octubre 19, 2005

SUCEDIO EN PACAIPAMPA/ ARMANDO ARTEAGA


LasLomas. / Ayabaca.


SUCEDIO EN PACAIPAMPA (1)

Por Armando Arteaga

del huésped que en insomnio, al desvelar
su ira, canta en la ciudad impura


Ali Chumacero.

Media hora antes, desde lo alto de aquella cumbreta, mientras la góndola ploma serpenteaba como macanche por la carretera, se había divisado el caserío de Pacaipampa, provincia de Ayabaca, en la sierra del departamento de Piura, pueblo perdido en el olvido, y taciturno.

Pueblo chico -pensó-, infierno grande -murmuró-. Orfeo Cautivo, el viajero, con la certeza de haber encontrado lo que buscaba, miró con desprecio por última vez el camino agreste. Y empezó a caminar -siguiendo la huella de la polvareda que dejaba la góndola-. El hombre desconocido ya en tierra santa, se echó a trotar por la trocha llena de piedras y espinas secas, llevando a cuestas el cansancio del viaje y una mochila verde sobre el hombro.

Cuando estuvo frente al primer rancho del pueblo un perro le salió al encuentro a ladrarlo. ¡Fuera imbécil!. Perro, colmillos, perro rabioso. A pesar de este azuzo, todo era quietud: unas cuantas gallinas picoteando en un batan de piedra, varias pavas brincaron saludando su presencia y se perdieron en el corral donde un puerco se revolcaba en el barro.

Del barro vengo, al barro voy -pensó-. El hombre miró a uno y al otro lado de la calle. La calle solitaria y lista para el duelo, para filmar un western.

Una migración de pájaros marrones pasó graznando por el horizonte, haciendo una raya sobre el cielo azul. Era buena señal, asunto -corvo- rapidísimo. Pero, el comején no vuela contra el sol, la verdad era otra, ni un solo indicio de algarrobos, o guarangos, o tamarindos, o ceibos, para hacer el nido, comején, o un huairuro rojo que le diera alguna laya (2) del lugar temido en donde iba a perderse discreto, errante, inadvertido, en algún sueño límpido, sobre la banca escueta, o en alguna sombra ardiente, herida, oculta, de un aparte extranjero de la Plaza Central de Pacaipampa.

Siguió caminando por la calle de la izquierda. Le gustaba ese destino, incierto, ese juego, al azar de sus pisadas: contemplar la huella que dejaba la suela de sus botas de jebe. Yá se lo habían dicho en Olleros: ellos le siguen el rastro, el rostro, recogen con una cuchara la tierra que dejó su pisada, y se lo llevan a Ñañañique, o a la Lagunas de las Huaringas. Reza el dicho popular, cuando hay luna llena pueden ver, si usted es bueno, no se meten con usted, pero si usted es maligno o pendenciero, se joderá, ya sabrá a qué atenerse. Así es la magia blanca, dejarlo todo al buen tiempo, al azar.

Todo esto le pareció un sueño magnífico. Le parecía estar sumergido en uno de esos territorios de la nada donde solo la imaginación puede dar testimonio de la realidad.

El hombre sintió su propia sombra, era él y su sombra. Por qué diablos había llegado bajo sabe diantre qué rencor hasta este averno. Al fin de cuentas, qué odio o amor lo empujaba a seguir caminando, a morir por un sendero, por estos parajes, él se lo había buscado, ser un extranjero en su propio país.

Allí dormía Pacaipampa, siempre eterna.

Sacó del bolsillo de la camisa beige una libreta de apuntes en donde estaba el nombre y la dirección exacta de Floro Llamunaqué.

En aquella calle, en una puerta, olvidada y extraña, se encontraba una anciana, arrecostada al tiempo, perdida en el sueño azabache.

El hombre se acercó hasta la puerta de la casa y le preguntó a la anciana:
- ¿Dónde vive Floro Llamunaqué?

