SECHURA:
HISTORIA Y LITERATURA
Por Armando Arteaga
Indios cocinando chicha. Baltazar Jaime Martínez de Compañon.
Todo nos amenaza. Es cierto, lo que dice Octavio Paz en su
poema: “Más allá del amor”: “Todo nos
amenaza:/ el tiempo, que en vivientes
fragmentos divide/ al que fui/ del que seré/ como el machete a la culebra;/”. Por supuesto, el golpe del machete (como
el tiempo histórico) divide en dos partes inertes el cuerpo deslizante y muerto
de la culebra, o extingue al macanche, o mata al colambo, o diseca al jeñape
bajo el sol del desierto, extinguiéndonos, aniquilando todo vestigio de vida;
dejando atrás los milenarios “tiempos tallanes”. La literatura y la lengua (hablada y escrita)
es pues también un testimonio de todos los tiempos.
Así se fue
convirtiendo en lengua muerta el “sec”: la lengua de los tallanes, del que solo
nos quedan unas cuantas palabras para luchar contra la adversidad de estos
“tiempos modernos”. Por suerte, hoy sabemos que “chabot” era un pez de agua dulce del río Chira, ahora
extinguido, queda el vocablo “sec”. El
obispo Baltazar Jaime Martínez de Companón rescató en 1783 algunas palabras
celebres del “sec”, gracias a que su sobrino José Ignacio de Lecuanda, remitió
a España (en 1803) nueve tomos de materiales gráficos que consideró la “Descripción geográfica del partido de Piura, perteneciente a la
intendencia de Truxillo”, donde se registran actividades de agricultura,
industria, minería, caza, pesca, deportes, música, danza, medicina, flora,
fauna, y también asuntos militares, religiosos, del aporte nativo; donde la
literatura importó muy poco, a pesar de que Martínez de Compañón era un
religioso ilustrado que se preocupó por conocer detalles culturales de la diócesis
que se le había encargado: mandó a pintar mapas, planos, dibujos y acuarelas,
sin otros textos que títulos, rótulos, cuadros estadísticos, equivalencias
filológicas y trascripciones musicales.
El obispo Martínez
de Compañón rescató algunos vestigios (cerca
de Sechura) de esta lengua de Colán: palabras tallanes que han ido variando en su uso por los distintos
pueblos; así tenemos, la palabra “Muerte” (en castellano), recogida después en
diversas crónicas y estudios lingüísticos asumió otros significantes variados:
“Lactuono” (en Sechura), “Dlacati” (en Colán), y “Lacatu” (en Catacaos). Vocablos tallanes que le han ido dando nuevas
formas y sonidos a diversos
“piuranismos” a través de la oralidad y de la literatura. El botánico ingles Richard Spruce aún en 1864
reconoció treintaiseis palabras tallanes (“The
cultivation of cotton in the Piura and Chira Valleys of northen Perú”, Londres, 1864).
Aparte de Martínez
de Compañón, han hurgado por este emporio lingüístico del “sec” a través de la
historia: desde cronistas tempranos como el jesuita historiador Bernabé Cobo (“Historia del Nuevo Mundo”, 4 vols. Sevilla 1890-1895) y Joseph de Acosta (“Historia Natural y Moral de las Indias”,
1590), y otros mas tardíos como Andrés García de Zurita (Electo Obispo de Trujillo, 1649), Fray
Antonio de la Calancha (”Crónica Moralizada…”, 1638), Diego de
Molina (temprano visitante de Piura que escribió en quechua “Sermones de la
Cuaresma en lengua quechua” en 1649); y de los investigadores, viajeros, y estudios actuales, desde Paul
Rivet, Antonio Raimondi, Héctor Cevallos Saavedra, Justino Ramírez, Carlos
Robles Rázuri, Zuriel Mendoza, a Martha Hildebrandt y Alfredo Torero.
Siguiendo a Octavio
Paz, y el rumbo de sus palabras: “Más
allá de nosotros,/ en las fronteras del ser y el estar,/ una vida más vida nos
reclama./” Tallan y quechua, es casi toda la toponimia piurana de los
territorio donde pasiblemente se posesiono el “sec”, que fue una lengua
expansiva. Del “sec” solo nos quedan
unas cuantas palabras desde que se fue convirtiendo en una “lengua muerta”.
Algo que aún nos refriega en la memoria. Sabemos, “la modernidad” actual
amenaza los aportes culturales de la “tradición” histórica, pero no solo para
suplantarla dialécticamente por otros valores, sino que busca sepultarla,
ignorarla, negarla, creando “otra” sociedad deshumanizada cada vez más.
