TRES POEMAS
DE VICIOS PUBLICOS Y DE VIRTUDES PRIVADAS/
ARMANDO ARTEAGA
MONTSERRAT
Recuerdo esa nariz de oro catalana
para el vino,
vino que nunca vino,
ni volvió a venir,
en este despistado viaje.
Me acuerdo que nunca vino.
SOLO EN EL VIAJE
Subo
por el ascensor
Abro
la puerta
Del departamento
En el piso 22
que lo divido
entre 7
Enciendo
el televisor
Bajo
el volumen
atormentado
por la bulla
donde una mujer
fumadora
enciende
un cigarrillo
Siento
smog
en la habitación
en la habitación
nicotina
cáncer
terminal
la mujer fuma
sonrisa
brillante
espera
sin recelo
la muerte
sin mirarme
a los ojos
me mira
camina
hacia mi
está vestida
con el vestido negro
de la muerte
Mi fantasía
está desnuda
ahora
con el cuerpo
más estupendo
la abrazo
estamos en la playa
es el video
del año
pasado
en Punta del Este
Detengo
la imagen
con el zapping
Llueve
Afuera
Llueve
Es lluvia
en mi pensamiento
La vuelvo a mirar
Camina por la pasarela
de la vida
toda ella
llena de vida
Bajo la lluvia
Pero es solo
En el video
Porque ella
está muerta
Ya no está
conmigo
Y esto
debe terminar.
Y yo ya no estoy
con ella.
Hago nuevamente
zapping
voy a la imagen
serena del televisor
otro aviso
para fumadores:
Fumar
puede ser
dañino
para la salud…
Imágenes
que me tienen
podrido,
impaciente,
esperando
nuevamente
en un terminal
terrestre
nuevamente
esperando
el ómnibus
para viajar.
EN EL CARBONE
Visito una vez al mes
este bistró para beber un par de “capitanes”
sentir la magia del chilcano y picar aceitunas secas
y panes
y trozos de pescados
fritos en el afán del escabeche.
Vengo hasta aquí,
tal como lo hacía Efraín Urquizo, mi tío solterón
que bajaba hasta estas fondas de mala muerte
no por poesía del hastió,
ni por masoquismo. De puro
comelón.
Vengo porque me gusta sentir el pisco acholado
y la canada dry, con
el pejerrey en maridaje con el ají
y la cebolla dando vueltas alrededor del mismo tema.
Me siento en el fisterra,
en el fin de la tierra, mirando
al horizonte.
La materia primera de la vida
es la poesía verídica de las cosas.
El hambre de madre lleva a los solterones
a cualquier olor de cocina, a los ajos
a las emes, a las p(a)utas de mi blend
a los pallares y a los garbanzos, son delicias
que mastican lentamente su cansancio, y la soledad
su disgusto por la vida.
No se crean, pues, en este recodo
todo ese rollo del complejo de Edipo y la bebida.
Vengo, a
recordarlo, porque Efraín, mi tío, era
bueno y solitario.
Como yo, escritor, metiéndole palo a todos y al mundo entero,
con su crítica total, expresionista, al fin de cuentas.
con su crítica total, expresionista, al fin de cuentas.
Como yo. Y porque
el poema necesita de observadores
científicos de las cosas que suceden en la vida.
A pesar de todos estos detalles, siempre vanos
Y hasta sosos, de hablar de traumas y de asuntos
familiares.
No, no, no, la poesía no perdona nada,
menos asuntos sentimentales.
Efraín tenía una enseñanza buena, de cero en conducta para
la poesía, decía, sonriente, siempre, al final de su
banquete:
Un poema malo, no es el fin del mundo, es algo peor que
eso.