Acuarela, crítica y exilio
Escribe Juan Carlos Lázaro
Tardíamente, cuando ya concluye el año, Lima recuerda que en este 2007 se cumple el bicentenario de su más grande acuarelista, Pancho Fierro, y decide conmemorar el acontecimiento con una rápida exposición de “reproducciones” de algunas de sus acuarelas en la galería municipal del centro capitalino. Pero la parquedad y pobreza de esta exposición es clamorosa. Tanto la veintena de reproducciones como el texto que la antecede terminan desinformando antes que ilustrando al público sobre tan importante arista y su obra.
Una vez más, el sambenito de “costumbrista” y “criollo” termina por definir a medias al artista y vaciar de contenido la profunda crítica social que expresó a través de sus acuarelas. Hijo de un blanco y de una negra, Pancho Fierro nació en Lima en 1807 y forjó su pincel al pie de la batea de lavandera de su madre. Fue autodidacto. Practicó la pintura como un oficio, puesto que se ganaba la vida pintando letreros comerciales y carteles que anunciaban las corridas de toros. Algunas familias devotas también lo contrataban a veces para que pintara imágenes de santos en los muros circundantes de los patios y zaguanes de sus casas. Es fácil imaginarlo como uno más de los personajes del pueblo que captó su pincel, siempre atento al devenir cotidiano y a sus actores.
Visìòn crìtica de nuestras costumbres por Pancho Fierro.
Tardíamente, cuando ya concluye el año, Lima recuerda que en este 2007 se cumple el bicentenario de su más grande acuarelista, Pancho Fierro, y decide conmemorar el acontecimiento con una rápida exposición de “reproducciones” de algunas de sus acuarelas en la galería municipal del centro capitalino. Pero la parquedad y pobreza de esta exposición es clamorosa. Tanto la veintena de reproducciones como el texto que la antecede terminan desinformando antes que ilustrando al público sobre tan importante arista y su obra.
Una vez más, el sambenito de “costumbrista” y “criollo” termina por definir a medias al artista y vaciar de contenido la profunda crítica social que expresó a través de sus acuarelas. Hijo de un blanco y de una negra, Pancho Fierro nació en Lima en 1807 y forjó su pincel al pie de la batea de lavandera de su madre. Fue autodidacto. Practicó la pintura como un oficio, puesto que se ganaba la vida pintando letreros comerciales y carteles que anunciaban las corridas de toros. Algunas familias devotas también lo contrataban a veces para que pintara imágenes de santos en los muros circundantes de los patios y zaguanes de sus casas. Es fácil imaginarlo como uno más de los personajes del pueblo que captó su pincel, siempre atento al devenir cotidiano y a sus actores.
Visìòn crìtica de nuestras costumbres por Pancho Fierro.
Pancho Fierro murió en julio de 1879, en el hospital Dos de Mayo, pocas semanas después que Chile le declarara la guerra al Perú y a Bolivia. En sus 72 años de existencia fue testigo de la caída del régimen colonial, del nacimiento de la República, de la pugna por el poder de los caudillos militares, y de la “prosperidad falaz” que vivió el Perú por la tenencia y venta de sus ingentes recursos guaneros. El tránsito de una a otra de estas etapas históricas implicó una serie de modificaciones en las costumbres y actitudes de sus personajes que Pancho Fierro capturó con ojo zahorí y graficó con desbordante talento. En este sentido también fue un extraordinario documentalista de la vida social peruana del siglo XIX.
Ahora bien, en sus acuarelas los personajes y escenas de danzas y rituales populares, del demos criollo, transmiten una fresca vitalidad, gozan de espontánea alegría, y el pincel que las describe carga su trazo de vívida ternura, cuando no de travesura. Así aparecen los hombres y mujeres dedicados al comercio ambulatorio y los practicantes de los llamados “oficios menores”, lo mismo que las estampas de danzantes morenos y cantantes callejeros. En cambio, el pincel tornase burlón cuando retrata al magistrado, al clérigo o al aristócrata, casi siempre encorvados, ceñudos y abotagados en sus pretenciosas vestimentas. La crítica va implícita, es sutil. El espectador de estas acuarelas no puede sino reaccionar de diferente manera ante estos dos tipos de enfoque, pasando de la sonrisa irónica a la socarrona.
