APROXIMACIÒN A LA LITERATURA PIURANA
Foto: Vista panoramica de la ciudad de Ayabaca donde naciò Merino Vigil.
Por Armando Arteaga
Un pariente, y amigo muy cercano, de Juan María Merino Vigil, que había conocido al poeta de “La Golondrina” en el desasosiego final de su vida y en “el reposo del guerrero” en su hacienda de San Pablo, me contó haber visto y hojeado entre sus libros del estante de madera que lo acompañaba en la pulcritud serena de su dormitorio, títulos como: “Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana” escogidas por Don Marcelino Menéndez y Pelayo*, la “Antología poética latinoamericana” de Rafael Dante Jr., y “Poetas en el Destierro” de José Ricardo Morales: libros de propiedad de Merino Vigil que me fueron obsequiados por este pariente –allende- del poeta cuando visite San Pablo en la Ayabaca de los 80’s.
Me fue referido –también- acerca el gusto perenne del poeta de San Pablo por los “Nocturnos” y los “Poemas Profanos” de José Asunción Silva, las “Hojas de viento” y “Nieve” de Julián del Casal, los libros de Mallarme, de Verlaine, de Baudelaire y de Edgar Allan Poe (de quien se dice había realizado la traducción de su poema “El Cuervo”). De manera que este poeta, ya en sus cuarteles de invierno, seguía viviendo el fuego descontrolado de su pasión por la poesía.
Juan María Merino Vigil nació en Ayabaca-Piura el 01 de enero de 1906 y murió el 21 de junio de 1951 en su bucólica hacienda de San Pablo en Ayabaca donde se dedicaba a sus tareas de agricultor. Hijo de Don Eduardo Marino Ríos y de Doña Rosa Vigil. Estudió en la Universidad de San Marcos y en la Universidad de Trujillo, abogacía, pero no terminó estos estudios, incumplidos, por las dificultades contraídas durante su vida de poeta, hubo en él una crisis de vocación. Por lo demás, trabajó y aportó con denuedo en el periodismo limeño y piurano. Su producción literaria se encuentra dispersa y publicada en revistas de la época donde fue colaborador: "Piuranidad", y "Folklore". No publicó libro alguno, aunque se estima dejó inéditos escritos.
En Trujillo hizo amistad con Antenor Orrego y publicó en la revista “Norte”. En los años veinte, vivió la época de la agitación política, laboral y obrera al lado de Arturo Sabroso Montoya y Abelardo Fonkén. Estaba a cargo de una imprenta “proletaria” de los anarco-sindicalistas. En San Marcos, fue dirigente estudiantil, y director del periódico gremial “El Obrero Textil” y de “Solidaridad”: órgano de la Federación Obrera de Lima. Escribió en la revista “Claridad”, relacionandose primero con Víctor Raúl Haya de la Torre y después con José Carlos Mariátegui.
J.C. Mariátegui indagando por las nuevas propuestas de la poesía y la vanguardia en un artículo periodístico publicado en la revista Mundial (31-10-1924) y más tarde pieza integral y apertura de “Peruanicemos al Perú”, atraído por la nueva visión y las emociones dispuestas con las “pierides” de los poetas jóvenes que anunciaban “aires nuevos” en el panorama de la poesía peruana, de lo que Mariátegui llamó: “Poetas nuevos y Poesía vieja”, vislumbrò sobre lo que sería más tarde la vanguardia literaria en el Perú. Allí Mariátegui explica sobre los albores de la vanguardia que empezaba a brillar dando lustre a los nombres de Luis Beninzone, Armando Bazan, J.M. Merino Vigil, Juan Luis Velásquez, Jacobo Hurwitz, Magda Portal, Mario Chavéz y Juan José Lora: “No nos faltan poetas nuevos. Lo que nos faltaba, más bien, es nueva poesía”-
Foto: Crepùsculo en Ayabaca.
