HACIA UN NUEVA LITERATURA / Armando Arteaga
En los últimos años dos
actitudes diferentes han trastocado la experiencia personal del joven escritor
peruano, con respecto al desarrollo de una nueva literatura. Su opción es elegir los temas más ortodoxos y
heterogéneos, que están referidos a su perspectiva erótica o política,
surrealista o filosófica, onírica o lingüística, realista o antropológica,
centro del más libre contexto social e histórico, que le ha tocado aprender y trastocar.
Su situación de protagonistas o testigos depositarios de los más recientes
acontecimientos que vive el país: una revolución nasserista. La palabra más destacada se llama corrupción,
corrupción política, corrupción estética, corrupción literaria.
Casi todos estos noveles
escritores, son de la pequeña burguesía, conocedores de una cultura burguesa
que muere y voceadores entusiastas de otra diferente, digamos urbana, aquella
cuyo poema o relato habita en las calles y parques de la ciudad, vive en la muchacha
extraviada sin rostro, en el libro aún no escrito: una nueva literatura llamada
a convertirse en otro signo, en otro significado.
Pero, es que existe ya, una
nueva literatura…, una nueva poesía, una nueva narrativa. El panorama se presenta medio nebuloso,
neblina lentamente, algo oscuro, más o menos. Algunos pocos libros, varias
revistas subterráneas que circulan en liberarías, editadas en offset y
mimeógrafo, publicaciones esporádicas en algunos suplementos de los periódicos,
no hacen algo nuevo, no vuelven aun las oscuras golondrinas.
Hay escritores que uno los lee
y se quedan para siempre entre nosotros.
Onetti es un de ellos, por ejemplo, Kafka es otro. Hay otros, quienes se pasan el día calentando
sus traseros en los versallescos salones de la mediocridad, matan su tiempo
haciendo antologías de la poesía pseudo erótica o pseudo política y panfletaria. Nunca van a la cama de la historia con la
verdad, ni siquiera, con el lenguaje
nuevo.
Han devaluado el estricto uso
de la palaba, están hipotecados a la mentira, andan tan snobs en sus canales de
maromas de la cultura que son capaces de contradecirse 365 años en un día. Muchos de ellos están inscritos por mano
propia en el apéndice del grueso libro de la coima literaria. Se mueven en simples abstracciones, se mueven
en el péndulo de izquierda a derecha y viceversa, son unos estáticos pedantes.
Muchos de ellos dicen que hacen una poesía que destruye a la burguesía y no han
destruido ni cambiado la suela de sus zapatos.
¿Existe en el Perú una nueva
literatura?. La pregunta está planteada
desde hace mucho tiempo, y resulta difícil de responder. En narrativa ha habido
algunos avances, no se puede negar.
Desde ya, Luis Harss en “Los Nuestros” anota en la manera como razona
sobre este tiempo literario: “si no
existe continuidad del ser, una sustancia fundamental en la que radica la
conciencia, no hay flujo, no hay causa y efecto, no hay consecuencia y por lo
tanto no hay tiempo. No nos quedan más
que percepciones inconexas y absolutas en el vacio”. Se podría concluir del pensamiento de Harss,
que no hay un tiempo nuevo para una literatura también nueva.
Dejo la literatura y me voy
más lejos, vuelvo a la realidad de las cosas, viendo pasar las cosas... Tiempo y espacio en la mecánica de Newton y
en la relatividad de Einstein dieron origen a una controversia bastante conocida
en la ciencia del estudio del objeto físico, y ya superada.
No así en la metafísica o en la analogía, ni en la semántica de las
cosas, a través de sus definiciones operacionales, que han aportado una mejor perspectiva al
pensamiento científico, aunque a través de ciertos aspectos irracionales, en que la confusión aparentemente kantiana, ha llegado a tiempo para darle la mano a la
literatura. Este puente entre racionalidad
e irracionalidad, ha llevado a poetas
como Jorge Luis Borges, a Lezama Lima, a Martín Adán, y a Octavio Paz, entre
otros, los más eclécticos en estos avatares, a dar respuestas contradictorias,
pero hermosísimas, sobre el tiempo y el
espacio. Confusión que viene desde el Oriente, desde Confucio. No por algo, es Borges un conocedor de la
literatura oriental que ha introducido en su tiempo y en su espacio poético: su
gusto, su terquedad, por la literatura
anglosajona y por la literatura oriental, lo chino de manera especial. Se
salvan, en este estado de ánimo post-kantiano,
de este inventario “confesional”, escritores como Arreola, libros como el
Tao. Surge de allí, de esa contemplación, una cívica admiración por autores empolvados
en anaqueles de bibliotecas laberínticas como Berkeley, Schopenhauer, Hume Leibniz, Emerson,
y Russell. Algo muy parecido a la cuadratura del círculo.