Por demás, aceptar
que Sechura: “Érase un pueblo de
pescadores”, no es faltar a la verdad, aunque es limitarla, por
cierto. Los sechuras también eran
agricultores, eran hombres de invención tecnológica (haciendo intercambio
comercial con Centroamérica desarrollaron balsas enormes manipuladas a vela
grande en donde viajaban hasta sesenta personas con sus respectivas
cargas. Agustin de Zarate (“Historia del descubrimiento y conquista de
las Provincias del Perú…”, Amberes, 1555) los vio navegar, confundiéndolos
con una carabela turca o portuguesa, sus adversarios marítimos de España, tal
describe en su “Libro I, Capítulo sexto
de su Relación del Descubrimiento y Conquista del Perú”. La balsa de vela la usaron también para la
pesca, tal el grabado que publicó Gerónimo Benzoni en “Storia del Mondo Nuevo”
(Venecia, 1565). Aunque, a tener en
cuenta, también la “Miscelánea Antártica” de Miguel de Cabello Balboa, es la
obra más literaria, por su riqueza y destreza, conoció la zona norteña (con
estada en Quito) y hasta escribió una
relación con la provincia de Esmeralda: “Verdadera descripción y relación con
la provincia y tierra de las Esmeraldas”, lo mismo que: la Leyenda de
Naymlap.
Los sechuras han
demostrado a través de la historia que tienen una gran imaginación literaria y
filosófica. El humor sechurano es
rebelde. Eran rebeldes y constructores
para dominar el territorio, al posesionarse en espacios difíciles (el desierto
siempre amenazado por diversos fenómenos atmosféricos y marítimos) desde los
tiempos pre-cerámicos, que avizoran en sus estudios arqueológicos
investigadores como Edward Lanning (“A ceramic sequere for the Piura and Chira
coast, north Perú” (Berkeley, 1963): el primer investigador social que diseño el esquema del cronograma
arqueológico, y otros investigadores como David Kelley, Paul Tolstoy, Elena Decima
Zamecnik, James B. Richardson, y Mark A. Mc Conaughy (en las décadas del
sesenta y setenta). En esa apertura, dan testimonios muchos estudios de la
arqueología en Piura, especialmente este ultimo aporte de Paolo Pastori (arqueólogo italiano) que ha publicado la
Municipalidad Provincial de Sechura: “Chusís,
Un pueblo Moche en la antigua Sechura” (2015). Testimonio que Pastori confirma: en el manejo
adecuado del medio ambiente por los sechuras, siempre amenazados por las
lluvias y el Fenómeno del Niño desde tiempos remotos. Para corroborar esto, ver también el inventario de Víctor Eguiguren
en “Las lluvias en Piura”, y la presencia prodiga del mar, pleno de recursos
marinos, que sustentaron una
autosuficiencia alimentaria en la región.
Los sechuras, fueron originarios y respetuosos del “derecho” cuando reclamaron sus tierras y las
compraron. Fueron indómitos desde antes
de la ocupación chimú, y aún más tarde cuando les cae la desventura de la
presencia de los incas en los territorios del Bajo Piura.
Un día de marzo,
del verano de 1972, de estos temas perpetuos conversábamos bajo la héjira
filosófica de la tradicional “fresca” vespertina sechurana con uno de sus más destacados escritores de la
literatura piurana, Jorge E. Moscol Urbina: autor de “Cuentos sechuras” (1967)
y “Mangacheria rabiosa” (1986), entre otros libros; a la “fresca” vespertina,
que consiste en beber chicha (en la alegría que trae el “pachuco”) debajo de
los soportales de una vivienda piurana elaborada de “quincha tallán” al vaivén
de una hamaca, cuando la conversación se elaboraba en “asuntos difíciles de
entender” pregunté (¿incrédulo de su existencia?) a Moscol Urbina acerca de “la
despenadora”: personaje “mochik” y mítico (que aplica la eutanasia a un viejo
enfermo que va a morir ahorcándolo), y que aparece, desde ya, en un cerámico vicus, costumbre “practica” en
comunidades andinas del norte peruano que hasta el siglo pasado se ha
realizado; y que, otros escritores peruanos
como Ventura García Calderón, Francisco Vega Seminario, Aurelio Arnao, Fernando
Romero, y hasta el propio Vargas Llosa:
precisaron en sus paginas.
De esas “cosas
increíbles”, uno pasaba el
“respetado” tiempo piurano, conversando con “Jemu” (Moscol Urbina): uno de los escritores que
conocía perfectamente “el universo filosófico del sechura”, legado coloquial que uno puede
seguir encontando cuando lee a otros escritores sechuranos que aun conservan la
tradición de la “fresca” vespertina, y
que expresan lo mejor de la cultura sechurana: Félix Puescas Montero, Antonio
Rumiche Ayala, Gilberto Vegas Núñez, Emilio Amaya Chunga, Raúl Mendoza Agurto,
Santos Liborio Fiestas, y Jorge Tume, que en sus paginas literarias muestran las semblanzas de
las vicisitudes del pueblo sechurano.
Indios colando chicha. Baltazar Jaime Martínez de Compañon