Mariátegui habla también de que ha conocido a otros poetas que merecen ser tratados de otra suerte, los poetas nuevos y el modernismo de Merino Vigil pueden ser considerados tardíos y provincianos (por eso la urgencia de haber publicado su mencionado artículo periodístico), es posible que también se este refiriendo -en este artìculo- en el marco de su propuesta a los poetas del sur y otras provincias: a Carlos Oquendo de Amat y la revista “Hurra”, a Francisco Mostajo y la revista “Escocia”, a Nicanor A. de la Fuente y la revista “Bocina”, a Juan Parra del Riego y la revista “Guerrilla” (que animaba desde Montevideo), a los hermanos Peralta y su "Boletìn Titikaka", a Roberto Latorre y la revista "Kosko", a Sergio L. Caller y la manifestaciòn de la revista “Kuntur”, a Alberto Hidalgo y su nueva “Química del espíritu” (desde Buenos Aires), que empezaban a mostrar diferencias y otras estéticas, el advenimiento de “Dada” y el “surrealisme”, pero sobre todo la nueva poesía con profundo sentimiento regional y descentralista respecto a Lima, todo ese “vanguardismo” que cuajara más tarde en la manera definitiva del “indigenismo”:
“El modernismo no es solo una cuestión de forma, sino, sobre todo, de esencia. No es modernista el que se contenía de una audacia o de una arbitrariedad externas de sintaxis o de metro. Bajo el traje huachafamente nuevo, se siente intacta la vieja sustancia. ¿Para qué transgredir la gramática si los ingredientes espirituales de la poesía son los mismos de hace veinte años o cincuenta años?. “Il faut étre absolument moderne”, como decía Rimbaud; pero hay que ser moderno espiritualmente. Aquí se respira, generalmente, en los dominios del arte y la inteligencia, un pasadismo incurable y enfermizo. Nuestros poetas se refugian, voluptuosamente, en la evocación y en la nostalgia más pueriles, como si su contorno actual careciese de emoción y de interés; No osan domar la belleza sino cuando la suponen suficientemente doméstica. El futurismo, el dadaismo, el cubismo, son en las grandes urbes un fenómeno expontáneo, un producto genuino de la vida. El estilo nuevo de la poesía es cosmopolita y urbano. Es la espuma de una civilización ultrasensible y quintaesenciada. No es asequible por ende a un ambiente provinciano. Es una moda que no encuentra aquí los elementos necesarios para aclimatarse. Es el perfume, es el efluvio lírico del espítu humorista, escéptico, relativista de la decadencia burguesa. Esta poesía, sin solemnidad y sin dramatricidad, que aspira a ser un juego, un deporte, una pirueta, no florecerá ente nosotros.
No es tampoco el caso de hablar de decadencia de la poesía peruana. No decae sino lo que alguna vez ha sido grande. Y una rápida investigación nos persuadirá de que la poesía de ayer no era mejor que la poesía de hoy. Los poetas de hoy no usan como los de ayer, unas melenas muy largas y unas camisas muy sucias. Su higiene y su estética han ganado mucho. Las brisas y los barcos de occidente traen un polen nuevo. Algunos artistas de la nueva generación comprenden ya que la torre de marfil era la triste celda de un alma exangüe y anémica. Abandonan el ritornello gris de la melancolía, y se aproximan al dolor social que les descubrirá un mundo menos finito. De estos artistas podemos esperar una poesía más humana, más fecunda, más expontánea, más biológica”.
En realidad, todo es “razón” y lógica mirada de la vida, hasta la poesía. Las modas literarias, tardaron en llegar a las edades o a las escuelas o a los estilos de nuestras ciudades. Y Lima, y Piura, no eran las excepciones de las reglas, sin embargo, tenemos que reconocer que el poeta J.M. Merino Vigil andaba exacto con las horas de los relojes de la historia, la literatura y los últimos acontecimientos culturales, que sucedían en “la escena contemporánea”, tanto en polémicas como en tendencias.
Por un lado, algunos vivieron el afrancesamiento de Rúben Dario, y por el otro lado, el americanismo de José Santos Chocano. J.M. Merino Vigil se mantiene siempre tangencial a estos círculos literarios de nuevas influencias y nuevas propuestas como lo avistó Mariátegui. El poeta de San Pablo buscó siempre su perfil propio desde “el marfil de la torre” de su excelente poesía, con las aceptadas limitaciones e inconvenientes de cierto provincianismo.