La anciana con aquella familiaridad con la que conversan todas las personas que familiarmente conversan con los muertos, le contestó:

- Floro Llamunaqué..., ya ha muerto...
- No, no ha muerto, vive aquí -insistió el hombre-
- Yo sólo conozco a un Floro Llamunaqué que ya es finado, era mi taita -interrumpió llena de inocencia la mujer,  con esa resignación que tienen los vivos de los muertos-
- Está bien, mujer, gracias... -asistió el forastero-.
El hombre no hizo caso. Siguió caminando hacia la otra calle, la paralela, en las paredes de las casas del pueblo habían escrito lemas con pintura roja: “MIR, lucha armada”, y luego, sin percatarse de la soledad que trastocaba las calles polvorientas del pueblo de Pacaipampa, entró en la primera tienda-cantina que encontró. El sol le había calentado la cabeza.

La campesina que atendía y despachaba las botellas de cañazo, quedó mirando al forastero.
- ¿Desea algo el señor?.
- Sí, una cajetilla de cigarros Inka
- Bien señor, mande...

El hombre pagó con dos billetes azules.
- ¿La calle Ayabaca por dónde queda? -preguntó el forastero a la campesina-vendedora.
- Váyase de frente, señor, y doble a la primera, a la derecha.

El hombre enrumbó nuevamente por el arenal, manchay. Andaba buscando algo importante y lo había encontrado finalmente. Llegó al portón más olvidado del tiempo y del pueblo olvidado de Pacaipampa. Tocó varias veces. Por fin, sintió el ruido de unos pasos. Ni una mosca se movió.

Un hombre de unos cuarenta años y en sombrero asomó por el costado del portón. Pareciera que nunca se abriera el portón.

- Sí. ¿Qué desea? -le preguntó al forastero-
- Estoy buscando a Floro Llamunaqué
- Bueno, soy yo, qué pasa -le replicó el hombre de cuarenta y sombrero-
- Es que vengo de Lima, de Carabayllo, le traigo una carta. Y, entregándole la carta, el forastero le alcanzó también la mano, sonriente.
- Ah, eres tú, bueno, ven conmigo -dijo el hombre de cuarenta y sombrero-. Ni una mosca se movió.
- Hace calor, ¿no? -preguntó el forastero-
- ¿Ha sido largo el viaje? -preguntó el hombre del sombrero.
Llegaron hasta el descanso del rancho, pasando un huerto de frutas, zapallos y jacarandas, entre hamacas y petates.
- Deje sus cosas allí, lávese y venga a tomar desayuno -asistió Llamunaque, mientras fumaba-.
- ¿Quién iba a pensar?, ¿así que eres hijo de ella?.
El hombre del sombrero quedó en silencio mirando al otro hombre.
- No lo sabía. Si no es que se me ocurre leer también la carta, pues creo que usted es mi padre. Algo me lo imaginaba. Ni rencor ni alegría es lo que siento. Hubo un largo silencio.
- Así parece. Ha pasado tanto tiempo de eso. Si ya llego a viejo. Antiguo de este mundo me siento.
- De todas maneras hoy es un día diferente. ¿No te parece?. Mañana dirán que la sangre se hizo polvo, y faltará el agua.
- Creo que sí -confirmó el forastero-.
Padre e hijo se abrazaron. Los dos hombres, luego del desayuno de café con cecina enrumbaron a la primera chingana que encontraron en busca de una borrachera de cañazo.

Lo demás es fácil de contar. Al no sé cuántos canelazos, buena puntería. El forastero había sido preciso, no esperó un instante más, sabe Dios de dónde habría sacado el revólver; si parecía tan pacífico, en la primera palabra mal dicha de Llamunaqué, fue puta, creó, que irritó al forastero, el sombrero en el aire, a balazos, allí nomás termino también con esta historia. Ya era cadáver, Sí, un cadáver tirado en el suelo, un cuerpo acribillado. El forastero empezó el retorno. Todo había terminado.

