CALLEJÓN SIN SALIDA:
CAUSALIDAD DRAMÁTICA DEL CAOS ACTUAL
POR ALFONSO LA TORRE
(Alat)
En lo esencial, la poética desde Aristóteles,
pasando por Brecht y Vallejo, hasta el ABC de Pound, es parte de un continuum, del devenir dramático de la humanidad. En la civitas, lo mismo que en la vida, el destino o el olvido, en los griegos, tenía un carácter
catastrófico, desde la mirada ateniense, y aunque la épica social era más
explicativa para con la historia, no
ausentaba su debacle, su colectividad
fatalista, que tenía muy de cerca también, la descripción de los espacios de
sus hazañas fatídicas, muy de cerca de la epanadiplosis de su lenguaje (ese olfato
por la descripción estelar de lo histórico); aun desde
la mirada espartana, el desentono de la
historia es recurrente, apenas ha abordado la historia de la barbarie en el
hombre, para develar su propia identidad, argumentando a favor de una
explicación existencial de la fuerza humana; para explicarse la naturaleza de las cosas, para
dramatizar el dilema ortodoxo de estos tiempos actuales: caóticos y
sorpresivos.
Chan Chan, Kahuachi, Kuelap, los
referentes arqueológicos nuestros (antes de la historia), tanto como la
carnicería fascista de Auschwitz y la
guerra de Vietnam, la acción individualista de un bonzo protestante y la muerte
de un cantante de un grupo de rock seguido por multitudes, las fotografías
documentales de Henri Cartier-Bresson y el topacio de la lluvia, o la imagen de un faisán
atrapado en una red: son ingredientes literarios para motivar cualquier noticia
tempestuosa en los diarios trajines de la vida actual depresiva, en el caos de
la convivencia urbana actual, donde el
poeta asume su propio infierno, pero no le bastan todas estas imágenes poéticas, o metáforas, o tropos, para luchar contra la
amnesia de los desmemoriados coterráneos, de sus vecinos ladinos que pululan
alrededor de su propia experiencia humana alienada, situación anímica donde el
poeta (como parte de esa urbanidad), se conmueve, y se horroriza de sus semejantes.
Tal parece ser el funcional horror
de este “centrismo cultural,” de este embrollo literario (sentimental y herido),
lo que redime la prestancia literaria del poeta Armando Arteaga en su primera
entrega “Callejón sin salida” (Lima, 1986); en estos tiempos de guerra y oscurantismo
político. ¿Por qué el poeta se pregunta por
el destino del hombre sin encontrar una respuesta satisfactoria por parte de la
historia? ¿De dónde venimos, y qué me toca padecer de la infamia del tiempo
actual? ¿Habrá todavía algún recodo del camino para la vida confortable y
palaciega del hombre, tal como avizoraban
los libros clásicos y fundamentales,
El
Libro de buen amor, por ejemplo? .
En las dificultades actuales, el
“Callejón sin salida” nos espera, el túnel del tiempo no tiene luz al final de
cada temporada en el infierno, menos tenemos energía (ni siquiera la eléctrica)
para encender la luz de la felicidad humana, tan venida a menos. El recurrente de “la felicidad” vardalina es
el suicidio. Socialmente, el hombre está
muerto en su propia desesperación, no existe
por el momento: un “alma matinal” que ayude al esfuerzo de su estado
caótico, que ayude su gesto libertario de búsqueda hacia tiempos mejores, la salida
metafísica del “tiempo mejor” de Jorge
Manrique hacia la superficie de la
historia está lapidada, la hemos clausurado, está -por ahora- aniquilada para la historia.
El hombre ha destruido su
propio espacio existencial y
natural, tal es la propuesta de esta
causalidad dramática que ofrece el poemario “Callejón sin salida” de Armando
Arteaga, destacado exponente y activista de la poesía peruana de la década del
setenta, donde los poetas proliferaban con manifiestos en mano, algunos muy
entusiasmados por el jubilo de un futuro diferente y de “cambios”; al contrario,
este gesto lacónico de este libro de Arteaga es casi una “rareza”, viene del
desencanto, tiene ternura, y trae la reminiscencia de otros escenarios. El poeta navega por la tradición poética: sin
bitácora, sin “la rosa de los vientos”, sin identidades narcisistas, y frente al
espejo de la historia, espejo que está deteriorado: donde es imposible encontrar intacto al hombre actual; la imagen del hombre está partida en añicos,
es un laberinto para armar.
La historia, para Arteaga, en su
poemario: es una fotografía, un alter ego, una confusión espontanea de cosas, una historia de amor entre un hombre
y una mujer. El síndrome depresivo de lo
social argumenta a favor de respuestas nulas para la humanidad, el poeta
también ha perdido parte de su humanidad, ni los parricidios generacionales de
la “historia local” poética parecen
interesarle al poeta Arteaga, su espacio literario supera los conflictos enanos
de su diversidad espacial citadina, una
observación clarividente envuelve por momentos su discurso, una “clepsidra”
del desencanto frente a esta realidad enigmática y surrealista apura sus
pasos.
El poeta Arteaga siempre anda
dudando del tiempo actual, en la soledad total, frente a una estatua mirando la
ciudad. No hay más drama que la muerte
del optimismo burgués en esta poesía, la
“ausencia de la historia” como paradigma universal ha terminado eclipsando toda
la retorica actual de este fandango que llamamos poesía.
Jesús María, Agosto, 1986.
*Pórtico
de presentación de mi libro “Callejón sin salida” (Diciembre de 1986) realizado
por Alfonso La Torre (Alat), que el editor no pudo hacer llegar a la
imprenta. Pero que será publicado en la
segunda edición.
En
Huari-Ancash: Julio Zegarra, Julio Humala, Armando Arteaga, Manuelcha Prado, y
Alfonso La Torre (Alat).