Si a Vallejo, “le fregaban los cóndores”. Es comprensible que a López Albujar desde la “Aldea” piurana, le fregaban también : “los garzones esos que cruzan ciertas tardes por el puente, ibis sagrados...”. Y, a Merino Vigil, es probable, le fregaron siempre: “los gallinazos tras la mísera carroña simplista de la invocación hipócrita, por cierto vedettismo, del que nunca participó”. Por eso, de su retiro -en soledad- a la hacienda San Pablo, son testigos –nuevamente- los pocos amigos que le quedaron, de su amor por la poesía y de su nuevo reencuentro con la naturaleza.
Por todo esto, tambien, es explicable desde sus reclamados poemas donde surge inesperadamente una belleza muy pura: que "inspiran" de allí, casi espontáneamente, cierta melancolìa, similitud e influencia de José Asunción Silva que agonizó con “el mal del siglo” y se suicidó. A J.M. Merino Vigil le debe haber entusiasmado más el “spleen” meditativo de esa poesía –media tropical- llena de originalidad y mundo profano, contra el aplauso fácil del vulgo: por lo más altisonante de lo que se escribiera en ese momento (aún en Piura), y que los “críticos” han llamado “poesía modernista”.
Ni el vulgo, siempre horrible, ni el academicismo estéril, le llamaron la atención a Juan María. Su poesía, ("como la de José Asunción, otro símil entre ellos, nombre míticos, vuelven a coincidir, tal vez de puro azar”), es una poesía brillante, de vislumbre, no triste, libre, ...pero ¿qué importa todo esto ahora?. Nada. Si se le diò el premio del olvido total. La poesía de Juan María Merino Vigil tiene el mismo nivel y la importancia que la poesía de José Asunción Silva. Aunque Merino Vigil publicó muy poco, y me han dicho también, que buena parte de su poesía permanece aún inédita. Muy bien, pero ¿dónde està esa poesía perdida ?. Poco importa.
Poesía de la pasión escondida de la vida y poesía trunca de un poeta misterioso en un panorama desolador. Poesía de cierto resplandor, de lujo, de especulación y de desagravio, donde se vislumbra ya la nueva poesía vanguardista, y que más tarde ocupó el nuevo espacio literario peruano. Poesía del "crepúsculo" de cierta modernidad y el anuncio del complicado futurismo y vanguardismo, que se puede entrever ya en sus poemas: “Los bajeles blancos” y en “Transfiguración”. Poesía intensa buscando todas las formas de la vida.
* Marcelino Menendez y Pelayo (1856-1912), el maestro de Santander, està muy relacionado con la literatura peruana, por lo que mencionaremos algunos de sus libros: "Antologìa de poetas hispanoamericanos" (4 vols. 1893-1895) e "Historia de la poesìa hispanoamericana" (1911-1913), donde incluye y estudia varios poetas peruanos.
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POEMAS DE J.M. MERINO VIGIL
Juan María Merino Vigil
LA GOLONDRINA
Yo soy como esa golondrina
que ha cortado los oros del espacio.
Saeta que vuela al infinito
azul de los profundos cielos.
Tiembla la negra noche por llegar
pero todavía quedan para mis ojos de la tarde
azules eternos del espacio.
Yo soy mi tiempo que vuela en el espacio
quebrando los oros vespertinos
Yo soy ese pequeño pájaro efímero.
EL BEBEDOR DE CREPUSCULOS
En la muriente alameda
diluye en rosas difusos
su hosco perfil de neblinas
el bebedor de crepúsculos.
Llora silencios la tarde
dentro de sus ojos brunos
alza enigmáticos cálices
el bebedor de crepúsculos.
Mece el alma una ebriedad
lívida de ignotas cosas;
en la muriente alameda
silientes caen las hojas.
Por orillas de insanía
va de nieblas taciturno
royendo su vicio arcano,
el bebedor de crepúsculos.
En absurdas amatistas
de letal reflejo oscuro
liba ajenjos de la muerte
el bebedor de crepúsculos.
LOS PUERTOS
Qué extraño llorar tienen los puertos,
así, en las noches de despedida.
El corazón se vuelve ácima boca,
con gesto agónico de frustrado grito,
y se queda pensativo.
Qué extraño llorar tiene este puerto
Empapado de amor de despedida.
Me va jalando no sé a dónde la vida
Y duéleme este desatar de húmedos nudos.
¡Mañana! Cómo pudiera
darle mi mañana a sus miradas.
El puerto tiene ojos de amante
Llorando humilde adiós postrero.
La noche acoge negras incógnitas
de algún agazajado destino ambiguo.