(1) Pacaipampa: Deriva de ‘pacai’ enterrar, sepultar, y de pampa’, llanura amplia. Llanura de sepulturas.
(2) Laya: Pala fuerte para remover la tierra.


Calle de Ayabaca.

Fotos: Armand.

ARMANDO ARTEAGA: HISTORIA ÌGNEA

 Libros

ARMANDO ARTEAGA:
HISTORIA ÍGNEA.


Por Róger Santiváñez.



1.
Una fresca noche de enero de 1974 me hallaba caminando por la Colmena con el viejo y querido poeta Félix Puescas Montero –bohemio piurano sobreviviente de la generación del 50, por entonces afincado en Lima- a quien había conocido de pura casualidad, al encontrarnos en la puerta de la casa del joven poeta Isaac Rupay, miembro de la generación juvenil de Hora Zero en su primer momento (1970-1973) y que moriría en abril de ese mismo año debido a un problema congénito en el corazón. Alguien –pretendiendo hacerle una broma de pésimo gusto- había hecho anunciar en el periódico un recital de poesía en la casa paterna de Rupay, sita en Barranco. Hasta allí llegué yo con mis adolescentes 17 años. Isaac Rupay –visiblemente demacrado- tuvo la gentileza de hacernos entrar –a Félix Puescas y a mí- para explicarnos que se trataba de una mala pasada. Yo conocía el nombre de Isaac Rupay, pues había aparecido como Director del primer número de la revista La Tortuga Ecuestre y además entre los jóvenes integrantes de Hora Zero en su tabloide de marzo de 1973. Igualmente como Director de Eros, en cuyo mítico y único número uno (1973) figuran –también- Santiago López Maguiña, Maria Emilia Cornejo, José Cerna y Enrique Verástegui, quien en su poema habla de Armando Arteaga. Cabe recordar que –a la sazón- Cerna y Verástegui habían renunciado a su militancia en Hora Zero y junto a López formaban una especie de célula muy interesada en los estudios estructuralistas, de gran boga en esa época.

De regreso de Barranco –en uno de los legendarios micros verdes de la 73-M- es que caminaba por la Colmena –hacia el bar Palermo- guiado por Félix Puescas, a quien me unió ipso-facto una gran camaradería. Cuando estábamos a la altura del restaurant Tívoli (frente al hotel Bolívar) se apareció ante nosotros un muchacho de largo y negro pelo lacio, rostro moreno y cuadrados lentes plateados. Blue-jean boca-ancha, botines y camisa de algodón con el pecho abierto. "Te presento a Armando Arteaga" –dijo Félix. Yo recordaba ese nombre: por el poema de Verástegui en Eros y lo había leído también en La Tortuga Ecuestre, segundo número que –por cierto- esta vez había salido con el sitio correspondiente al Director en blanco. A partir del tercer número es que Gustavo Armijos asumiría la dirección como es hasta hoy día. Armando Arteaga nos dijo que en unos breves minutos se acercaría por el Palermo. Y se perdió entre el maremágnum de la Colmena a eso de las 7.30 de la noche. Con Félix Puescas nos sentamos en una mesa del lado izquierdo del amplio bar con piso de aserrín y pronto estábamos en compañía de unos entusiastas jóvenes poetas que hablaban de publicar una nueva revista de poesía.: Fredy Roncalla, Guillermo Falconí y Juan Carlos Lázaro. A los que se sumó Armando Arteaga que ya había llegado. Esa revista se llamó Cronopios y salió en julio de 1974, dirigida por JC Lázaro. Podría decirse que –a la sazón- este era el grupo de los poetas novísimos de Lima –nómina que completaríamos con Luís Alberto Castillo, Enrique Sánchez Hernani y Bernardo Rafael Álvarez- aparecidos inmediatamente después del Movimiento Hora Zero y aunque bajo cierta influencia de su onda poética, ellos reclamaban no pertenecer a sus filas. Armando Arteaga había debutado en el suplemento Dominical de "El Comercio" en junio de 1972, en una de las entregas semanales de poesía joven que editaba allí el crítico Abelardo Oquendo.

