junio 18, 2013

TRES POEMAS DE VICIOS PUBLICOS Y DE VIRTUDES PRIVADAS/ ARMANDO ARTEAGA


TRES POEMAS
DE VICIOS PUBLICOS Y DE VIRTUDES PRIVADAS/

ARMANDO ARTEAGA



 MONTSERRAT

Recuerdo esa nariz de oro catalana
    para el vino,
vino que nunca vino,
ni volvió a venir,
en este despistado viaje.
Me acuerdo que nunca vino.


SOLO EN EL VIAJE

Subo
por el ascensor

Abro
la puerta

Del departamento
En el piso 22
que lo divido
entre 7

Enciendo
el televisor

Bajo
el volumen
atormentado
por la bulla
donde una mujer
fumadora
enciende
un cigarrillo

Siento
smog
en la habitación
nicotina
cáncer
terminal

la mujer fuma
sonrisa
brillante

espera
sin recelo
la muerte

sin mirarme
a los ojos
me mira
camina
hacia mi
está vestida
con el vestido negro
de la muerte

Mi fantasía
está desnuda
ahora
con el cuerpo
más estupendo
la abrazo
estamos en la playa
es el video
del año
pasado
en Punta del Este

Detengo
la imagen
con el zapping

Llueve
Afuera
Llueve

Es lluvia
en mi pensamiento

La vuelvo a mirar

Camina por la pasarela
de la vida
toda ella
llena de vida

Bajo la lluvia

Pero es solo
En el video

Porque ella
está muerta
Ya no está
conmigo

Y esto
debe terminar.

Y yo ya no estoy
con ella.

Hago nuevamente
zapping

voy a la imagen
serena del televisor

otro aviso
para fumadores:

Fumar
puede ser
dañino
para  la salud…

Imágenes
que me tienen
podrido,
impaciente,
esperando
nuevamente
en un terminal
terrestre
nuevamente
esperando
el ómnibus
para viajar.


EN EL CARBONE

Visito una vez al mes
este bistró para beber un par de “capitanes”
sentir la magia del chilcano y picar aceitunas secas
   y panes
y trozos de pescados  fritos en el afán del escabeche.

Vengo hasta aquí,
tal como lo hacía Efraín Urquizo, mi tío solterón
que bajaba hasta estas fondas de mala muerte
no por poesía  del hastió,
                          ni por masoquismo.  De puro comelón.
Vengo porque me gusta sentir el pisco acholado
y  la canada dry, con el pejerrey en maridaje con el ají
y la cebolla dando vueltas alrededor del mismo tema.

Me siento en el fisterra,
                       en el fin de la tierra,  mirando al horizonte.
La materia primera de la vida
                                          es la poesía verídica de las cosas.

El hambre de madre lleva a los solterones
a cualquier olor de cocina, a los ajos
a las emes, a las p(a)utas  de mi blend
a los pallares y a los garbanzos, son delicias
que mastican lentamente su cansancio, y la soledad
su disgusto por la vida.  No se crean, pues, en este recodo
todo ese rollo del complejo de Edipo y la bebida.

Vengo,  a recordarlo, porque Efraín, mi tío,  era bueno y solitario.
Como yo, escritor, metiéndole palo a todos y al mundo entero,  
con su crítica total, expresionista,  al fin de cuentas.
Como yo.  Y porque el poema necesita de observadores
científicos de las cosas que suceden  en la vida.
A pesar de todos estos detalles, siempre vanos
Y hasta sosos, de hablar de traumas y de asuntos familiares.

No, no, no, la poesía no perdona nada,
                                           menos asuntos sentimentales.

Efraín tenía una enseñanza buena,  de cero en conducta para
la poesía, decía, sonriente, siempre, al final de su banquete:
Un poema malo, no es el fin del mundo, es algo peor que eso.