Con sus luces el puerto, temblorosamente,
en un coágulo de dolor se mira,
como una pupila ciega de lágrimas.
NOCTURNO
En un recodo áspero del corazón arcano
recojo en esta hora del silencio nocturno
de mi vida vivida el río taciturno,
un sollozo que vuelve, un lamento lejano.
El instante se anega de amargura y de sombra
y resbala la cálida lágrima contenida;
en mi vida hay algo que torpe el labio no nombre,
acaso un cuajarón de asombros por mi vida.
El recuerdo me pone en la salobre lengua
el sabor fenecido del pecho maternal,
succiono ayeres blancos, mas, nada, nada amengua
ese tascar miedoso de negro sepulcral.
En el corazón profundo de mi vida coagulada
en tinieblas de pena, en ayes de orfandad,
me arrastra en el naufragio nocturno de la nada
y vuelca los latidos de una hora que se va.
Y grazna en el reloj nuevamente el latido
que me hace y me deshace, me cuenta y me recuenta,
y otras riadas regolfan en esta noche lenta
trayendo desde lejos su lúgubre alarido.
Hay miedo de perderse, perderse en uno mismo,
el peso de la vida, cual piedra funeral,
que me hunde y que no deja salir del propio abismo
y el minuto que estalla cual pompa de cristal.
LOS BAJELES BLANCOS
Hoy todos mis bajeles han alzado ancla,
melodiosamente alzaron ancla en mis nieblas suaves,
hoy todos mis bajeles han partido
con rumbo incierto y añoranza ignota.
Me miras, amigo, me miran tus ojos como limitaciones
y son los muros pálidos del café nocturno
limitaciones como estos muros de mi carne,
y hoy, sin embargo, amigo hermano,
no me muerden las asperezas de mi vida cotidiana.
Siento un adiós en lo hondo de mi corazón,
un adiós a los que de mí a tus miradas dejo,
y me voy en mis bajeles blancos
con rumbo de infinito en infinito.
TRANSFIGURACIÓN
Están mis ojos mánsos...¡Maravilla!
A ellos que nadie los supo doblegar;
ni luz más fuerte, ni la mirada más altiva
pudieron sus saetas de luz apagar.
A la vida, a la vida misma la miraron
cara a cara, de imperio a imperio, invencibles.
Y el Destino, cobarde, para herirme,
no osó a mis ojos mirar.
El insomnio patinó de azules penumbrás
mis cuencas de esqueleto y mi frente
¡amarilla! de pensar.
Y otro insomnio y otro terco y otro terco batallaron
Y a mis ojos no supieron humillar.
corderillos de luz que ni el lobo del dolor
pudo nunca amedrentar.
Y ahora...¡Maravilla! ¡Están mansos!
Tan hulildes de dulzura que parece que acabaron de nacer.
Corderillos de un suave terciopelo de luz lánguida.
Corderillos que apacienta el amor.
Y mi boca... su desdén...
Ni que piedra tallada hubiera sido,
ni que mármol...como en esos
viejos mármoles que tallaban
el desdén de los dioses.
Para el mal y el dolor y la herida y el llanto
y el oculto infierno de mi alma...¡su desdén!
El lugar pisoteado del placer
y el negro vino ofrecido ya sin sed,
y el desdén de querer
y no desear querer sino querer.
¡Maravilla!...Mi boca se ha vuelto
una rosa náutica de llamas.
¡Maravilla!...Tú sola...¡La única!...¡Tú sola!...
Maravilla que mis manos se me han vuelto
dos plegarias de luz blanca,
como si mi alma se escapara bifurcada
en la sed infinita del abrazo.
¡Dos plegarias...ellas que nunca pidieron nada!
¡Ellas que todo por capricho lo tomaron!
Las soberbias, las iracundas, las orgullosas,
se te tienden cual caminos a mi pecho.
Maravilla que mis manos se me han vuelto
dos plegarias luminosas.
¡Maravilla! ¡Maravilla! ¡Maravilla!
Se ha despertado entre lúgubre fardón
que dormía en mi terca tienebla del dolor,
Ha oido, y estaba sordo.
Ha mirado, y estaba ciego.
Ha hablado, y estaba mudo.
Era hiel, y es un fruto de dulzura.
¡Maravilla!...ya es un niño
mi sañudo, taciturno corazòn.