LA TERRÍGENA POESÍA DE ARMANDO ARTEAGA
Jorge
Enrique Adoum*
La obra poética del peruano Armando
Arteaga resultó motivando las más diversas reacciones empecatadas de sus afines
literarios, en contraste con las tiesas y vernáculas referencias oídas de los
círculos oficialistas de su país: tesadas hasta la indiferencia total. Y,
aunque sus libros -como las de casi todos los poetas latinoamericanos- son de
breve tiraje y de circulación limitada (por iniciativa propia e intenso
activismo literario), han sido en los espacios culturales de protesta en contra
de lo establecido que animan los poetas jóvenes limeños en donde la admiración
y la sorprendente crítica lacónica llena de elogios y de sorprendentes
estímulos para con este poeta severo y exigente.
Lo que más me llamó la atención, acerca
de la testarudez de su poesía, que es un grito patético, es la impugnación
precisa en contra del conformismo embustero de la urbe actual, llena de
fracasos y de miedos.
La nervosidad de su poética es lo que
tienta, por supuesto, mi interés literario. Inundan mi sacrílega atención, esos
poemas casi perfectos, mi llamado a leer con atención a este poeta vecino de mi
otredad, debido al impulso o la magia que aborda lo recién desconocido o por
conocer en el internet: sus poemas navegan en diversos blogs, que uno se
entera, o termina por esgrimir, de fuerzas nuevas en la poesía latinoamericana:
por tener brillo propio este poeta, demostrando siempre lo fecundo y lo rotundo
de su poesía. Me sumo a este justificado aprecio e incesante curiosidad por la
actual poesía latinoamericana donde destaca -sin lugar a dudas- la voz limpia
de Arteaga. Insurge en su libro Terra ígnea una poesía con madurez plena que
empieza con un apodíctico poema «Plaga de langostas», que es un recurrente alegato
ecológico en contra de la depredación del planeta por el devorador consumo de
ese fuego que profesa el capitalismo actual con un inmenso sentido religioso.
El poema es un alegato contra el avance de la destrucción de la tierra por mano
del hombre (se supone, uno de los seres vivientes más «inteligentes»).
Apertura, pero también epitafio, para una humanidad que se destruye en pleno
fervor por el lucro monetarista donde el hombre como un insecto ortóptero se
multiplica formando como las langostas densas nubes atravesando y devorando
cosechas verdes. Es la observación de un entomólogo que mira el destino
histórico del hombre como un insecto devorador y devastador de ambientes naturales.
El poeta Arteaga se ubica en la problemática de América (ese continente de muchas
fronteras gigantes que divergen), en el mismo revés cultural del patio trasero
del Imperio, buscando en el proceso reeducativo, de reencuentro de mensajes, de
reestructuración de textos, al rededor de la «Beat generation», algo de
reingeniería literaria donde se siente el hálito de la marginación social. El
poeta es un «indio pelucón» al que la policía reprime arrestándolo en una
horripilante celada común con otros manifestantes de una rotunda protesta
callejera latinoamericana. El viaje del poeta, montubio gesto, como un hombre
del pleistoceno, va descendiendo sobre el eje vertical, de norte a sur, tal
supone también la ocupación del «pitecántropos» Sobre el extenso territorio del
nuevo continente: la ocupación del hombre americano.
La poesía de Arteaga transita diversos paisajes
de nuestra geografía, por la morfología geológica nativa, por una variada
topología ancestral, dándonos la sensación de que Arteaga es un poeta con
observación casi científica. Es, simplemente, un viaje por el infierno de la
cultura actual y occidental. El poeta asume su propia versión humana como un
descubridor de palabras, imágenes pulcras y sonidos diversos. Vaga, por
ejemplo, por calles de Lima antigua, con un viejo poeta, al que lleva de la
mano, por diversos recovecos urbanos, o por laberintos, para conciliar en la
nueva religión válida de la rebelión humana: la poesía. Al poeta, en América
(mejor en Latinoamérica), esa tierra de nuevos corajes y de penurias, le queda
el olvido, el sueño, la palabra que brota de su propia libertad.
Este libro de Arteaga está lleno de
erosiones sociales diversas y decepciones amorosas que se van sumando y le van
dando una arquitectura del espanto al viaje, divaga como Dante, por diversas
estaciones, donde el sol es el único Dios, aunque por allí tímidamente aparece
un Dios newtoniano muerto (predicado por McLuhan), padre descubridor de la
Galaxia Gutenberg. Arteaga por momentos se vuelve un heterodoxo interesado de
las más ortodoxas teorías en boga de los años setenta. Se ubica algo cercano a
la poesía exteriorista, al coloquialismo y al concretismo, que son algunas de
las grandes tendencias de su poesía.
*Jorge
Enrique Adoum. Ambato 29-06-1926/ Quito 03-07-2009. Escritor, político, ensayista
y diplomático ecuatoriano. Entre sus mayores y más conocidos éxitos literarios
se encuentra la novela Entre Marx y una mujer desnuda, publicada en 1976. Dicha
novela fue llevada al
cine en 1996 por el realizador
ecuatoriano Camilo Luzuriaga.
(De la revista
INDI, Año I, Número 2 - Marzo 2013)