Por esos días del verano de 1974 Armando Arteaga me entregó una plaquette llamada Cuadernos de Berlioz en la que venía El Oro de Acapulco compuesto por poemas de Luís La Hoz y Oscar Aragón. Y muy pronto me llevó a una fiesta en casa de Elsa Sánchez León –a quien no dudo en considerar la musa inspiradora de esta generación- donde me uní al grupo para publicar una plaquette La Peca de la Jirafa (julio de 1974) y posteriormente la revista Auki (1975-76) que tuvo entre sus aciertos reivindicar a Luís Hernández, redescubrir a Guillermo Chirinos Cúneo y lanzar al entonces novel narrador Zeín Zorrilla, quien estudiaba en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) al igual que Armando Arteaga. Fue el momento de las inolvidables reuniones en casa del poeta Luís La Hoz y Marilyn Palacio en el parque Las Mimosas de Barranco y el vagabundeo por los acantilados y la vieja casona de Abraham Valdelomar. Armando Arteaga llegaba con su inseparable musa de aquellos días Amparo Cuadros y culminábamos en el bar S.O.S. de La Herradura –literalmente- a las puertas del cielo escuchando a Gigliola Cinquietti frente al mar con un chilcano en el corazón. Y la vida entonces no tenía límites para fundirse con la poesía en una sola experiencia que nos liberara.

2.

Pasaron los años. Armando Arteaga publicó en 1986 su primer libro Callejón sin salida en el que –desde el título- notamos una situación sin solución. El poeta auténtico –en el Perú- nunca va a congraciarse con el sistema establecido. Jamás será cómplice de la injusticia y la explotación. Es así que Armando Arteaga opta por la marginalidad. Se refugia en pequeñas revistas como Maestra Vida y Penélope –junto a Mario Wong o Max Castillo, out-siders como él- y ya graduado de arquitecto, se dedica a colaborar con innumerables comunidades campesinas a lo largo y lo ancho de nuestro país. Y siempre
escribiendo poesía, para volver a su querido centro de Lima de toda la vida a sentarse en cualquier bar de Quilca –con un trago en la mano- ya en los 90's rodeado por los viejos amigos y los nuevos poetas jóvenes a quienes seduce con la magia de su saber y su
nostalgia.

Esa es –creo- la palabra clave de Terra Ignea el libro que ahora publica Armando Arteaga. Para comenzar el poemario trae textos escritos desde 1969-70 en adelante, ofreciendo una sensibilidad de tipo anarquista-hippie vinculada al rock de aquel tiempo y encuadrada aún en la Guerra fría pero sin dejar de reivindicar su concreta situación peruana: Y alguien dijo: / -!El indio, el pelucón se queda! / Y pasé la noche entre 4 paredes. La rebeldía juvenil y la militancia política universitaria aunadas al amor vivido entre parques y playas y los libros que nos van descubriendo el funcionamiento del mundo y la sociedad; todo esto informa la poesía de Armando Arteaga tiñendo la realidad de una pátina de nostalgia infinita –como dice el poeta- en la que sólo la cultura y la liberación podrán darle sentido a la experiencia. Por eso desfilan ante nosotros muchísimas referencias culturales, pero siempre con una postura crítica y/o irónica –como el joven que se apropia del objeto cultural pero simultáneamente se burla de él- finalmente asumida con humor y saludable visión anarquista:

Te dije: "Bajemos a caminar afuera un
rato" "o tirémonos por
la ventana"