Ahora bien, en sus acuarelas los personajes y escenas de danzas y rituales populares, del demos criollo, transmiten una fresca vitalidad, gozan de espontánea alegría, y el pincel que las describe carga su trazo de vívida ternura, cuando no de travesura. Así aparecen los hombres y mujeres dedicados al comercio ambulatorio y los practicantes de los llamados “oficios menores”, lo mismo que las estampas de danzantes morenos y cantantes callejeros. En cambio, el pincel tornase burlón cuando retrata al magistrado, al clérigo o al aristócrata, casi siempre encorvados, ceñudos y abotagados en sus pretenciosas vestimentas. La crítica va implícita, es sutil. El espectador de estas acuarelas no puede sino reaccionar de diferente manera ante estos dos tipos de enfoque, pasando de la sonrisa irónica a la socarrona.
Posible retrato de Pancho Fierro
Y es que con Pancho Fierro sucede lo mismo que con Ricardo Palma, quien, al decir de Mariátegui, “interpreta al mediopelo” y cuya burla “roe risueñamente el prestigio del Virreinato y el de la aristocracia.” Por su parte, Haya de la Torre apunta al respecto: “Creo que Palma hundió la pluma en el pasado para luego blandirla en alto y reírse de él. Ninguna institución u hombre de la Colonia y aún de la República escapó a la mordedura tantas veces tan certera de la ironía, el sarcasmo y siempre el ridículo de la jocosa crítica de Palma.” He aquí la esencia de estos dos grandes artistas, motejados ambos de “costumbristas” acaso como una forma de soslayar su vena popular y su crítica social, expresadas con la sutileza propia de la pluma y del pincel y, sobre todo, con enorme talento.
Sin embargo nada de esto se dice ni se puede deducir de la curaduría de la exposición de la Municipalidad de Lima, la cual presenta una veintena de reproducciones en formato grande de las acuarelas de Pancho Fierro que originalmente fueron pintadas sobre cartulina en formato de 23 x 30 centímetros. La escasa información sobre la muestra indica que tales acuarelas pertenecen a la colección del Banco de Crédito del Perú. Uno no puede evitar preguntarse por qué no se presentan lo originales a fin de que el público, los estudiantes y los interesados puedan gozar del “arte vivo” de Pancho Fierro, considerando que se trata de una ocasión especial, muy especial, como es el bicentenario del artista.
Sin embargo nada de esto se dice ni se puede deducir de la curaduría de la exposición de la Municipalidad de Lima, la cual presenta una veintena de reproducciones en formato grande de las acuarelas de Pancho Fierro que originalmente fueron pintadas sobre cartulina en formato de 23 x 30 centímetros. La escasa información sobre la muestra indica que tales acuarelas pertenecen a la colección del Banco de Crédito del Perú. Uno no puede evitar preguntarse por qué no se presentan lo originales a fin de que el público, los estudiantes y los interesados puedan gozar del “arte vivo” de Pancho Fierro, considerando que se trata de una ocasión especial, muy especial, como es el bicentenario del artista.
Costumbrismo lleno de color.
Se sabe que Pancho Fierro llegó a pintar más de 1,200 acuarelas. Lo que quedan de ellas en el Perú es sólo una pequeña parte. El resto de su obra se halla en colecciones privadas del extranjero. Una de éstas, acaso la más difundida en lujosos libros de arte, está en Rusia. ¿Cómo llegaron a tan remoto país esas acuarelas? Simbólico exilio en el que aún se mantiene a nuestro más grande acuarelista.
Lima, 19 de diciembre de 2007
juancarloslazaro@yahoo.com.es
Lima, 19 de diciembre de 2007
juancarloslazaro@yahoo.com.es