junio 22, 2013

UN ANCASHINO CON MENTE UNIVERSAL (Brevísima semblanza del Historiador, Maestro y Diplomático, Félix Álvarez Brun) / Bernardo Rafael Álvarez

UN ANCASHINO CON MENTE UNIVERSAL (Brevísima semblanza del Historiador, Maestro y Diplomático, Félix Álvarez Brun)

UN ANCASHINO CON MENTE UNIVERSAL (Brevísima semblanza del Historiador, Maestro y Diplomático, Félix Álvarez Brun)[1]
Es considerado por la prestigiosa Enciclopedia Lexus, de Colombia, como uno de los “grandes forjadores del Perú”.

Nació en la ciudad de Pallasca[2]. Hijo (el penúltimo de los varones) de don Manuel Jesús y doña Alejandrina. Sus estudios primarios los cursó en la Escuela 293, a cuyos profesores –maestros, en realidad- siempre recuerda con cariño: Alonso Paredes, Miguel Elías Villavicencio y Víctor Arnoldo Ramos[3]. Aún púber y “primarioso”, puso de manifiesto su inteligencia e inclinación por los estudios aunque, como él mismo llegó a reconocer, fue tal vez el más inquieto y travieso de los alumnos; no obstante lo cual, y por justificadas razones, fue invitado a impartir durante una corta temporada, lecciones referidas a astronomía en la escuela de mujeres de la localidad. Su vocación docente, aún niño, comenzaba a exteriorizarse.
La educación secundaria la inició y continuó, hasta el cuarto año, en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo, culminándola en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe de Lima. En esta etapa, su interés por la cultura, venido desde la niñez gracias a que fue contagiado por su padre –lector cotidiano e impenitente-, iba acrecentándose
Al empezar la década del 40, ingresa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y sigue estudios en la Facultad de Letras, convirtiéndose en uno de los más conspicuos discípulos de eminentes catedráticos e intelectuales de la talla de Julio C. Tello, el padre de la arqueología peruana, y Raúl Porras Barrenechea[4], historiador, maestro y diplomático de sobresaliente relevancia   quien, con la perspicacia que le era inherente pudo reconocer en su alumno las excepcionales cualidades y los méritos por los cuales la Universidad de San Marcos lo convirtió en auxiliar de la cátedra de Historia del Perú -Conquista y Colonia- que dictaba el prestigioso maestro. Poco tiempo después, la Cancillería lo incorporó como Ayudante en la Dirección de Asuntos Culturales. Para entonces, ya se había matriculado en la Facultad de Derecho
Unos años después, en 1948, el maestro Porras es designado por el Presidente José Luis Bustamante y Rivero, a la Embajada del Perú en España y su delegación, integrada, entre otros, por Manuel Mujica Gallo y Guillermo Lohmann Villena, también contó con la presencia del destacado estudiante de Letras y de Derecho, que viajó en la condición de Tercer Secretario del Servicio Diplomático. Esta misión duró poco: todos sus miembros solicitaron su pase a disponibilidad, o se retiraron, como protesta por el agravio a los símbolos patrios en el Consulado de Valencia y la pusilánime e indecorosa actitud del gobernante que hacía poco había asumido el poder derrocando al Mandatario democráticamente elegido. Es decir, la decisión de dar término a la misión y emprender el retorno, se hizo –como no podía ser de otro modo- en olor de patriotismo y dignidad.  
Su corta permanencia en España, sin embargo, le permitió al joven intelectual pallasquino vivir dos experiencias valiosísimas: escuchar, con provecho superlativo, las lecciones que el más egregio filósofo español, José Ortega y Gasset, dictaba en el Instituto de Humanidades de Madrid; y, codo   a codo con el doctor Porras, desempolvar legajos, de difícil lectura -que pudieran haber sucumbido víctimas del tiempo, la humedad, las polillas y los roedores-, desentrañando, gracias a su destreza en la tarea heurística y paleográfica, invalorables informaciones de primera mano acerca de la vida del Inca Garcilaso de la Vega en Montilla, ciudad que cobijó, anónimamente, al autor de Los Comentarios Reales  durante treinta años.
Tras su regreso a la Patria se graduó en Historia y posteriormente en Derecho, obteniendo en ambos campos el doctorado respectivo. Ya dictaba cátedra en San Marcos y, desde cerca de diez años atrás, clases de Historia en el Colegio Nacional Alfonso Ugarte; y, después, en la Pontificia Universidad Católica del Perú, el curso de Historia del Derecho Peruano.
La Historia, disciplina a la que se dedicó con entusiasmo y acendrado cariño, comenzaba ya a dar sus frutos y reconocimientos. En 1955 se hizo merecedor del Premio Nacional Inca Garcilaso de la Vega, por la biografía de José Eusebio de Llano Zapata y, luego, por su trabajo titulado La Ilustración, los Jesuitas y la Independencia Americana, fue galardonado en el Premio  Javier Prado con  publicación de   la    obra por el Ministerio de   Educación. En mérito al valor de su desempeño intelectual, llegó a ser incorporado como miembro de número de la Academia Nacional de Historia y de la Sociedad Peruana de Historia, y elegido Presidente del Instituto Raúl Porras Barrenechea, Centro de Altos Estudios e Investigaciones Peruanas de la Universidad de San Marcos, entre otras Instituciones e importantes Comisiones, como la Comisión Peruana de Alto Nivel para el Patrimonio del Mundo, gracias a cuyas gestiones la UNESCO reconoció como patrimonio mundial a Machu Picchu, a Chavín de Huántar, al Parque Nacional del Huascarán y   a otros monumentos y santuarios que son riqueza inalienable e irrepetible de nuestro país[5].  
Como diplomático, ha sido condecorado con la Orden del Sol del Perú, Orden San Carlos de Colombia, Orden Vasco Núñez de Balboa de Panamá, Caballero de Madara de Bulgaria y La Gran Cruz de Plata de Austria, habiendo cumplido a cabalidad y con prestancia las representaciones como Delegado Alterno ante la UNESCO y Embajador ante Panamá y Bulgaria, y dirigido la Academia Diplomática del Perú.  
Por su destacada trayectoria docente, fue distinguido   como profesor emérito de la Universidad Decana de América y reconocido por el Estado peruano con las Palmas Magisteriales, en el grado de Amauta.
A toda esta apretada e incompleta reseña de la vida y obra de nuestro ilustre paisano, hay que sumar el hecho de que a él se debe   más de una veintena de obras, entre las que merece ser destacado, por lo valioso para nosotros los ancashinos, el libro Ancash, una historia regional peruana    que es, probablemente, el trabajo más riguroso, integral y bello que se haya escrito sobre el pasado fértil de este Departamento cuyo Club representativo en la Capital, como muestra de gratitud y dignidad, debiera reeditar.

