vila, Rubén Darío, eran ateos y por eso en sus símbolos literarios ambos se identificaron con el cisne, la flor de lis, el pavo real, el azul, la torre de marfil, las piedras preciosas. Ambos, escritores de prosas profanas, difundieron sus mensajes literarios por todas partes. A Darío le toco la gloria del reconocimiento académico como máximo poeta del modernismo, a Vargas Vila el olvido del polvo de las bibliotecas y el destino popular de haber sido el “bovarico” escritor preferido por casi todos los adolescentes provincianos de su época.
Libros que trataron de alcanzar una nueva y elaborada forma de expresión preciosista del amor y lo erótico.
Fue un nuevo temperamento de vitalidad e inteligencia, un perseguir una forma, “el afán de averiguarlo todo, de probarlo todo, de experimentar con todo” que refiere Enrique Anderson Imbert cuando acusa de originalidad a los modernistas.
De todo ello sólo queda Darío. Adoro a Darío, pero entre “los raros” me quedo para siempre con José María Vargas Vila, ese escritor “maldito”, ese raro, congénere de Darío, a quien muy pocos perdonan su actitud misógina.
Cierta vez, mi distraído y desinformado profesor de literatura del colegio al descubrirme lector de Vargas Vila, blasfemó sobre el solitario escritor colombiano: “No sé cómo es que pierdes el tiempo leyendo cochinadas”.
En verdad, Vargas Vila es uno de mis escritores favoritos. No porque el hombre sea un monumento de la literatura universal, sino porque en esta edad tan felizmente atea, el Arte suple la Fe, y creo que Vargas Vila es el más libre de todos los escritores latinoamericanos, sin dejar de ser sentimental.
Vargas Vila, Rubén Darío, eran ateos y por eso en sus símbolos literarios ambos se identificaron con el cisne, la flor de lis, el pavo real, el azul, la torre de marfil, las piedras preciosas. Ambos, escritores de prosas profanas, difundieron sus mensajes literarios por todas partes. A Darío le toco la gloria del reconocimiento académico como máximo poeta del modernismo, a Vargas Vila el olvido del polvo de las bibliotecas y el destino popular de haber sido el “bovarico” escritor preferido por casi todos los adolescentes provincianos de su época.
Libros que trataron de alcanzar una nueva y elaborada forma de expresión preciosista del amor y lo erótico.
Fue un nuevo temperamento de vitalidad e inteligencia, un perseguir una forma, “el afán de averiguarlo todo, de probarlo todo, de experimentar con todo” que refiere Enrique Anderson Imbert cuando acusa de originalidad a los modernistas.
De todo ello sólo queda Darío. Adoro a Darío, pero entre “los raros” me quedo para siempre con José María Vargas Vila, ese escritor “maldito”, ese raro, congénere de Darío, a quien muy pocos perdonan su actitud misógina.
Cierta vez, mi distraído y desinformado profesor de literatura del colegio al descubrirme lector de Vargas Vila, blasfemó sobre el solitario escritor colombiano: “No sé cómo es que pierdes el tiempo leyendo cochinadas”.
En verdad, Vargas Vila es uno de mis escritores favoritos. No porque el hombre sea un monumento de la literatura universal, sino porque en esta edad tan felizmente atea, el Arte suple la Fe, y creo que Vargas Vila es el más libre de todos los escritores latinoamericanos, sin dejar de ser sentimental.
Obras como “Aura o las violetas”, ‘Flor del fango”, “Los parias”, “Lirio blanco”, “La ubre de la loba”, y “La muerte del cóndor”, siguen siendo en este horario reflexivo parte del ritmo de la vida. Mirando atrás, la estatua del ayer, el remolino blanco y soluble del cloruro de sodio que trae el mar de los olvidos. Del viajero recuerdo, Vargas Vila fue siempre un sincero e irreverente amigo.
(Publicado en la revista ‘Asalto Al Cielo’, Lima, agosto de l986.)
(Publicado en la revista ‘Asalto Al Cielo’, Lima, agosto de l986.)