Visión poética y locura personal. Esos son los ingredientes con los cuales se ha salvado Armando Arteaga del oprobio de la sociedad peruana. He allí su triunfo. Y para ello ha echado mano al arsenal de su talento, hábilmente abrevado en el habla cotidiana y popular de las calles y barrios de Lima. Una fresca coloquialidad invade todo el libro e incluso hay momentos de directa jerga: (manyando el estofao) –dice en un poema, pero no se queda allí: Arteaga es un poeta que sabe combinar su afecto por el arte de vanguardia con la dura realidad de la miseria y la lucha por la vida en Latinoamérica,
como queda hermosamente testimoniado en Tacora Motors sobre el famoso Mercado clandestino de auto-partes.
Armando Arteaga –en su libro- proyecta la imagen del joven que hace el aprendizaje de su limpieza a través de los libros –la cultura y el arte- descubriendo luego la lucha de clases con su feroz violencia. Participa en ella –naturalmente- del lado de los desposeídos y explotados, recorriendo diversas zonas del país ( este fracaso de ser peruanos) –dice, pero siempre lo salvará el amor –el recuerdo de su hija Marisel Alejandra (primer nombre colocado en homenaje al lindo poema de Juan Gonzalo Rose) y la nostalgia de su amor por la denominada Negra en el poema a (patchuly), Alina, o la riobambina Ceci entre las varias musas que desfilan entre la soledad básica y primordial del poeta. Una soledad que lo lleva a deambular por la ciudad, pasear por los muelles y malecones junto al mar de Lima y sentir la terrible nostalgia de todo lo que se perdió para siempre, de todo lo que ya no existe, pero que él recupera con el hechizo de su evocación poética: Yo te quería en ese verano de 1976.

Dentro de las muchas marcas culturales de esta poesía tiene un lugar especial el movimiento del pop-art nortamericano, como cuando dice: UNA MUCHACHA FRESCA / CON SU HELADO DE FRESA en inmejorables versos de indudable belleza plástica. Y así la preocupación por el destino del Perú como nación –como pueblo- que nos asalta casi en cada poema. (cholitos de mierda)-dice, pero sin perder jamás el humor y la alegría de jugar con las palabras, manteniéndose en ese borde del lenguaje y el sinsentido: Poesía barroca, maroca, locota.. Y –por supuesto- las fechas que marcaron a la generación del 70, como la del golpe fascista de Pinochet contra el presidente Salvador Allende en 1973: volviste a recordar / conmigo / esta mañana / del 11 de septiembre. Las películas de la época, están también hábilmente enhebradas al discurso poético. Como buen habitué de cine-club Armando Arteaga cita Zabriskie Point, Acorazado Potemkim, Blow up, y – de hecho- a Eric Burdon y War y la emblemática Black Magic Woman de Santana. Full 70's.

Terra Ignea queda pues como un bello testimonio poético de la contra-cultura que ha marcado buena parte de nuestra historia social desde 1970 para acá. Armando Arteaga ha sabido pulir durante todos estos años sus versos, para entregarnos esta tierra roja, hirviente o quemante en la que él siempre ha vivido

perdido / en el espacio histórico /
de tu cuerpo pero de todos modos lúcido, sin abandonar ni un
instante su definitivo y radical compromiso con la poesía.

Como él mismo lo declara en un poema:
Yo, mientras, tanto escribo.
Es jodido escribir así.
Pero es mi único oficio y no hay más.

Okey Armando. Un par por eso. Siempre.


Róger SantiváñezCollingswood, New Jersey, a orillas del río Cooper.
12 de noviembre del 2003

LA VIDA ESCANDALOSA DE CESAR MORO

Foto: Diario El Peruano.

LA VIDA ESCANDALOSA DE CESAR MORO (*)