Pero no podemos dejar de mencionar, porque forma parte insoslayable de su existencia, que cuando terminaba la década del 50 y poco antes de fallecer el doctor Porras –que fuera su más entrañable maestro, consejero y amigo-, contrajo enlace matrimonial con quien es el amor de su vida, Dora Espejo Fernández, la querida Dorita. 
La vida y obra, altamente meritoria, que honra y debe enorgullecer a los ancashinos y a la cual se ha dedicado esta brevísima semblanza, corresponde (¿a quién más?) al “erudito, historiador y varias veces académico”[6], que es sin duda uno de nuestros valores nacionales, el doctor Félix Álvarez Brun  , quien “con la capacidad de síntesis y el sentido de emoción peruanista” -que elogiara Aurelio Miró Quesada[7]- ha señalado, lúcidamente, que el Perú es “una continuidad en el tiempo y una totalidad en el espacio, dentro de cuyos parámetros se entretejen todas aquellas virtudes, defectos y esperanzas que constituyen nuestra personalidad nacional.”[8]



[1] El título de la presente semblanza se lo debemos al recordado Maestro Luis Alberto Sánchez, quien escribió –respecto de Ancash, una historia regional peruana lo siguiente: “...libro de un historiador enamorado del paisaje, de un ancashino con mente universal.”
[2] “…un pueblito de la sierra peruana, poco favorecido por la naturaleza –ya que sufre la escasez del líquido elemento para regar sus chacras y calmar la sed satisfactoriamente la sed de sus pobladores-, pero es bello, saludable y acogedor: por sus paisajes infinitos, por su clima y por el calor imantado de su gente, que es capaz de atraer al más distante de los humanos, convirtiéndolo en huésped perpetuo de su corazón” (B.R. Álvarez. Historia de un eclipse, 2001)
[3] Félix Álvarez Brun: Sierra de mi Perú, 1998.
[4] También a Luis E. Valcárcel, Mariano Iberico, Jorge Basadre…
[5] Ha desempeñado, igualmente, el cargo de Secretario General de la Comisión Nacional del V Centenario del Descubrimiento de América y la Presidencia de la Comisión Nacional del Centenario  de Víctor Andrés Belaúnde.
[6] Carlos Eduardo Zavaleta: Discurso de recibimiento, como nuevo Académico, en el Instituto Ricardo Palma.
[7] Aurelio Miró Quesada en: Perú: presencia e identidad, Lima, 1992.