Por Armando Arteaga





El lado nocturno y sonámbulo de la vida que expresa la poesía de César Moro, en gran parte está referido con furor y extravagancia, en su único libro de poesía publicado en castellano: "La Tortuga Ecuestre", en donde el surrealismo es irredente. En los otros libros: "Le Château de Grisou", "Lettre d'Amour", "Trafalgar Square", "Amour á Mort", escritos en francés, los poemas son deslumbrantes y ortodoxos. Aún tengo desconfianza de las "pocas" traducciones existentes -del francés al castellano-, y Moro no es un poeta fácil para la transformación idiomática, o la literalidad. De "Los Anteojos de Azufre", -textos en prosa y en castellano-, reunidos y presentados por André Coyné, merecen un tratamiento aparte, y es un libro casi desaparecido e inhallable, por lo que vamos a denotar solo su aspecto elucidario y activista de los postulados del "Manifesté surréaliste" de Bretón, por esta vez, eludiremos el conflicto de entenderlo y dar testimonio de su rescatada vigencia, o destacar la superlativa actualidad que muestra. Para abordar la presencia de Moro y situarlo en el contexto de la poesía peruana, es suficiente con aquellos poemas que escribió en lengua materna, en castellano, aunque resulta contradictorio que sea un poeta de contraste en la "Antología de la Poesía Mundial" de Miguel Brasco (Argentina, 1953), o que no aparezca -casi- en las antologías parlantes de la poesía francesa contemporánea, pero sí, en las "sacras" del movimiento surrealista al lado de "periféricos" como Aime Cesare, Jean-Pierre Duprey, Michel Leiris, o Rene Daumal; en el buen "uso de la palabra" era un raro para la ortodoxia expresiva de la militancia del sueño, la alucinación, y la magia. Y, cada vez más cerca de nosotros, con los respectivos errores avisados que persisten, pero con voz propia, aparece respetado en la "Antología de la Poesía Surrrealista" de Aldo Peregrine (Buenos Aires, 1961), o en "La poésie surréaliste" de Jean Louis Bédouin (Paris, 1964), o en "Anthology of Contemporary Latin-American Poetry" de Dudley Fitts (New York, 1942). El reconocimiento a Moro surge espontáneo al lado de Enrique Molina (pionner del movimiento surrealista sudamericano), o en la polémica con Vicente Huidobro -sumo pontífice del creacionismo- (por "El Obispo Embotellado", bello y sublime panfleto literario), son los instantes supremos para el respectivo reconocimiento de la importancia del poeta Moro, consolidando -absolutamente- su trabajo poético con "los contemporáneos" mexicanos al lado de: Xavier Villaurrutia, José Gorostiza y Bernardo Ortiz de Montellano, cuando publican sus colaboraciones en la revista literaria "El Hijo Pródigo". Y, también, al lado de los poetas peruanos surrealistas como Emilio Adolfo Westphalen, en el momento crucial de la "lucha con el ángel", sumando impulso, a la fragante presencia local y agitativa del enigmático Rodolfo Milla, o haciendo "nubes" a la desobediencia civil del exclusivista Augusto Lunel (recordar su volcánico Manifiesto: "Estamos en contra de todas las leyes, empezando por la ley de la gravedad"). En la paradoja de que Moro aún en el contexto surrealista mundial aparece -elegantemente- marginal, salvo cuando organiza la Exposición Surrealista en México con el aval de André Bretón y Benjamín Peret, en el centro de la efímera gloria, alternando con Trotsky, Frida Kahlo y Agustín Lazo. Aquí -en México- aparece intelectual multíparo , está en su mejor momento, digamos que su prestigio está -comprensiblemente- ubicado en el espacio latinoamericano. El surrealismo expresó, en su movimiento, el más grande intento por renovar la poesía contemporánea, donde la poesía es inseparable de las ideas de amor y libertad. Poesía, amor y libertad, son los vértices del triángulo que proyectaba la expansión del yo-activista surrealista. Moro asumió la vida en esta plenitud y al mismo tiempo quiso transformar la realidad, hacerla más hermosa. Abrió siempre la celda de su propio lenguaje, lo exteriorizó para profetizarlo. Aunque llamó a Lima como "la horrible" no hay casi vestigios de reproches a la "perjuiciada" ciudad de sus amores que le tocó vivir, y padecer, en los años de su agonía literaria. Poeta y pintor. Sobresalió en ambos casos con destreza. El profesor de francés afeminado del Colegio Leoncio Prado que "imaginábamos" por el aporte novelístico de Mario Vargas Llosa en "La ciudad y los perros", nunca desluce al artista. Tuvo el gran coraje para enfrentarse a las perogrulladas y a los diretes de aquel marasmo cultural limeño. Supo abrirse paso a fuego limpio. No me parece que tampoco corresponde hablar del "marica" que ahora pregona por conferencia en donde lo invitan a su más cercano amigo André Coyné. Importa un bledo las anécdotas del profesor "marica" y amigo de marineros. Me parece de mal gusto que se ocupen tanto del uranismo de Moro, no aporta mucho esta actitud, salvo la de lograr escandalizar a algunos tontos. Esto no quita ni aumenta nada a la valoración de su obra poética y pictórica. César Quíspez Asín no tiene necesariamente que ser el César Moro idealista, que habla de: una realidad enferma. Tampoco renegó del pasado, aunque tuvo ciertas veleidades anti-indigenistas, que más tarde en su experiencia mexicana esfumó, trastocó por un temperamento más universal, aunque desconfiaba del futuro y del trabajo alienante, y más concreto como admitió su admiración y aproximación por la "cultura viva" de Pachacámac. César Moro: sufría y amaba. Reclama Coyné, y tiene razón. Al traducir Moro el poema "Parpadeo" de Benjamín Peret (en la revista "El Hijo Pródigo N- 38, México, 1946) empieza así: Vuelos de loros atraviesan mi cabeza cuando te veo de perfil En "La Tortuga Ecuestre" este poema "Parpadeo" fue publicado por Coyné equivocándose en la autoría de Moro, que cambia: Enjambres de papagayos atraviesan mi cabeza cuando te veo de perfil Son cosas parecidas, pero diferentes. Lo que explica que el trabajo poético de traducción tiene riesgos. Ni Moro se salva. Al mejor cazador se le escapa la paloma. Terminaré este sencillo homenaje al poeta César Moro, al cumplirse los 100 años de su nacimiento, citando la parte final del poema "César Moro" del poeta Emilio Adolfo Westphalen, en su libro "Otra imagen deleznable...": Aparte un hombre de metal llora de cara a una pared Visible únicamente al estallar cada lágrima Volviendo, también, al poema "Westphalen" del poeta César Moro, cito a Moro: Un portón cerrado sobre un campo baldío Refugio del amor clandestino Una igualdad de piedra que se cierra bajo La gota de agua que sobre de la tierra Por último, creo que Moro fue un hijo pródigo de la era de la imaginación al poder, muy distante, en una ciudad llena de espanto. El dilema del poeta es su propio tiempo, el horror de su tiempo. Un tiempo grotesco y bruto. El tiempo de una absurda prostitución universal.
(*) Poema del mismo nombre “La vida escandalosa de César Moro” que expresa cierto perfil personal de Moro , un alter ego del poeta, cierta visión aterradora sobre el destino de la humanidad.

Bibliografía:

-César Moro, “La Tortuga Ecuestre”, Lima, 1957, Ediciones Tigrodine.
-André Coyné, “César Moro”, Lima, 1956, Imprenta Torres Aguirre S.A.
-Revista Literaria “El Hijo Pródigo”, Vol XII. N.38., México D.F.
-Emilio Adolfo Westphalen, “Otra imagen deleznable…”, Colección Tierra

Del Libro: "La Poesìa Surrealista en el Perù")

EL CUENTO BREVE



Foto: Armand.


CORTISIMO SUCESO

Una mujer vestida de negro entra a una farmacia y le exige al farmacéutico:
-Por favor, quiero comprar arsénico.
El arsénico es tóxico y letal .El farmacéutico quiere saber màs cosas antes de proporcionarle la sustancia.
- ¿Y para què quiere la señora comprar arsénico? .
- Para matar a mi marido.
- ¡Ah, caramba!. Lamentablemente para ese fin no puedo venderselo.
La mujer sin decir palabra abre la cartera y saca una fotografia de su marido abrazado desnudo en una cama con la mujer del farmacéutico.
- ¡Mil disculpas!, -dice el farmacéutico - .
Atender por favor a la señora, no sabia que usted tenía receta.


Armando Arteaga.